¿Es posible encontrar similitudes entre el virus del Capital y el COVID-19? Y, de ser así, ¿hay una estrategia compartida de lucha frente a ambos virus?
A la memoria de Julio Anguita
Estos tiempos de excepcionalidad han visto florecer las metáforas que pretendían aproximarnos a la comprensión de un suceso que ha venido a alterar nuestras vidas y nuestros horizontes de un modo inesperado. Enfrentados a lo imprevisto e inusitado, nos hemos visto abocados, con mayor o menor éxito, a leer a marchas forzadas un presente intempestivo, actualización de muchas de esas distopías virtuales que pueblan nuestra literatura o nuestro cine. En estas páginas siempre hemos defendido la imaginación como única potencia materialista capaz de ayudarnos a construir un futuro que, como indica en algunos de sus textos Marina Garcés con acierto, nos había sido robado pero que, de repente, se presenta ante nuestros ojos como una urgencia inmediata. Pues si nuestro presente resulta incierto, qué decir del porvenir por venir. Y si el futuro parecía obturado por un presente neoliberal que actuaba como agujero negro de toda esperanza, ahora, sin embargo, en estos tiempos de pánico, como también señala con acierto en un reciente artículo Jorge León Casero, se abre la posibilidad de pensar una salida a esta crisis que no suponga una quizá ya impensable vuelta al pasado. Deleuze nos dice que pensamos siempre obligados y, en ese sentido, las constricciones del presente resultan extremadamente evidentes.
El capitalismo como pandemia
Pero volvamos por un momento al terreno de las metáforas para intentar entender, una vez más, los mecanismos, múltiples, diversificados históricamente, del capitalismo. Las semejanzas y diferencias de las estrategias del Capital con los modos de comportamiento de un virus de alta capacidad de contagio y efectos letales como es el COVID-19 (ya saben ustedes, «d» de diciembre y 19 porque el primer infectado en China declaró haber leído ese número de veces el Libro rojo de Mao como, ineficaz a todas luces, estrategia terapéutica), no deja de ser una imagen que nos permite pensar que, acaso, las maneras de hacerles frente, a ambas pandemias, pudieran tener puntos en común.
Entre las evidentes semejanzas, el carácter desterritorializado de ambos virus, su carácter global, el desconocimiento del sentido de la palabra frontera. Capital y virus aprovechan con enorme eficacia los espacios lisos de la comunicación, los caminos que establecen nexos entre lugares lejanos del planeta, para deslizarse por su superficie e infectar todo cuanto sale a su paso. Por ello, las respuestas locales, nacionales, son de una eficacia muy limitada, pues, además de ser incapaces de sellar por completo un territorio, siempre se hallan a expensas de lo que suceda a su alrededor. En el caso del COVID-19, hemos echado en falta, frente a un virus global, la existencia de mecanismos globales que permitieran la toma de decisiones a la misma escala que actúa el virus. En el caso del capitalismo, Marx y Engels lo sintetizaron en una frase que devino lema: “Trabajadores de todos los países, uníos”, en un llamamiento a la internacionalización de las luchas como única estrategia para enfrentar a un capitalismo que no tiene otra patria que su beneficio. Una pequeña conclusión se extrae de esto: la necesidad, tanto en un caso como en el otro, de articular mecanismos globales de respuesta.
La virtud del COVID-19 es que ha puesto de manifiesto un hecho que las luchas políticas de la izquierda, de modo paradójico, venían reclamando desde tiempos lejanos pero para lo que nunca se estableció un programa político eficaz. Las internacionales no dejaron de ser, al menos avanzado el siglo XX, meros artefactos formales de muy escaso contenido político. Si la actual pandemia está obligando a pensar a los mayores detractores de la existencia de mecanismos políticos de carácter global en la necesidad de su existencia; si parece estar propiciando el que esa idea de «gobierno» mundial, presente en el discurso filosófico desde la antigüedad y reactivada por la Ilustración, adquiera esa dimensión «afectante», por decirlo al modo de Lordon, de la que hasta ahora había carecido; si algo que forma parte del ADN de la izquierda parece tener posibilidad de convertirse en agenda política y preocupación social, es el momento de volcar los esfuerzos en pensar formas de organización y prácticas globales que subrayen la importancia de lo común.
Un segundo elemento de coincidencia entre ambos virus es su enorme capacidad de contagio y los efectos letales que provocan para la vida. Es enormemente significativo que una palabra como «viral» venga asociada, cada vez más, a dinámicas que se desarrollan dentro del que es el instrumento fundamental de difusión del Capital en las sociedades contemporáneas: la tecnología de la información. En efecto, las dinámicas virales en la comunicación han acentuado aquello que define la enorme eficacia del capitalismo contemporáneo: su capacidad de construcción de subjetividad, de infectar con el virus del neoliberalismo a toda forma de vida humana. Con la diferencia de que, lejos de buscar formas de protección y medidas de profilaxis, las subjetividades contemporáneas se exponen alegremente, es uno de los más terribles efectos del virus, a las dinámicas de contagio.
Semejanza en la eficacia del contagio, pero diferencia en las actitudes frente al mismo. Merece la pena subrayar esta cuestión que, desde los orígenes del virus del Capital, marca un rasgo específico. Sabemos que una de las claves en la lucha contra el COVID-19 radica en la consecución de una inmunidad grupal que convirtiera a las sociedades, como colectivo, en geografías menos expuestas al virus. Por el contrario, el capitalismo nace intentando quebrar una importante inmunidad grupal que acompañaba a las sociedades de la Modernidad temprana. En efecto, dichas sociedades se asentaban, tanto en sus prácticas económicas como culturales, en potentes formas del común que se mostraban enormemente resistentes y reticentes al propietarismo individualista que el capitalismo se empeña en imponer. Con una extremada violencia, por otro lado. El virus del Capital provoca en la Europa moderna una extrema mortalidad, bajo la forma bien de hambrunas, bien de persecuciones, que acompaña su expansión territorial. Desde Marx a Federici se ha puesto de manifiesto cómo la acumulación originaria se produce violentando economías y saberes del común que entorpecían la labor disciplinante y rapaz del capital. Es la “economía moral de la multitud”, de la que habló Thompson. Las leyes de pobres inglesas de los siglos XVI en adelante provocaron decenas de miles de ejecuciones, solo 70.000 en tiempos de Enrique VIII, que sumieron en un estado de terror a las poblaciones expropiadas de sus medios de subsistencia. El éxodo a la ciudad y su disciplinamiento salarial permiten entender el despegue industrial de la Inglaterra de finales del XVIII.
Parece bastante evidente que la eficacia del capitalismo radica en su capacidad de destruir esas inmunidades de grupo, para lo que su virus no duda en mutar, haciéndose fordista o posfordista, según la ocasión, y así penetrar con mayor efectividad en colectivos con una especial capacidad de inmunidad. Como decía Baudrillard, el enemigo acaba instalándose en nuestro propio pensamiento. El virus de la temida subsunción real, la más potente de las mutaciones del virus del Capital, se encuentra siempre al acecho.
EN BUSCA DE UNA VACUNA: EL INTELECTO GENERAL COMO ECONOMÍA DEL COMÚN
Curiosamente, la pandemia del COVID-19 apunta en su posible solución vías y estrategias que pudieran ser también de utilidad en el diseño de un horizonte que fuera más allá de las prácticas de retorno, quizá ya imposible, a un pasado que ha cobijado en su seno el suelo fértil sobre el que ahora brota el virus. Inmunidad de grupo, vacuna y mecanismos globales de alerta y coordinación ante otras posibles pandemias parecen ser tres mecanismos inexcusables para hacer frente a esta y otras futuras pandemias. Mecanismos que también resultan imprescindibles para enfrentar la pandemia capitalista en su forma neoliberal.
Ya hemos señalado en alguna ocasión la pulsión suicida que caracteriza al neoliberalismo, cómo esta cepa específica del virus capitalista desprecia cualquier previsión de futuro y se caracteriza por un goce inmediato del presente. De quienes pueden gozarlo, claro. Su dimensión tremendamente letal exige la implementación inmediata de medidas profilácticas que eviten nuestra desaparición como especie, lo que denomino el conatus de la multitud. Los graves problemas que aquejan a la humanidad no pueden abordarse desde una perspectiva local, exigen, como hemos señalado más arriba, políticas coordinadas de ámbito global, por lo que los sectores críticos con el actual estado de cosas deben imaginar formas de cooperación política que desborden los marcos nacionales y que se empeñen en el diseño de una política del común. La actual coyuntura, que hace visible esa necesidad en el ámbito sanitario, debiera servir de palanca para extender dichas prácticas al ámbito de lo político en general. Algo que, desde una perspectiva ideológica, siempre hemos sabido, puede pasar a formar parte, quizá, de un nuevo sentido común crítico.
El diseño de la política de lo común al que antes hacía referencia pasa, a mi modo de ver, por abordar una cuestión que Marx señalaba en los Grundrisse, la del Intelecto General. Recordemos que con dicho concepto Marx hace referencia a los saberes sociales que son vampirizados por el Capital en beneficio privado y cuyo uso debiera revertir, propone él, en beneficio colectivo. Ya hemos señalado cómo el Capital se ha construido sobre la apropiación violenta de lo común, ya fuera este material o inmaterial. El neoliberalismo ha profundizado esa dinámica, hasta el punto de que Laval y Dardot nos hablan, metafóricamente, de una segunda ola de cercamientos. La lucha contra el virus médico, la denodada búsqueda de una vacuna, pone de relieve la importancia de que ese saber médico sea un saber compartido, que la vacuna alcance al conjunto de la población, pues de no ser así, los efectos letales del virus afectarán a amplios sectores de la población mundial, evidentemente la menos favorecida. La situación subraya la necesidad de que el saber científico, en especial aquel del campo de la salud, adquiera un estatuto común y no sea monopolizado por una industria, la farmacéutica, carente de toda vocación social.
A mi modo de ver, el de Intelecto General es un concepto que adquiere una importancia singular en el diseño de una política del común y en la imaginación de un futuro alejado de las inercias de las prácticas del Capital. Pues en los saberes socializados puede encontrarse la clave, la vacuna, para ir recuperando esa inmunidad de grupo que el capitalismo se ha empeñado en destruir. Cuanto más efectivas se muestren las prácticas del común, no solo en la lucha contra el virus, sino contra los efectos económicos que de la situación de confinamiento se derivan y derivarán, más se podrá visibilizar el carácter imperativo de las mismas en la defensa de los intereses de la mayoría social. Lo que empieza a parecer evidente en el ámbito de la salud, que sin un potente sistema público sanitario la población se hallaría tremendamente expuesta en coyunturas como la actual, podría también visibilizarse en otros ámbitos, como el de la energía, los transportes, la alimentación. Y esas visibilidades generan, sin duda, procesos de subjetivación sobre los que construir un nuevo sentido común crítico, como reivindica Sousa Santos. La reconstrucción de la inmunidad de grupo frente a las tendencias individualizadoras, idiotas, del capitalismo, la producción de una economía moral de la multitud sobre la base de un espíritu de lo común, koinota, la construcción de subjetividad antagonista, en última instancia, son estrategias necesarias para las que, de manera paradójica, la crisis del COVID-19 ha allanado, en parte, el camino. Imaginar un porvenir en el que lo común se convierta en el horizonte de nuestras políticas es una necesidad visibilizada por la crisis sanitaria y económica de nuestro presente ante la que se alza la siniestra alternativa de un fascismo en alza. De ahí que haya que imaginar, pero imaginar rápido.
Leave a Reply