La sobrerrepresentación de atletas vinculados a las fuerzas armadas en el medallero olímpico de Brasil encarna una de las tendencias de fondo de las sociedades actuales. Que algunos militares hagan la venia en el podio es harina de otro costal: una muestra del creciente conservadurismo de una sociedad en crisis.
Las cuatro primeras medallas que conquistó Brasil en los Juegos Olímpicos tienen algo en común que al principio no fue destacado por los medios: los cuatro atletas son sargentos que revisten en las fuerzas armadas. La judoca Rafaela Silva se llevó la medalla de oro y los medios destacaron que vivía en la favela Ciudad de Dios y que había sido víctima de racismo al ser eliminada en Londres 2012. El sargento Rafael Silva ganó la plata y la sargento Mayra Aguiar el bronce, también en judo. El sargento Felipe Wu se llevó la plata en tiro deportivo. De las primeras diez medallas, ocho las ganaron atletas vinculados a las fuerzas armadas.
Recién cuando el gimnasta Arthur Nory, la sexta medalla para Brasil, hizo el saludo militar sobre el podio, la polémica se disparó en los medios, que hasta ese momento no habían reflejado el fuerte papel en el medallero de los atletas formados en cuarteles. En realidad la polémica se remonta a los Panamericanos de Toronto, en 2015, ya que algunos atletas dijeron que los militares les sugirieron hacer la venia. Rafaela Silva dijo que evitó hacer el saludo militar, a diferencia de lo que hizo el año pasado, por temor a perder su medalla.
“Soy miembro de la Fuerza Aérea brasileña y es un momento de felicidad, de alegría para todo el país”, se excusó Arthur Zanetti, bronce en gimnasia, al ser abordado por los medios (O Globo, lunes 15). Marcos Goto, su entrenador, se sintió molesto y no ahorró críticas a los militares. “Me gustaría que los militares hicieran un trabajo de base, me sacaría el sombrero. Pero apoyar a un atleta de alto nivel es muy fácil. Quiero ver el apoyo a los niños hasta que lleguen al podio. Contratar un atleta que ya está formado es muy fácil”, dijo a los medios.
Muchos piensan, por el contrario, que la mayoría de estos competidores no hubieran conseguido subir al podio de no haberse incorporado al Programa Atletas de Alto Rendimiento (Paar) de las fuerzas armadas. Al hacerlo consiguieron los mismos beneficios que los militares de carrera: salario, plan de salud, vacaciones pagas y acceso a instalaciones deportivas de alto nivel donde son entrenados por especialistas. Pero otros, como Goto, creen que hay algo de oportunismo en los militares, que quizá utilicen el éxito de los deportistas como forma de mejorar su imagen ante la sociedad, ya que por ejemplo Zanetti se incorporó a la Fuerza Aérea apenas dos meses antes de los Juegos. En todo caso, el programa Paar fue una iniciativa del gobierno de Lula.
Creado en 2008, este programa supuso una inversión de unos 6,2 millones de dólares por año, divididos entre dos ministerios (Defensa y Deportes). Rápidamente se convirtió en un éxito, ya que Brasil obtuvo el primer puesto en los Juegos Mundiales Militares de 2011, también en Rio, con 114 medallas, seguido de China, Italia, Polonia y Francia. En Londres 2012 los atletas militares consiguieron cinco de las 17 medallas de Brasil, pero aspiran a encabezar el medallero brasileño en los Juegos actuales.
En total, integran las fuerzas armadas 145 de los 465 atletas que componen el equipo olímpico nacional, más del 30 por ciento. Se trata de soldados, sargentos y coroneles de la Armada, el Ejército y la Aeronáutica que participan en casi todas las modalidades olímpicas, desde taek-wondo y tiro hasta ciclismo y nado sincronizado. Toda la delegación de judo y la mitad de los nadadores son militares, que casi triplican los 51 efectivos que participaron en Londres 2012.
Pese a tener menos de 11 años, el Paar cuenta con 670 atletas, de los cuales 76 son militares de carrera y 594 son temporarios, como la mayoría de los medallistas. El salario que cobran puede alcanzar los 3.200 reales (mil dólares).
JUEGOS MILITARES.
Pese a todo, Brasil quedó lejos de los diez primeros puestos en Rio 2016. Un desempeño que contrasta con el importante desarrollo que ha tenido el deporte en algunos países de los llamados emergentes, con destaque de Rusia, China, Corea del Sur y Japón, y con Cuba como la excepción latinoamericana. En Estados Unidos, la principal potencia deportiva desde la caída de la Unión Soviética, son las universidades (estrechamente ligadas a la financiación empresarial) las encargadas de formar a los atletas, aunque este modelo no es el que ha seguido buena parte de los países europeos.
En todo caso, el apoyo estatal parece necesario para superar una situación de desventaja. Desde la década de 1950 los dos primeros lugares del medallero pertenecieron, con raras excepciones, a soviéticos y estadounidenses. Entre los diez primeros se colocaban los países de Europa occidental, con destaque de las dos Alemanias, y poco a poco empezaron a terciar europeos orientales y asiáticos. Los Juegos Olímpicos fueron un retrato vivo de la Guerra Fría.
China comenzó a participar recién en Los Ángeles 1984, porque no era reconocida por el Comité Olímpico Internacional, y a partir de ese momento sacudió el medallero con un imparable ascenso que coronó alcanzando el primer lugar en Beijing 2008. Esta notable performance no hubiera sido posible sin el concurso del Ejército Popular de Liberación (nombre oficial de las fuerzas armadas chinas). El papel de las fuerzas armadas en la formación de atletas es notable también en Rusia, las dos Coreas, Ucrania, Polonia y entre algunos países europeos, como Italia y Alemania.
La breve historia de los Juegos Mundiales Militares revela esta situación. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se creó el Consejo Internacional de Deporte Militar (Cism, por sus siglas en francés), con sede en Bruselas. En paralelo, los países del Pacto de Varsovia crearon otro consejo de deporte militar que se disolvió al finalizar la Guerra Fría, concentrándose todos los países en el Cism, que pasó a ser reconocido por el Comité Olímpico Internacional.
En 1995 se organizaron los Primeros Juegos Mundiales Militares en Roma. El medallero lo suelen encabezar Rusia y China, seguidos de cerca por Italia, Croacia, Corea del Sur, Ucrania y Alemania. Desde los Juegos de Rio en 2011, los primeros en que participó desde la creación del Paar, Brasil ocupó el primer lugar en esa edición y el segundo en la siguiente, realizada en 2015 en Corea del Sur.
En los Juegos Militares participan casi 9 mil atletas (frente a poco más de 10 mil en los Olímpicos), participan más de 100 países y se compite en las mismas especialidades olímpicas, aunque hay categorías típicamente castrenses (penta-tlón naval, aeronáutico, militar y paracaidismo). La principal diferencia de esos Juegos es la escasa participación de atletas estadounidenses (país que ocupa el lugar doceavo en el medallero de los cinco juegos realizados), británicos, australianos y de algunos países de Europa occidental.
Brasil comenzó a jugar un papel de primer nivel en estos Juegos desde que sus fuerzas armadas comenzaron a contratar atletas. “En 2011, en la edición de Rio, el país fue líder en dos métricas: el número de oros y el total de medallas. En 2015, en la ciudad surcoreana de Mungyeong, salió segundo por la cantidad de oros. Un año antes de empezar el programa la delegación brasileña no había obtenido ninguna medalla dorada en Hyderabad, India, en 2007” (Folha de São Paulo, 22-II-16).
Los demás países latinoamericanos tienen un desempeño tan pobre en los Juegos Militares como en los Olímpicos, con la excepción de Chile, que llegó a ostentar el puesto 14 en 2011 por las medallas obtenidas. En general se colocan bastante por debajo de los países africanos y árabes.
UN LEGADO IMPRESENTABLE.
Según las encuestas del Instituto Datafolha, 63 por ciento de los brasileños considera que el evento olímpico traerá más perjuicios que beneficios al país, y la mitad desaprueba la realización de los Juegos, porque quedarán en evidencia los problemas de transporte y seguridad de la ciudad (El País, 19-VII-16). Sin embargo, en junio de 2013 el 64 por ciento apoyaba los juegos y sólo uno de cada cuatro los rechazaba.
Era, por cierto, otro Brasil, donde la población todavía creía en las promesas de las autoridades. Uno de los principales escenarios deportivos es la Bahía de Guanabara, donde se realizan las competiciones de remo y vela, que presenta elevados niveles de contaminación ya que recibe toda la descarga fecal de la ciudad. El gobierno incumplió su promesa de descontaminar el 80 por ciento de sus aguas, mientras las lagunas que bordean el Parque Olímpico presentan también altos niveles de polución.
El famoso y proclamado “legado” de los Juegos a la ciudad no es visualizado por sus habitantes. Al parecer no es una excepción, ya que ciudades que han albergado competencias olímpicas han sufrido similares niveles de decepción. “El apoyo de la población a los megaeventos deportivos está en caída libre” en todas partes, como en la ciudad alemana de Hamburgo, donde el ayuntamiento “decidió retirar su candidatura para los Juegos de 2024 tras un referéndum que reveló que 51,6 por ciento de la población se oponía al evento” (El País, 19-VII-16). Algo similar sucedió en Boston.
Todo indica que el principal legado será una doble militarización. Por un lado, la masiva presencia de policías y militares en las calles. Por otro, el protagonismo de las fuerzas armadas en el medallero olímpico.
El presidente interino Michel Temer libró un decreto, el 8 de agosto, ampliando el área de actuación de las fuerzas armadas en Rio durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos que miembros de la Suprema Corte piden se extienda hasta las elecciones de octubre. Los uniformados vigilan no sólo aeropuertos, vías de transporte e instalaciones deportivas, sino barrios enteros, como Copacabana y la ciudad de Manaos.
Pero la intervención de los militares trasciende con mucho los espacios deportivos. Durante los Juegos, 1.200 soldados fueron llevados a Natal (Río Grande del Norte) para enfrentar al narcotráfico, otros para garantizar la distribución de agua en Acre, y hasta en casos de vacunaciones y atención social. Un general confesó al diario Estado de São Paulo (7-VIII-16): “El ejército debe ser el último recurso, pero no es bueno que el último recurso sea usado a toda hora”. Aunque Brasil tuvo tiempo de sobra para planificar la seguridad de los Juegos, hay problemas estructurales que no se pueden maquillar con la presencia militar masiva. Un soldado fue muerto en La Maré, un complejo de 16 favelas junto a la vía que conduce del aeropuerto a la Villa Olímpica, cuando tropas ingresaron en el lugar el miércoles 10, en los primeros días de la competencia.
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