La primer señal la proporcionó (aunque hoy minimice su exceso verbal) el propio presidente al anunciar hace menos de dos meses que con estas elecciones plebiscitaría su gestión. Este anuncio coincidió con una exacerbación de las tensiones entre el presidente Kirchner y su
socio-rival el ex presidente Duhalde. El centro territorial de la disputa es la provincia de Buenos Aires donde se concentran más del 40% de los votos del país. Jamás en su historia el peronismo ha tenido dos caudillos en forma simultánea. El enfrentamiento interno al que asistimos estos días, paraliza al congreso desde hace meses y arriesga incluso a comprometer la gobernabilidad.
Históricamente el peronismo ha trasladado sus conflictos al Estado y a la sociedad y para ello la existencia de un proyecto político, aun mutando con el paso del tiempo en su forma y esencia, ha sido determinante. Al reducirse hoy el conflicto a una mera guerra de aparatos y a la lucha desnuda por el poder, la sociedad ha decidido sintonizar otra frecuencia de onda y asistir impávida a los efectos de esta guerra de posiciones. Su impacto electoral concreto, dirá muchas más cosas de la sociedad argentina que de su gobierno.
Las candidaturas enfrentadas al senado nacional por la provincia de Buenos Aires de las mujeres de ambos caciques, Chiche Duhalde y Cristina Kirchner, se ha convertido en el instrumento privilegiado de la confrontación.
Mucho hay de viejo y sorprendentemente algo tal vez fundamental de nuevo en esta guerra declarada. El peronismo, que posee una larguísima historia de enfrentamientos internos, posee también sobre todo desde el retorno de la democracia en 1983, una larga historia de arreglos y componendas de la cual los 10 años del gobierno de Menem constituyen un ejemplo tan emblemático cuanto significativo. El saqueo literal de un país y la construcción de la mayor deuda externa de la historia de América Latina, coincidió con la insólita permanencia de un monolítico bloque parlamentario, apenas alterado por una intrascendente disidencia de un puñado de diputados al comienzo del gobierno de Menem.
Sin embargo, la “nariz de Cleopatra”, expresión conque los cronistas ejemplifican los imprevisibles de la historia, no está ausente de lo que esta coyuntura puede traer de nuevo.
Si defino un problema como real (aunque no lo sea), reales serán sus consecuencias reza el teorema de Thomas, sociólogo americano de los 50. El carácter irascible de Kirchner, que ha convertido cada día más a sus humores en problemas de Estado, ha construido en una escalada de agravios personales un punto de posible no retorno que tal vez constituya lo nuevo en esta vieja historia.
Desde hace años, el enorme bloque parlamentario del peronismo resolvió internamente sus profundos conflictos, convirtiéndose para afuera en una dócil máquina de votar.
Nunca la posibilidad de fractura profunda e irreversible de este bloque apareció tan inminente como en estos días. Pero el curso de los acontecimientos futuros será seguramente tan tortuoso y zigzagueante como sus orígenes y muchas voces se aprestarán a negarlo. Se atribuye a Bismarck la frase según la cual, en política nada es cierto hasta que no haya sido debida y reiteradamente desmentido.
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