Tras casi medio siglo, una red de cooperativas que practica la economía solidaria, se erige en ejemplo y alternativa en varios terrenos: produce alimentos en un país que los importa; garantiza autogestión sin crear un aparato con fines propios; enseña un camino realista y posible para no caer en la competencia destructiva ni en la burocratización ineficiente.
Cecosesola (Central de Servicios Sociales del Estado de Lara), es en realidad una red de comunidades que extienden su actividad y acción en cinco estados del centroccidente de Venezuela con producción agrícola, agroindustrias en pequeña escala, servicios de salud, transporte, funerarios, de ahorro y préstamo, fondos de ayuda mutua, distribución de alimentos y de artículos para el hogar.
Las cifras son impresionantes, aunque no alcanzan a mostrar la profundidad del movimiento. Son unos 20 mil asociados de los cuales 1.300 son asociados-trabajadores que cobran el mismo “anticipo” semanal con pocas variaciones, como adelanto del bono que les corresponde a fin de año. Ellos participan en las más de 300 reuniones anuales, entre las reuniones semanales y las vivencias o encuentros extraordinarios de convivencia. En la ciudad de Barquisimeto, capital del estado Lara, con algo más de un millón de habitantes, las ferias de Cecosesola abastecen un tercio del consumo de alimentos frescos, algo notable en un país que importa la casi totalidad de los alimentos. En las horas pico funcionan más de 250 cajas que atienden a 60 mil familias por semana (unas 220 mil personas), con productos de buena calidad a mejor precio. El Centro Integral Cooperativo de Salud (Cics), con el que están relacionados seis centros de salud barriales, atendió 154 mil personas en 2013 y gestionan la funeraria más grande de la región.
En su conjunto, conforman una red de 50 organizaciones comunitarias que oscilan entre dos y ocho mil asociados con muy variadas actividades: las más pequeñas suelen orientarse a la producción agrícola, sobre todo de hortalizas, otras procesan miel, cosméticos naturales, cera y desinfectantes, salsas y dulces, entre muchas producciones artesanales. Las cooperativas con más asociados son las de servicios y de ahorro. La red de abastecimiento cuenta con 31 espacios de venta (26 en el estado de Lara, cuatro en Trujillo, uno en Barinas y otro en Yaracuy), entre todos movilizan cada semana 600 toneladas de fruta y hortalizas con ventas anuales que superan los 100 millones de dólares.
Hay doce colectivos de producción agrícola en Lara y Trujillo con 192 productores. Son diez las unidades de producción comunitaria con pequeños emprendimientos que fabrican productos de limpieza, hasta una cooperativa de 153 caficultores en el estado de Portuguesa. Seis cooperativas cuentan con consultorios de salud relacionados con el Centro Integral Cooperativo de Salud. Además hay decenas de cooperativas que participan en la funeraria y en la red de equipamiento del hogar.
Aprender de los errores
Algunos investigadores definen la experiencia de Cecosesola como “intercooperación” combinada con “economía solidaria” (1). Las cooperativas en el estado de Lara nacen de la mano de las comunidades eclesiales a comienzos de los años sesenta. En 1967 comenzaron a integrarse en Cecosesola creando un servicio funerario para atender a los socios de las diez cooperativas de Barquisimeto, creadas tiempo atrás a instancias de sacerdotes jesuitas vinculados al Centro Gumilla. Compraron un coche fúnebre, capillas velatorias y luego montaron una pequeña fábrica de urnas.
A mediados de los setenta, ante la tenaz resistencia de la población a la duplicación del precio del boleto y fruto de múltiples movilizaciones populares, el gobierno se vio obligado a financiar un Servicio Cooperativo de Transporte. Cecosesola compró 127 unidades gracias a un préstamo estatal que le permitió por primera vez prestar “un servicio a toda la comunidad sin privilegiar a sus propios asociados” (2). Lo tomaron tan en serio que quisieron gestionarlo tanto por la comunidad de usuarios como por los trabajadores: compartían informaciones con los usuarios en los propios autobuses, realizaban asambleas para resolver los problemas de servicio y durante un tiempo funcionaron sin supervisores.
Aparecieron problemas. Según evaluaron tiempo después, “la confianza que se brindaba y la apertura a la participación se entendían como una debilidad de la organización a ser aprovechada para beneficio personal […] y una oportunidad para exigir privilegios” (3). En pocos meses la anarquía reinante los llevó a recoger velas temporalmente. En paralelo el gobierno municipal, y las fuerzas político partidarias, presionados por los empresarios del sector, decidieron incautar los autobuses por la fuerza, gran parte de ellos desmantelados por quienes debían custodiarlos. Las deudas de la cooperativa eran treinta veces superiores a su capital.
Esta intensa experiencia los llevó a reflexionar sobre la necesidad de profundizar “un proceso de transformación personal y organizacional”, en cuya ausencia ningún proyecto colectivo tiene chance de salir adelante (4). En este caso, al egoísmo de los trabajadores se sumó el embate de las autoridades municipales. Un nuevo fallo judicial les permitió recuperar los autobuses, el 70 por ciento de éstos saqueados por administradores municipales y por algunos de los trabajadores de la cooperativa que optaron por respaldar la incautación.
Pese al desastre, percibieron que no podían repetir el trillado camino de convertir las asambleas en “espacios donde se escenificaba una lucha por el poder”. Poco a poco fueron desapareciendo las votaciones y se fue instalando el consenso y, sobre todo, “las asambleas fueron tomando así las características de convivencias informales sin una dirección de debates”. La escala salarial se fue estrechando, empezaron a rotar funciones y comenzaron a realizar reuniones conjuntas de directivos y trabajadores. Como veremos más adelante, no sólo dejaron de luchar por el poder en las relaciones internas, sino que también dejaron de hacerlo hacia afuera (con las autoridades e instituciones), quizá como corolario de las reflexiones y cambios que procesaron (5).
La magia de las ferias
Endeudados con el estado y con sus trabajadores, necesitaban encontrar una actividad para hacer frente a sus obligaciones. Deciden crear ferias de hortalizas que luego se llamarían Ferias de Consumo Familiar. Le sacaron los asientos a algunos autobuses, los llenaron de verduras y empezaron a vender en los barrios comprando en el mercado mayorista pero también a las asociaciones de productores y a la única cooperativa agrícola que existía en la región, La Alianza, que estaba a una hora de Barquisimeto.
El éxito fue total. En sólo un año ya tenían tres ferias fijas y despachaban tres autobuses diarios a los barrios y ciudades cercanas. Para 1988, tres años después de iniciadas las ventas de alimentos, triplicaron la cantidad de trabajadores. Resolvieron los problemas económicos pero, una vez más, aparecieron problemas de conducta, relacionados con “el aprovechamiento individualista de un esfuerzo colectivo”, agravado porque la mayor parte de los asociados se abstenían de debatir los problemas que veían “por temor a represalias o simplemente por no quebrantar una amistad” (6).
Para resolver los problemas más urgentes instalaron en cada feria un “comité de disciplina”, pero con la certeza de que lo más importante no son las decisiones tomadas sino la profundidad de las reflexiones colectivas. Mucho tiempo después comprendieron que las actitudes que provocaron serias dificultades una vez a las cooperativas y amenazaron con hacerlo una segunda, tenían raíces culturales muy difíciles de extirpar sin generar resentimientos y desconfianza.
Para superar lo que consideran como “tendencia a la complicidad parasitaria” –individualismo, alcahuetería, nivelación que diluye las diferencias y las responsabilidades–, decidieron construir lazos de confianza que facilitaron la creación de una organización comunitaria “donde se fuese diluyendo el poder que representaba su directiva” (7). Para eso fue necesario trabajar intensamente en grupos medianos, rehuyendo las grandes reuniones en las que se diluyen los vínculos. Hacia fines de la década de los noventa las cosas empezaron a cambiar, los comités de disciplina dejaron de ser necesarios instalándose en su reemplazo un clima de espontaneidad. Un proceso de transformación personal y organizacional.
Lo económico siguió mejorando, quizá porque no es independiente de los vínculos personales. Primero consolidaron un mercado a través de las ferias, luego empezaron a trabajar con los productores, un camino inverso al que suele transitar la economía solidaria y el cooperativismo. Poco a poco se crearon 25 asociaciones de productores, todas de tamaño mediano, entre dos y 25 asociados, con la ventaja de que “se iniciaron sin tener que padecer el peso de las formas organizativas jerárquicas que marcaron los primeros años de Cecosesola y sus cooperativas fundadoras” (8).
A los vínculos de confianza se sumaron cambios en la organización. Con los años desaparecieron las directivas y otras jerarquías (que en algunos casos están presentes sólo como formalidad estatutaria) y crearon seis áreas de reuniones por tipo de actividad en el lugar de trabajo: salud, producción comunitaria, ferias, servicios, gestión cooperativa y plan local. Además de reuniones de apoyo mutuo, “convivencias educativas” a las que conceden especial atención, y las asambleas generales. Al revés de lo que sucede en las organizaciones tradicionales, existe una gran rotación en los participantes lo que visualizan como algo positivo en la medida que les permite “oxigenar” cada espacio por la permanente renovación de sus integrantes.
Espacios de encuentro
“La forma como nos organizamos responde a patrones colonialistas”, reflexiona Teófilo Ugalde en referencia a las organizaciones tradicionales, o a la misma Cecosesola de los primeros años donde todos los espacios registraban una lucha por el poder y el control que “respondían a la desconfianza, las separaciones y la estructura jerárquica intrínseca de nuestra formación cultural”. Por eso dice que su principal preocupación “es ir descubriendo nuestras raíces para ver cómo se reflejan en la forma como estamos organizados” (Conversatorio, 2013).
Esas búsquedas estaban impulsadas por el rechazo a la experiencia jerárquica y burocrática que habían vivido, más vinculado a convicciones éticas que por alguna ideología que los orientara. Las reuniones lograron convertirse en espacios de encuentro y la convivencia empezó a cobrar más importancia que las decisiones, con lo cual las reuniones se centraron “en el intercambio de información, en la reflexión, en construir lazos de solidaridad y confianza, en internalizar una visión global integradora” (9).
La energía que antes enterraban en la lucha por el control de la cooperativa, quedó liberada y pudo dedicarse a la creación de cosas nuevas y a mejorar lo que ya hacían. La creatividad aflora porque todos los socios pueden participar en cualquier espacio, en todas las reuniones realizadas, sin tener que pertenecer a un espacio u órgano determinado. Claro que la participación va de la mano de la responsabilidad. En este tipo de funcionamiento no hay estructura o, mejor, la estructura queda adaptada o subordinada a las funciones.
Esta liberación de las “ataduras culturales”, como ellos mismos definen su proceso, implicó desorden y errores que fueron compensados por la flexibilidad y el dinamismo que ganaron los socios y los diversos espacios. Si la estructura de una cooperativa común es una pirámide en cuyo extremo superior está la directiva, el dibujo que hacen los miembros de Cecosesola de su funcionamiento es un conjunto de círculos sin centro que se superponen parcialmente con otros círculos. Además de las reuniones semanales de grupo y sector tienen unas 300 reuniones conjuntas anuales.
Esos espacios de encuentro tienen poca relación con las tradicionales reuniones de los partidos o los sindicatos, en las que una “mesa directiva” –sentada a menudo un escalón más alto que los demás– decide el orden del día, establece el quórum necesario para sesionar, toma la palabra, la otorga en ocasiones a otros participantes y hace la síntesis, o sea tiene un poder superior al resto. En las reuniones de Cecosesola hay una alta rotación, lo que les permite “oxigenar” cada espacio:
[…] debido a la rotación, las reuniones conjuntas se entrelazan unas con otras. En cada una, tienden a participar personas que han tomado parte en otras o que manejan información de ellas. Así, de reunión en reunión, van fluyendo los temas tratados y las conclusiones. Un permanente fluir de información que alimenta, entre otras, el ir internalizando criterios colectivos flexibles que facilitan compartir la responsabilidad en la toma de decisiones (10).
Esta enorme flexibilidad les permite funcionar sin un orden exterior impuesto, sino con base a un orden que nace en cada uno de los encuentros. El orden interior, tan extraño a la cultura occidental, responde a otra lógica y a otra cultura. Teófilo explica la forma de reunirse apelando al modo como trabajan sus reuniones los pueblos indígenas. “Cuando los indígenas se reúnen en una churuata (11), la reunión continúa, a pesar de que algunos se van y vienen. La comunidad se mantiene unida y la reunión termina cuando los que están presentes alcanzan acuerdo en algún punto” (12). Las reuniones consumen alrededor de 25% del tiempo que los asociados dedican a las cooperativas, en ellas se busca el consenso que es una acuerdo colectivo que no hace falta firmar ni votar y no importa cuántas horas o días requiera alcanzar el acuerdo.
Mercados otros
La filosofía que impregna la cooperativa de cooperativas puede observarse en el modo como funcionan las ferias. En 1984 empezaron vendiendo tres toneladas para llegar a las 600 toneladas actuales con unos 700 trabajadores en las ferias y un número no estable de voluntarios. Las ventas se concentran en tres días a la semana: viernes, sábados y domingos, lo que permite a los trabajadores asociados tiempo para reuniones –cuatro días para planificar y debatir los problemas– y para participar en otras áreas.
Lo más novedoso es cómo trabajan la relación oferta-demanda. Las organizaciones de consumidores y de productores planifican cada tres meses las características de la demanda para que los productores se adapten, y cada semana en reuniones abiertas evalúan cómo funcionan las ferias. La segunda diferencia con el mercado es que los precios no fluctúan sino que son fijados a partir de los costos de producción. En procesos participativos, la llamada “reunión de costos” en la que participa la feria con los productores, “se confrontan los cálculos realizados por las diferentes asociaciones de participantes y se establecen los costos de producción por cada rubro, en forma trimestral” (13). Esos acuerdos de precios son permanentemente discutidos y reevaluados.
La tercera innovación es que para la comercialización de hortalizas y frutas fijan un precio único por kilo para la mayor parte de los productos, que es actualizado cada semana a partir de cálculos de costos, al que llaman “precio ponderado”. De ese modo, permiten que los productos más caros sean subsidiados por aquellos cuyos precios de producción son más bajos, sin presentarse un problema de baja demanda por los productos caros; de esta manera la venta es más fluida ya que los compradores llenan sus sacos con los diversos productos que tienen el mismo precio, los que pesan todos juntos.
Los mercados de Cecosesola funcionan con otras reglas, por la planificación conjunta, no burocrática entre oferta y demanda con la participación de las partes interesadas. Recuérdese que en el socialismo que realmente existió, esos precios los fijaba una entidad superior: el Estado, que centralmente se los imponía a todos. En el capitalismo son los monopolios los que fijan los precios, con la mayor opacidad imaginable. En las cooperativas de Barquisimeto recuperan la tradición histórica y transparente del mercado, como lugar donde los diversos actores entran en contacto de modo horizontal y relativamente igualitario.
Una parte de la población de Barquisimeto, más de 55 mil familias, y de otros cinco estados de la región noroccidental de Venezuela, eligen cada semana comprar en las ferias y no en supermercados donde los productos son más caros, aunque están mejor presentados, pero los de las cooperativas son más frescos y de mejor calidad. Tienen una ventaja adicional: crearon una identidad propia, complementada con las actividades de comunicación e información que realizan en las mismas ferias sobre salud y alimentación sana, además de música en vivo.
En las ferias de Cecosesola no hay cámaras ni guardias privados, sólo “vigilancia comunitaria”, que consiste en que todos los que participan en la feria vigilan el buen desarrollo de la misma. Pese a las extensas colas que hay por todo el país, las formadas en las ferias de Cecosesola son serenas y solidarias. La mañana que participé en la feria del centro se habían perdido zapatos en el alboroto formado en la entrada. Cuando la megafonía informó del hecho en pocos minutos aparecieron éstos. Así sucede incluso con billeteras y objetos de valor. Pese a no contar con vigilancia, las fugas (lo que el capital juzga como robos) son de sólo uno por ciento, frente al 5 por ciento que reportan los supermercados de propiedad particular.
La forma como consiguieron ensamblar cooperativas con asociaciones de consumidores, productores agrícolas con microempresas familiares, habla de una compleja red de interacciones cuyo nodo más dinámico, el que tira del resto, son las ferias. El dinamismo de las ferias les permitió a las microempresas familiares convertirse en empresas asociativas con equipos modernos e instalaciones espaciosas generando empleo en sus comunidades.
La misma filosofía que les permitió convertirse en el principal distribuidor de alimentos de la región, la aplican en el Cics. Trabajan en medicina general, pediatría, ginecología y doce especialidades más, cuentan con laboratorios clínicos y servicios de ecografía, donde atienden 154 mil personas entre socios y no socios. Hasta ahí nada excepcional. La gestión está soportada en reuniones semanales abiertas en las que participan los trabajadores así como los médicos del Centro de Salud, de igual a igual, en una ronda en la que deben esperar su turno para hablar. “Al promover la participación de los médicos en las reuniones se busca transformar la relación médico-paciente, y abrir un espacio de diálogo entre ciudadanos y profesionales de la salud, en un sector de actividad donde tradicionalmente el médico ocupa una posición dominante” (14).
Uno de los secretos es que la red logró construirse en forma progresiva a partir de las necesidades de sus integrantes y del resto de la comunidad, sin acotarse a la forma cooperativa tradicional, mestizándose con la economía popular y solidaria. Existe, empero, un factor invisible: el equipo de líderes fundadores, líderes intelectuales, sigue en la organización pero no aparecen en público ni ocupan cargos directivos, son sin embargo claves en la animación y formación de los que integran las comunidades cooperativas.
Una organización en movimiento
Luego de esta presentación voy a relatar mi experiencia directa con las cooperativas durante una semana en marzo de 2014. Participé en varios espacios: en cooperativas de producción agrícola en Sanare, en unidades de producción comunitaria en Monte Carmelo y Palo Verde, en cooperativas de abastecimiento y de servicios en Lara y en el vecino estado de Barinas, en la feria familiar del centro, en las oficinas de contabilidad que están en la feria Ruiz Pineda y en el centro de salud. Finalmente en la Cátedra Cooperativismo de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado que coordina Cecosesola.
La primera actividad fue la participación en el encuentro vivencial en Sanare, un valle al sur del estado de Lara a poco más de mil metros de altitud. La ciudad está en el fondo del valle rodeada de caseríos y montes verdes, pese a que estamos en las últimas semanas del período anual de sequía. Llegamos hasta la Casa Campesina, una construcción sólida y austera en una de las laderas de la cooperativa La Alianza, una de las más antiguas de la red Cecosesola. En el salón de reuniones unas cincuenta personas sentadas en círculo discuten a partir de un texto que circuló cuando fue convocado el encuentro. Había miembros de las cuatro cooperativas agrícolas del municipio Andrés Eloy Blanco, cuya capital es Sanare.
La cooperativa La Alianza tiene unas 17 hectáreas, tres de las cuales son bosques, cuatro están dedicadas a cultivos y el resto a potreros con vacunos, lombricultura y cultivos protegidos. Son 23 agricultores, destacados por la producción orgánica y por las plantas medicinales. Producen yogur, humos de lombriz líquido y sólido para fertilizar la tierra, participan en las ferias familiares y en la cooperativa de servicios funerarios.
La unión de productores de Bojó tiene 29 agricultores que producen hortalizas y cuentan con un laboratorio de trichoderma para el manejo ecológico de las cosechas. Se trata de un hongo que cultivan en el laboratorio, alimentado de otros hongos nocivos para los cultivos. De ese modo pueden manejar las plagas sin utilizar productos tóxicos.
En Monte Carmelo hay otra asociación, Assopromorca, con 24 agricultores y la asociación Moncar, donde seis socias producen dulces y salsas caseras, promueven actividades educativas en la comunidad y cuentan con un hospedaje turístico. Los productores de Monte Carmelo tienen un laboratorio de trichogramma, avispas muy pequeñas que parasitan los huevos de varios insectos que pueden llegar a ser plaga en los cultivos. La asociación La Triguera tiene nueve agricultores dedicados al cultivo de hortalizas en Palo Verde, muy cerca de Sanare. En la misma localidad la cooperativa 8 de Marzo, con diez socias y cuatro socios, produce pastas integrales, carne de soja, granola y afrecho. En suma, en el valle hay cuatro cooperativas de producción agrícola y dos de producción comunitaria que en su conjunto incluyen 105 familias asociadas.
Además de los miembros de las cooperativas de la zona el encuentro vivencial estaba abierto a todas las personas que lo desearan. Había varias personas de las redes de Cecosesola de Barquisimeto. A quienes participamos nos entregaron un texto de cuatro páginas donde detallaban la dinámica de los siete días del encuentro, una lista de preguntas para orientar los debates y un texto inicial que trazaba los objetivos del encuentro. El primer párrafo señala:
Desde hace muchos años, en nuestra sociedad se ha venido instalando una manera de organizarse que se basa en las emociones y creencias de la cultura occidental y, por lo cual, tiene muy poco que ver con la cultura popular. Se trata de organizaciones jerárquicas que propician la acumulación de riquezas, poder y conocimientos, organizaciones que se moldean con base en el individualismo que propicia la propia cultura que las genera. Se trata de una manera de organizarse hecha a la medida de la empresa capitalista (Encuentro Vivencial en la red Cecosesola, 2014).
El texto destacaba que el encuentro pretendía detectar las maneras organizativas que fueron emergiendo y explorar “cómo hemos pasado de ser un archipiélago de empresas cooperativas de sus asociados y para sus asociados, a irnos convirtiendo en un movimiento social de transformación personal y organizacional, que hace énfasis en su propia autonomía al mismo tiempo que nos planteamos el ir ampliando el ámbito del nosotros(as)” (Encuentro Vivencial en la red Cecosesola, 2014).
Vale la pena destacar que el taller fue planificado en conjunto, con previa reunión de los participantes, que una parte del tiempo eran reuniones y otra parte estaba dedicada a compartir con los productores de Las Lajitas y de otras cooperativas, y también en las ferias de Barquisimeto y en otras instancias como el centro de salud. Todos los participantes comían juntos y dormían en la Casa Campesina.
En Las Lajitas la propiedad es colectiva, desayunan y almuerzan juntos y perciben el mismo ingreso. La cooperativa funciona desde 1976 y se vinculó a las ferias porque no tenían donde vender sus productos y no querían caer en manos de los intermediarios. Omar García, uno de los miembros de la cooperativa, reflexiona sobre la dificultad para incorporar jóvenes que le den continuidad al proceso. “Los jóvenes son reacios al trabajo organizado, ahora hay otra cultura, ya no es el escardillo sino la computadora”. Una mujer admitió que los padres son en parte responsables por “no querer que los hijos sufran, que no vuelvan a pasar por lo que pasamos nosotros, lo que es una muestra de patriarcalismo”. Jorge Rath recordó que cuando comenzó todo el proceso cooperativo hubo “una mística de los fundadores pero que con el tiempo hay que construir otra mística basada en el hacer juntos”. Omar dijo que las reuniones de todos los socios son quincenales, funcionan en equipos y hay un coordinador que rota cada dos semanas, tarea que a su turno le toca a todos. El fondo de salud tiene la particularidad de que presta servicios a personas de la comunidad aunque no formen parte de la cooperativa.
Un miembro del grupo de Monte Carmelo explicó que todo comenzó hace 18 años porque los intermediarios ponían precios abusivos y a veces no les pagaban. Gracias al trabajo colectivo consiguieron levantar la escuela y deciden los cultivos en asamblea. “Todos tenemos que rotar los cultivos según lo que se acuerda en la asamblea. Yo sembré calabacín y ahora me toca repollo”. Tienen dos formas de trabajo: colectivo e individual, pero en ambos casos hay una planificación colectiva. Tienen un fondo para salud del que prestan sin intereses en caso de enfermedad. Cuando algún socio tiene deudas con la cooperativa, le entregan un cultivo de rápida cosecha para que pueda resolver las deudas.
Las cooperativas de productores agrícolas acuerdan los precios con las ferias de consumo familiar, luego de varias reuniones en las que exponen los costos y los diversos problemas que enfrentan. Cuando llegan a un acuerdo no acostumbran firmarlo pero su cumplimiento es sagrado. En ocasiones hubo productores que decidieron vender por fuera de la red por ventajas de momento. En ese caso deben abandonar el proyecto, y en este punto no hay negociación ni marcha atrás posible ya que fue violentado un acuerdo y, sobre todo, la confianza.
En la cooperativa La Triguera explicaron que en cierto momento llegaron a ser 60 productores pero las ambiciones provocaron crisis y deserciones ya que algunos violaron los acuerdos y vendieron por fuera de la red. En este punto, vale explicar que los productores se benefician al vender en las ferias de Cecosesola porque tienen la seguridad de que sus productos serán vendidos, eluden los intermediarios y obtienen mejores precios, pero sobre todo precios acordados que les dan previsibilidad. Cuando un producto escasea por mala cosecha o por el acaparamiento de los especuladores, su precio sube y aparece la tentación de vender por fuera para obtener una pequeña y momentánea ventaja. Ahí es cuando queda bajo prueba la confianza mutua.
Joseíto Pineau tiene 72 años y una mirada luminosa. Irradia paz y alegría. Nació en Francia y llegó a Sanare 40 años atrás, en los comienzos del movimiento cooperativo. Pertenece a los Hermanos de Foucauld, cuyos principios son la oración personal y comunitaria, la fraternidad y compartir la vida con los pobres. “La clave de Cecosesola es la seguridad del mercadeo a precio justo, y la confianza, nosotros no inspeccionamos los cultivos, porque tenemos confianza”, dice con su voz que llena el espacio circular. Confianza en las buenas y en las malas porque “esto no es sólo cuestión de precio o de mercado, sino un proyecto de vida”, tercia la voz juvenil de Alexis Ramos, luciendo orgulloso una camiseta de la selección brasileña. “Los acuerdos de precios y muchos préstamos son de palabra por la confianza que nos tenemos porque con los años se fue construyendo un nosotros”, dice Gustavo Salas, también de la primera generación de “fundadores”.
Sostiene que esa confianza es profundamente política porque nada contra la competencia y la desconfianza, diferenciada de los tironeos obrero-patronales por un porcentaje y remata su reflexión asegurando que “la cuestión no es crecer sino perdurar en el tiempo”. Aparece en el debate uno de los ejes de la construcción de Cecosesola: duración versus acumulación.
A la mañana siguiente alguien le pregunta a Jaime, un joven hermano de Foucaould que nos enseña los cultivos agroecológicos, cómo hacen para expandir la experiencia. Se pone serio. Imparten cursos a los que acuden, personas de todo el país alojadas en la Casa Campesina, pero reconoce que el impacto es más local, que avanzan poco pese a la crisis ambiental y que, en todo caso, “hay un crecimiento espontáneo de gente que empieza a relacionarse de otro modo con la tierra”. En suma, que no hay recetas para el crecimiento y que los cambios son muy lentos.
En Las Lajitas lo tienen todo. Una inmensa compostera en un galpón de mil metros cuadrados produce grandes cantidades de abono natural (lombricultura) a partir de materia orgánica. La producción es abundante, además de los cultivos y la compostera gigante, tienen 27 vacas, once lecheras. Luego de años se acostumbraron a la rotación de todas las tareas, no tienen directiva ni cargos, todo lo deciden en asamblea, viven bien, con cierta holgura material, con la alegría de estar en el hermoso lugar que eligieron. Pero no saben cómo expandir su pequeño nuevo mundo. Sencillamente, no sabemos cómo hacerlo. Sabemos perseverar en lo que hacemos, sostener la diferencia respecto a lo hegemónico. Quizá el contagio, en algún momento, pueda hacer lo suyo. Se intenta, pero nunca sabremos cuándo.
Mujeres educando la “fuerza boba”
Después del almuerzo del segundo día, dejamos Las Lajitas por un camino de tierra que baja hacia Sanare. Pasamos por el pueblo hasta llegar a un caserío de nombre Palo Verde poblado por apenas cuatro mil personas. Allí está el galpón de la cooperativa 8 de Marzo: en la entrada funciona la oficina, luego el espacio donde elaboran las pastas integrales, al centro una gran máquina de cuatro metros de altura y al fondo los secadores. En un costado el comedor donde se turnan para cocinar.
Toma forma un gran círculo de 14 personas, diez mujeres y cuatro varones jóvenes que conforman el equipo de la cooperativa. Comenzaron hace más de treinta años elaborando 20 kilos de pastas secas por día. Ahora producen seis toneladas mensuales. Los comienzos, como en tantos emprendimientos colectivos latinoamericanos, está relacionado con la presencia de dos sacerdotes que hicieron la “opción preferencial por los pobres” en el marco de la teología de la liberación. Treinta y ocho años atrás integraron comités de salud para mejorar la alimentación, formar una bodega que les permitiera vender productos naturales a bajos precios e incentivar la creación de un huerto familiar en cada casa.
Gabriela Villegas, una de las fundadoras que ya tiene 74 años, recuerda que debieron desafiar el machismo imperante y los prejuicios hacia la alimentación sana. Empezaron sin remuneraciones ya que se trataba de trabajar para la comunidad. Con los años las cuatro iniciadoras se hermanaron formando una sólida comunidad. Yamileth Villegas explica que las mujeres están más adaptadas al cambio que los hombres, que los visualizan como más conservadores. Además cree que “la sustancia de la organización son las reuniones”, ya que cuando no las realizan por excesivo trabajo, el colectivo se resiente. Comen juntas todos los días, lo que consolida el afecto comunitario.
Hasta ahí parece la experiencia normal de muchas organizaciones latinoamericanas de mujeres trabajadoras. Pero hace unos diez años comenzaron a incorporar varones. Ante la pregunta de por qué lo hicieron, casi todas sonríen: “Nos hacía falta fuerza boba”, dice una entre carcajadas. Una frase que escuché varias veces en los días siguientes, sobre todo en las ferias. “Fuerza boba” porque, cuando compraron la nueva maquinaria, necesitaban cargar bolsas de 60 kilos. Lo dicen un poco en broma y otro poco en serio. Por un lado, necesitan varones para los trabajos muy duros. Una trabajadora en una de las ferias lo explicó así: “Los trabajos de fuerza es mejor que los hagan hombres porque se dañan menos el cuerpo que las mujeres” (15). Parece sensato.
Pero es también un ataque irónico al orgullo masculino, a ese sentimiento machista de superioridad por el sólo hecho de tener más fuerza física. Por eso creo que decir “fuerza boba” es también un modo de alertar contra el sentido de superioridad que da la fuerza que, por sí sola, no es indicadora de nada…. más que de bobera. Aunque las mujeres de Cecosesola no se dicen feministas, este es un aspecto nada desdeñable de la conciencia de género que, por otro lado, no necesita ser proclamada para ser verdadera. En ese sentido debo destacar que los miembros de Cecosesola no hacen discursos cargados de ideología. Lo mismo sucede respecto al capitalismo. Nadie alardea de anticapitalismo, pero en la práctica lo niegan, todo el tiempo.
Uno de los cuatro trabajadores varones de la cooperativa 8 de Marzo, Deivid, explica que es graduado universitario en control de calidad y que le ofrecieron un empleo en la multinacional Kraft que rechazó. “De aquí me sacan los pies por delante. Me gusta el clima de trabajo y que sean las mujeres las que dirijan la cooperativa. Yo soy feminista”, remató. Henry, de 19, uno de los más nuevos, confesó que entró sólo por ganar dinero y estuvo a punto de renunciar cuando se percató que eran casi todas mujeres, sobre todo porque “cocinan con mucho monte (hortalizas) y poca carne”. Reflexionamos sobre cómo en la alimentación también se refleja la cultura masculina. Los varones también cocinan, por turnos, como los demás trabajadores de la cooperativa.
Por último, la experiencia aspira a la continuidad en el tiempo, a que las generaciones futuras sigan adelante. Yamileth Villegas, ayuda a su madre, una de las fundadoras y explica que un modo de trabajar para la duración del proyecto es no apegarse: “Hay que crear sin apegarse. Cuando uno participa en algo que ha creado, se quiere apoderar de eso. Hay que desapegarse porque esto es para toda la comunidad, es algo que trasciende. Desapego a lo material, capacidad de renuncia”.
Contabilidad sin contadores
Un miércoles por la mañana llegamos hasta la feria de Ruiz Pineda donde funcionan las oficinas, la contabilidad, donde gestionan las compras, los créditos y todo el trabajo de números. En las oficinas trabajan unas treinta personas, casi todas jóvenes, dispuestas en dos hileras enfrentadas de mesas. La disposición del espacio es muy sencilla, pero debe destacarse que todas las mesas son iguales, sin tabiques que impidan el diálogo aislando al trabajador, no hay jefes ni jefas con despachos diferenciados. Todos y todas son iguales, están vestidos de modo sencillo y su trato es de mucha familiaridad.
Se forma un círculo de una 20 a 25 personas y comienza a circular la palabra. Una mujer explica que una de las tareas más importantes es el trato con los productores de hortalizas y frutas. Antes compraban en el mercado pero desde hace algunos años decidieron ir a buscar a los productores directamente para eliminar intermediarios. Las salidas a las cooperativas agrícolas las van rotando para que fluya la información y no quede aprisionada en unos pocos “especialistas”. “Todo lo que hacemos es en base a generar relaciones”, explica.
Al principio sólo compraban a los productores organizados, pero ahora también compran a productores individuales con los que también establecen relaciones de confianza. Los trabajadores de la oficina están martes, miércoles y jueves en esa tarea, de viernes a domingo participan en las ferias de consumo familiar, donde se sienten más a gusto, sobre todo en el espacio de las verduras. Entre los de la oficina hay sólo dos contadoras, la enseñanza y el apoyo va de unos a otros, complementándose en un permanente intercambio para resolver dudas. Algunos aprendieron a escribir en el trabajo de oficina. Funcionan por equipos pero los integrantes no siempre son los mismos. La rotación en la oficina es más lenta porque el trabajo es más complejo. Varios explicaron que la conversación y los intercambios hacen el espacio más agradable.
Desarrollan acá unas doce o trece actividades diferentes en el mismo espacio, que al no estar compartimentado se vuelve interactivo. Decidieron separar un espacio a la entrada donde cuatro o cinco trabajadores están reunidos con los productores y proveedores. Luego de meses de discusiones decidieron que la separación fuera de vidrio para no romper la unidad del espacio. Los cheques van y vienen durante la reunión. Tienen 15 firmas autorizadas, lo que evita que haya competencia, al igual que en todas las áreas. Procuran evitar que alguien acumule conocimientos, lo que hace el ambiente más agradable y acogedor.
Las reuniones son permanentes y dedican, como en los demás espacios, entre un tercio y la mitad del tiempo de trabajo en “decirnos las cosas”, están habituados a las críticas y aceptar los errores que todos cometemos. El hecho de que no haya jefes en la oficina, que también compartan el momento de las comidas, que fluya la información para que no quede en manos de nadie, contribuye a crear un espacio, que habitualmente es jerárquico y competitivo, en horizontal y fraterno.
Mención aparte merece el que hayan conseguido diluir las diferencias entre trabajo intelectual y manual. En la sociedad los trabajadores de “cuello blanco” –como los oficinistas– tienen salarios más elevados que los obreros manuales y, sobre todo, mayor estima social. En esta oficina consiguieron trascender esa división. En rigor, la división no se resuelve porque son tareas bien diferentes, pero han dado tres pasos fundamentales: los mismos que trabajan en la oficina acuden a las ferias, o sea unos días de la semana hacen un tipo de trabajo y los otros días hacen el otro; no establecen jerarquías ni de ingresos ni simbólicas, más aún, la mayoría prefiere las ferias; los criterios de fraternidad que aprenden y practican en las ferias, criterios comunitarios, los trasladan al monótono trabajo de la oficina, compartiendo saberes, haciendo fluir conocimientos, apoyándose mutuamente.
Confieso que nunca había visto algo igual. En las oficinas y luego en el centro de salud, sentí que hay una tensión por ir más allá de la cultura hegemónica, que es un trabajo lento, muy lento, pero imprescindible para la construcción de un mundo nuevo. Dicho de otro modo: conocía emprendimientos agrícolas y pequeños colectivos urbanos, como algunas fábricas recuperadas y microempresas como la cooperativa 8 de Marzo, que funcionan de modo horizontal y comunitario, pero nunca había visto una oficina, por la que pasan cien millones de dólares al año, laborar de ese modo.
Dispersando poder en la salud
Dedicamos dos días a varios nodos de la red en el estado de Barinas y una mañana a participar en la Feria de Consumo Familiar del Centro. El movimiento de esta feria es impresionante. Casi cien cajas o puntos de pago, 200 trabajadores asociados más algunos voluntarios, miles de compradores, muchos de los cuales visitan las ferias desde hace dos o tres décadas y se sienten parte, lo que permite que las compas transcurran con total normalidad pese al clima de escasez que en ese momento había en todo el país. Durante toda la mañana no vi un solo policía, ningún guardia y, como me habían dicho, tampoco hay cámaras a pesar de que durante el fin de semana acuden más de 20 mil personas.
Sobre media tarde acudimos al Cics. El edificio merece un comentario aparte. Son tres pisos que hacia afuera combinan grandes ventanales y “paredes” con ladrillos huecos que permiten la ventilación y no obstaculizan la visión, de modo que puede decirse que es un espacio abierto. No les gusta que se diga hospital sino centro de salud. El diseño del edificio supuso tres años de debates entre los cooperativistas y los arquitectos y fue enteramente financiado por Cesosesola, pese que no tenía los fondos suficientes. El centro fue inaugurado en 2009, pero los trabajos en salud se remontan a 1992. En los años siguientes fueron seis cooperativas de la red que abrieron pequeños centros de salud con servicios de medicina general, pediatría, ginecología y otras doce especialidades, con tres laboratorios clínicos y tres servicios de ecografía con precios 60% más bajos que en las clínicas privadas (Sic, 2009).
Desde su creación, los seis centros de salud están coordinados y atienden tanto a los socios como a los no socios. Para reunir el dinero para la construcción vendieron rifas; los trabajadores asociados hicieron aportes semanales, pidieron aportes a los proveedores y a las organizaciones que integran la red; vendieron arroz con leche y quesillos en las ferias; organizaron jornadas de vacunación, odontología y laboratorio a precios económicos contando con el trabajo gratuito de enfermeras, médicos, dentistas y bio-analistas; hicieron conciertos y viajes a la playa; colocaron 300 alcancías en las cajas de las ferias y en las cooperativas; los terapeutas hicieron masajes a voluntad; y recibieron aportes solidarios individuales de amigos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Pero no pidieron nada al Estado ni a la banca.
El doctor Carlos Jiménez, ahora con unos 60 años, comenzó haciendo medicina laboral y ahora está dedicado a la medicina comunitaria. Junto a la doctora Carmen Pérez Puerta y a Jorge Rath recorremos el edificio. La diferencia con el hospital tradicional está en los detalles. Hay dos grandes espacios a cielo abierto donde los chicos practican artes marciales chinos (wushu) acompañados de sus padres y una animadora. Los grandes hacen tai chi, yoga y bailoterapia. El criterio es que en cada piso hay un espacio grande para actividades colectivas.
Mientras el diseño hospitalario tradicional consiste en pequeñas salas cerradas y tabicadas para aprovechar el espacio por criterios de rentabilidad, ellos han pensado en espacios abiertos, con ventilación, sol y aire, con habitaciones aireadas con grandes balcones que permiten que los internados se comuniquen en lo que definen como “una estructura ecológica”. Mientras las clínicas tienen aire acondicionado y los espacios miran hacia el interior con pequeñas ventanas, el centro de salud mira hacia las montañas y es un pequeño oasis de aire fresco en la ciudad calurosa. El centro combina medicina convencional con terapias alternativas como acupuntura, hidroterapia, masoterapia y otras. Tienen 20 camas para internación, sala de operaciones, laboratorio, hacen ecografías y atienden 17 especialidades.
Lo más impactante fue participar en la reunión semanal de los viernes. Llegamos cuando estaba empezando. Había unas 55 personas sentadas en círculos concéntricos. Había personal de mantenimiento, limpieza, técnicos, enfermeras y médicos. El centro cuenta con 60 médicos y otros 50 trabajadores. Habitualmente participan todos los trabajadores y sólo dos o tres médicos, pero esa semana había ocho médicos, lo que fue interpretado como un nuevo paso adelante.
La reunión comenzó con una dinámica de grupo para abrir un debate sobre fallas y mejoras en los servicios. Una de las preguntas giraba en torno a si la cooperativa absorbe demasiado tiempo a los trabajadores al punto que desatienden las familias. Algunos dijeron que eso sólo puede solucionarse si las familias se involucran en la cooperativa. Luego hubo una larga explicación sobre gastos para el quirófano y una habitación para los desechos biológicos, con cuadros sobre gastos e ingresos expuestos en un papelógrafo.
Tómo forma un largo intercambio con uno de los encargados de la caja por un error cometido, que perjudicó a la cooperativa, aunque no fue un caso de corrupción sino un descuido. Se escucharon críticas frontales, la autocrítica del trabajador y también intervenciones que destacaron su esfuerzo por superarse y el hecho de que llevar la caja sea una tarea de alta responsabilidad que “no se le da bien a todos”. Entre los 50 trabajadores del centro de salud hay rotación de tareas: entre cocina, limpieza y otros servicios, y también con enfermería. La rotación complica algunas tareas porque cada cierto tiempo deben aprender cosas nuevas, cuestión que es sumamente engorrosa para quienes no tienen experiencia en el trabajo intelectual.
Una pediatra llevó a la asamblea la necesidad de resolver un problema en su área ya que muchas veces los niños que esperan ser atendidos gritan, corretean, levantan las cortinas de las salas perdiéndose la intimidad y la concentración. La cuestión fue debatida largo rato acordándose proseguir la discusión para encontrar soluciones adecuadas.
Del mismo modo que en las oficinas buscan superar la división del trabajo, que es uno de los núcleos del proceso emancipatorio y de la construcción del mundo nuevo, en el área de la salud la cuestión es doblemente importante ya que afecta al cuerpo médico, convertido en el capitalismo en un poder casi absoluto sobre los pacientes. En este punto conviene destacar que el poder médico está apoyado, por un lado, en la industria farmacéutica, una de las más poderosas corporaciones multinacionales del capitalismo globalizado. Por otro lado, los médicos fueron elevados al rango de semi-dioses por la propia población que busca en ellos, y sus medicinas, soluciones casi mágicas a los problemas de salud. Por lo tanto, hay una doble tarea: buscar terapias alternativas a las ofrecidas por los monopolios farmacéuticos y trabajar la autoestima y el poder-hacer los usuarios del sistema de salud.
Ambas cosas suceden en el Centro Integral Cooperativo de Salud, desde el diseño del edificio hasta las especialidades que ofrecen. Sin embargo, creo que uno de los aspectos más destacables es la gestión colectiva, en la que participan todos los trabajadores asociados a la red de cooperativas, pero también todos los médicos que son también trabajadores asociados, aunque de forma aún incipiente. La gestión es importante porque aunque los servicios de salud rompan la lógica mercantil, la gestión termina siendo decisiva, vía por la cual el mercado y el Estado suelen recuperar el control sobre los emprendimientos que nacen contra esa lógica.
La participación de los médicos en las asambleas es un paso muy importante, ya que allí discuten de igual a igual con las personas encargadas de la cocina y de la limpieza, con las que trabajan en enfermería, en un espacio en el cual no cuentan los poderes acumulados con base en la profesión. En paralelo, la participación de médicos, como la doctora Carmen Pérez Puerta, como cajera en las ferias, juega también un papel simbólico muy importante, ya que estamos ante un proceso de revolución cultural sin la cual es imposible avanzar en la descolonización de las prácticas.
El cambio por dentro
Cuarenta años transformando las prácticas es un tiempo suficiente para sacar algunas conclusiones. Sobre todo cuando esa transformación sucede en espacios donde la participación es masiva, en emprendimientos con capacidad para abastecer hasta un 35% de los alimentos frescos consumidos en una ciudad de más de un millón de habitantes. La experiencia de Cecosesola no pueden calificarla como marginal, una situación que comparte con el zapatismo.
A modo de cierre quiero destacar varios aspectos de la vida interna de la red de cooperativas que son quizá la seña de identidad diferenciadora y que son importantes para los movimientos ya que es una experiencia con un fuerte acento urbano.
-Organización sin jerarquías. El punto de partida es muy similar al de las demás organizaciones sociales de nuestro continente. Una organización jerarquizada apta para la disputa por el poder, hacia afuera y hacia adentro. Rechazan una forma de hacer que practicaron y sufrieron durante largo tiempo. Ahora se definen como “una organización en movimiento, cuya única instancia organizativa formal es un conjunto flexible y cambiante de “reuniones abiertas” que son en realidad “espacios de encuentro que no obedecen a un diseño previo, que se crean/o desaparecen según las necesidades del momento” (16).
Desarmar las direcciones, el aparato jerárquico y sustituirlo por un conjunto muy amplio de reuniones, liberó energías que antes estaban dedicadas a la lucha interna por el poder. Una organización que lucha por el poder estatal, se construye como una maquinaria para disputar poder. Con el tiempo, esa maquinaria opera no sólo para capturar el poder allá afuera, sino que también lo hace para la disputa del poder al interior de la organización. Estamos ante una cultura, un modo de hacer, que sólo entra en marcha para conquistar, funciona para eso, su energía sólo se mueve si hay poder para disputar.
Es una cultura patriarcal y colonial, funcional al capitalismo. Es una cultura negativa, habilitada para destruir y depredar. Cuando la lucha ya no es por el poder, se liberan energías creativas, empieza a ser posible construir, y con ello cobran nuevo impulso la cooperación, la ayuda mutua, la fraternidad, abriéndose un proceso interminable de transformación de las personas. Al no haber nadie que imponga orden, brota un orden interno, endógeno, sin supervisores ni mandos, fruto de la co-responsabilidad de los asociados. Estamos, por tanto, ante un proceso que no puede planificarse ni conducirse externamente. Es posible, y necesario, intensificarlo, potenciarlo, sobre todo a través de los afectos que, como sabemos, son reacios a la imposición de un orden externo. Al cabo de un tiempo surge un cierto orden, que es necesario descubrir porque no viene tabulado ni ordenado jerárquicamente de arriba abajo. Surge aleatoriamente, espontáneamente, con ciertas dosis de caos, presente en todo tipo de creación de vida.
El conocimiento entre las personas, que éstas a su vez conozcan lo que están haciendo y compartiendo, son necesarios para trabajar con confianza, para poder rotar tareas, para poder reflexionar colectivamente y abrirnos a la crítica fraterna pero rigurosa. Los miembros de Cecosesola hablan de “emociones”. Es posible que sea un vocablo adecuado para comprender las vibraciones colectivas, producto de compartir situaciones fuertes, la mezcla de deseo y motivación que hacen al compromiso y a la apertura, ante transformaciones personales y colectivas, necesarias para ingresar en un proceso emancipatorio.
La organización sin jerarquía sólo puede funcionar si todos y cada uno de los miembros están implicados totalmente en las tareas necesarias para sostener la organización, porque cuando se disipan las jerarquías los responsables dejan de existir y todos y todas nos debemos responsabilizar. Por eso hablan de “transformación personal y organizacional”, dos caras de un mismo proceso.
– Reuniones-espacios de encuentro. Los trabajadores asociados cumplen 55 horas semanales de trabajo, de las cuales entre 15 y 20 son las reuniones que mantienen de lunes a miércoles. En las efectuadas en las ferias de Barquisimeto semanalmente participan alrededor de 400 de los 600 trabajadores asociados, dos tercios del total. Habría que aclarar que no estamos ante reuniones burocráticas sino ante espacios de encuentro dinámicos, que son el motor de Cecosesola, su alma, que no tienen otro objetivo que reproducir la organización. Las reuniones pueden ser de un grupo muy pequeño o de varios cientos.
En total son unas 300 reuniones conjuntas a las que deben sumarse las que semanalmente realizan los grupos de cada emprendimiento. Hay seis áreas de reuniones conjuntas: productores y ferias, plan local, unidades de producción comunitaria, salud, bienes y servicios, y gestión cooperativa. Además de las áreas celebran reuniones de apoyo mutuo, convivencias como la que participé en Sanare y las asambleas generales de Cecosesola. Todos los testimonios coinciden en que las reuniones son fundamentales y que sin ellas la red no podría existir.
Una mujer de una feria de consumo familiar asegura que “Cecosesola no es para cualquier persona”, porque hay que estar abiertos al “deseo de cambiar”, pero sobre todo dedicarle mucho tiempo: “Darle tanto tiempo a la organización es también ver las cosas en diferente forma y ver el mundo de otra manera” (17). Es una relación otra con el tiempo, una de las dimensiones clave del capitalismo. Es un tiempo-comunidad para la toma de decisiones; ni largo ni corto, no es posible medirlo por el reloj ni por el tiempo eficiente de la producción. Es el tiempo necesario para llegar el consenso, para que todos sean uno. Es el tiempo que hace falta para que la comunidad se reproduzca. Puede parecer demasiado tiempo si llega a medirse por el tiempo que le “quitan” al trabajo de acumulación. Pero es el tiempo necesario para ser y seguir siendo comunidad. Si por alguna razón se rompe la comunidad, si dejara de ser comunidad, ningún tiempo de reloj sería suficiente ni satisfactorio.
Las reuniones no están sólo dedicadas a la toma de decisiones (productividad capitalista), sino a compartir información, reflexionar colectivamente, construir confianza, hermanarnos –que es una de las formas más intensas y plenas de estar en el mundo. Las convivencias o “encuentrones” en las que se comparten días enteros, comer juntos durante años, forman parte de la búsqueda de fraternidad –que es la gran deuda de la modernidad–, sin la cual la libertad y la igualdad son declaraciones huecas.
El hecho de que las reuniones se superpongan y entrelacen unas con otras, por la participación de personas que han estado en otras reuniones, no sólo contribuye a fluir información sino que es un modo de crear un sentimiento de pertenencia comunitario. Cada uno de los trabajadores asociados participa en la reunión semanal de su cooperativa, unidad de producción o espacio concreto. Además participan en una o varias reuniones conjuntas por áreas y pueden hacerlo en todos los espacios que lo deseen. De esa manera cada persona teje parte de la red con su movimiento de reunión en reunión, formando un tejido que es mucho más que la suma de los asociados. Las reuniones son parte de la formación ya que dejan de existir capacitadores y las necesidades de formación son resueltas entre todos “pensando junt@s” (18).
-El papel de los fundadores. Conocí a varios de los fundadores (Gustavo Salas, Teófilo Ugalde, Teresa Correa) y a personas que en otras organizaciones serían considerados cuadros (Jorge Rath), en reuniones y en diversos espacios dentro y fuera de la organización. Puedo decir que esas personas acumulan experiencias notables de lucha. Sin embargo, en Cecosesola no actúan como los tradicionales dirigentes que conocemos en los movimientos sociales y en los partidos de izquierda. Participan, toman la palabra y dan su opinión, dedican todo su tiempo a la organización, pero no la dirigen.
Cecosesola rechaza explícitamente “la lógica patriarcal de acumulación de poder”, como señalan varios textos. Los más experimentados son como el conjunto de la organización, “una fuerza que no se exhibe” (19). Hacen preguntas en vez de afirmar. Trabajan en relación de interioridad, como la levadura que actúa provocando transformaciones que llamamos fermentación, presencia que percibimos por los resultados pero resulta invisible. Las preguntas que hacen juegan ese papel de fermento, espolean la reflexión colectiva, inducen sin dirigir.
Encuentro que esta actitud es fruto de una opción ética y política, y de un profundo trabajo interior orientado a modelarse como el “maestro ignorante” de Ranciére, capaz de crear un clima y un ambiente en el que las personas aprenden sin “maestro explicador”, que es en realidad el “maestro atontador” (20). Aprendizaje sin enseñanza, en la convicción de que todo ser humano puede emanciparse, a condición de que no haya emancipadores.
* Aparte del libro, Descolonizar las rebeldías, de próxima publicación.
1 Richer, Madeleine y Alzuru, Ignacio, “Intercooperación y economía solidaria: análisis de una experiencia venezolana”, Cuadernos de Desarrollo Rural, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, No. 52, 2004, pp. 103-127.
2 Cecosesola, Hacia un cerebro colectivo, Barquisimeto, 2009, p. 20.
3 Ibíd., p. 21
4 Ibíd., p. 29.
5 Cecosesola, Buscando una convivencia armónica, Barquisimeto, 2003.
6 Cecosesola, Hacia un cerebro colectivo, Barquisimeto, 2009, p. 39.
7 Cecosesola, Buscando una convivencia armónica, Barquisimeto, 2003, p. 25.
8 Cecosesola, Hacia un cerebro colectivo, Barquisimeto, 2009, p. 43.
9 Ibíd., p. 54.
10 Ibíd., 2009, p. 50.
11 Casa comunal circular con techo de palma propia de los pueblos panare y piaroa, al sur del río Orinoco.
12 Ferreira, Carla, “A cooperative where there are no positions, only tasks to be done”, Prout Research Institute of Venezuela, 2011, en http://priven.org/262/ (recuperado 22 de mayo de 2014).
13 Richer, Madeleine y Alzuru, Ignacio, op. cit., 2004, p. 111.
14 Ibíd., p.119.
15 Reuben-Shemia, Dalilah, “Self Management and Economic Inequality”, Universität Kassel, Kassel, 2013, p. 40.
16 Cecosesola, Hacia un cerebro colectivo, Barquisimeto, 2009, p.7.
17 Reuben-Shemia, Dalilah, op. cit., p. 41.
18 Cecosesola, Hacia un cerebro colectivo, Barquisimeto, 2009, p.32.
19 Ibíd., p.25
20 Ranciére, Jacques, El maestro ignorante, Laertes, Barcelona, 2002.
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