A esta altura de su mandato ya quedan pocas dudas: el presidente Barack Obama se ha transfigurado en un guerrero y Estados Unidos ha decidido no modificar su estrategia de primacía global, a pesar de sus serios problemas domésticos y materiales. Como tantos líderes de su país desde la Guerra Fría, Obama se siente tentado a resolver problemas político-estratégicos de alta complejidad con el rápido expediente de lanzar operaciones militares. Como su antecesor, George W. Bush, presume que el despliegue del músculo bélico le brinda más dividendos internos y mayor credibilidad externa. Sin embargo, lo primero es algo apenas eventual y lo segundo no será así. Obama, como otros republicanos y demócratas, ha depositado demasiada confianza en el valor del recurso a la fuerza en la política exterior de Washington.
Por Juan Gabriel Tokatlian,
Profesor de Relaciones Internacionales.
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