El precandidato de las izquierdas a la presidencia de Ecuador, Alberto Acosta, ex presidente de la Asamblea Constituyente, hace pocos días manifestó tajante su posición contraria a la expansión de semillas transgénicas en su país, como quedó recogido en la Constitución de Montecristi. Poco ha tardado en reaccionar el actual presidente Rafael Correa, afirmando que el asunto de los transgénicos requiere de un debate nacional, planteando incluso modificar su prohibición constitucional. Por cierto, añadió de nuevo el calificativo de ecologista infantil” para referirse a Acosta.
Pero sí, sería bueno un debate, ¿por qué no? Aquí en mi nación, Cataluña –con una democracia aún en fases de experimentación y muchas hectáreas cultivadas con maíz transgénico– ni siquiera con las firmas que exige la ley de Iniciativas Legislativas Populares lo hemos conseguido. El poder de la agroindustria recorre las venas de la mayoría de los partidos políticos hipnotizándolos.
Sería estupendo que en Ecuador fueran capaces de organizar un debate profundo y riguroso con información recolectada por todo el planeta. Y no sólo hablo de ciencia, añadamos conciencia.
Inviten, para empezar, a los sindicatos agrarios españoles u organizaciones campesinas mexicanas que denuncian que las variedades locales de maíz ya no pueden ser cultivadas sin contaminarse de los maíces transgénicos; inviten a las madres de los barrios fumigados en pueblos y ciudades de Argentina, que rodeados de campos de soya transgénica, cuentan las muertes de sus hijos con los dedos de las dos manos, cuatro, cinco, seis.
Inviten a las autoridades alemanas, francesas, austriacas o suizas y pregúntenles por qué –contra las leyes de Bruselas– se han declarado naciones libres de transgénicos con el aplauso cerrado de su población campesina y consumidora; den la voz a cualquiera de los miles de huérfanos rurales en la India que han visto arruinarse a sus padres campesinos por la promesa del “espectacular” algodón transgénico; han visto también como se han quitado la vida con vasos del pesticida recomendado.
Escuchen al doctor Seralini, de la Universidad de Caen, con su reciente investigación que relaciona con claridad la mortalidad de ratones por la ingesta de maíz transgénico y de maíz fumigado con el pesticida de Monsanto, el glifosato; inviten al premio Nobel alternativo, Henk Hobbelink, representando al colectivo Grain, para que explique que aumentar la producción agroalimentaria con métodos intensivos como los transgénicos no erradica ni una pizca la pobreza, al contrario, la ensancha, y pongan también una silla al relator de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación, Oliver De Schutter, que demuestra, recogiendo estudios de campo que, si en cualquier caso es necesario aumentar la productividad de los cultivos, el método más eficiente (a la vez que sostenible) es la agroecología, ajena a genes modificados. Y por qué no, reserven un palco a Monsanto y a sus esbirros científicos con sus argumentos “de adultos”.
Ánimo Presidente, hagan un debate con cara y ojos, aunque le advierto, la ciencia de la conciencia es ciencia con corazón.
Por Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. Autor deAlimentos bajo sospecha
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