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El Banco del Sur y la autonomía de la Región

Hay un desgaste evidente del modelo neoliberal en América Latina. Los gobiernos de Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Vásquez en Uruguay, Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua, así lo evidencian. Los discursos de Ollanta Humala en el Perú y de López Obrador en México, también lo reafirman.


 


Las distancias de algunos de estos gobiernos con el FMI, como lo demostraron las decisiones de Argentina y Brasil de cumplir anticipadamente sus compromisos financieros con esta multilateral, también hace parte de igual realidad. Con excepción de Colombia o Perú, hoy ningún gobierno de la Región aceptaría compromisos incondicionales con el FMI.


 


Empero, la persistencia y presencia del ajuste y de la reforma estructural es profunda en la región. Las distancias de estos gobiernos con el FMI no significan aún procesos de reversión de las políticas neoliberales. La banca multilateral se adelantó a los posibles cambios, y en su reforma desmantelaron las capacidades regulatorias del Estado, fortaleciendo, en su defecto, a grupos financieros, monopo-lios, que multiplicaron la existencia de redes clientelares y las prácticas asistencialistas. Estas reformas estructurales de carácter neoliberal fueron tan fuertes que incluso obstaculizan la creación de alternativas al desarrollo en la región.


 


¿Ruptura o retórica?


 


Es decir, existe un vacío en el que la crítica al modelo neoliberal corre el riesgo de ser una retórica de legitimación política electoral, antes que una propuesta que implique cambios reales en la relación entre el capital, el trabajo, el Estado y el mercado.


 


Es por ello que a la larga, la dinámica del ajuste y la estabilización persista aún por vía de algo que podríamos denominar como  “condicionalidad invisible”, lo que asegura la presencia del neoliberalismo en la región.


 


En efecto, la condicionalidad invisible es el recurso mediante el cual el BID, la CAF, o el mismo BM, crean líneas de crédito para el desarrollo, condicionando su desembolso al cumplimiento  de las metas establecidas previamente por el FMI (disciplina fiscal), que se expresa en superávit fiscal, liberalización comercial, apertura de la cuenta de capitales, y desregulación económica. De esta manera, el FMI sigue presente en la región, bajo la cobertura del financiamiento al desarrollo hecho por la banca multilateral.


 


Es por esto que, de las iniciativas recientes que han emergido desde gobiernos críticos al neoliberalismo, una de las más importantes es crear el Banco del Sur como banca subregional que vendría a transformar las relaciones de poder en la Región.


 


En efecto, la creación del Banco del Sur entra de lleno en el debate sobre la necesidad de una nueva arquitectura financiera mundial, confrontando la economía de casino mundial dominante, que ha generado poderosos marcos institucionales para someter a sus decisiones, no solo a países determinados sino al conjunto de la economía mundial, como lo demuestra la primacía macro-económica que pretenden tener los índices de riesgo país de las bancas de inversión.


 


De ahí que la creación del Banco debe ser vista desde una perspectiva política y epistemológica, más que financiera o económica. Una perspectiva política porque su creación implica la disputa en el núcleo central del sistema mundo en su hora neoliberal: la financiarización y especulación como centros de gravedad de la economía mundial, que definen nuevas relaciones de poder y cuyas expresiones son las estrategias de dominio, imposición y colonialismo inherentes a la banca multilateral de desarrollo.

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