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El desarrollo: ¿una idea inútil?. Gobierno alternativo

No está, desde luego, en la vida cosmopolita de la urbe latinoamericana, tampoco en sus autoridades espirituales, ni en el carisma de un líder consagrado a la “pobreza de los suyos”. El ideal de hombre latinoamericano se construye, a diario, en sus comunidades rurales empeñadas en preservar su autonomía política, y al margen de las disposiciones institucionales de sus gobernantes. El desarrollo es una idea inexacta para nosotros, pues no nos convoca para emprender una empresa común. Su magnitud exacta depende de una construcción colectiva, y efectivamente, algunas comunidades campesinas e indígenas latinoamericanas dan cuenta de ello desde hace buen tiempo.

Conocimiento tecnocrático

Un sesudo econometrista no se cansaba demostrando a sus estudiantes la imposibilidad de prescindir del dinero en comunidades con más de 100 habitantes. Aparte de este audaz ejercicio formal, el problema sigue siendo la pertinaz pretensión de una doctrina de reducir las distintas posibilidades de resolver los problemas materiales, para centenares o millones de habitantes, a posibilidades únicas. La economía sufre de esencialismos.

Un doctor en desarrollo rural se esforzaba en explicar, en sus jugosas consultorías, la necesidad ineludible de implementar un conjunto de sistemas convencionales para la resolución de problemas de agua potable, aguas residuales, aseo, energía, vivienda y vías. A pesar de las bondades de las eficientes soluciones que plantean, siempre se olvida un detalle: que todas y cada una de estas soluciones nos remiten a una cadena insalvable de problemas aún mayores. Una simple “solución” de vivienda nos obliga a ingresar al mercado de los aceros, los concretos, los polímeros, entre otros. Pero, ¿una vivienda digna es el resultado de aplicar esta solución convencional? Por su puesto que no. El argumento tecnocrático de la durabilidad, estabilidad y asepsia de estas soluciones obedece tan sólo a la necesidad particular de la industria de la construcción. Es bastante curioso, por tanto, que ese arte tradicional que construyó nuestras viejas viviendas con insumos que se encontraron a la mano, tenga que ser reemplazado por una técnica que obliga a buena parte de la población a no habitar una vivienda. El proceso de modernización no sólo transforma el paisaje, sino que le quita a las personas sus prácticas autónomas concebidas para solucionar sus problemas prácticos.

¿Que tan alternativos son los gobiernos alternativos?

En distintos gobiernos alternativos es común encontrar un extraño maridaje entre los beneficios de la modernidad y el ejercicio de la autodeterminación de las comunidades. Suele decirse que renunciar al fármaco o a los combustibles fósiles -inventos de la modernidad- es una idea desquiciada e ignora la inserción de la última comarca del planeta en la globalización. Pero, ¿por qué tanta incomodidad frente a estos comentarios? Por una razón: sensación de incapacidad de construir autonomía.

Algunos beneficios de la modernidad son incuestionables, pero la posibilidad siempre presente de restituirlos o prescindir de ellos, en un acto de autodeterminación no debería incomodar. La recuperación de saberes medicinales tradicionales y la producción de energías alternativas en el contexto de un ecosistema autorregulado, puede mitigar problemas de salud pública y preservar el medio ambiente. Esta posibilidad, bastante conocida, no es eje político de acción, porque aún no nos queremos hacer responsables de nuestras propias decisiones.

Un experto en el manejo de artificios matemáticos para medir la pobreza y liquidar los recursos de la más recóndita parroquia, y amigo insobornable de la efficiens anglosajona, advertía a un nutrido grupo de gobernantes locales sobre la obligatoriedad de incrementar los recursos económicos de sus localidades y aplicar las normas estructurales del Estado Central, que con tanto “esfuerzo traslada los dineros a las provincias”. La reducción del Estado y el desplazamiento de los complejos mecanismos de resolución de necesidades sociales hacia el interés privado, obliga a la provincia a realizar este tipo de ajustes, incluidos los correspondientes a las políticas de regulación macroeconómica.

Expresiones alternativas

Sin embargo, desde Aristóteles se sabe que, es el arte del gobierno el que construye la ciencia del gobierno, y no al revés, esto es, según sean las prácticas de manejo de la cosa pública se dificulta o se facilita su estudio y mejor diseño. Esta condición de inmadurez de los gobiernos latinoamericanos, cuyas técnicas de gobierno son tan dependientes, inextricables y obscuras, sólo se enfrenta con la constitución de nuestro propio arte de gobierno. Arte que, en principio, no debería dificultar la administración de lo público, ni facilitar la manipulación tecnocrática.

Son dos mundos distintos: uno, empeñado en un ejercicio de gobierno para fortalecer una idea de desarrollo que desaloja de todo contenido popular las cosas de su territorio, que calcula la renta de cada esfuerzo humano, de cada parte por millón de biomasa de un parque natural, de cada gota de agua tratada, en fin, de cada manifestación infinitesimal del mundo físico. Y otro, empeñado en recuperar y fortalecer sus mejores tradiciones, en intercambiar cada esfuerzo sin que medie un sólo peso, en sacralizar la naturaleza, en reinventar microcentrales eléctricas comunitarias, en promover la oralidad, en capacitar a sus “médicos tradicionales”, en fin, en establecer relaciones de hermandad con cada manifestación infinitesimal del mundo físico. El primero, instalado en las urbes y campos industrializados de Latinoamérica, y el segundo, ubicado en las comunidades rurales con experiencias autónomas de gobierno.

Entonces ¿los “logros” modernos pueden armonizarse con ese proceso de autonomías locales, unas veces antimodernos, otras veces cartesianos? La modernización desacraliza o seculariza mediante cálculos minuciosos, y aquella autonomía rural reinstala lo vernacular y selecciona cuidadosamente las victorias de la “ciencia y la tecnología”. Esta supuesta mezcla de “agua y aceite” no obtiene su respuesta en los grandes sistemas autosuficientes de las ciencias humanas, con mucha raigambre en suelo alemán, sino en los ejercicios cotidianos de resistencia de aquellas comunidades rurales.

Ahora, otro elemento de tensión: las expresiones de resistencia de carácter urbano en Latinoamérica. A pesar de ser notables las luchas que sostienen, salvo algunas excepciones, los mecanismos de reordenamiento social autónomo no se han logrado establecer en tanto que sus principios de acción no confrontan la estructura económica hegemónica, sino que contribuyen a perfeccionar sus estrategias instrumentales de inclusión.

Una situación insalvable: la insociabilidad de las expresiones alternativas. Se ha discutido bastante acerca de esa mediocre condición de desencuentros políticos entre las más diversas organizaciones de vanguardia que pueblan Latinoamérica. Los celos e intereses particulares que determinan buena parte de sus decisiones estratégicas, pueden tener varias explicaciones; sin embargo, el egoísmo y dogmatismo existenciales de lo que podemos llamar vagamente la personalidad latinoamericana, constituye una causa esencial de los conflictos que corrientemente protagonizan, ya sea por territorios, militantes, recursos económicos, consignas, aparatos conceptuales, entre otros.

Este signo de inmadurez se ha visto resuelto, sin discusiones doctrinarias, en una ocasión especialmente: cuando se trata de movilizaciones sociales contra la violación de las soberanías nacionales. Sin embargo, este no es precisamente el caso de aquellas comunidades en resistencia, las cuales han avanzado en arreglos estratégicos de unidad sobre la base de metodologías prácticas de autoabastecimiento alimentario. Efectivamente, a falta del “esfuerzo del concepto” de nuestros líderes sociales, consistente en pensar por ellos mismos, y a falta de consensos ideológicos, nos proponen la alternativa de concebir la unidad desde metodologías prácticas de resistencia. Si las fuerzas políticas de los pueblos latinoamericanos no pueden articular sus plataformas políticas, entonces que sean los circuitos básicos que conmutan los componentes del “mínimo vital”, su primer escenario de acuerdos.

Gobernémonos nosotros mismos

Centro y periferia se debaten a diario. El Estado se reconstituye desde el centro, mediante un ejercicio de control y violencia para resguardar los privilegios de algunos sectores sociales. La periferia se reconstituye con sus propias herramientas de reordenamiento práctico del territorio. Y esta es la pregunta a resolver: ¿aquellas experiencias de resistencia y autonomía rural han construido ya una manera distinta de “gobernarnos a nosotros mismos”?

En atención a los testimonios repasamos: Movimiento al Socialismo, en Bolivia, expresión indígena de lucha contra la política antidroga de los EEUU, la privatización del agua y el gas. Movimiento Sin Tierra, en Brasil, ejercicio campesino de resistencia contra el esquema de modernización del campo y de experiencias renovadas de democracia participativa y cooperativismo. En México, tanto el Movimiento Zapatista como El Campo No Aguanta Más, en ejercicios de defensa política de su propio territorio y en oposición colectiva al TLCAN. Los Mapuches, en Chile y Argentina, fuerza indígena que se resiste a ser desplazada. Y en Colombia, voces de movimientos indígenas y campesinos, agrupados en el CRIC, AICO, el Comité de Integración del Macizo Colombiano, el Coordinador Nacional Agrario, entre otros, participando activamente en gobiernos locales, movilizaciones masivas contra el TLC, y reorganizando autónomamente sus pequeñas economías. Esta geografía de las movilizaciones sociales, restituyendo predio a predio las fuerzas vivas de la autodeterminación, constituyen el suelo nutricio de esa nueva idea de “gobernarnos a nosotros mismos”.

Experiencias propias

Desde el departamento del Cauca podemos aportar los siguientes elementos metodológicos comunes para la construcción de autonomía, hermandad y solidaridad:
A) Resolución colectiva de necesidades materiales mediante la práctica consuetudinaria de la minga o la junta de trabajo, esto es, ejercicio de solidaridad hecho costumbre en el que participan indígenas y campesinos de todas las edades cada lunes de la semana. B) Determinaciones estratégicas mediante asambleas generales, cuyo escenario constituye en verdad la máxima instancia decisoria. C) Transformación sistemática de dispositivos de preferencia en el consumo de todo tipo de bienes y servicios, con el propósito de construir otros en correspondencia con la tradición alimentaria y formas alternativas de resolución de necesidades materiales locales. D) Diversificación de la producción agroalimentaria y conformación de redes eficientes para su redistribución. Aquí las operaciones del trueque son masivas, la recuperación de semillas se realiza en encuentros populares, y la agricultura orgánica es un imperativo. Efectivamente, en distintos trueques el dinero opera como rasero de comparación, pero en otros se tramita una suerte de equivalencias de necesidades, cuyo criterio es diversificar al máximo la canasta alimentaria tanto del que “ofrece” como del que “compra”. Y no nos llamemos a engaño, el dinero no desaparece en un acto de regreso al paraíso o al neolítico, se procura que sus mediaciones operen solamente en el plano de lo supraalimentario. E) Apropiación de la ciencia y la técnica bajo la regulación explícita de un propósito solidario. La racionalidad cartesiana se despliega a sus anchas mientras sus beneficios sean colectivos, es decir, la infraestructura productiva y de servicios, como puentes peatonales caballares, microcentrales hidroeléctricas, plantas de tratamiento de agua potable y de aguas residuales, tostadoras de cafés especiales y orgánicos, procesadoras de lácteos, trapiches mecánicos, puntos de comunicación satelital, entre otros, implantada en varias regiones del Departamento tienen un propósito colectivo, bajo la promoción y administración directa de asociaciones de cabildos indígenas o de asociaciones campesinas.

Frente al progreso se plantea que la autonomía es innegociable. De este modo, la globalización sólo empieza donde termina la soberanía material de las comunidades, y se aceptan sus más útiles invenciones en la medida que sea colectivamente necesario apropiarse del arte que las produce. Así pues, el provecho ciego del mundo y la condición de desarraigo de la modernidad, mencionado anteriormente, son restituidos por el provecho común y específico del hombre arraigado en su propio suelo. Y el arte del gobierno autónomo o “gobierno de nosotros mismos” es quien impone las condiciones previas para reflexionar sobre el destino de las comunidades.

Podemos terminar diciendo que la condición moderna en pleno sentido no le es propia a aquellas comunidades. La idea de felicidad de éstas se define a diario en cada “intercambio de mano” o junta de trabajo, escenario de autodetermi- nación campesina; o en cada pi´ kyen, expresión nasa que traduce minga, escenario de autonomías indígenas. Pero dejemos que sean esas voces telúricas las que definan aquel acto permanente de solidaridad: duewsh duewsh fi´ nzeka, vivir en hermandad, para euna yuna, hacer el bien.

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