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Un almuerzo en la Modelo

 

Un frío martes de octubre, tuve la oportunidad de escuchar algunos consejos de afables internos de La Modelo, en Bogotá, quienes, tranquilamente esperaban el wimpy, o como se dice en la calle, el almuerzo.




Coyote, un enjuto hombre de 28 años, recluido en el patio quinto y que posee la mirada de un ajedrecista, de aquellos que piensan dos veces antes de hablar, al momento de hacer la fila para el almuerzo, empieza a dictar las primeras lecciones para adaptarse en La Modelo.




Lo primero que hace uno es averiguar quién manda, quién es el pluma o el cacique del patio. Después hace caso. Por último, uno debe saber la jerga, para ubicarse y sentirse parte del grupo”.




La fila transcurre lentamente. El Ranchero, o preso que sirve la comida, da mayores porciones según mira la cara del interno.




Coyote continúa: “Aquí uno come bien. O por lo menos muchos ñeros se dejan coger para tener techo y comida. Si queda con hambre, en cada patio hay chazas o bareques, que son tiendas donde se venden comida y vainas de aseo”.




La primera vez que me metieron a la cana (cárcel, también llamada roto o perrera), al wimpy le decían bongo o evaristo; antes la comida era más mala, la han mejorado”.




El olor entremezclado de la comida pesaba en el ambiente, y no se podía distinguir qué era lo que hervía en las gigantescas ollas. Los pasos de los presos persistían en su lentitud y la fila se movía perezosamente. De forma prudente, casi tímida, sale una escueta pregunta:




-¿Qué más tiene uno que saber acerca de la cárcel?




-Hermano, uno tiene que saber que la cárcel es una pequeña ciudad, donde unos mandan y otros obedecen.




Cada pluma nombra pasilleros (quienes manejan cada pasillo) y estos, a su vez, nombran un llavero, que está pendiente de la puerta. También hay carros, o manes que hacen mandados”.




Sabe qué más tiene que saber –interrumpe Vaquero, un preso más gordo y jovial que Coyote, también del patio quinto–, tiene que estar tranquilo con los Marios”, indica señalando con los labios cerrados en forma de pico a los guardias del Inpec.




Vaquero, después de un silencio, retoma en tono sereno, casi pedagógico: “Se le dice Marios en pañales a los guardias nuevos, un Mario grande es un grupo de varios guardias. Cuando viene uno grande quiere decir que hay rascada, es decir, que todos los Marios se juntan para hacer requisa”.




Ya se acercaba la fila al ranchero, y Coyote empezó a hablar con Vaquero de la noche anterior:




-“Ayer llegó un tren (grupo de reclusos recién ingresado, quienes entran esposados en hilera) grandecito, todos los metieron al cuarto (patio)”.




-“Quién sabe cuantos grasas iban colados”.




Los grasas son las personas con dinero, contrario a los fritos, quienes no manejan plata y por lo general no reciben visitas. Muchos grasas se hacen pasar por fritos para manejar un bajo perfil ante el pluma.




Al avanzar la fila unos pasos, y después de mirar un parva, como se llaman a los jóvenes novatos o primíparos en la carrera delictiva, Vaquero retoma la conversación y brinda otros consejos:




Si quiere volar un rato, se necesita grasa (dinero). Aquí hay jíbaros, que venden buenas felpas (paquetes pequeños de cocaína, también llamados gramos, loritos o perico).




O puede comprar buenos balones (bolsitas con dosis pequeñas de marihuana). O puede comprar chamber (licor artesanal hecho por los presos) en los bareques”.




Por lo general, los intercambios de productos, ya sean legales o ilegales, se hacen de dos formas. Si es en el mismo patio se usa el ascensor: una cuerda con una lata amarrada que sube y baja. La otra es el telesférico: una cuerda que va de patio a patio. Las transacciones se hacen con dinero o por cambalache.




Por fin llega la fila a donde el ranchero. Coyote extiende un viejo portacomidas rojo y le sirven una sopa, en otro plato de plástico le sirven arroz, papa y una especie de verduras con guiso.




Tanto él como Vaquero van al salón, ya que están terminando el bachillerato. Después de almorzar limpian sus platos. Mientras tanto dialogan sobre las juanas o prostitutas que vienen los domingos, quienes para entrar se hacen pasar por familiares, o son familiares, de algún interno.




El garitero es el que consigue los clientes para las juanas; si le dan ganas ya sabe qué hacer”, afirma, riendo Coyote, mientras abre el cuaderno.




Ahora –interrumpe otro recluso jocoso, vestido con camiseta amarilla que deja ver una gran cicatriz de puñal en el brazo derecho– si le gusta de lo otro por aquí se consigue ñañis o pirobos (homosexuales)”.




Antes de iniciar la clase de álgebra, Vaquero saca punta a un pequeño lápiz y mira la ventana, por la cual se filtran unos pocos rayos de sol eclipsados por una gran torre de seguridad. Con suavidad voltea la cara y mira fijamente con ojos de melancolía, y con voz pausada termina la conversación: “Chino, en últimas, evite caer aquí, ese es el mejor consejo. La perrera es para gente dura”.



 




Otras palabras de la jerga carcelaria y delictiva:




Escoba: interno que roba a otros internos


Raro: soplón o delator.


Fletero: roba a los que retiran en los bancos


Mechero: roba ropa


Cuatrero: roba ganado


Pirata: roba el camión y la mercancía


Jalador: roba carros


Deshuesador: desarma el carro


Peluco: compra cosas robadas


Estuchero: roba artículos de los carros


Cosquillero: el que roba en lugares atareados de gente


Raponero: el que roba y sale corriendo

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