“Pasar de ser partisanos a un ejército regular” o “pasar de una guerra de movimientos a una guerra de posiciones”. Son los términos usados por Pablo Iglesias y por Íñigo Errejón para explicar los rasgos de la batalla política en España después del 26J. Su significado es más o menos compartido por todos los conocedores de Gramsci, el dirigente comunista que incorporó el uso de términos militares para explicar su concepto de hegemonía, la capacidad de imponer unas pautas políticas, culturales e ideológicas que legitiman la construcción de un contrapoder.
Lo que hace Gramsci es aprender de las experiencias reales de las guerras que conocía, extraer consecuencias de estrategia política de los tipos de estrategia militar existentes en su época. La guerra de posiciones es un concepto bélico que nace en la Primera Guerra Mundial y describe batallas largas, con asentamientos y trincheras estables y fuerzas combatiendo ferozmente por cada palmo de tierra, como opuesto a la guerra de movimientos, basada en movimientos rápidos y en acciones audaces.
Los diferentes tipos de guerras se nos muestran como espejos en los que visualizar los rasgos de la lucha política, pues muestran la forma en que los grupos dominantes abordan la confrontación social y el ejercicio del poder.
La campaña contra Podemos ha supuesto la continuación de “la guerra de Grecia” aunque con más alharaca nacional y menos internacional, una campaña de cerco que ha seguido las mismas pautas asimétricas e “informales”.
De su análisis de época, deduce Gramsci, que en las sociedades complejas resultan imposibles las revoluciones a la manera tradicional y sólo excepcionalmente se producen cambios bruscos. La razón es que la correlación de fuerzas políticas no se altera fácilmente, de modo que los cambios sociales que aspiran a ser profundos requieren un desarrollo largo, difícil, lleno de avances y retrocesos que afectan a cada uno de los espacios de poder existentes, (judiciales, orden público, mediáticos, culturales) pero que tienen la virtud de, una vez conseguidos, ser más decisivos y estables.
Ocurre que han transcurrido 100 años desde la primera gran guerra que sirvió de referencia al pensamiento de Gramsci, desarrollado en los primeros años 30, en sus cuadernos de la cárcel. ¿Qué nos enseñan las guerras desarrolladas desde entonces? ¿Hay algún rasgo que nos de pistas sobre la forma en que el poder actual aborda la solución de los conflictos, alguna pauta de cómo se preparan las batallas importantes, las batallas definitivas? ¿Incorporan las guerras recientes el sello de la hegemonía absoluta neoliberal desarrollada en la globalización? ¿En qué sentido?
La hegemonía y las guerras asimétricas
Las guerras asimétricas constituyen la primera expresión de la absoluta hegemonía de EEUU en la globalización económica y el reconocimiento de su papel en el monopolio del uso de la fuerza internacional. Como esquema de ejercicio de poder rebasa el marco de la tradición militar clásica, para pasar a ser una violencia ejercida simultáneamente en todos los espacios.
La globalización empuja a las grandes potencias a huir del enfrentamiento directo y utiliza las guerras de baja intensidad en países periféricos como oportunidad para exhibir o fijar relaciones de dominio. En ese juego, la elección del adversario (su debilidad, la facilidad para demonizarlo) y el momento (un error, un salto cualitativo que lo señala como peligroso) es decisiva. Aprovecharla permite dar salida a los nuevos ingenios militares y desarrollar un nuevo marco que busca minimizar las bajas propias y trasladar (socializar) los costes a los aliados.
Las guerras asimétricas se caracterizan por la abismal diferencia cuantitativa y cualitativa en los recursos militares, económicos y políticos de los contendientes. En esencia, son la expresión de la capacidad del fuerte, EEUU, para imponer un cerco efectivo diplomático, tecnológico y mediático, mediante planes simultáneos arropados por aliados internacionales y/o instituciones multilaterales que precisan, para su puesta en marcha, un largo tiempo de maduración. El propósito de esa“demostración de fuerza decisiva o abrumadora” (doctrina Powell) es provocar la inhibición y la desmoralización de los apoyos enemigos, para alcanzar una victoria contundente y ejemplarizante.
La primera guerra del Golfo, en 1990, en respuesta a la invasión de Kuwait por Sadam Hussein y, nueve años después, en el marco de la llamada Guerra de Kosovo, la operación de la OTAN contra Yugoslavia (marzo de 1999), son ejemplos de guerras asimétricas o del nuevo ejercicio de la violencia internacional en un sentido amplio. Ambas consumen entre seis y nueve meses en su preparación y legitimación internacional (la primera, el apoyo de la ONU, la segunda, “la mayoría” de los países de la OTAN) y se inician con un castigo aéreo ejemplar, ejemplo de superioridad tecnológica.
Guerra sin límites y privatización de la guerra
La guerra es un camaleón que se va adaptando al entorno. Con la segunda guerra del Golfo se potencia la unilateralidad de las actuaciones y se asume (inspirado en Donald Ramsfeld) la expresión “desmilitarización de los conflictos armados”, eufemismo que justifica la participación creciente de las empresas privadas militares y de seguridad en las guerras, mientras se desdibuja la distinción entre combatientes y civiles. Significa la creación de “fuerzas transformadas” que resultan de la “integración de estructuras público-privadas” que diluyen los modos de combate típicos de las fuerzas armadas regulares: disciplina, jerarquía, cadena de mando y, sobre todo, la sujeción estricta al servicio del poder político.
El momento histórico y la correlación de fuerzas son las que definen un camino posible, porque la historia no nos concede opciones diferentes que podamos recorrer a voluntad como si fueran compatibles.
Perfecciona los conceptos apuntados por Ullman y Wade en la estrategia de “conmoción y pavor” que defiende que la “clave del éxito” se encuentra en impactar sobre la sociedad del enemigo de un modo tan contundente que la desorientación y el miedo se adueñen de su voluntad. Son pautas que determinan las de los adversarios y retroalimenta y refuerza la lógica del todo vale (la guerra irrestricta, sin límites, de los coroneles chinos, Qiao Liang y Wang Xiangsui) que termina generalizando la permisividad en los medios: el uso del terrorismo, la violación y la tortura como arma de guerra, la financiación mediante el tráfico de drogas, el bombardeo a las poblaciones civiles o la guerra bioquímica. La “guerra contra el terror” iniciada por Bush tras el atentado a las Torres Gemelas fue terrorífica para mucha gente inocente y, con ello, fuente de terrorismo. Sus consecuencias y las de la descomposición de los Estados las sienten los ciudadanos de Iraq, Afganistán, Libia, Egipto, Siria…y todo el Oriente Medio. Y está desestabilizando a Europa.
En la medida que la guerra se hace asimétrica e informal, sin reglas, recuperan actualidad las cualidades que Raymond Aron atribuía a la guerra de guerrilla, cuyo balance, decía, se resume en que “los guerrilleros ganan la guerra si no la pierden y los que luchan contra ellos pierden la guerra si no la ganan”.
La globalización empuja a las grandes potencias a huir del enfrentamiento directo y utiliza las guerras de baja intensidad en países periféricos como oportunidad para exhibir o fijar relaciones de dominio.
Las consecuencias civiles: el cerco político
La expresión civil de las guerras asimétricas, y su mejor traducción a la lucha política, se produce en la derrota de Syriza y de Grecia en la búsqueda de una solución justa al problema de la deuda. Ningún otro movimiento como el dirigido por Tsipras ha sentido lo que significa el “cerco total”, una conjunción en la que se combinan simultáneamente el aislamiento internacional, la demonización y distorsión mediática de sus argumentos, el olvido de las formas y los procedimientos, el uso torticero de las instituciones como el BCE, el Eurogrupo o el FMI y el terrorismo financiero representado en el corte de liquidez a los bancos. Se buscaba la capitulación humillante, una exhibición del castigo infringido en línea con la doctrina militar de conmoción y pavor, un evidente y reconocido aviso a navegantes dirigida directamente a Podemos.
La campaña contra Podemos ha supuesto la continuación de “la guerra de Grecia” aunque con más alharaca nacional y menos internacional, una campaña de cerco que ha seguido las mismas pautas asimétricas e “informales”: uso del CNI, informes amañados por periodistas y policías paralelas, uso recurrente y estrambótico de la oposición de Venezuela y fuego cruzado con una intensa concentración de foco desde la derecha mediática y el PSOE…Una campaña del tipo “guerra irrestricta” que tiene como finalidad provocar la inhibición y la desmoralización de buena parte de los apoyos sociales.
La derrota sufrida el 26J por Podemos indica que los contrarios han sabido sacar partido en los últimos seis meses de todos sus errores y debilidades y que se han adecuado mejor a los tiempos del conflicto político, mientras que el voluntarismo o la impericia de los dirigentes morados ha diluido sus puntos fuertes.
La ‘guerra relámpago’, acciones rápidas de dos o tres semanas como la utilizada por Hitler para conquistar Polonia, es uno de los términos más utilizados por Pablo Iglesias. La “audacia”, es decir, la capacidad de emprender acciones poco comunes sin temer las dificultades o los riesgos que implican, una de las cualidades más invocadas. Como si la sociedad no reclamara, después de dos años continuados de combate político, lo contrario, es decir seriedad y prudencia, aunque acompañadas de determinación para afrontar los retos. Lo que se definía como audacia no ha sido otra cosa que infantilismo que ha alimentado el refuerzo de los contrarios y el cordón sanitario contra “los malos” de Podemos.
Retornando a Gramsci
El paralelismo entre lo militar y lo político recupera la mejor conexión con Gramsci y su visión materialista de la historia. No basta con referencias ingeniosas a las guerras de movimientos o de posiciones, como si representaran un catálogo de opciones entre las que podamos elegir. Son el momento histórico y la correlación de fuerzas las que definen un camino posible, porque la historia no nos concede opciones diferentes que podamos recorrer a voluntad como si fueran compatibles. Si se opta por una estrategia se penaliza la otra. Si se elige el camino erróneo se fracasa.
La brutalidad e informalidad de las guerras actuales responden a un momento en el que el capitalismo pierde legitimidad y capacidad de seducción sobre el conjunto de la sociedad. La desigualdad y la exclusión empujan a nuevas formas del ejercicio del poder, que limita su oferta de persuasión a un tercio de la población mientras desarrolla mecanismos de coerción y de limitación democrática para el resto. La legitimación del poder necesitan un proyecto a largo plazo que hoy el capitalismo no tiene, que se está redefiniendo en la administración, la justicia y la educación. Por eso, hoy, el núcleo duro, compuesto por las fuerzas económicas y las fuerzas del orden necesitan dar la cara, salir a la intemperie. Solo los medios de comunicación aparecen como un baluarte efectivo en esta época convulsa. Las guerras asimétricas y las políticas de cerco son expresión de la contundencia con la que se preparan los conflictos.
No parece que la ventana histórica haya concluido. Algo de la guerra de posiciones mantiene su vigencia, pero cuesta trabajo imaginar que los próximos años no nos traigan nuevas convulsiones financieras y nuevas crisis geopolíticas. No cometer errores, mostrar solvencias, redefinir los bloques históricos, saber combatir las políticas de cerco son rasgos del nuevo tiempo.
Ignacio Muro Benayas
@imuroben
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