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514 años de violencia. Editorial

 



«La situación de los pueblos indígenas de Colombia se ha agravado a tal punto que configura un escenario no sólo de una grave crisis humanitaria, sino de amenaza cierta de extinción». «Un genocidio». Así reza uno de los apartes de la Misión Internacional de Verificación sobre la situación humanitaria y derechos humanos de los pueblos indígenas de Colombia, que entre el 19 y 29 de septiembre pasado visitó, como casos paradigmáticos, cinco regiones de las múltiples donde luchan por su sobrevivencia, pueblos indígenas: la Sierra Nevada –Kankuamos–, el Alto Sinú –Emberas Katío–, y los departamentos de Arauca –U’wa–, Cauca –Nasas– y Guaviare –Wiwas–.


 


La lucha de cada uno de los pueblos indígenas contra esta situación, no cesa. Resisten para que muchas de sus prácticas alimentarias, en salud, educativas, simbólicas, y de otro orden, no desaparezcan. Pero también, se movilizan constantemente para impedir ser arrasados por el avance del capital.


 


Es una pugna desigual y constante. Se enfrentan, además de la histórica violencia, a nuevas y novedosas armas y amenazas: los medios de comunicación y el incesante crecimiento del mercado nacional, rasgo típico de un Estado – Nación. Medios de comunicación y mercado que no consideran ni respetan la existencia de otros pueblos dentro de un mismo territorio, y que no valoran su lengua, usos, tradiciones, costumbres, formas de ser y existir.


 


Armas ante las cuales la única defensa infalible es una profunda y dinámica identidad. Un sentido y valoración de lo propio, que sin desconocer o negar lo nuevo que llega de otros pueblos y naciones, procesa y sabe cómo recibirlo, incorporarlo (o de ser necesario rechazarlo), para no ser arrasada ni destruida como pueblo. Sin identidad, todas las defensas se vuelven simples conservadurismo y fanatismo, destruida tarde o temprano por el avance de la fuerza dominante: el capital.


 


El informe de la Misión de Verificación, precisa los múltiples ataques que sufren estos pueblos, los mismos que niegan una y otra vez «…su cosmovisión, sus prácticas tradicionales, su sabiduría ancestral  y sus proyectos de educación y salud propia». La Misión valora de manera negativa, en este particular, el avance sobre territorio indígena de lo que ahora se conoce como megaproyectos: inmensas obras de infraestructura, carreteras, explotación de minerales y otros, que desconocen los tratados internacionales existentes al respecto (OIT), que niegan la voluntad de los pueblos asentados en esos territorios, sin ser controlados ni observados de la manera debida por parte de los organismos del orden nacional.


 


Violencia, irrespeto, presiones, que permiten deducir que el Estado colombiano no ha tomado en cuenta las recomendaciones hechas en los años 2004 y 2005 por el Relator Especial de las NN.UU. para los derechos humanos y las libertades fundamentales de los pueblos indígenas, Rodolfo Stavenhagen.


 


Todo indica que la situación no tiende a mejorar. Las múltiples leyes que están en proceso de implementación o de aprobación (de agua, de páramos, forestal, desarrollo rural), que no toman en consideración las circunstancias de vida de estos pueblos, así lo corroboran. Los territorios ancestrales podrán ser violados legalmente. Pero también podrán ser violados por el avance de fuerzas paramilitares legitimadas, que de acuerdo a algunas de las normas en tránsito formal, pueden legalizar el control de inmensos territorios usurpados con el poder de las armas.


 


¿Día de la raza?


 


Realidad de dolor y violencia que tampoco es considerada simbólica ni culturalmente por parte del Estado colombiano. A pesar de las evidencias de lo sucedido con los pueblos indígenas desde 1492, se continúa festejando algo que llaman el día de la raza. Eso les enseña a los niños en los centros de formación desde la escuela.


 


Múltiples generaciones de colombianos han sido educados en la idea de que los colonialistas españoles ayudaron a formar en nuestro territorio una nueva raza. Por ningún lado se comenta la barbaridad a la cual fueron sometidos millones de los habitantes originarios de este continente. A los niños y jóvenes no les cuentan que bajo la espada y la cruz los que no cayeron asesinados fueron sometidos a esclavitud, y luego a servidumbre.


 


Pueblos enteros fueron borrados de la faz de la tierra bajo el poder del trabuco  y la fuerza de la religión. Sus sitios sagrados violados y sus pertenencias robadas. Su cosmovisión prohibida y perseguida por siglos. Con la fuerza esclava –gratuita- o servil, con la explotación incesante de oro y otros minerales preciosos, el imperio español, inglés y por último el de los Estados Unidos, lograron consolidar su poder. Crímenes de lesa humanidad. Todos debieran pagar, equivalente en oro, la usurpación, el irrespeto, los asesinatos, las persecuciones, la tortura, la cárcel, el engaño, la burla, el desplazamiento, el hambre.


 


Es evidente que no hay nada que celebrar. Pero sí se debe recordar, rememorar el padecimiento al que fueron sometidos millones de habitantes de estas tierras, donde las mujeres fueron violadas e irrespetadas sin consideración alguna.


 


Hay que explicar cómo se fortalecen los imperios (con la violación y el trabajo sometido o explotado de los pueblos) y discernir cómo está sucediendo lo mismo en el presente, con otras formas y otras argucias. En este caso asolando, sometiendo, negando, no sólo a los pueblos indígenas, sino, y en el caso particular de Colombia, a la mayoría de los que habitan el país.


 


Es un ejercicio pedagógico y de identidad indispensable para proceder a recuperar nuestra soberanía, cada vez más marchita, y para construir una identidad desdibujada bajo la acción de múltiples fuerzas y procesos, y el desinterés de la clase dominante por un proyecto propio.


 


Pero en ese mismo ejercicio hay que valorar lo que hacen hoy los pueblos indígenas por resistir e impedir ser arrollados por el capital: proyectos de vida, marchas, liberación de la madre tierra, implementación de proyectos de educación bilingüe, de salud propia, y muchos más.


 


Es una lucha desigual que merece el apoyo de todos los colombianos dignos. Con toda seguridad vendrán de parte de estos pueblos nuevas jornadas de movilización para impedir ser arrinconados en la miseria. Ahí debe elevarse la voz y el apoyo de todos para que no sean atacados por las fuerzas armadas. Que el Estado acoja e implemente las recomendaciones del Relator Especial de las Naciones Unidas.


 


Invertir la práctica y la historia oficial. Que la memoria de los 514 años de sometimiento y violencia contra los pueblos indígenas se traduzca en semilla de dignidad y soberanía.

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