Chávez no se va. Así lo decidieron los siete millones de venezolanos que lo volvieron a votar tras una gestión que lleva ya ocho años. Cuando se había contado el 80 por ciento de los votos se dio el resultado provisorio pero irreversible: Hugo Chávez 61,8, Manuel Rosales 38,9.
Estos resultados se comprenden mejor si se tiene en cuenta que cada vez que el gobierno bolivariano se sometió a votación resultó triunfante por un margen mayor de votos. En 1998 Chávez ganó por un margen de 800 mil votos, con el 55 por ciento de los sufragios. En 2000 obtuvo el 58 por ciento, en 2004 –en ocasión del referendo revocatorio– el 59 por ciento y este domingo superó el 61 por ciento.
El candidato opositor reconoció los resultados emitidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE) y al hacerlo se apartó ipso facto de quienes, dentro de sus propias filas, hacían encendidos llamados a salir a las calles a “cobrar” un fraude en el que sólo ellos parecían creer.
Todas las misiones de observadores presentes en el país aseguraron que tanto la mecánica de la votación como los procedimientos de conteo fueron transparentes. Lo que es indudable es que las elecciones venezolanas son, desde hace varios años, las más observadas y las que mayores garantías ofrecen: las máquinas electrónicas emiten un comprobante de voto –cosa que no hacen las máquinas usadas en otros países, entre ellos Estados Unidos– y el porcentaje de urnas auditadas alcanza al 54,3 por ciento cuando, en los pocos países donde hay auditorías, ese porcentaje se sitúa entre el 2 y el 4 por ciento.
Como esta respuesta unánime de los observadores contradecía el principal argumento de la oposición –“habrá fraude”–, incluyeron en el campo enemigo también a los observadores. La columna “Artillería de oficio”, del diario El Nacional (29-XI-06), consideraba la presencia extranjera como una plaga de “adoradores del buen salvaje que se trasladan a los escenarios de conflicto para apoyar caudillos redencionistas y salvadores de pobres”. Y, menos académico, el columnista del diario El Nuevo País (30-XI-06) la emprendía contra el secretario general de la oea, José Miguel Insulza: “Por todo ello, a nombre propio y sin que me quede nada por dentro, es que para mí Insulza no es más que un magnífico soberano secretario general de la concha ’e su madre… Él hace toda una apología del chavismo. (…) Sin darse cuenta de que acá se vive en un régimen totalitario, tortuoso, que con sus disfraces democráticos hace caer a pobres imbéciles como Insulza”.
No parece necesario aclarar que abundan en la prensa venezolana este tipo de mensajes, en los que se acusa al presidente –y a otros miembros del gobierno– de corrupto, dictador, mentiroso, comunista, sin que el gobierno tome ninguna medida restrictiva.
Esa prédica no cesó con el comunicado oficial de resultados.
No obstante, el domingo 3 los ganadores de las elecciones festejaron, bajo una lluvia torrencial, su indiscutible victoria, mientras desde el balcón Chávez agradecía a la multitud: “¡Me rindo a los pies del pueblo venezolano! Rindo mi amor, mi admiración y mi humildad al pueblo inmenso de Venezuela”.
EL PROYECTO. Estas elecciones arrojan un dato contundente: más del 60 por ciento de los venezolanos votó por un proyecto socialista bolivariano. Es una definición explícita, figura en los documentos y está en los discursos y la comunicación cotidiana del gobierno. “Hoy comienza una nueva era dentro del proceso nacional de desarrollo bolivariano. Podemos definirla de muchas maneras, pero podemos definirla en cuatro líneas: tendrá como idea fuerza central, como línea estratégica y fundamental, la profundización, la ampliación y la expansión de la revolución bolivariana, de la democracia revolucionaria, de la vía venezolana hacia el socialismo.”
Chávez trajo otra vez estas palabras al ruedo.
Entre los visitantes, observadores, amigos, enemigos, hay muchos directores técnicos y todos parecen saber si esto es socialismo o no. Saben también si es populismo y hasta si es populismo de izquierda o de derecha. Pero Chávez les complica cada una de las afirmaciones. Dijo en su discurso de aclamación: “Igualdad, ésa es la consigna. Libertad. Justicia. Ésa es la nueva época que hoy empieza. Que nadie le tenga miedo al socialismo. El socialismo nuestro es un socialismo indígena, cristiano y bolivariano”.
Aunque la oposición toma cada una de estas palabras como bandera negativa para tratar de mantener unidas a sus tropas, tras el discurso de reconocimiento de la derrota por parte de Rosales aparecieron las primeras grietas, y el rumor de que Rosales se había vendido al chavismo empezó a circular.
Ardua tarea le espera a la oposición para mantenerse unida y activa. Pero su desarticulación no conviene a nadie, ni a los propios ni a los ajenos. Al finalizar su próximo mandato Chávez habrá cumplido 14 años en el gobierno, siendo el candidato más votado en la historia del país y el de más extenso ejercicio de gobierno.
Son muchas las preguntas que se plantean ante este panorama. El fenómeno electoral venezolano, cuando da como resultado la reafirmación creciente de una propuesta como la bolivariana, de amplio respaldo popular, económico y militar, está dando qué hacer a los estrategas de la Casa Blanca.
La empresa Laurel Venezolana hizo circular entre sus empleados un documento en el que analizaba los posibles escenarios electorales y hacía recomendaciones. Según el análisis, había en este país un 60 por ciento de posibilidades de que ocurrieran alteraciones del orden público; un 30 por ciento de que hubiera elecciones pacíficas y un 10 por ciento de que se suspendieran las elecciones (porcentaje que la empresa no sumaba a las alteraciones del orden público). Y luego recomendaba: su empresa no debe idenficarse con ninguna preferencia política; considere colocar a un gerente encargado de mantener contacto con Laurel y manejar el plan de seguridad en caso de ser necesario; active el sistema de seguridad de su compañía y asegúrese de tener un sistema de radio de reserva para que los guardias controlen las áreas aledañas, y otras recomendaciones por el estilo. Luego presenta recomendaciones a los empleados y una guía de abastecimiento del hogar ante desórdenes públicos, en la que incluye lo necesario para sobrevivir aislados durante siete días.
Este tipo de acciones fueron y son comunes en Venezuela. Lo mismo hizo la embajada de Estados Unidos con sus ciudadanos en Venezuela, en Bolivia y en Ecuador, cada vez que hubo elecciones con candidatos “populistas radicales de izquierda”.
Surten efecto en el segmento de la sociedad que no tiene contacto directo con los sectores populares a los que temen más que a la peste y que se informa exclusivamente por los medios antigubernamentales (la enorme mayoría) y por este tipo de comunicados exclusivos.
Dado que lo que se juega en Venezuela es demasiado importante como para imaginarse la pasividad de los centros mundiales de poder, y dado que además se juega en un escenario latinoamericano más afín a los cambios que a la conservación, importa conocer el nuevo modo operativo con que estos centros “atienden” fenómenos como el chavismo.
Por: Clara Michel
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