Es mucho más que un cantante excepcional. El ídolo senegalés se ha convertido en el hombre más influyente de Africa occidental y en la poderosa voz del sufrido continente ante los líderes más importantes del mundo. Por primera vez, el músico N’Dour aborda claramente la tragedia de la inmigración clandestina. Cuando el hombre más influyente de Africa occidental surge cantando del suelo del escenario, los miles de espectadores que abarrotan el estadio de fútbol de Ziguinchor lo reciben con una explosión de júbilo. No importa que Youssou N’Dour los haya hecho esperar nueve horas –desde la una de la tarde hasta las diez de la noche– simplemente porque ha decidido echarse una siesta demasiado larga. En Europa, tal vez lo habrían recibido a botellazos, pero estamos en Africa: aquí el descomunal retraso es una muestra más de la majestad del personaje.
El niño Youssou, hijo de un humilde mecánico de Dakar, que a los 12 años grababa sus canciones en casetes, se ha convertido en algo más que una estrella. Hoy, a los 47 años, es mister N’Dour, un hombre a quien los líderes de los países más ricos del mundo invitan a las cumbres del G8. Los americanos, tan aficionados a confeccionar listas, acaban de consagrarle en la revista Time como uno de los 100 personajes más influyentes del mundo. Es una de las pocas figuras públicas amadas incondicionalmente en Africa, un continente en el que sobran déspotas corruptos y sanguinarios. Su fama en Senegal llega a tal punto que apenas puede salir a la calle por temor a que el fervor de sus compatriotas le provoque la muerte por aplastamiento.
Hacía cinco años que You –como lo llaman cariñosamente en Senegal– no pisaba Ziguinchor, capital de la Casamance, una región situada al sur del país donde guerrilleros independentistas mantienen en jaque permanente al gobierno de Dakar. Sin embargo, esta vez el cantante la ha elegido para arrancar su gira mundial. N’Dour viaja en un Focker de las Fuerzas Armadas puesto a su disposición por el gobierno. Cuando el cantante llega al aeropuerto, el jefe de la base militar de Dakar lo acompaña reverentemente hasta el pie de la escalerilla del avión, en el que también viaja el medio centenar de personas que forman su troupe. Nada más subir al aparato, N’Dour se separa de su grupo para instalarse en un incómodo asiento en la cabina de la tripulación. El asunto se explica cuando el piloto enciende los motores y todas las chapas del viejo aparato comienzan a vibrar de forma amenazadora. Mientras el avión hace temblar a los pasajeros como si sufrieran una crisis de malaria, Youssou lee tranquilamente el periódico: su periódico. El cantante también posee su propia emisora de radio, su propia compañía discográfica, su propio estudio de grabación… Si la voz de N’Dour es de “plata líquida”, según la definición de Peter Gabriel, su negocio es de oro macizo.
La llegada de N’Dour a Ziguinchor es espectacular. Desde el aeropuerto hasta el hotel, varias furgonetas atiborradas de soldados y policías armados con Kaláshnikov protegen la comitiva haciendo sonar las sirenas. La estrella viaja en un todo-terreno de cuyos flancos cuelgan guardaespaldas como armarios. Tras él, un vehículo con altavoz saluda a los habitantes en su nombre. Un autobús con los músicos y varias pickup repletas de alegres gruppies completan el cortejo. A lo largo de cinco kilómetros, la caravana recorre calles polvorientas flanqueadas por casas miserables con tejados de hojalata, cuyos habitantes han salido a contemplar el espectáculo. Decenas de niños y jóvenes descalzos corren junto a los vehículos en medio de una gran algarabía. La pasión que despierta N’Dour está a punto de arrollarlo en los escasos metros que hay entre el coche y la puerta del modesto hotel que ha elegido para alojarse. La multitud está a punto de romper el cordón de seguridad, y los policías se ven obligados a emplearse a fondo para proteger al cantante del amor de sus admiradores, que se agolpan en la puerta y parecen no sentir los golpes ni los empellones. Horas más tarde, después de una interminable siesta, Youssou N’Dour accede por primera vez a recibir a un medio de comunicación internacional para hablar de política y de inmigración. Viste una camisa amarilla bordada, unos vaqueros cuidadosamente salpicados de pintura de varios colores y unas zapatillas Puma negras con el logotipo de Ferrari. Es la misma indumentaria con la que, horas más tarde, cantará, bailará, saltará y sudará a chorros sobre el escenario levantado en el centro del estadio de fútbol. Pero ahora, sentado en el salón de su suite, parece investido de una serena gravedad, mientras asume como propia la desgracia de Africa. Con voz profunda, hilvana un discurso políticamente correcto al que hay que prestar atención al menos por un motivo: Africa lo escucha.
–Hace sólo unas semanas se entrevistó con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en la reunión del G-8, en Heiligendamm (Alemania). En las fotografías Bush se doblaba de risa, pero usted parecía muy serio a su lado.
–Es sabido que no estoy de acuerdo con la postura de Bush acerca de Irak. Pero creo en la defensa de la causa de los más pobres, que somos los africanos. Y para abogar por ellos estoy dispuesto a pagar el precio de reunirme con Bush.
–¿Qué le contó Bush?
–No hablamos de Irak, pero sí conversamos acerca de otros asuntos en los que estamos de acuerdo, como la ayuda global y las acciones en contra de la pobreza, el sida y el paludismo. En la reunión de Alemania, Bush fue muy generoso y mostró una voluntad clara de avanzar en esa lucha. Pero dijo que el Congreso podía dificultarla.
–Es que el Congreso de Estados Unidos está ahora controlado por sus rivales demócratas. ¿Y qué tal le fue con Putin?
–Mi objetivo era ponerlo al corriente de lo que ocurre en Africa. Pretendo reducir la distancia entre Africa y los mandatarios internacionales.
–¿Por qué personas como usted o como el cantante Bono acuden a las reuniones del G8? ¿No ha pensado que pueden estar siendo utilizados como coartada publicitaria por los más ricos para seguir exprimiendo a los más pobres?
–Sé que hay una gran diferencia entre lo que los mandatarios de los países ricos prometen en estas cumbres y lo que cumplen después. Pero también creo que la presencia en ellas de personas como Bono o yo sirven para presionarlos, y por esa razón acudimos. En la cumbre de Escocia, por ejemplo, dimos un concierto que se llamó Life Aid. Nuestra presencia allí sirvió para recordarles que debían cumplir lo que habían prometido.
–Y también para legitimarlos.
–No lo creo, en absoluto. Tenemos la oportunidad de discutir de forma abierta y sincera con los dirigentes del mundo, y es nuestra obligación hacerlo. Concretamente, yo pienso que Alemania debe estar más presente en Africa con ayudas, a través del fondo global, pero la canciller Angela Merkel me explicó que tienen problemas de presupuesto. Bueno. Las discusiones son francas, y nosotros acudimos allí para hablar de las necesidades de los pobres.
–El Nobel José Saramago y el escritor Juan Goytisolo se comprometieron a organizar un G8 paralelo, con los ocho países más pobres del mundo. ¿Estaría usted dispuesto a sumarse a esa iniciativa?
–Me parece una idea extraordinaria y, desde luego, me gustaría participar en ella.
–En el G-8 apenas se habló del drama de la emigración clandestina que vive ahora mismo Senegal. Cientos de sus compatriotas se han ahogado cuando intentaban llegar a Canarias en cayuco. En este momento, al otro lado de la ventana de este hotel, hay varios miles dispuestos a seguir el mismo camino. ¿Qué se puede hacer para evitar esa tragedia?
–Ese asunto tiene tres causas fundamentales. En primer lugar, es un problema de pobreza y equilibrio. Las personas que se embarcan están prácticamente muertas. Es como si ya no existieran. Y piensan: si ya no existo, ¿por qué no arriesgarme? La segunda responsabilidad atañe a los gobiernos africanos, que no logran arreglar el problema de la desocupación. Lo han intentando por todos los medios, pero no lo consiguen. Y es porque antes de arreglar la desocupación deben abordar la formación profesional. No hablo sólo de la educación en las escuelas, sino de la enseñanza en talleres. Y en tercer lugar, Europa, e incluyo a España, debe mejorar la acogida de los clandestinos. Si Europa piensa que puede dormir tranquila sin solucionar el problema de Africa, se equivoca. Este es un asunto muy serio que no puede ser solucionado enviando helicópteros de vigilancia a Senegal.
–Usted es un hombre rico. Pero si se encontrara en una situación tan desesperada como esos muertos vivientes de los que habla, ¿no se subiría a un cayuco?
–Es una pregunta muy difícil. Creo que no, porque amo mi país. Desde muy joven estoy ligado a esta tierra, al Africa. Por mi prestigio como cantante, me han ofrecido en varias ocasiones la residencia en otros países, pero siempre he rechazado irme. Creo que me quedaría aunque tuviera problemas económicos.
–Usted también se ha beneficiado en cierta forma de la emigración. Si triunfó internacionalmente fue en gran parte gracias a la publicidad que le hicieron los taxistas senegaleses en Francia. Sin embargo, ahora los inmigrantes de su país venden sus discos pirateados en las aceras de toda Europa. Lo hacen más famoso, pero lo privan de los beneficios económicos.
–Es un círculo completo, sí. Uno no puede reivindicar nunca la propiedad intelectual del cien por cien de lo que hace, porque el receptor también pone algo de su parte. Mi primer show fue para la confederación de taxistas. Y ahora se da la situación de que mucha gente va a la Fnac, pero no tiene dinero para comprarse mi último disco, y entonces piensa: yo tengo derecho a tenerlo, y compra una copia más barata. Una vez, en Nueva York, visité el mercado senegalés. Estaba lleno de copias piratas de mis discos. Protesté, pero los comerciantes me dijeron: “Señor N’Dour, con estas copias piratas nosotros nos encargamos de su promoción en América. Debería darnos las gracias”. ¿Qué iba a hacer? Tenían razón, así que les di las gracias.
–Usted declaró que en Europa existen prejuicios sobre los africanos, pero que también los africanos adquieren en Europa prejuicios sobre sí mismos. ¿Hablaba de distintas formas de racismo?
–No sólo hablaba de racismo. El problema real es que Occidente tiene una imagen fija de Africa y no quiere cambiarla. Es la imagen de la pobreza, la selva, la guerra, el sida y la hambruna. Eso existe, pero también hay otras cosas. Hay otra cara de Africa. Por ejemplo, es cierto que, aquí en Ziguinchor, la gente no tiene dinero, pero si usted sale a la calle podrá comprobar que está contenta. Y esa imagen de solidaridad y de alegría es la que yo quiero mostrar. No sólo que los africanos no viven en los árboles.
Por Tomas Barbulo *
desde Ziguinchor
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