


Al día siguiente recogió el guante el jefe de la CIA en tiempos de Bush, Michel V. Hayden, que manifestó en Fox News el malestar “de la agencia” porque se había revelado al “enemigo” los “límites” del accionar antiterrorista, y porque se le había quitado una “opción” a los agentes de la CIA, haciendo más difícil la defensa de los Estados Unidos. Entonces Obama anunció una visita a la CIA para calmar los ánimos.
Fue durante esa visita, el 20 de abril, cuando Obama fijó su doctrina. En un discurso ante el plantel de la agencia reunido en el salón de actos, Obama dijo que los agentes que habían utilizado el submarino y otras técnicas de tortura con la aprobación del Departamento de Justicia no serían juzgados. En cambio, los responsables de aprobar esas técnicas de interrogatorio deberán rendir cuentas ante los tribunales de justicia, dijo el presidente. También felicitó a los agentes por aportar información sobre las prácticas ordenadas y les pidió que sigan aportando al esclarecimiento de los hechos ocurridos. Si el Congreso quiere una Comisión de la Verdad, deberá presentar un proyecto bipartidista consensuado, concluyó el mandatario.
La semana siguiente la comisión de inteligencia presentó su informe. Como se esperaba, el informe confirmó que la tortura fue una política de Estado y no una práctica aislada. También señaló como responsable de esa política al ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, además de culpar a la ex asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, de haber aprobado torturas antes de que el Departamento de Justicia las legalizara.
Claro que Rumsfeld y Rice no actuaron dentro de una burbuja. El abogado de la Casa Blanca de Bush John Yoo es el autor de la famosa opinión legal que defiende el poder del presidente, en tanto comandante en jefe, de mantener abiertas todas las opciones, incluyendo la tortura, en tiempos de guerra. Alberto Gonzalez, jefe de asesores legales de Bush antes de asumir como fiscal general, fue el arquitecto legal de la aplicación de torturas y presidió el comité de juristas conservadores que elaboró detalladas guías de procedimientos para los interrogatorios de presuntos terroristas. El asesor presidencial de Bush Karl Rove se habría encargado de reclutar a Hollywood en la cruzada, y no sería ajeno a la aparición de shows y películas estilo 48 horas, que glorifican y justifican la aplicación de torturas a los agentes extranjeros de la ficción. Tampoco puede subestimarse el papel del propio Cheney como consiglieri de Bush y principal apologista mediático de la represión ilegal antiterrorista.
La cadena de responsabilidades claramente llega hasta Bush, pero en caso de que eventualmente sea acusado o condenado por la Justicia, no sería extraño que Obama recurra a la vieja tradición de indultar al ex mandatario por crímenes cometidos durante su gestión, tal como Ford hizo con Nixon. Distinto es el caso de sus colaboradores. Varios de ellos tienen causas judiciales abiertas en Estados Unidos y el extranjero, Obama dio a entender que esta vez no habrá escritos del Departamento de Justicia pidiendo la exoneración de los acusados por razones de “seguridad nacional”, como era costumbre durante el gobierno de Bush.

Por Santiago O’Donnell
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