El presidente brasileño se muestra orgulloso de la marcha económica del país, aunque admite que queda mucho trabajo por delante. Lula da Silva asegura sentirse muy tranquilo, a pesar de que tres de sus antiguos ex ministros y la vieja cúpula del Partido de los Trabajadores están procesados ante el Tribunal Supremo de Brasil por delitos de corrupción.
–Desde que llegó al gobierno, en enero de 2003, su discurso ha cambiado. ¿Podría explicar en qué términos?
–En el gobierno uno tiene que actuar y lo hace de acuerdo con la correlación de fuerzas en el Congreso, y sobre todo con el presupuesto. Pero nuestro gobierno mantiene la más solida relación con el movimiento social. Y puedo decir hoy que en toda la historia de Brasil no ha habido un momento más sólido de la economía. Combinando algunas cosas que en Brasil no había costumbre de combinar. Por ejemplo, cuando Brasil se decidía a exportar, asfixiaba el mercado interno. Y cuando fortalecía el real, asfixiaba las exportaciones. Ahora estamos probando que no son cosas compatibles. Otra cosa: cada vez que la economía brasileña crecía, la inflación subía. La inflación del año pasado fue del 3,7 por ciento y este año el crecimiento va a llegar al 5 por ciento. Para mí, este crecimiento así, constante, es mejor que otro más alto, que sería como un corazón nervioso.
–Su gran orgullo es la economía. Pero Brasil continúa siendo el país de América con mayor desigualdad social, después de Guatemala. Un 10 por ciento de la población posee más del 48 por ciento de la renta del país. ¿Qué está fallando?
–Nada. Si se consideran los últimos cuatro años, y así va a ser cada año, uno puede darse cuenta de que pocas veces en la historia de Brasil tuvimos al 10 por ciento de la gente más rica del país disminuyendo su participación en la renta nacional y los más pobres aumentándola. Yo estoy muy tranquilo porque sé que hicimos mucho y sé que falta mucho.
–Tres ex ministros suyos y la cúpula dirigente del Partido de los Trabajadores, el núcleo duro de la gente que le organizó la campaña que lo llevó a usted a la presidencia de Brasil en 2003, han sido procesados a fines de agosto, acusados de corrupción. ¿Cómo cree que se sienten ellos y cómo se siente usted?
–Yo me siento muy tranquilo. En primer lugar, porque estamos ejerciendo la democracia en su plenitud. Hubo una denuncia, independientemente de que yo esté de acuerdo o no con ella, hubo un proceso dentro de un Congreso nacional, fue enviado a la fiscalía y fue al Tribunal Supremo. Hasta ahora no hay nadie absuelto y nadie ha sido declarado culpable. Quien cometa errores pagará por ellos. En Brasil, las instituciones funcionan y funcionan bien.
–¿Cómo cree, entonces, que se sienten sus amigos procesados por corrupción?
–Yo creo que se sienten molestos. A nadie le gusta ser acusado. Siempre es desagradable. Pero así funciona la democracia. Y es bueno que así sea. Hubo un tiempo en Brasil en que las cosas se barrían por debajo de la alfombra. La prensa no se enteraba, la policía no investigaba, la Justicia no llegaba. Ahora, todo el mundo, desde el más humilde al más importante, tiene que tener conciencia de que en la vida pública y en la privada las personas tienen que tener un comportamiento respetuoso. Si falla, pagará por ello.
–En el congreso del Partido de los Trabajadores, a fines de agosto, no hablaron ustedes sobre el tema de la corrupción, ¿verdad?
–No, el partido no se pronunció. Yo hice un discurso muy solidario con mis compañeros para que se defiendan, que prueben su inocencia. Tienen el derecho de probarla. Y si no la prueban…
–¿Qué?
–Serán condenados.
–Cuando se visitan favelas en Brasil, uno de los comentarios más comunes es que la policía es corrupta y que la principal banda mafiosa es la de los policías. ¿No hay forma de afrontar la corrupción dentro de los cuerpos policiales?
–Yo no diría que la policía es el principal centro de corrupción. Hay un poco de exageración. Aunque pienso que sí, que hay. Por eso la policía federal está capturando a muchos policías. Pero las cosas sólo se pueden hacer cuando uno lo sabe y lo prueba.
–Brasil destinó el año pasado al presupuesto militar 10 mil millones de euros. Y pretende aumentarlo en un 50 por ciento. ¿Tiene eso algo que ver con los nueve submarinos que ha comprado el presidente Hugo Chávez para Venezuela, y con los helicópteros y aviones que ha adquirido a Rusia por valor de 2900 millones de euros?
–El presupuesto militar brasileño es pequeño. En Brasil, la nómina de los militares en la reserva es hoy más del doble de los que están en activo.
–O sea que no tiene nada que ver con Venezuela.
–Nada, nada. En los años ’70 teníamos empresas modernas que producían blindados. Pero eso fue desmantelado. Brasil tiene que volver a tener todo lo que tuvo. Para volver a construir nuestras fábricas de material bélico tenemos que comprar.
–¿No está cansado de que en casi todas las entrevistas le pregunten por Chávez?
–No. Yo tengo un profundo respeto por Chávez. Trabajamos mucho junto con Venezuela. El problema de los discursos es un problema de Chávez y la pelea de Chávez con Estados Unidos es un problema de Chávez con EE.UU. Somos un continente con una democracia incipiente. Brasil tiene un papel importante en América latina, pero no desea liderar nada.
–En 2010 termina su mandato. Y usted quiere llegar con fuerzas para…
–Hacer a mi sucesor…
–Cuyo nombre no piensa revelar, ¿verdad?
–No tengo aún el nombre.
–¿Se ha planteado usted volver a presentarse en 2014? (La Constitución brasileña no permite ser elegido presidente en más de dos mandatos consecutivos.)
–Yo quiero trabajar para que, en 2010, quien sea candidato para presidente pueda invitarme a que suba con él a los mitines. Porque cuando los presidentes están mal, sus nombres no son citados. Quiero contribuir en la elección de mi sucesor. Y cuando deje la presidencia, se dará cuenta de que no voy a hacer jamás ningún comentario sobre el gobierno.
–¿Se piensa retirar de la política?
–No voy a dejar la política porque la política está en mí desde hace muchos años. Lo que va a pasar después… falta mucho tiempo. Es una ilusión y yo no trabajo con ilusiones. Si vivo en 2014, le voy a dar gracias a Dios. El resto… vamos a ver lo que va a ocurrir.
Por Francisco Peregil *
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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