En su paso por Venezuela conoció a médicos cubanos, hermanos ecuatorianos, como nos decía, alemanes, franceses y muchos venezolanos. De alguna manera era nuestro relacionador público, pues tenía ese don especial de dejarse querer y estimar por todos los que tuvimos la suerte de conocerlo. Dejó amigos y amigas por donde pasó. Siempre comentaba lo que se decía en la calle, lo que le angustiaba a la gente. En el centro de Bogotá, a los vendedores no sólo les distribuía los periódicos sino que además los analizaban y los discutían alrededor de un tinto y un cigarrillo. Imágenes que no desaparecen con el camino final, ya que se archivan en la memoria, y a través de ella perviven.
Le gustaba Galeano, pintar, leer, la cerveza; pero sobre todo intercambiar ideas, resolver los enredos del mundo, en largas y animadas conversaciones. Un 16 de noviembre, en horas de la amanecida, nos dejó. Se fue en plena juventud. Cuando nadie lo esperaba su cuerpo no aguantó más. Pero con él no se fue todo su ser: en diversos lugares por donde pasó, sus amigos aún escuchan sus palabras informales y sus risas destempladas e irreverentes.
Su muerte prematura impidió que concretaramos, unidos, los sueños que son carburante de nuestra acción. Nos quedaron muchas cosas pendientes por decir y por hacer juntos. Hasta siempre al hijo, al hermano, al padre, al amigo, en fin, al compañero.
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