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La toma de la Bastilla. Julio 14 de 1789

La palabra bastilla se deriva del francés “bastille”, y del celta “bast”, que significa fuerte o castillo. El origen etimológico de la palabra indica que se aplicaba ésta para designar las fortificaciones provisionales que se levantaban en el exterior de las murallas de una población para dificultar la toma de la misma. Seguramente que por estar situada fuera de los muros de la ciudad de París conservó este nombre, y a ella generalmente se refieren cuantos hacen uso de tal palabra para significar la fortaleza edificada a fines del siglo XIV y situada en la puerta de San Antonio de la capital de Francia.

Todos los habitantes de París sufragaron los gastos de su construcción, y luego, en manos de los reyes y de los gobiernos, se convirtió en un sitio de reclusión, hasta cuando el pueblo volvió a apoderarse de ella, iniciando así la parte sangrienta de la Revolución francesa.

Como sucede hoy en muchas prisiones del mundo, en la Bastilla no estaban encarcelados los hombres sino las ideas. De acuerdo con registros carcelarios, durante el reinado de Luis XIV fue cuando mayor número de prisioneros hubo en la Bastilla, en cuyas torres había 42 calabozos. Para ser encerrado en la prisión era suficiente una carta-orden con la sola firma del rey. Sólo así se entienden los abusos y la celeridad con que se privaba de la libertad a los disidentes. Con el tiempo los procedimientos de encarcelamiento se agilizaron mediante una carta pro forma dirigida al director de la cárcel, por lo general un religioso, cuyo texto decía: “Monseñor, os envío esta carta para deciros que recibáis en mi castillo de la Bastilla al nombrado en esta carta, y que lo retengáis hasta nueva orden de mi parte. Además, ruego a Dios, Monseñor, que os tenga en su santa guardia”.

Una de las causas que determinó en el año de 1789 la toma de la Bastilla, fue la extrema dureza con que el gobernador Jourdan de Launay ejercía su cargo. Este fue el último gobernador, y en su época tuvo lugar la toma de la fortaleza. Está comprobado históricamente que se detenía allí por largo tiempo a los prisioneros sin conocerse ni siquiera el crimen o falta por los cuales habían sido encarcelados. Por esta razón nunca fue bien considerada por las clases populares francesas esta ciudadela, y a medida que se acerca la Revolución se ven crecer los odios y rencores. Sin embargo, no debe considerarse sólo como una venganza del pueblo la legendaria toma de la Bastilla al ver aquel frustradas las esperanzas que se había formado cuando se erigió, y es creíble que los aldeanos y los revolucionarios se apoderasen de ella sólo por el temor de ser un día encarcelados en su recinto. Realmente, en el orden de las ideas, la Bastilla representaba entonces una opresión, y por esto su toma era una declaración de libertad y una señal de emancipación.
El gobierno de Luis XVI y el rey mismo se hacían cada día más impopulares, pero se necesitaron dos hechos determinantes. En primer lugar, la llegada de ejércitos extranjeros casi hasta los muros de la ciudad de París. La Revolución entonces tomaba un cierto carácter de liberación. Pero el verdadero golpe determinador del gran movimiento, fue la caída del ministro Necker. Su salida tuvo lugar un sábado, y al día siguiente Camilo Desmoulins –orador popular– la dio a conocer al pueblo en el Palacio Royal. Su oratoria fogosa enardece al pueblo e inmediatamente se organizan los preparativos para la resistencia.

El 13 de julio de 1789 fue empleado en recoger armas por todas partes, pero en ninguna pudieron dar con ellas. ¿Por qué razón? Porque los responsables de ellas hicieron circular las órdenes oportunas y entretuvieron al pueblo con ilusorias promesas. El pueblo ávido de defenderse de los suizos y austriacos que asedian la ciudad, se procura por donde puede armas, balas, pólvora y demás pertrechos de guerra. El 13 de julio, después de una noche de paz, extraña en un pueblo que lleva en lo más íntimo de su alma toda la Revolución, se lanzan a la calle dispuestos al ataque. Transcurrió así todo el día 13, y el día 14 se formaron gran número de compañías. Las mujeres trabajaban incansablemente para hacer escarapelas azules y rojas, y en las iglesias se reunían tumultuosamente los ciudadanos para dar una conveniente organización a aquel movimiento.

Al principio los líderes del movimiento pusieron gran cuidado en cortar todo acto de pillaje o vandalismo para evitar que con esto se deshonrase la Revolución. Hay un indicio curioso que señala el extremo de ese celo revolucionario: en Montmartre ahorcaron a un infeliz hombre por haber robado una gallina. Así que, los revolucionarios nombraron un comité permanente para velar día y noche por el bien público. Pero no solamente se vigilaba para que no se produjera desmanes, sino porque había en el fondo de todas estas medidas el miedo constante de ver llegar de un momento a otro a Brogli las tropas extranjeras.

Al cabo de poco tiempo, aquel ejército popular recibió una forma de organización amenazante, y en medio de relativo orden eran trasladados a la plaza de la Grève cuantos objetos pudieron apañar en las puertas de la ciudad. A las tres de la tarde, el conflicto tomó el más alarmante aspecto, porque se mezclaron en él los soldados franceses que, sugestionados por las aclamaciones del público y desoyendo las instrucciones de sus oficiales hicieron causa común con el pueblo. De Flesselles continuaba engañando al pueblo para ocultarle el depósito de armas y, para dar tiempo a algún secreto movimiento que preparaba, dijo que era esperado un envío de armas. Y en efecto, llegó un convoy con un letrero que decía Artillería. El pueblo enfurecido se apoderó del convoy, pero se encontró con que había sido, una vez más, miserable y arteramente engañado.

La maniobra de Flesselles agotó la paciencia del pueblo. La Asamblea Nacional se hallaba esperando alguna decisión del rey. Entonces se reunió de manera extraordinaria, votando cuatro puntos sobre los cuales debía actuar el rey: 1. Como Necker llevaba consigo el sentimiento del pueblo, debía ser restituído en el cargo. 2. La Asamblea no cesaría de insistir sobre el alejamiento de las tropas extranjeras. 3. Los consejeros del rey, de cualquier clase que fuesen, eran responsables personalmente de todas las desgracias que pudieran ocurrir. 4. Ningún poder tenía la capacidad suficiente para ocasionar el descrédito público por medio de una bancarrota. El día 14 una sola idea de insubordinación contra el Antiguo Régimen dominaba a los ciudadanos y por doquiera resonaba una misma voz: ¡A la Bastilla!

Encendidos por el fuego revolucionario, la mayor parte de la tropa no tenía armas y a pesar de la proximidad del Campo de Marte y de las tropas extranjeras situadas en él, se precipitó todo el pueblo sobre los Inválidos para apoderarse de los depósitos de armas, de cuya existencia conocieron la víspera. Estaban estos depósitos guardados por el viejo Sanheil y defendidos por un solo cañón. No eran las nueve de la mañana del 14 de julio cuando ya había sobre la explanada más de 30.000 hombres. Iba al frente el procurador de la ciudad Esteban de Corey. Al cabo de algún tiempo todos se dirigieron a la Bastilla. A los pocos momentos comenzó la acción: algunos atrevidos patriotas saltaron por encima de uno de los techos y a hachazos rompieron las cadenas del puente levadizo, que cayó con gran estrépito , y las turban penetraron inmediatamente a la fortaleza. Ciento cuatro hombres perecieron en aquel asalto: 95 del ejército del pueblo, 2 de la defensa oficial y 9 asesinados, entre ellos el gobernador Launey y el alcalde Flesselles, quien había urdido el engaño de las armas. París quedó entonces por completo en manos de la Revolución, y la convención o Asamblea Nacional dueña absoluta de toda Francia.

Teniendo en cuenta que el pueblo también iba a la Bastilla en busca de armas, si hoy los miserables del planeta se rebelaran contra el Imperio, tendrían varios símbolos que tomar, y al menos dos: Guantánamo y el Pentágono. Lugar de encarcelamiento injusto y de planeación estratégica contra los pueblos del mundo, respectivamente.

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