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Superar la fragmentación

La realidad latinoamericana brinda un panorama impensado una década atrás. Tras el largo ciclo de luchas y resistencias de los movimientos populares a la oleada neoliberal y la posterior instalación de gobiernos de centroizquierda en la mayoría de los países de la región, el lugar de la política como el espacio privilegiado de articulación de los intereses colectivos para la transformación social hoy vuelve a estar en el centro del espacio público.

Los gobiernos surgidos en los últimos años han logrado avances en la lucha por equilibrar la relación entre poder y política, entre corporaciones y Estado, que se había desbalanceado en los años ’90. Los movimientos y las organizaciones sociales hoy se encuentran frente a los múltiples desafíos que genera esta modificación en el escenario político de la región.

Más allá de la reivindicación conjunta de ciertos derechos y la movilización masiva en apoyo de determinadas políticas públicas, queda claro que aún no se ha logrado construir un espacio de trabajo efectivo que reúna y dote de un sentido de pertenencia colectiva a estas múltiples organizaciones dispersas en el territorio. Y estos modos de participación social se revelan, muchas veces, como realidades segmentadas e incomunicadas entre sí. Muchas veces, organizaciones o cooperativas que se enfrentan a un problema determinado desconocen el camino recorrido y las soluciones operadas por instituciones similares que se encuentran a pocos kilómetros de distancia.

Las explicaciones posibles a las dificultades para estructurar mecanismos de trabajo en red son muchas y palpables, desde los obstáculos temporales por la gran demanda de horas que requiere el trabajo diario en la trinchera hasta la estructuración de las organizaciones de forma radial en relación a los distintos niveles estatales. Pesan, también, elementos más intangibles como la apuesta por no arriesgar egolatrías bien conservadas o el temor a exponer el prestigio ganado en la tarea cotidiana frente al tumultuoso mundo de la política macro.

El problema es que si cada institución o movimiento circunscribe su juego a una lógica territorial acotada se genera un aislamiento que termina privando a las propias organizaciones de una capacidad de incidencia mayor sobre la marcha de las políticas públicas.

Los trabajadores de la comunicación (es decir, quienes buscan generar herramientas para “establecer una comunidad con alguien”) tienen un rol central en la puesta en marcha de estrategias que permitan superar este carácter muchas veces fragmentario y disperso de las acciones instrumentadas por las organizaciones populares.

Muchas veces ciertas discrepancias coyunturales o metodológicas se magnifican y se convierten en “diferencias morales o ideológicas insalvables”. Los comunicadores deben contribuir a que se identifique a las demás organizaciones como parte de un mismo campo popular, identificando las historias de lucha compartida.

Por otro lado, se vuelve urgente la necesidad de que las organizaciones se brinden a sí mismas estructuras flexibles pero permanentes de trabajo conjunto, sin establecer relaciones asimétricas ni burocráticas y a la vez resguardando la identidad particular de cada agrupación. Es decir, generar espacios de encuentro, intercambio, reflexión e investigación que permitan poner en marcha potenciales acciones conjuntas entre las distintas organizaciones.

Los enormes desafíos pendientes en Latinoamérica y el reagrupamiento de las fuerzas de orientación reaccionaria y neoliberal (como evidencian el golpe en Honduras, el intento de desestabilización en Ecuador y la arremetida de las grandes corporaciones en toda la región) obligan a los gobiernos progresistas y a los propios movimientos sociales a instrumentar y consolidar herramientas de participación popular, que son en definitiva la herramienta esencial para la continuidad y la necesaria profundización de las transformaciones iniciadas en las políticas públicas en los últimos años. Las recientes movilizaciones masivas y ciertos fenómenos suscitados en las redes digitales muestran un crecimiento de la necesidad de la sociedad civil por participar en la esfera pública y abren una oportunidad histórica.

Por Manuel Barrientos, Licenciado en Comunicación UBA.

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