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“Si disparan se acaba Mubarak, y si no, también”

La vieja mujer envuelta en una bufanda roja estaba parada a centímetros de un tanque M1 Abrams, del Tercer Cuerpo del Ejército egipcio, fabricado en Estados Unidos, ubicado justo en el borde de la plaza Tahrir. Sus soldados eran paracaidistas, algunos portaban boinas rojas, otros cascos. Sus armas apuntaban a la plaza. “Si ellos disparan al pueblo egipcio, Mubarak está acabado”, dijo la señora. “Y si ellos no disparan al pueblo egipcio, Mubarak está acabado.” Así de grande es la sabiduría que expresa por estas horas este pueblo.

Poco antes del anochecer, cuatro Halcones F16, de nuevo, claro, fabricados por el país del presidente Barack Obama, sobrevolaron la plaza con rugidos cuyos ecos rebotaron entre los grises edificios y la gigante cuadra Nasserist, mientras los ojos de decenas de miles de personas en la plaza los miraban atónitos. “Ellos están de nuestro lado”, manifestó la multitud al cielo.

De alguna manera, no opinaba lo mismo. Y esos tanques –14 en total– posicionados en la plaza, que llegaron sin ningún slogan pintado sobre sus estructuras de hierro, con sus soldados hoscos y aprehensivos, no habían aparecido –tal como los manifestantes creían– para protegerlos.

Pero luego caminé hacia un oficial que estaba parado cerca de uno de los tanques y el hombre saltó de repente con una sonrisa en la cara. “Nunca dispararíamos a nuestro pueblo. Aun si nos lo ordenaran”, gritó por encima del rugido del motor. De nuevo, no me convencía. El presidente Hosni Mubarak –o tal vez deberíamos decir ahora “presidente” entre comillas– estuvo en las oficinas militares, compartiendo una nueva junta con los antiguos oficiales militares y de inteligencia. El rumor dio vuelta la plaza: el viejo lobo intentaría dar batalla hasta el final. Algunos otros consideraron que eso ya no importaba. “¿Puede Mubarak matar 80 millones de egipcios?”, se preguntaron.

El sentimiento antinorteamericano comenzó a crecer luego de que Obama mantuviera su tibio apoyo al régimen de Mubarak. “No a Obama, no al régimen de Mubarak”, se podía leer en los carteles. En algunos de ellos, la cara del presidente egipcio aparecía con la estrella de David sobreimpresa.

Muchos integrantes de la multitud guardaban los cartuchos de las balas que las fuerzas de seguridad dispararon contra ellos la semana pasada. La frase “Hecho en USA” podía leerse en el fondo de los cartuchos. Pero además, noté que la cabeza del casco de los tanques llevaba la marca “MFR”. A esta altura, un soldado con un rifle y una bayoneta recibió la orden de arrestarme, así que corrí y me escabullí entre la multitud, y el efectivo desistió. ¿Puede la sigla “MFR” significar “Reserva de la Fuerza Móvil de Estados Unidos”, que sigue manteniendo sus tanques en Egipto? ¿Serían esos tanques un préstamo del país norteamericano? No necesitamos esforzarnos para entender qué hicieron los egipcios para obtener eso a cambio.

Sin embargo, más temprano, hubo extraordinarias escenas entre los manifestantes y las brigadas de otro grupo de tanques (en esta ocasión, las máquinas eran unos viejos Pattons M-60 de la época de la guerra de Vietnam), que parecían proteger un camión hidrante enviado para limpiar las calles. Cientos de hombres jóvenes arrollaron uno de esos tanques y, cuando un teniente con lentes de sol empezó a disparar al aire, fue empujado contra el vehículo, al que tuvo que treparse para escapar de los jóvenes. Enseguida, la multitud recuperó la compostura, comenzó a sacarse fotos con los soldados y les alcanzaron agua y frutas.

En un momento, la tropa formó una larga hilera y avanzó a través de la calle. Entonces, un anciano jorobado buscó la manera de obtener el permiso de acercarse a los soldados. Lo seguí hasta que abrazó al teniente y lo besó en ambas mejillas: “Ustedes son nuestros hijos. Nosotros somos su pueblo”. Luego, el hombre recorrió la hilera de soldados, besó y abrazó a cada uno de ellos, y les dijo a cada uno que era su padre. Se necesita un corazón de piedra para no sentirse conmovido por semejantes escenas. El día de ayer estuvo repleto de ellas.

A este punto de los acontecimientos, un grupo de manifestantes arrastró a un ladrón –de los que El Cairo pareciera estar repleto por estos días– hasta los pies de los soldados. “Ustedes están aquí para protegernos”, exigieron a coro. Uno de los soldados golpeó al hombre en la cara, y su oficial lo abofeteó por eso. Luego, el soldado se sentó lejos de su tropa sacudiendo la cabeza, en desacuerdo.

Un helicóptero Mi-25 egipcio –en esta ocasión, una reliquia de la orden soviética– circuló por el aire sobre la multitud todo el día, exhibiendo seis cohetes listos para ser disparados. Pero nada hizo. Luego, un avión Gazzelle, de fabricación francesa, perteneciente a la fuerza aérea egipcia, voló rasante sobre la gente en la plaza. La multitud lo saludó efusiva. Y esa misma efusión se pudo ver en el saludo que el piloto les devolvió.

Todo el tiempo, ese pueblo egipcio se acercaba a los extranjeros –los ingleses de canosa cabellera no lucen demasiado egipcios– y les contaban que un pueblo que perdió su miedo no lo vuelve a sentir más. “Nunca más vamos a sentirnos aterrados”, me gritó una joven mujer mientras los aviones comenzaban a rugir de nuevo.

Y los saqueos y los incendios continúan sucediendo. Un ex policía me comentó que muchos de los saqueadores integran un grupo que pertenece al oficialista Partido Nacional Democrático, cuyo rol anterior había sido matonear a los habitantes para que votaran por su adorado líder en las legislativas del año pasado. Lo que nos preguntamos todos es por qué ahora están quemando y saqueando, crímenes por los que el pueblo egipcio, que pide la retirada de Mubarak, está siendo responsabilizado. El antiguo policía, que por esos momentos intentaba convertirse en el negociador entre los manifestantes y las fuerzas armadas, apuntó: “El ejército estará de nuestro lado porque sabe que Mubarak se tiene que ir”. De nuevo, no estoy tan seguro.

Por Robert Fisk,  de The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.


El ejército dejó a Mubarak librado a su suerte


Mujeres y hombres; jóvenes, adultos; familias enteras. Los egipcios comenzaron a poblar la plaza Tahrir, la plaza central de El Cairo, desde la media tarde de ayer. Allí pasaron la noche, a la espera de la “Movilización del millón de personas” y una huelga general, ambas medidas convocadas por la oposición y legitimadas por el pueblo. El reclamo es uno: que Hosni Mubarak y todos los funcionarios que conforman su gobierno abandonen el poder. El toque de queda, que comenzó a las 16 local, no les hizo ni cosquillas. La jura de los nuevos ministros y la supuesta intención del vicepresidente de entablar un diálogo con los dirigentes opositores para modificar la Constitución, tampoco. El Ejército adelantó que no utilizará la fuerza para reprimir la multitudinaria marcha, cuyos motivos consideró legítimos. Por su parte, las autoridades ordenaron el cierre de los accesos a El Cairo. El silencio oficialista comenzó a agitar las aguas de la comunidad internacional, que está inquieta. Estados Unidos exigió “acciones, no nombramientos” al gobierno. La familia presidencial huyó de Egipto y se instaló en la mansión que poseen en Londres, valuada en 13 millones de dólares, informó la cadena árabe Al Jazeera.

“Todo el régimen tiene que caer. No queremos que nadie relacionado con Mubarak permanezca en el nuevo gobierno, que nosotros elegiremos. Queremos un gobierno civil ejercido por el pueblo, que piense en el pueblo y gobierne para él”, explicó a Al Jazeera Hassan, un trabajador y manifestante, desde Tahrir. Al cierre de esta edición, cerca de 250 mil personas se encontraban acampando en la plaza y sus alrededores.

El Ejecutivo ordenó el cierre inmediato de las rutas que llevan a la capital y del puerto de Alejandría, en el norte de Egipto, además de la suspensión de los servicios de trenes en todo el territorio y de la cancelación de todos los vuelos de la aerolínea de bandera Egyptair. La medida es de carácter indefinido y rige durante las 24 horas.

Durante la víspera de la gran marcha, el Ejército egipcio emitió un comunicado en el que calificó como legítimas las reivindicaciones de la movilización y aseguró que “no recurrirá al uso de la fuerza contra el pueblo egipcio”. “La libertad de expresión de forma pacífica está garantizada para todos”, afirmó el portavoz del Ejército encargado de la lectura del texto.

En horas de la mañana, el presidente tomó juramento a su nuevo gabinete, cuya conformación encargó el sábado al entonces recién nombrado primer ministro, Ahmed Safiq. Lejos de escuchar el reclamo del pueblo, Mubarak mantuvo a los ministros de Defensa, Husein Tantaui, y de Relaciones Exteriores, Ahmed Abul. Tal decisión resta credibilidad a la supuesta intención del presidente egipcio que detentó el poder durante los últimos 30 años de iniciar el camino hacia el cambio de mando.

En ese sentido se expresó Estados Unidos. “No se trata de nombramientos. Se trata de acciones. Eso es lo que la gente de Estados Unidos y la gente de todo el mundo necesita ver del gobierno egipcio”, exclamó el vocero de la Casa Blanca, Robert Gibbs, sin definir todavía si el apoyo de su país a Mubarak sigue intacto o se le fue retirado. “No vamos a elegir entre los que están en la calle y los que están en el gobierno”, subrayó al respecto. El país norteamericano envió a su ex embajador en el país africano, Frank Wisner, para transmitir el mensaje del gobierno a Mubarak. De todas maneras, se desconoce con qué funcionarios de la administración egipcia se reunirá. La Unión Europea, en tanto, pidió reformas democráticas y el llamado a elecciones libres.

La novedad en el nuevo Ejecutivo fue el reemplazo del titular de la cartera del Interior, Habib el Adli, denostado por los manifestantes por considerarlo quien liberó a las fuerzas de seguridad para que descarguen la más violenta represión sobre los habitantes el viernes pasado. En los enfrentamientos murieron 125 personas y miles resultaron heridas. El resto de los puestos fueron distribuidos entre funcionarios de segundo y tercer orden del gobierno y amigos del oficialismo. Los Hermanos Musulmanes, principal fuerza opositora, repudiaron la nueva administración.

Mientras, Mubarak no piensa en retirarse de la presidencia e insiste en el intento de demostrar que está dispuesto a generar una apertura política, por lo que encargó al vicepresidente Omar Suleimán, la discusión junto con la oposición de posibles modificaciones en la Constitución. El flamante funcionario agregó que el presidente le encomendó también la certificación del cumplimiento de las resoluciones del Tribunal de Apelación sobre las quejas de los resultados de las últimas elecciones parlamentarias “de una manera rápida y honesta”. Hace poco más de un mes, la oposición denunció numerosas irregularidades en los comicios, celebrados entre los pasados noviembre y diciembre, y acusó al régimen de haber cometido un fraude masivo.

La tensión mermó durante los últimos dos días, pero el país sigue paralizado y el temor por la falta de alimentos comenzó a correr entre la gente. Muchos salieron a comprar provisiones y vaciaron los supermercados. Ayer dejó de funcionar el último proveedor de Internet que corría en el país, aunque sitios de software libre facilitan conexiones alternativas y clandestinas vía Francia. Los bancos y la Bolsa egipcios seguían cerrados, al igual que las oficinas de la administración pública y la inmensa mayoría de los comercios. Comenzó a faltar combustible en algunas estaciones de servicio y los cajeros automáticos estaban vacíos. Los temores del cierre del canal de Suez, que afectaría el aprovisionamiento energético de los países industrializados, llevaron el precio del petróleo por encima de los 100 dólares el barril.



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