Como cae una fruta de un árbol. Así iba a ser. “Cuando sos chico sabés que en algún momento vas a crecer aunque no sepas bien cuándo ni cómo. Cuando era niña creía que ser mamá era como crecer”, explicó Clara, que vende autos, tiene 41 años y todavía no ha tenido hijos. Elena, que es maestra, tiene 40 y sabe que no los tendrá, Soledad, que es politóloga, tiene 42 y piensa adoptar, y Lilián, que anda en los 50 largos, es psicóloga social, madre de una veinteañera, coincidieron en que al principio percibían la maternidad como un destino. No así Giovanna, que canta el tango como muy pocas y sin descendencia se acerca al medio siglo.
—Por supuesto que jugábamos a las muñecas –aceptó la artista–. Pero, mirá vos qué increíble, recién caigo en que la mujer con que de niñas jugábamos a las muñecas es otra que tampoco tiene hijos… Capaz que no jugábamos muy bien. Me acuerdo de la muñeca y la cunita. Se ve que era un bebé que dormía mucho, muucho…
—Para que ustedes hicieran cualquiera.
—Por supuesto. Pero no, nunca tuve…Viste que me crié con cuatro mujeres… Y las cuatro eran madres: la mía, odontóloga, su amiga médica, viuda como ella, que tenía tres hijos, y las otras dos mujeres muy importantes eran sus respectivas empleadas domésticas, Manuela y Paca. Manuela tuvo un hijo solo pero la Paca tuvo 14, y en el pueblo aquel en que vivíamos nacían los niños en el consultorio de la amiga de mi vieja. Había una sala de partos ahí, y Paca y ella atendían los partos. Pero nunca… Qué sé yo. Tener esas madres profesionales, que ni cocinaban… no teníamos como modelo mujeres que estuvieran en torno al estímulo del rol clásico. No. Eso creo que tuvo mucho que ver.
LAS MOSCAS.
La tanguera también fue la única en declarar haber estado libre de la infatigable “¿Y para cuándo?” que persigue a las mujeres sin hijos. “Pero es por el medio en el que yo me muevo, me imagino. Si tuviera un trabajo de oficina seguramente mis compañeras me preguntarían. ”
“A mí me atomizaron”, había dicho en cambio Elena. “Soy docente. Trabajo rodeada de mujeres. Todas las que tienen más de veintipoco son madres. Para la que recién se fue a vivir con la pareja la cosa es: ‘¿Y para cuándo’. Y para la que ya tuvo uno: ‘¿Y el próximo?’ Y para mí la típica: ‘Mirá que se te pasa el tren’. Y como yo respondía que no: ‘Ya vas a cambiar de idea. Vas a ver que sí’. Hasta que me dejaron de preguntar”, recordó. Pero el fin de la pregunta no es todavía el fin, percibe. Sigue sintiendo que la mayoría de sus compañeras están convencidas de que“las que no somos madres hay algo que no entendemos y que es –nada menos– lo fundamental de la vida”.
Soledad, que trabaja en una organización feminista, no ha sufrido el asedio en su empleo sino en cumpleaños o reuniones familiares. “He recibido consejos que nunca hubiera imaginado. Viejas católicas diciéndome al oído: ‘M’hija, embarácese de alguno’”, contó divertida, aliviada porque cuando las interpeladas pasan los 37 o 38 años las preguntonas empiezan aflojar.
Las madres son abrumadora mayoría. El 89 por ciento de las uruguayas mayores de 45 lo son, según la Encuesta Nacional de Comportamiento Reproductivo.1 Nueve de cada diez, redondeando. Y a veces aquellas que no lo son sienten que su condición no es considerada. “Si vas al ginecólogo a hacerte cualquier tipo de tratamiento, incluso intentando interrumpir un embarazo, vas a estar en una sala de espera llena de madres. Es medio extraño. Como que el país está pensado para las madres. Si estás en un club, las madres toman como normal que en el vestuario femenino estén los niños, y yo qué sé, la verdad que cuando me estoy cambiando no me gusta que haya niños de otros mirándome. Y pobre de vos si no te gustan los niños. Las madres esperan que las otras mujeres tengan afinidad con los niños y que hablen de temas que para otras pueden no ser agradables. Ir a un cumpleaños de un año y que todo el tiempo hablen de caca y de vómitos de bebés es otro clásico. Las que no tenemos hijos vamos atrás”, siente Clara.
Las manifestaciones del mandato no siempre son tan sutiles. “Cuando empezamos a ir a la Cárcel de Mujeres a trabajar sobre la ley de interrupción voluntaria del embarazo la advertencia era que iba a ser difícil que pudiéramos abordar el tema porque para estas muchachas el aborto era un infanticidio. A las que habían abortado las segregaban, las boicoteaban o las castigaban directamente”, contó Soledad.
En Uruguay y en todas partes la fecundidad es inversamente proporcional a la educación recibida. De acuerdo a la encuesta citada, al final del ciclo reproductivo 90 por ciento de las mujeres que no completaron la educación secundaria habían tenido hijos. Entre las que la completaron el porcentaje es 82. “En las mujeres más pobres los hijos son la única fuente de poder. Las define el otro. Es tanta la pobreza”, fue lo que propuso Giovanna, y podrían citarse innumerables análisis que acompañan la esencia de ese razonamiento. Lilián, en cuyos talleres abundan las chiquilinas de los sectores más vulnerables, tiene sus dudas. No sobre el corte socioeconómico. “Con que cambies de línea de ómnibus alcanza”, aseguró. “Si vas en el 125 es una y si vas en el 121 es otra. Todas las gurisas van con celular, sí. Pero con botijas unas y sin botijas otras.”
De lo que duda Lilián es de la explicación: “Las gurisas tienen los medios anticonceptivos a mano, incluso la posibilidad de hacer uso de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y sin embargo parece que su embarazo es producto de andá a saber qué, parece magia, porque tampoco lo podés hablar mucho. Quedan embarazadas y listo. Ni decidieron quedar ni deciden interrumpirlo. Está la explicación de que es lo que les da razón de vivir, que es lo que les da estatus. Yo no sé. En el diálogo con ellas nunca me han dicho ‘me siento mejor’, ‘me siento más realizada’. No hay una reflexión ‘en torno a’. No tienen espacio para eso, como no lo tienen para otras reflexiones. Aunque hay otro acceso al consumo siguen estando las urgencias de la supervivencia, por un lado, y por otro, no hay una resignificación. Capaz que tienen más años dentro del sistema educativo, hay planes que las acompañan, políticas sociales, pero ¿resignificación de su proyecto existencial? Yo no lo veo”, argumentó.
AHORA NO, AHORA, O NUNCA.
En otras circunstancias sí se formulan reflexivamente los proyectos. Lo que no significa que se puedan realizar en todos sus aspectos. Clara no imaginaba tener hijos antes de terminar la facultad. “Era impensable. Iba a tener un hijo en el contexto de una familia, después de haberme recibido, teniendo los medios para mantenerlo de buena manera, dándole un ámbito adecuado y lindo”, recordó.
A comienzos del milenio tenía 25 años y “estaba en pleno proceso de independencia, de vivir sola y viajar”. Vino la crisis de 2002 y de tener tres trabajos pasó a tener ninguno. La cuestión de la maternidad quedó postergada. “Mi prioridad, como la de tantos otros uruguayos, era sobrevivir.” Fue “con la famosa crisis de los 30” que reapareció pero“justo ahí” estuvo un período largo sin pareja y siguió irresuelta. “Ahora hace unos cuantos años que estoy en pareja.” Ahora la decisión es de dos, y “decidimos postergarlo”, explicó.
A Lilián la demoró haber sido presa política, pero no sólo. “Así como si decidía militar tenía que ponerle horas, si decidía estudiar tenía que ponerle horas, y si decidía tener un hijo también. Entonces no me daba la cantidad de horas que tenía. La maternidad merecía el mismo trato que otras opciones, no era un dictado de Dios ni de la naturaleza. Y hasta los 34 no llegó esa decisión.” Sin embargo la mayor de esta encuesta aseguró que “es difícil encontrar entre las que tenemos más de 50, 60, incluso entre las compañeras del penal , entre las que ocupaban ese espacio de la cultura y la acción política, alguna que haya decidido no tener hijos. Era una decisión demasiado impactante para la propia identidad”. Ese límite generacional sigue vivo en ella misma cuando su hija le advierte que no pasa por su mente reproducirse: “Me pone en jaque, porque quiero nietos. Esto te señala en qué nivel profundo ancla la cosa”.
En otras el “ahora no” se ha descubierto “nunca”. “A los 40 tengo claro que la maternidad no es lo mío”, afirmó Elena. “Pero lo descubrí de grande–advirtió–. Siempre la fui postergando. A los 20 iba a ser a los 30 y a los 30 pensaba que mejor a los 35. No me desesperaba hacerlo, pero la idea de que había que hacerlo estaba ahí. Si hubiera tenido una vida diferente, una pareja estable a los 20 y pocos, capaz que hubiera terminado siendo madre. Agarré por otros rumbos y el tema no estaba. Podría haberme inseminado o quedar embarazada en una relación casual, como un montón de mujeres que conozco. Nada de eso pasó por mi cabeza. El deseo no venía y en algún momento llegué a sentirme frustrada por eso. La ficha me cayó en una charla con mi madre. Yo tendría 36. Hablábamos de lo que me faltaba para ser lo que la sociedad espera de una mujer de mi edad. De cosas que me preocupaban bastante más que la maternidad: estabilidad económica, propiedad, título, auto, esposo… y aparecieron los hijos. Y mi madre dice: ‘Me extraña que me digas esto, porque como sos vos, que donde ponés el ojo ponés la bala, si quisieras tener un hijo ya lo tendrías’. Y yo me quedé así, pensando: ‘Pero tenés razón’. Recién en ese momento pude soltar esa frustración de algo que no me correspondía sentir porque en realidad no era un deseo mío, era como la necesidad de cumplir con un mandato para poder encajar”, narró la maestra.
A Giovanna no la aturdía el deseo ajeno, pero entre los 25 y los 28 años quiso hablarlo con su analista y recordó bien la respuesta: “Mirá, no te preocupes, porque mi experiencia me indica que cuando una mujer quiere tener un hijo se da cuenta. Y no hay nada que la detenga. Es algo que se te impone”. “Ok, vamos a esperar”, se dijo entonces aquella muchacha. “Si algún día ese deseo aparece, lo seguiré como en tantas otras cosas.”
—¿Y?
—Y nunca me sucedió, no lo he sentido. Eso desde un punto de vista animal, ponele. Sin embargo mi costado racional también decía: “Pero, a ver, estoy enamorada de este hombre, por ejemplo, de mi amado ex marido, que tiene tan buena genética; sería bueno un hijo de nosotros dos, ¿no?”. “¡No, no y no!”, me respondí siempre. “Estamos bien así.” Me sentía muy bien con esa libertad que teníamos.
En otras el deseo parece ser arrollador, especialmente a partir de los 30, cuando se instala la “famosa crisis” de que hablara Clara. “Recuerdo que en mis 30 las amigas de mi barra se empezaron a casar como por contagio y a buscarse parejas en cualquier circunstancia porque tenían que estar casadas y tenían que ser madres. Supongo que la frontera cambiará con la generación, pero en mi barra cruzar los 30 fue como la señal. Después se te divorcian a los dos, tres años, y quedan los gurises”, coincidió Soledad.
REPRODUCCIÓN Y “MATERNAJE”.
“A menudo los hijos se nos parecen/ y así nos dan la primera satisfacción”, canta Serrat. ¿El deseo de tener un hijo lleva implícito que éste sea biológico?
“Adopción para mí es maternidad”, respondió Clara enérgicamente. “Soy defensora de la adopción frente a los métodos de fertilización asistida, sobre todo en mujeres de mi edad, que pasamos los 40, porque un embarazo a esta altura podría ponernos en riesgo a mí y al bebé. Con la cantidad de niños que necesitan una madre… No creo que necesite que un niño lleve mis genes para sentirlo mi hijo. Necesito que esté en mi casa todos los días, darle un beso de buenas noches y poder llevarlo al colegio, por decirte algo.” Y matizó: “Capaz que soy medio fría en ese sentido”. Es importante el número de mujeres que parece sentir lo opuesto. Durante estas conversaciones se aludió al caso ocurrido no hace mucho en esta ciudad, de una mujer joven que, enferma mortalmente de cáncer, tuvo hijos en un vientre de alquiler a partir de óvulos propios, sin retroceder ante el temor de que esos hijos que hoy cría su viudo heredaran la predisposición. Soledad contó que la mujer que la entrevistó en el Inau cuando hizo su solicitud de adopción “estaba un poco sorprendida porque yo no había venido de quince intentos de fertilización infructuosos, que es como llegan normalmente ahí”.
“¿Por qué esa obsesión de tener hijos biológicamente tuyos a cualquier costo, materialmente hablando y también en materia de salud? ¿Por qué toda esa ansiedad y angustia, que si el embrión prende o no prende?”, inquirió la politóloga. “Cada persona tiene derecho a hacer lo que quiera, pero a mí toda esa movida me genera muchas dudas. La gente tiene como pánico de adoptar y eso ha cambiado en la historia. Antes la gente criaba hijos ajenos. Nuestros abuelos lo hacían. Las familias han cambiado. Los hijos se vuelven como súper exclusivos, esa obsesión por cuidarlos, por que sean únicos… eso ha cambiado radicalmente en los últimos cuarenta o cincuenta años”, alegó.
La psicóloga social nos descubriría después algunos de los distintos elementos que se confunden en la idea recibida de familia, la antigua preocupación por la legitimidad en la trasmisión de una herencia, la diferencia entre imágenes o estereotipos de género y articulación de funciones en el equipo. “La función paterna es a lo que le decimos ley. La función materna es la de la contención y la nutrición. De esas funciones no podemos prescindir porque nos morimos, pero eso no significa que deban ser cumplidas por un papá y una mamá.”
“Considero que gran parte de lo que hago es ‘maternar’”, había dicho Elena, convencida de que durante el año lectivo ella pasa más tiempo con sus alumnos de lo que pueden hacerlo sus propios padres. “Los de 5 años, trabajando, distraídos, me dicen ‘mamá’. Se genera un vínculo súper fuerte en el que hay muchísimo cariño. Vos educás como educarías a un hijo o como educo a mi sobrino.” Pero ha escuchado “millones de veces” que “sos mejor docente cuando sos madre”. “Y no me parece que sea así”, alega, aunque admite que nunca ha podido ganar esa discusión “porque siempre la tuve con madres que tienen esa visión de que antes de ser madres tenían otra visión”.
Hace añares, deambulando por la Ciudad Vieja, Giovanna conoció a un muchacho negro en situación de calle que hacía dibujos a lápiz “de una especie de superhéroes o monstruos”. “Te los regalaba y vos le dabas unos pesos.” El muchacho ahora es pintor, sobrevive de vender sus cuadros, pero sigue durmiendo en la calle, a dos cuadras de lo de Giovanna. El periodista llegó con la tormenta y cuando Giovanna le pedía a un amigo común que le insistiese al pintor con que viniera a pasar la noche dentro.“No sabés lo que hizo éste la otra vez –explicó la anfitriona, entonces–. Fue hace tres semanas. Hubo unas lluvias terribles. No vino a tocarme a la puerta a las tres de la mañana porque no quiso joder, pero entonces vino al otro día. La tormenta continuaba y él había pasado toda la noche empapado, arrollado ahí en ese lugar precario que se armó en 25 e Ituzaingó. Todo mojado, tiritando. Como él de vez en cuando viene y se da una ducha y esa ropa que tiene la metemos en el lavarropa, siempre tengo ropa de él. Y bueno, lo auxiliamos. Se enfermó. Durmió dos noches acá en el líving con la salamadra prendida. Somos amigos, es uno de los tipos más brillantes y fuertes que conozco, pero para él soy un referente femenino fuerte, en algún sentido maternal. Un tipo que se ha criado sin madre, en la calle desde hace 25 años.”
Ni Giovanna ni Elena creen que, a favor de procrear, valga invocar el temor a la soledad de la vejez. “Eso es algo que justamente no me pasa. También lo he escuchado: ‘Mirá si llego a vieja y no tengo a nadie’. Y no tengo idea de qué va a pasar cuando llegue a vieja, y si voy a llegar a vieja. También pienso en lo otro. Tengo un hijo y me muero ¿y qué hace el pobre?, ¿queda solo? No tengo nada para dejarle… Mi pensamiento en la maternidad siempre es una preocupación”, dijo la maestra. “No podés ser tan egoísta, tan pelotudo, de tener un hijo para que te cuide”, espetó a su turno la tanguera. “Además yo confío mucho en las redes amorosas que tengo: mis ex parejas, mis amigos de siempre, mis nuevos amigos, mi capacidad de generar lazos. Ese capital que yo siento que uno tiene de dar tanto a los demás”, agregó.
La opción de estas mujeres se ha hecho más frecuente en Occidente. En el noroeste de Europa la tendencia aumenta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Entre las alemanas nacidas en 1968 una de cada cuatro no ha tenido hijos. No es una curva irreversible. Los sistemas de cuidado nórdicos deben de tener que ver en que los guarismos de esos países sean menores: 20 por ciento en Finlandia, 14 en Suecia, 12 en Dinamarca y Noruega.2 Se habla de mejores ingresos y mejores condiciones de trabajo para las madres como forma de explicar por qué en Estados Unidos el porcentaje cayó del 20 al 15 entre 2005 y 2015. De todos modos nadie parece creer que estos ajustes cambien decisivamente las cosas, y el sector ya es lo suficientemente importante como para generar líneas de negocios pensados para él. Sus integrantes ya tienen etiqueta:Childfrees o NoMothers. Al mismo tiempo hay quien observa el surgimiento de un movimiento en sentido contrario. Hace siete años la feminista estadounidense Naomi Wolf planteó que la madre soltera se había transformado en la nueva heroína de un patriarcado que, incapaz ya de esconder la deserción de tantos varones, había descubierto que podía usarlas como prueba última del destino maternal de las mujeres.3Recientemente la filósofa española Beatriz Gimeno, diputada de Podemos en la asamblea madrileña, denunciaba una romantización del amor maternal: “El bebé se transforma en amante y esposo” y así “el rol maternal cambia para que nada cambie”.4 En nuestro medio, Soledad ubica una de las manifestaciones de esa reacción en cierto “feminismo esencialista, una reafirmación de la maternidad que para mí es recontramachista; un discurso que nos vende como que somos especiales, cuando la especialidad es justo lo que históricamente nos ha condenado, porque, ¿dónde está la base del patriarcado? En que tenemos capacidad reproductiva. Ese es el núcleo duro. Entonces me querés vender la maternidad maravillosa, la energía especial, la teta a todas las horas, todo divino. Tenés que hacer todo y todo feliz porque además tengo que ser ingeniera atómica y tener un cuerpo espectacular. ¡No! ¡Imposible! No hay manera. Y entonces, si no podés cumplir con todo, encima te sentís mal”.
La política puede proyectarse entre estas fuerzas y ayudar a nacer decisiones autónomas. Soledad no está nada conforme con las coerciones que impone la ley de interrupción voluntaria del embarazo, pero reconoce que hizo cambiar la manera en que las muchachas presas trataban el aborto: “La ley habilitó que pudieran hablar de eso sin que hubiera una condena. Nuestra táctica era hablar de los mandatos, de los estereotipos de género, y empezar a tocar la anticoncepción. Una de ellas, solita, sacó el tema del aborto y de la fertilización asistida, y otra quiso hablar de que su nuera quiso abortar y no pudo porque los tiempos no le dieron… todo eso fue un cambio que dio la legalidad. No me había dado cuenta antes de ir a la cárcel”.
“Y ESO ESTABA BUENÍSIMO.”
Cada año que pasa Elena está más segura de su decisión. “Tener un hijo es una cosa para el resto de la vida, una responsabilidad gigante. Yo particularmente creo que sería una madre insoportable, de querer saber todo el tiempo qué le pasa, en qué está. Pero preocupada. Creo que sería una cosa que le pondría preocupación a mi vida, más que placer. Entonces creo que no es para mí y no sufro con esa decisión. No sé si es exactamente falta de vocación o que tampoco me sienta capacitada para hacerlo. Siento que no va conmigo. También porque soy una persona solitaria, bastante independiente, me gusta ir de acá para allá, moverme y tomar decisiones sin tener que pensar en nadie, y un hijo cambiaría totalmente el panorama. Hay gente a la que ese cambio no le molestaría. A mí sí me preocuparía.”“Siempre sentí que un hijo me quitaría tiempo para mí”, respondió Giovanna cuando se le preguntaron finalmente sus porqués. “Sé que si hubiese tenido un hijo hubiera sido una madre presente y amorosa. Pero toda esa felicidad adivinada no podía con toda esa otra parte de ‘Bueno, este mundo, un hijo, mi vida, mi libertad, mi tiempo, mi me voy a cualquier hora, me voy a cualquier lado. Me va a atar a un lugar, me va a vincular eternamente a este o a aquel hombre, voy a tener que preocuparme de cosas de las que no me preocupo, preocuparme obligatoriamente…’. Quiero decir: en mi vida ha sucedido que esté comiendo sushi en uno de los mejores lugares de Nueva York y a los cinco meses esté compartiendo el arroz partido con mi perro Pascual. Y eso estaba buenísimo. Me gusta eso de la vida. Pero con un hijo vos tenés que plantearte una integración al sistema, construir una seguridad que no, no estoy dispuesta. Ese es el costado racional, y por otro lado el clamor de mis entrañas por parir nunca aparece. Y ahora que las hormonas ya están bajando, digo, no me va a venir.”
1. Ine, Montevideo, 2017.
2. Population and societies, del Institute Nationel de’Études Demographiques, Número 540, enero de 2017.
3. “The single mother makeover”, en Project Syndicate, 30-VIII-10.
4. “Madres en la trampa del amor romántico”, en Anfibia, 11-V-17.
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