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Ocho intendencias y mucho más. La izquierda por paliza

La izquierda ganó ocho intendencias, entre ellas las de cinco de los seis departamentos más poblados del país. Desalojó al Partido Nacional (pn), el principal de la oposición, de varios de sus principales bastiones departamentales, incluidos Paysandú y Maldonado. Los blancos, cuyo mayor poder estuvo siempre en el Interior, perdieron tres intendencias* y los colorados apenas conservaron una. El EP-FA más que duplicó el número de sus ediles en las juntas departamentales y en Montevideo, cuya Intendencia ganó por cuarta vez consecutiva, obtuvo, como hace cinco años, un porcentaje cercano al 60 por ciento. Los resultados de estas elecciones departamentales superaron las expectativas del más optimista de los frenteamplistas; fortalecieron, con un contundente voto de confianza, al gobierno de Tabaré Vázquez; y significaron una doble derrota para Jorge Larrañaga, el principal dirigente de la oposición. Para comprobarlo, vale la pena mirar con atención los cuadros con información sobre los resultados y comparaciones con otros comicios (páginas 12 y 13).
PROHIBIDO NO DOBLAR A LA IZQUIERDA. Ricardo Ehrlich será el intendente en Montevideo, Marcos Carámbula en Canelones, Juan Giachetto en Florida, Óscar de los Santos en Maldonado, Artigas Barrios en Rocha, Gerardo Amaral en Treinta y Tres, Ramón Fonticiella en Salto y Julio Pintos en Paysandú. Los resultados de la gestión de cada uno se verán en esos ocho departamentos. Pero este triunfo arrollador a nivel municipal es además la tercera pata de una mesa que, desde octubre último, incluye el Poder Ejecutivo y la mayoría absoluta en el Parlamento. A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde las elecciones a mitad de mandato –sean legislativas o municipales– constituyen una evaluación de la gestión del gobierno central y sus resultados deben interpretarse como una aprobación o un rechazo de la misma, estos comicios realizados a 70 días de la asunción de Vázquez como presidente deben ser leídos como un voto de confianza de la ciudadanía, una apuesta a fortalecer al nuevo gobierno para que logre cumplir su compromiso de cambiar el país.
Esta es la explicación principal de los resultados del domingo 8, más allá del trabajo de los candidatos, los demás dirigentes y los militantes de los departamentos en que ganó el EP-FA y también de aquellos en los que no ganó, porque en definitiva en todos la izquierda creció considerablemente con relación a los comicios de hace cinco años (más que duplicó sus votos, por ejemplo, en departamentos como Artigas, Flores y Durazno, y estuvo cerca de hacerlo en Colonia, Lavalleja y Rivera).
Hace cinco años el EP-FA había llegado primero en cuatro departamentos en las elecciones nacionales (Montevideo, Canelones, Paysandú y Maldonado), pero seis meses después, en las departamentales de mayo de 2000, sólo ganó la Intendencia de la capital.
¿Por qué el domingo 8 ganó ocho intendencias, una más de los departamentos en los que había llegado primero en octubre último? Hubo, sin duda, un efecto arrastre: sería impensable imaginar estos resultados si hace seis meses no hubiese ocurrido el giro histórico que se produjo en la elección presidencial. Fue precisamente el resultado de octubre lo que en mayo permitió a la ciudadanía doblar la apuesta y otorgar lo que se ha dado en llamar “el espaldarazo”. Fue, en ese sentido, el fin de un ciclo que comenzó hace un año y medio, en diciembre de 2003, con el plebiscito por ANCAP, siguió en junio con las internas –que mostraron a un EP-FA unido, a los blancos disputando el liderazgo partidario y a los principales dirigentes colorados buscando hacia dónde disparar–, y llegó a su punto culminante en octubre, con el triunfo de la izquierda en primera vuelta. Pero “arrastre” no es sinónimo de “exitismo” de los ciudadanos o “subidas al carro de los ganadores”; significa la confirmación del rumbo tomado por los uruguayos en octubre. Por otra parte, el domingo 8 no hubo un crecimiento de la votación de la izquierda, que en términos porcentuales bajó un punto y medio con respecto a las elecciones presidenciales, ubicándose en el 48,9 por ciento del total.
Hubo otras razones para esta victoria aplastante de la izquierda: el voto castigo a un modelo de hacer política de los partidos tradicionales que la gente ya no soporta y que la izquierda se ha comprometido a desterrar. Y hay también otro tipo de explicaciones, cuyos orígenes se remontan a la fundación del FA, hace 34 años, su crecimiento constante y su progresiva consolidación, primero en la capital y después en todo el país. Basta recordar que hace 20 años, cuando a la salida de la dictadura asumió la presidencia Julio María Sanguinetti tras una elección en la cual los otros dos principales candidatos estaban proscritos, los colorados ganaron 12 intendencias y los blancos siete. El FA, que en esa ocasión logró una menguada bancada parlamentaria, debió esperar cinco años para ganar el primer gobierno departamental. Dos décadas después, la crisis económica y social se agudizó considerablemente, y en consecuencia se ha reducido muchísimo el margen de maniobra de cualquier gobierno, pero también es cierto que desde hace medio siglo ningún presidente uruguayo ha tenido tanto respaldo de la ciudadanía como el actual ni tantas posibilidades, desde el punto de vista de los resortes institucionales, de llevar adelante su programa.
Más allá del aporte decisivo de votos de dirigentes de la Nueva Mayoría –como Ricardo Alcorta en Maldonado y Jorge Dighiero en Paysandú–, la izquierda recuperó su nombre: en las calles de todo el país las banderas que flamearon, como en octubre, fueron las de Otorgués y en sus discursos los nuevos intendentes –Ehrlich y Carámbula, por ejemplo– invocaron exclusivamente al Frente Amplio y a Liber Seregni. Da la impresión de que el pueblo frenteamplista –bases y dirigentes– aprueban las alianzas y las respetan, pero emocionalmente no terminan de asumirlas.
Se ha sostenido que el EP-FA se vio favorecido en algunos departamentos donde los colorados, en lugar de votar al pn –único partido que tenía posibilidades de derrotar a la izquierda–, apoyaron a su propio candidato. En los departamentos en que ganó el EP-FA, sólo hubo una votación colorada relativamente importante en Salto. Si allí hubiese habido una votación orientada antes que nada a impedir el triunfo de la izquierda, el intendente electo sería, seguramente, blanco. También hubiese perdido el EP-FA en casi todos los departamentos en los que triunfó –salvo Montevideo y Canelones– si todos los votantes colorados hubiesen apoyado a los candidatos blancos. Pero más bien el razonamiento debería ser el inverso: mientras existan formalmente los dos partidos tradicionales y no se constituya de modo oficial la familia ideológica de los no frenteamplistas, hay que suponer que los blancos votarán a su partido y los colorados al suyo.
Existe, sin duda, movilidad en los electorados de los partidos tradicionales. Se ha hecho visible en varias de las últimas instancias electorales –especialmente en esta última– y se traduce en que un importante número de ciudadanos se inclina por votar a quien pueda pelear contra el EP-FA con mayores posibilidades: en el caso de Montevideo, a Larrañaga en octubre y a Bordaberry (Pedro) en mayo, por ejemplo. Este tipo de razonamientos y el consiguiente trasiego de votos hacia los candidatos del pn puede haber contribuido a votaciones coloradas tan reducidas como las registradas en San José, Maldonado, Río Negro o Colonia, y también puede haber llegado a definir la victoria blanca en Artigas.
NO SE CONFORMA QUIEN NO QUIERE. Como ocurre en toda elección, en la del domingo 8 no sólo los candidatos a las intendencias y a las juntas departamentales podían ganar o perder. Estaba en juego también la relación de fuerzas entre el gobierno y la oposición y la incidencia de los diferentes sectores dentro de cada uno de los partidos.
Estuvo lejos de haber tres partidos ganadores, como pronosticaban algunos analistas. Según ellos, el FA ganaría Montevideo y “algunas” intendencias del Interior, los blancos conservarían sus 13 comunas y probablemente sumarían algunas nuevas, y los colorados comenzarían a remontar su desastrosa votación de octubre en todo el país, reteniendo una o dos intendencias y aumentando bastante los votos que habían recibido seis meses antes en la capital. No hubo finalmente más que un ganador, el EP-FA, y fue por goleada.
El pn, que tenía 13 intendencias y era el heredero natural de algunas de las que perdería el PC, debió conformarse con un total de diez, entre las cuales no figuran las más pobladas ni las de mayor participación en el PBI, con excepción de Colonia. Perdió la estratégica Maldonado y la simbólica Paysandú, tierra de Jorge Larrañaga, su máximo dirigente, quien se limitó a calificar el resultado como “un revés electoral, pero no una catástrofe”, por más que –hombre transparente en materia gestual– su rostro parecía indicar lo contrario.
En realidad, Larrañaga sufrió dos derrotas en una: como principal dirigente de la oposición quedó en peores condiciones que antes para negociar con el gobierno, y en la interna de su partido tendrá menos peso relativo ante los dirigentes de los otros dos sectores que el que había obtenido en junio último, cuando le ganó la candidatura única a la Presidencia a Luis Alberto Lacalle.
Entre los diez intendentes blancos electos hay cuatro herreristas (Chiruchi en San José, Silveira en Artigas, Ambrosio Rodríguez en Cerro Largo y Vidalín en Durazno),** tres de Alianza Nacional (Ezquerra en Tacuarembó, Lafluf en Río Negro y Besozzi en Soriano) y uno de Correntada Wilsonista (Vergara en Lavalleja). Los otros dos –Zimmer de Colonia, y Echeverría de Flores– son independientes y formaron listas locales que contaron con el respaldo de dirigentes de Alianza Nacional y el Herrerismo. Sin embargo, Echeverría viene del Herrerismo y fue dos veces intendente del mismo departamento por ese sector (desde 1990 hasta 2000); en los años siguientes fue embajador en Bolivia. En cuanto a Zimmer, que hasta 1987 fue frenteamplista (a principios de los setenta militó en el 26 de Marzo y a la salida de la dictadura lo hizo en la IDI), en octubre último figuró como suplente del tercer senador de Alianza Nacional.
Pero no sólo importan los ganadores; también los otros. Si Larrañaga sufrió una pérdida muy importante en los comicios municipales –la de “su” Paysandú–, también tuvieron sus reveses Gallinal (con Antía en Maldonado y Wilson Elso en Treinta y Tres) y el Herrerismo (con José Carlos Cardoso en Rocha y con el triunfo colorado en Rivera, el bastión del senador Luis Alberto Heber).
Como era previsible, Larrañaga ha intentado minimizar la magnitud de estos resultados y en una verdadera maratón de visitas a estudios de radio y televisión viene insistiendo en que lo que se celebraron fueron 19 elecciones departamentales y que en ellas no incidieron las autoridades nacionales del pn; en que éste de todas maneras mantiene mayoría en el Congreso de Intendentes –una ventaja que prácticamente no tendrá consecuencias prácticas–; en que los resultados se debieron a que el EP-FA recurrió a la triple candidatura; y, en el caso específico de Paysandú, en que los blancos, contra su opinión, presentaron sólo dos candidatos. Alega que su mandato como presidente del Directorio finaliza en 2009, cuando se inicie el próximo ciclo electoral, un extremo que nadie discute. Lo que sí han cuestionado, generalmente en voz baja, algunos dirigentes de todos los sectores, incluido el suyo, es que su liderazgo ha quedado enormemente abollado, y ese dato parece incontrovertible, habida cuenta de la minoría de intendentes que logró su sector, de la pérdida de Paysandú y de su participación en la campaña electoral (si la tuvo, no supo conducirla, y si no, su ajenidad resulta incomprensible, a menos que –como enseñaba el Principito–, haya preferido no impartir órdenes que pudieran no ser cumplidas).
No se trata, entonces, de que Larrañaga vaya a ser desplazado; en ese sentido lo favorecen las pérdidas de los otros sectores y, sobre todo, la complicada interna del Herrerismo, cuyo único dirigente de primera línea que salió fortalecido de esta instancia fue Chiruchi. Por otro lado, la presencia de Lacalle en esta campaña apenas se advirtió, y en este sentido los resultados parecen dar la razón a quienes siguen añorando su experiencia en estas lides y su conocimiento de cada rincón del país.
Por su parte, entre los colorados, su secretario general, Julio María Sanguinetti, consideró que el resultado era “alentador y valioso” para su colectividad. Es innegable que el PC votó mejor que en octubre: casi un 60 por ciento más en todo el país, que conservó la Intendencia de Rivera y que efectivamente triplicó los votos que había tenido en octubre en Montevideo. Pero estaba en el fondo del pozo: podría decirse que pasaron del tercer subsuelo al segundo. Algunos datos ilustran su verdadera situación. Los colorados ganaron en Rivera y salieron segundos en Montevideo, pero en los otros 17 departamentos fueron terceros. Sólo superaron el 10 por ciento en cinco departamentos (Artigas, Florida, Montevideo, Rivera y Salto) y en dos de ellos ni siquiera llegaron al 3 (Maldonado y San José), por lo que ni siquiera lograron un lugar en sus juntas departamentales. En cuanto al número de ediles en todo el país, el PC se redujo casi a la quinta parte: pasó de 290 a menos de 60.
La gran pregunta es si el PC de los próximos cinco años –que tendrá un alto índice de desempleo entre sus dirigentes– será una vez más el de Sanguinetti y Batlle, cuyos sectores concentraron, en ese orden, el mayor número de votos a esa colectividad; si será el de Tabaré (Viera) y Bordaberry (Pedro); o si será, quizás, el de quienes levantan la bandera de la renovación, como Julio Herrera, Samuel Lichtenzstejn, Ope Pasquet, Alberto Iglesias y Manuel Flores Silva.
Contrariamente a lo que sostiene el editorial de El País de ayer, jueves, los blancos no votaron bien, y no hubo más ganador que el Frente Amplio.***
OTRO MAPA. El presidente Vázquez se reunirá el viernes 20 con los intendentes electos. Ya adelantó que apoyará la actuación de todas las comunas, sin discriminación. Ese respaldo implicará no sólo coordinación sino también financiación, un aspecto que en los últimos tiempos ha sido de permanentes tironeos entre el gobierno central y los jefes comunales. Con la única excepción de San José, las intendencias se encuentran en situación deficitaria; los problemas más graves se dan en las de Canelones y Rocha, dos de las que estarán a cargo del EP-FA.
El 8 de julio, finalmente, se echará a andar un país que no será nuevo, pero sí sustancialmente distinto.

* El saldo de diez resulta de restar a las 13 intendencias que tenía el pn las cinco que perdió –Paysandú, Maldonado, Florida, Rocha y Treinta y Tres– y sumar dos de las cinco que estaban en manos de los colorados (Artigas y Río Negro).
** Dos de los cuatro –Chiruchi y Rodríguez– ostentan el dudoso mérito de haber iniciado sus carreras municipales como intendentes interventores de la dictadura. En el caso de Chiruchi ese dato se omite, al extremo de que la prensa suele afirmar que el próximo será su cuarto mandato, cuando en realidad es el quinto.
***A lo sumo podría sostenerse que hubo otro ganador, el empresario Juan Carlos López Mena, quien hizo sus apuestas en las elecciones de dos de los tres departamentos a los cuales llegan los barcos de su flota –Colonia y Maldonado– y en ambos acertó. Respaldó al blanco Zimmer y al frenteamplista De los Santos. Se le podrán formular otros reproches, pero no que tenga mala puntería.

22 ELECCIONES

En rigor, las elecciones del domingo 8 no fueron 19 sino 22: además de las intendencias y las correspondientes juntas departamentales, se votó la integración de las tres juntas locales autónomas electivas: las de Bella Unión (Artigas), San Carlos (Maldonado) y Río Branco (Cerro Largo). En las dos primeras el resultado, según el escrutinio primario, fue el mismo: ganó el EP-FA, que obtuvo tres de los cinco cargos en cada una de ellas, mientras que los otros dos lugares serán ocupados por los candidatos blancos. En Río Branco habrá dos ediles blancos, dos del EP-FA y uno del PC, correspondiendo la presidencia a uno de los blancos (de la lista de Larrañaga), que superaron a la izquierda por unos 400 votos. Las juntas locales autónomas –electivas o designadas por los intendentes– tendrán en el futuro una actuación importante, a diferencia de lo ocurrido durante los últimos gobiernos. Esa será una de las consecuencias inmediatas del proceso de descentralización que el EP-FA se ha comprometido a impulsar en todo el país.

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