–No es que el plan ya esté hecho. Venimos a debatirlo.
Después habría quien anotara que estábamos discutiendo en el 2007, para comenzarlo en el 2008, un plan decenal que según su título debió comenzar el año anterior. Pero 2006 es tan abstracto como 2015, y finalmente los educadores están acostumbrados a hablar con términos postizos puestos de moda o complejizados infinitamente por tecnócratas. He visto estrellarse a más de un maestro, por ejemplo, con términos como “alfabetización” o “analfabetismo” al tratar de usarlos en una frase. La directora de núcleo, sin embargo, hablaba más como maestra que como educadora:
–Escuela no es una mala palabra. Seguimos siendo escuelas, no sólo las primarias sino los bachilleratos, y también la educación superior. Las personas se están educando fuera del aula, y a veces la escuela no responde a sus inquietudes…
Antes de entrar a discutir, sin embargo, pasamos al punto siete del orden del día: la presentación y explicación de la metodología de trabajo, que estaría a cargo del coordinador del evento, quien marcó el tono de lo que estaba por venir.
–La propuesta del Ministerio de Educación nos cogió en vacaciones, pero aún así quisimos, los directores de núcleo de Sabana Centro, organizar este evento para no perder el espacio de debate. Un espacio que se cierra en 10 días. Les cuento que ya hubo una primera fase de documentación con personalidades en el nivel nacional, y luego una segunda fase de consulta en línea con otras personalidades.
En fin, los temas de trabajo eran 10, y comenzó a enumerarlos.
–Se dicen cosas tan bonitas –me dijo Rocío.
Volteé a mirarla. Tenía los ojos muy abiertos y no había rastros de cinismo, como alcancé a pensar por un instante.
Luego vino la noticia: “Por la premura del tiempo, las mesas de trabajo ya están registradas, pues el límite para hacerlo fue hace una semana, y son seis”. Pasaron entonces los seis coordinadores, y a ellos también les dieron el micrófono para que se presentaran. Lo que pensé que era una acción desafortunada resultó teniendo sentido en la anonadante lógica del evento. Como había seis coordinadores y 10 temas, no podía asignarse uno de éstos a cada mesa. Así que llegaron a la inaudita solución de que los coordinadores se presentaran a sí mismos, como en un reinado de belleza, ahí paraditos, y que los asistentes eligiéramos con quién queríamos irnos. Esperaban que juzgáramos por la pinta, o por el nombre, pues no podíamos escogerlos por los temas, que no se habían asignado, ni siquiera por los lugares de origen, pues todos eran de Tocancipá. Esta constatación dio para otra de esas oraciones que comenzaban con premura del tiempo y que terminó con “sólo teníamos las cédulas y correos electrónicos de estos directores de núcleo de Tocancipá, pero eso no quiere decir que ellos tengan más poder por venir de un municipio que tiene más plata”.
Una eternidad de segundos más tarde, ya había varias manos levantadas en la asamblea. La primera mano propuso repartir los temas por mesas, que cuatro de las seis tuvieran dos temas y las otras dos, uno. La segunda propuso conseguir cuatro coordinadores más, y completar así 10 mesas. La tercera mano propuso revisar, en 10 minutos, el plan decenal anterior, pues conociendo qué había sido de él podríamos ver qué retos teníamos con éste. Antes que terminara la tercera propuesta, ya la segunda se había puesto en funcionamiento: una monjita atravesó el salón y sacó a otra de la mano. Por el micrófono se llamaron tres personas más, y se completaron las 10 mesas. Era evidente que, por la premura del tiempo, iban a asignar los temas a los coordinadores al azar, pero primero había que lidiar con la tercera propuesta, la de Jorge.
A Jorge no le decían licenciado, sólo Jorge, y su propuesta había que pasarla a votación.
–Por la premura del tiempo –dijo el coordinador–, no creo que tengamos tiempo de hacerle revisión al plan decenal pasado, y tampoco creo que tengamos los criterios necesarios. Votemos entonces –continuó–, levanten la mano los que no creen que haya lugar para una revisión del plan anterior.
Muchos levantaron la mano. –Ahora los que están a favor de la propuesta de Jorge– y quienes levantaron la mano fueron un poco más. Los aplausos que siguieron revelaron la tensión latente: había funcionado la movida de Jorge.
–¿Quién se encarga de hacer esa revisión en cinco minutos? –Alcanzó a preguntarse el coordinador en voz alta. Pero Jorge ya estaba preparado: había subido a la tarima, sacado una hoja y comenzado a hablar. Por lo menos esto les dio tiempo a los organizadores para asignar los temas en una forma medianamente sensata entre los coordinadores de mesa; si no, quién sabe en qué despilfarro de recursos humanos habrían incurrido. Mientras tanto, oímos hablar a Jorge de lo que nos tocaba vivir: las fusiones de instituciones, el que se hubiera abandonado la idea de un preescolar de tres años; que hubiera cada vez más niños por aula; una política educativa que seguía la orientación de las empresas privadas; los recortes a la educación…
Ya estaban asignados los 10 temas, y el coordinador se paró a cortar a Jorge:
–Espéreme un minuto, yo propuse 10 minutos y usted me ha dado cinco. Ni que me fuera a tomar esto –dijo Jorge entre chiste y resignación.
Terminó con un llamado a prestarle atención al tema de las transferencias, a retomar los objetivos de
II
Nuestro anfitrión, el Gimnasio Británico de Chía, tiene unas instalaciones impresionantes. A la entrada, mientras hacíamos el recorrido desde una de las porterías del colegio hasta el edificio en que se llevaría a cabo la reunión, Rocío y yo estuvimos admirando los gigantescos prados y los balcones con barandas de columnas como para dar discursos. En uno de esos balcones acabamos las dos tomando tinto, y jugando a adivinar quiénes venían de colegios públicos y quiénes de colegios privados.
–Los de allá.
–Privados.
–¿Lo dices por los uniformes?
–No, por los niños.
–¿Y esa profesora?
–Público, mira con quién viene…
“En este lugar uno puede cumplir sus sueños”, había dicho Rocío mientras pasábamos frente a un laboratorio. Cuando llegamos al gran salón, empezamos a bromear: “coordinadora, necesito el salón rojo para este miércoles ensayar la obra de teatro”, a lo que la otra respondía “está ocupado, pero le ofrezco el azul (debía haber uno azul), incluso uno amarillo. Pero ahora, mientras bajábamos del salón a la cafetería, los ánimos habían cambiado bastante. Rocío empezó a comentar sobre Jorge:
–Se nota que es… que es… –hasta que finalmente lo dijo– del sindicato.
Yo no estaba con mayores ganas de hablar. Esta vez me sentía como en uno de esos centros comerciales en los que ponen las escaleras eléctricas en diferentes direcciones para que uno recorra todos los locales. Y pasamos por frente de los salones de bachillerato, y otros que eran de preescolar, todos con grupos de apenas 25 estudiantes o menos. En uno estaban enseñando inglés. Le pregunté a Rocío: ¿en tu colegio enseñan inglés?
–Más o menos –me respondió–, sólo vocabulario.
Y así, mientras los 250 asistentes nos dirigíamos en una larga fila hacia la cafetería, yo iba imaginando a un joven que llega a Estados Unidos y, como Adán desnudo poniéndoles nombre a los animales, se pone a señalar y hacer uso del vocabulario que aprendió en la escuela. Carro, árbol. Qué va, probablemente sea al revés: viene un extranjero a ver alguna cosa y necesitará traductor, pero igual, este joven aprovechará la ocasión para mostrar sus conocimientos: “¿Quiere subirse al car, míster?”.
En la cafetería me presentaron a una rectora que también venía de Sopó, y me devolví hablando con ella. Todo esto le parecía una pérdida de tiempo que podría estar aprovechando en el colegio. Me contó que le faltan tres profesores, que ha enviado hojas de vida a
El tema de “Reforma pedagógica y tecnologías de la información y la comunicación (TIC)” fue uno de los más concurridos, y en este caso pronto se llenaron las sillas y tuvimos que abrir espacio para quienes siguieron llegando. Ahí estábamos sentados como 30 “idiotas útiles”, como dijo la mujer a mi derecha. Con ella y la que estaba a mi izquierda empezamos a hablar, a comentar que alguien debería hacer algo, pues ahí estábamos todos mirándonos las caras pero nadie quería echarse al agua.
Finalmente lo hace la de mi izquierda, una profesora de química y biología que acaba convertida forzosamente en la relatora del grupo. Y cuando llegó el coordinador, estábamos en proceso de hacerle un golpe de estado, nombrando ad hoc a una profesora de español que evidentemente sabía del tema. Ya que había llegado el coordinador, le preguntamos qué material teníamos para trabajar (nos habían dicho que había unos periódicos del Plan Decenal que podíamos consultar).
Pero resulta que los periódicos son siete para repartir entre 250 personas (esto se parece cada vez más a un colegio público). Había entre nosotros una monja que parecía tener iniciativa, y habíamos bromeado con mis compañeros de puesto en sacrificar a la monjita y ponerla de relatora, pero no la queríamos como vocera. Estábamos equivocados.
Pronto la monja mostró su valía interpelando al coordinador sobre el plan decenal anterior. El coordinador estuvo ausentándose constantemente, aunque no el tiempo suficiente, mientras nosotros discutíamos y poco a poco las caras se convertían en personas: habló el profesor de vieja guardia, que quería saber más sobre las TIC éstas, que para él no eran más que movimientos involuntarios como los que le dan a uno en el ojo; habló el ingeniero de sistemas que decía que las TIC no son sólo los computadores, que son herramientas para que los profesores de las distintas áreas hagan proyectos; habló otro profesor, al que casi no se le oía, sobre la necesidad de cambiar los paradigmas de pensamiento para enseñar ciencia y tecnología; hablaron dos mujeres muy competentes que luego me dí cuenta de que venían con la monja; habló un ingeniero industrial que quiso sintetizar todo en tres términos para poder avanzar (dotar, implementar y capacitar); y luego la profesora de español, que volvió a explicar cómo las tecnologías de información y comunicación son más que eso. Y así dimos vueltas durante 45 minutos, mientras la profesora de química daba la palabra y trataba de escribir todo lo que se iba diciendo. Debíamos redactar una visión para el plan decenal de educación, objetivos y acciones para nuestro tema, y sacar conclusiones para presentar en la plenaria. Estas instrucciones, por supuesto, nos demoramos en descubrirlas. Era importante plantearse metas concretas para hacerles seguimiento, pero ¿cuáles? Empezaron a volear porcentajes, cantidades y fechas imaginarias, como si estuviéramos frente a un ejercicio en un tablero. Se acabó el tiempo, llamaron a los relatores, y allá fue nuestra vocera, que se encargó de hacer público nuestro descontento con la organización. Hablaba de segunda, y luego vino a sentarse a mi lado mientras hablaban los otros relatores. Estaba roja.
–No les gustó lo que dije sobre la falta de planeación –me susurró. No paraba de tocarse la nariz y las orejas. ¿Será que uno ya puede irse?
Me volteé y ya se había ido.
La relatora de otro de los grupos, aquella monja que sacaron galantemente de la mano y terminó liderando la mesa sobe “educación para la convivencia”, propuso que se continuara el debate otro día: ella ponía a disposición las instalaciones del colegio de
Continuaron las intervenciones y la asamblea se fue disolviendo. Al final, el coordinador del evento salió a defenderse: Esta fue “sólo una iniciativa particular” –dijo. Si quieren volver a reunirse, ya sin himnos y presentaciones sino directo a las mesas de trabajo, votemos.
Varios de los que quedaban levantaron la mano.
Y yo salí, cansada, a enfrentarme con el sol de la una de la tarde. Era temporada de informes y traté de no hacerlo, pero no pude evitar el pensar en el éxito que habría de ser esta reunión: el Ministerio de Educación podrá sumarle una al número de reuniones que se llevaron a cabo para debatir el plan decenal; los coordinadores podrán registrar su capacidad de convocatoria; las instituciones de Chía podrán anotarse como sede de tan magno evento; el Gimnasio Británico podrá registrarlo en una viñeta sobre su responsabilidad social.
–¿Y yo?
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