Techo, trabajo, tierra y libertad y la proclamación de un derecho del ambiente fueron los ejes del mensaje del papa Francisco ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su 70 aniversario.
En su segundo día en Nueva York, el papa Francisco habló ante los más altos y los de más abajo, desde la cúpula mundial a los jornaleros y trabajadores migrantes indocumentados.
Ante la Asamblea General, el Papa argentino ofreció un marco moral para la política mundial. Reconoció los grandes avances y logros que ha aportado la ONU en 70 años, pero afirmó que el panorama mundial hoy nos presenta muchos falsos derechos y, a la vez, grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos.
Subrayó que existe un verdadero derecho del ambiente, pues no se puede separar al ser humano del ambiente y éste impone límites éticos que la acción humana deber reconocer y respetar. Por ello sentenció: cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad.
En torno a la exclusión, llamó a que los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad, y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad de espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos.
Condiciones espirituales básicas
Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada, agua potable y libertad religiosa, y más en general de espíritu y educación. Al mismo tiempo, “estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida…”
Jorge Mario Bergoglio agregó que la exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son, al mismo tiempo, obligados a vivir del descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del ambiente o lo que llamó la cultura del descarte
Propuso que los organismos financieros internacionales velen por el desarrollo sostenible de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia
En torno al eterno problema para el cual supuestamente se creó la ONU, indicó que “la guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos. Al mismo tiempo, pidió por la total prohibición de las armas nucleares.
Y se refirió a otra clase de guerra “que viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra ‘asumida’ y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones”.
Ante diversos mandatarios, ministros y embajadores, entre ellos Raúl Castro, Angela Merkel y la premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai, citó un verso de su pueblo: “El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura de mi tierra natal, canta: ‘Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera'”.
Explicó: El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo todo fundamento de la vida social y por tanto termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses. [El discurso íntegro]
Aun no se sabe cual será el efecto Francisco en la sede de la comunidad mundial, pero algunos se preguntaban si fue responsable, al menos en parte, de la renuncia inesperada del hombre más poderoso del Congreso, el presidente de la cámara baja John Boehner –su anfitrión hace sólo 24 horas– anunciada mientras hablaba el Papa ante la ONU.
Pero su efecto en las calles de Nueva York era evidente, con miles de personas buscando por lo menos un vistazo del Papa. En sus rutas, en sus destinos, masas –no sólo de católicos– se acercaban lo mas posible mientras se desplegaba tal vez el mayor operativo de seguridad en esta ciudad.
De la ONU, Francisco fue a la zona cero a rendir homenaje a las víctimas del peor atentado terrorista extranjero en este país. Ahí convivó con familiares de víctimas y rescatistas, y rezó con líderes de otras religiones (incluyendo musulmanes y judíos). Lamentó una mentalidad que sólo conoce la violencia, el odio y la venganza. Advirtió contra la imposición de la uniformidad y a favor de una diversidad aceptada y reconciliada.
Del sur de Manhattan cruzó la ciudad hacia el norte para llegar al este de Harlem, más conocido como El Barrio, para encontrarse con alumnos de primaria de escuelas católicas, a quienes les dijo es bello tener sueños y poder luchar por ellos. Ahí mismo sostuvo un breve dialogo con decenas de trabajadores inmigrantes (entre ellos varios mexicanos) y menores de edad que llegaron al país sin compañía.
De regreso al centro de la isla recorrió una sección del Parque Central en su papamóvil, saludando a miles que habían esperado horas a lo largo de esa ruta.
La escala en Nueva York culminó en el Madison Square Garden, convertido en una megaparroquia, pues en lugar de partidos de basquetbol o de hockey se celebró una misa, con un Jesús crucificado, ante 20 mil fieles. Ahí se sentó en un sillón sencillo y frente un altar construido para él por jornaleros de México y Centroamérica.
Antes de la llegada de la superestrella se ofreció un show con la participación de cantantes como Gloria Estefan, Harry Connick y Jennifer Hudson (quien cantó el Aleluya de Leonard Cohen) y habló el actor Martin Sheen, entre otros.
La noche de este viernes, el Papa partió para Filadelfia en la escala final de su gira por Estados Unidos.
La casa común y las tres T
Por Washington Uranga
Página12
A Francisco se lo ha denominado, con justa razón, “el Papa de los gestos”. Es así porque en gran parte de los casos se ha servido de la gestualidad tanto para transmitir su mensaje como para reforzar aquello a lo que quiere darle relieve.
Sin embargo, en etapa norteamericana de la gira, la fuerza ha estado en las palabras. Primero ante el Congreso de los Estados Unidos y ayer frente a la Asamblea General de Naciones Unidas. Y el Papa no desaprovechó el escenario que se le ofreció, seguramente por mérito propio –conseguido por lo hecho en su pontificado hasta convertirse en una importante personalidad de la política internacional– y también por las necesidades que la comunidad internacional tiene hoy de encontrar figuras que aglutinen, que sirvan de referentes y cuya voz sea reconocida como autoridad, aun al margen de las objeciones que se le puedan hacer. Estas son algunas de las razones que ubican hoy al Papa en el sitio y ante la posibilidad de ser escuchado pero también de impulsar y promover iniciativas concretas para aquellos que, a su juicio y según todas sus manifestaciones, son los problemas más graves de la actualidad: la exclusión que genera guerra, el atentado contra el ambiente que degrada la dignidad humana.
Para hacerlo Jorge Bergoglio mantiene un discurso coherente en todas sus intervenciones y es el mismo que ayer desplegó hablando en español ante la asamblea de los representantes de las naciones. Tampoco allí perdió su estilo. Antes de ingresar al estrado desde donde se dirigiría al mundo, decidió encontrarse con los trabajadores de la sede de Naciones Unidas. Habló con los traductores, los cocineros, los encargados de la limpieza y el personal de seguridad. “Ustedes son expertos y agentes en el campo”, les dijo para valorar la contribución que con “su trabajo silencioso y fiel” hacen a las Naciones Unidas. Y después, en medio de un discurso cargado de mensajes fuertes, citó al Martín Fierro para argumentar en favor de la fraternidad y la solidaridad entre los hombres.
El discurso de Francisco siguió el mismo eje que viene sosteniendo en el último tiempo y que tuvo su expresión más sistemática en la encíclica Laudatio si (Alabado sea) sobre el cuidado del ambiente. En Naciones Unidas el Papa insistió en la necesidad del cuidado colectivo de la “casa común”, diciendo que esta, que es una tarea vinculada con el medio ambiente, no puede estar desligada de la atención a los “pobres”, los “excluidos”, los “descartados”, como suele mencionarlos. “El abuso y la destrucción del ambiente (…) van acompañados por un imparable proceso de exclusión” dijo, para agregar que “la exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentando a los derechos humanos y el ambiente”. Una y otra vez reclamó atención de la dirigencia frente a la pobreza, exigió justicia y afirmó que para que los excluidos puedan escapar de la pobreza extrema “hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino”. En esa clave de lectura y ante los representantes de todo el mundo volvió a repetir el eslogan levantado el 9 de julio pasado en Bolivia hablando en la reunión de los movimientos sociales: techo, tierra y trabajo. Las tres T. Y agregó a ello la “libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos”.
Consciente de que los discurso abstractos pueden sonar vacíos y ser mal interpretados (en Bolivia cuando habló de “cambio” aclaró, “un cambio real, un cambio de estructuras” porque “este sistema ya no aguanta más”), ahora definió los contenidos de la “agenda para el desarrollo”: “acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general, libertad del espíritu y educación”. Casi un plan de gobierno.
No dejó de apuntar a los organismos financieros internacionales, que “han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de estos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”. Pobreza, exclusión, justicia y derechos fueron las palabras más asiduamente incluidas en el discurso.
El Papa hizo también un rápido diagnóstico del “panorama mundial” que, a su juicio, “hoy nos presenta muchos falsos derechos y grandes sectores indefensos (…) víctimas de un mal ejercicio del poder” por lo que hay que “afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión”.
Para alcanzar este propósito Francisco reconoció el papel y la importancia de Naciones Unidas, también como garante y salvaguarda de la paz mundial, y en general, de los dirigentes políticos. Pero pidió una “adaptación a los tiempos” para que todos los países, sin excepción, tengan una participación e incidencia real en las decisiones. Solicitó además respetar y aplicar “con transparencia y sinceridad” la Carta de las Naciones Unidas, “no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias”, y recordó “las consecuencias negativas de intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional”.
Fue enfático al señalar que, sobre todo los temas, “no bastan los compromisos asumidos solemnemente” o el “nominalismo declaracionista”, sino que se necesita de los gobernantes “una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica”. Pidió particularmente “acuerdos fundamentales y eficaces” para la Cumbre de Cambio Climático que habrá de celebrarse en París en noviembre próximo.
En síntesis, el discurso de un líder religioso que demuestra inteligencia política y compromiso con los problemas reales, y que decide hablarle a los representantes políticos en su propio lenguaje. Para que nadie se haga el distraído.
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