El inicio del proceso de destitución de Dilma Rousseff fue posible por la conjunción de tres hechos: la ruptura de la alianza con los empresarios, el ascenso de una nueva derecha militante, y los errores del PT, que abandonó las calles. Queda una sociedad herida y un modelo extractivo que la izquierda no fue capaz de cuestionar.
“Aprendí a no subestimar la capacidad de Brasil de sabotearse”, proclama José Murilo de Carvalho, uno de los más importantes historiadores brasileños (El País, sábado 16). Sostiene que se vive bajo “la política del odio que se inició en la década de 1950 por la Unión Democrática Nacional contra Getúlio Vargas, que culminó en el golpe de 1964”. Luego el PT se encargó de reconducirla hacia la izquierda, adoptando sin decirlo uno de los lemas de un político derechista: “roubo, mas faço” (robo, pero hago).
Murilo observa el futuro del país con enorme pesimismo. “La nueva politización no pasa por los partidos. Por el momento no hay ningún partido que sea capaz de organizarla, ni siquiera la Red de Marina Silva. Y si continúa así, no tendrá futuro.”
La crisis política que llevó a iniciar el proceso de destitución de la presidenta pone en evidencia la ruindad del sistema político brasileño. Es difícil encontrar las razones de fondo de la crisis actual. Habría que mirar el largo plazo (la persistencia de una sociedad colonial que ha naturalizado el racismo), con los nuevos vientos que soplan en el mundo, el ascenso de una nueva derecha anclada en el empresariado industrial y la clase media alta, hasta la corrupción generalizada de los políticos y la falta de una orientación clara en los gobiernos de Lula y Dilma.
LAS RAZONES DE LOS EMPRESARIOS.
La Federación de Industrias del Estado de San Pablo (Fiesp) es una de las principales animadoras de la destitución de Dilma. Su edificio en la Avenida Paulista luce un enorme cartel luminoso, “Renúncia já”, sobre los colores verde y amarillo de la bandera nacional. Los partidarios del gobierno recuerdan que la Fiesp jugó un papel destacado en el golpe de 1964.
Los argumentos que exhiben los industriales para apoyar la destitución se basan en tres consideraciones: una gestión “estatizante”, mucho mayor que la de Lula; errores en la política económica que llevaron a la mayor recesión de la historia nacional; y un mal relacionamiento con el sector.
El diario económico Valor elaboró un detallado informe consultando a siete empresarios y cinco economistas y politólogos para descifrar las razones del rechazo, lindero con el odio, hacia la presidenta. Encuentra que esa actitud “nació en su primer mandato (2010-2014) y mezcla razones ideológicas y pragmáticas” (Valor, viernes 15). Respecto de la industria de la década de 1990, la actual está más globalizada, más diversificada y concentrada en grandes empresas y grupos, que son los que controlan las entidades empresariales y exigen políticas de largo plazo. Por un lado, encuentran a Dilma “inflexible y arrogante”, en comparación con el carácter “carismático y negociador” de Lula. De ese período echan en falta al ministro de Economía de Lula (y brevemente de Dilma) Antonio Palocci, al que definen como “un gran articulador”.
Pero sobre todo los empresarios achacan al gobierno dos políticas que los perjudicaron: la reducción del spread bancario y de la tasa de interés (tasa Selic), y de los precios de la energía eléctrica entre 2011 y 2012. En principio ambas medidas debían favorecer a la industria, pero fue al revés. Y los industriales se apegaron a una tradición de clase: el Estado no debe meterse en las ganancias del sector privado.
La industria venía reclamando una reducción de los impuestos y aplaudió el recorte en el precio de la energía. Pero el lucro financiero no es patrimonio exclusivo de los bancos, ya que el sector industrial, coinciden los entrevistados por Valor, tiene parte de su capital involucrado en el sector financiero, y la baja de los intereses afectó sus ganancias. Esas contradicciones “fueron poco entendidas por los que formulan políticas públicas”, que no comprenden la imbricación actual entre industria y finanzas, algo que no existía décadas atrás (Valor, viernes 15).
Uno de los empresarios consultados por el diario afirma que “faltó sofisticación al gobierno para entender lo que estaba sucediendo en el mundo y en Brasil”, ya que la situación pos crisis de 2008 fue mal evaluada por los gobiernos del PT. La industria entró en números rojos y hubo un amplísimo debate sobre la desindustrialización, que nunca fue atendido por el gobierno. La participación en el Pbi de la industria de transformación cayó del 15 al 10 por ciento, mientras las ganancias líquidas de las mil mayores empresas pasaron del 20 por ciento en 2010 a un margen negativo del 35 por ciento en 2014.
Cuando empezaron los problemas serios, el gobierno apostó –en un año electoral– a medidas de corto plazo que provocaron más dificultades al sector industrial. En el relevamiento de Valor los empresarios afirman que “la presidenta perdió la capacidad de gobernar el país” y que es la ingobernabilidad actual lo que los hace favorables al impeachment. La mayoría, sin embargo, prefiere nuevas elecciones porque sabe que el nuevo gobierno no tendrá la legitimidad necesaria para afrontar la situación económica.
LA NUEVA DERECHA MILITANTE.
Las críticas empresariales pueden parecer insuficientes para promover la destitución de la presidenta y un cambio radical de rumbo. Para comprender a los industriales debe entenderse que no consideran al gobierno como “suyo”, una mirada claramente ideologizada que se expande en un momento de crisis. Los empresarios también miran, prioritariamente, el corto plazo. Y cuando las cosas van mal, la ideología empieza a ocupar un lugar exagerado.
Desde los rincones menos esperados de la sociedad viene creciendo desde hace años una fuerte marejada conservadora, que se manifiesta en una nueva derecha bien diferente de aquella que apoyó el golpe de Estado de 1964. La de ahora acepta las diversas opciones sexuales y la legalización de la marihuana, por poner dos ejemplos de aggiornamento.
Esta nueva derecha nacida bajo los gobiernos del PT realizó su primera acción callejera el 17 de agosto de 2007, convocada por el Movimiento Cívico por el Derecho de los Brasileños, más conocido como “Cansei” (me cansé), contra la corrupción. Fue una manifestación de 5 mil personas de clase media alta, que lucían marcas exclusivas de ropa y provocaron el rechazo del arco político, incluyendo al ex presidente Fernando Henrique Cardoso, del socialdemócrata Psdb (Uol, 17-VIII-07).
La movilización fue apoyada por la Fiesp y la Orden de Abogados de Brasil, siglas que se repiten en este tipo de convocatorias desde aquella fecha. Los manifestantes expulsaron a todos los que portaban banderas de partidos, aun de la derecha, gritaron contra Lula y fueron acompañados por actrices y actores populares de telenovelas. Hacia 2009 esta nueva derecha empezó a ganar presencia en los centros de estudiantes de universidades que hasta ese momento habían sido hegemonizadas por los partidos de izquierda y extrema izquierda. El grupo Estudiantes por la Libertad ganó la dirección del gremio estudiantil de la Universidad de Brasilia (Unb) en 2011 con el 20 por ciento de los votos, y fue reelegido por cuarta vez en 2015, con el 60 por ciento.
Estudiantes por la Libertad pertenece a una amplia red con sede en Washington que maneja recursos de fundaciones conservadoras, realiza congresos, seminarios de formación de líderes y defiende el legado del economista neoliberal Friedrich Hayek. En esos años la derecha ganó otras universidades estatales, como la de Minas Gerais y Río Grande del Sur, y creció en otras, siempre rechazando la política partidaria y acusando a los militantes de izquierda de buscar cargos de confianza. Algunos de los jóvenes formados en Estudiantes por la Libertad fueron luego fundadores del Movimiento Brasil Libre (Mbl), una de las organizaciones más activas en la ofensiva de la derecha contra el gobierno del PT.
Kim Kataguiri, de 20 años, ex estudiante universitario, es una de las estrellas más brillantes en el firmamento de la derecha. Kim sostiene que “las escuelas públicas son verdaderos centros de reclutamiento de los traficantes”, y defiende liberalizar el Estado, menos impuestos, menos burocracia y la privatización de todas las empresas públicas. Folha de São Paulo le cedió una columna semanal y es una de las personas más populares en las clases medias paulistas.
Kataguiri califica al Movimiento Pase Libre de “terrorista”, y aseguró inspirarse en Ronald Reagan y Margaret Thatcher cuando fue nominado por Time en 2015 como uno de los 30 adolescentes más influyentes del mundo (Time, 27-X-15). En abril de 2001 el Mbl realizó una marcha a pie de mil quilómetros entre San Pablo y Brasilia siguiendo la ruta de los bandeirantes, pasando por pueblos y ciudades “difundiendo el evangelio del liberalismo económico”, como señala una crónica de The Guardian.
El periódico británico recuerda que dirigentes del Mbl como Kataguiri, son “fans de Milton Friedman y Friedrich Hayek” y defienden al ultraliberal Rand Paul como “el político estadounidense que mejor representa sus valores”. Esa derecha juvenil fue ganando adeptos gradualmente en las universidades hasta copar varios gremios estudiantiles.
Sus militantes fueron formados en centros como el Charles Koch Institute, de los empresarios Charles y David Koch, cercanos al Tea Party y financiadores de la Asociación Nacional del Rifle en Estados Unidos (Carta Capital, 23-III-15).
Antes de la explosión de junio de 2013 la nueva derecha ya era una fuerza social y tenía experiencia en la conducción de masas, justo cuando la militancia de izquierda abandonaba la calle y se volcaba hacia el Estado. La nueva derecha creó una cultura de protesta (banderas de Brasil, caras pintadas de verde y amarillo, etcétera), lo que le permitió reconducir las marchas hacia sus objetivos. Sobre la base de esas experiencias, en 2014 nacen los grupos que hoy convocan millones: Movimento Brasil Livre, Vem Pra Rua y Revoltados On Line.
UNA SOCIEDAD HERIDA.
El muro dispuesto en la explanada frente al Congreso en Brasilia para separar a los pro y los anti impeachment sintetiza la imposibilidad de convivencia entre diferentes sectores de brasileños. Desde junio de 2013 la derecha tiene la iniciativa en las calles, ha logrado incluso el milagro de ganarle ese espacio a las izquierdas, como antes le ganó los centros de estudiantes.
Ahora la sociedad luce partida en dos, como refleja el resultado de las elecciones presidenciales de 2014. Una herida social “a la argentina”, según el filósofo Nicolás José Isola (El País, viernes 15). Vale la pena detenerse en esta situación que lleva a “marginalizar a todo aquel que piensa de otra manera”.
No es la primera vez, por cierto, que existe amplia polarización política. La hubo antes del golpe de 1964 entre partidarios y adversarios del presidente João Goulart. Fue una disputa entre empresarios y terratenientes y trabajadores urbanos y rurales, entre la derecha y la izquierda. En esos años había una clara fractura social pero ambos lados lucían el mismo color de piel, ya que era una disputa esencialmente urbana cuando las periferias y favelas apenas despuntaban en la geografía de las ciudades.
Ahora hay una clara división étnica entre afrodescendientes del norte y las periferias urbanas, y las clases medias blancas del sur y sureste, una actualización odiosa del racismo y la discriminación. Al punto que los opositores al gobierno sostienen que en Brasil no existía racismo y que éste comenzó cuando el gobierno de Lula implementó cuotas para negros en las universidades.
Esta escisión étnico-política de la sociedad es quizá una de las principales consecuencias de la crisis en curso en Brasil, y no habrá de zurcirse en poco tiempo. En las manifestaciones contra el gobierno en Salvador de Bahía no había afros, cuando son la mayoría absoluta de la población de la principal ciudad del nordeste.
Aquí radica uno de los nudos de la crisis. “Después de 14 años al frente del Poder Ejecutivo, sentados sobre el 40 por ciento del Pbi de Brasil, o sea casi la mitad de la décima economía del mundo, los gobiernos petistas no aumentaron el poder político de las clases populares”, sostiene el cientista político Bruno Lima Rocha (Uol Online, viernes 15).
El tipo de alianzas elegidas debilitó la fuerza política con que Lula llegó al gobierno. Hubo una entre industriales y los sindicatos petistas. Pero la izquierda entendió mal la cuestión de los pactos, como asegura Lima Rocha: “Este pacto se rompió porque, desconociendo las reglas más simples de la política, no había ninguna forma de coacción o poder de veto popular para las tentativas de golpe de una derecha cuyos agentes económicos no consiguen siquiera alcanzar a ser nacionalistas”.
Predominó una mentalidad de rehuir el conflicto, algo así como pactos de caballeros entre adversarios que sólo pueden funcionar si los sectores populares tienen fuerza suficiente para hacerlos cumplir. Los cuatro gobiernos petistas “hicieron todo lo contrario de lo que debían, en el sentido de asegurar y ampliar el poder organizado del pueblo ante las elites de tipo colonial-burgués”, concluye Lima Rocha. Elites que son, además, subordinadas a Estados Unidos y a los países anglosajones.
Es cierto que Lula volvió a las calles en la recta final del proceso de impeachment, cuando ya estaba casi todo perdido. La impresión es bien distinta si se mira desde otro costado: si Lula hubiera salido a las calles en junio de 2013 para ponerse al frente de los millones de brasileños frustrados porque los cambios no llegaban, es posible que las cosas hubieran marchado por caminos distintos.
Pero Lula y el PT le dejaron el camino libre a la derecha, que consiguió apropiarse del malestar popular.
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