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La danza del dólar a la baja

Fue suficiente que la delegación del FMI, presidida por Benedict Clemens, concluyera, luego de su visita a finales de mayo del presente año, que la preocupación de la política económica debía centrarse en la inflación y no en la tasa de cambio, para que el Banco de la República dejara de intervenir en el mercado de divisas, se dejaran de solicitar medidas de regulación cambiaria y nuestros analistas, incluso aquellos que veían en la revaluación el problema del año, cambiaran abruptamente su discurso. Las razones brillan por su ausencia y nadie parece necesitar una explicación de por qué ahora el problema de la tasa de cambio pasa a ser secundario frente a la inflación, pues lo importante parece ser mostrarse alineado con el manual oficial de las entidades multilaterales de crédito.


 


Lo anterior explica por qué la ‘flamante’ Comisión Independiente del Gasto Público prefiere hacer un esguince y cambia la disyuntiva anterior (revaluación versus inflación) por una supuesta alternativa entre atender tasa de cambio o gasto público, como si las medidas de solución a los dos problemas fueran contradictorias entre sí. Pues, por más rebuscados que sean los argumentos, es muy difícil establecer una relación importante entre el exceso actual de dólares en la economía y el crecimiento del gasto público, o viceversa. Por ello, si bien se sabe que en el campo de la economía ortodoxa la reflexión es lo de menos y la apología lo de más, no deja de sorprender el repentino cambio en el discurso en tan corto tiempo y sin que mediara suceso significativo alguno.


 


Como de hecho es difícil negarlo, el exceso de dólares proviene en lo esencial del ingreso de divisas por las ventas de activos públicos y privados que han tenido lugar en el pasado inmediato, así como del ingreso de capitales, fundamentalmente los especulativos que gravitan alrededor del negocio de divisas (carry trade), que consiste en pedir prestado dinero de los países de menor tasa de interés para colocarlo en aquellos con una mayor tasa y así usufructuar la diferencia; amén de actividades non sanctas como el lavado de activos.


 


Que el mismo gobierno exprese temor por un crecimiento del desempleo y se apreste a disponer de 200 mil millones de pesos para ayudar a los exportadores más perjudicados por la fuerte revaluación del peso, y que en el primer trimestre de 2007 se haya presentado un significativo déficit comercial (US$ 812,1 millones FOB), nada les dice a los ‘analistas’ que ahora arguyen que un peso ‘fuerte’, dado que es una resultante de las “omnipotentes y sabias” fuerzas del mercado, albricias nos debe traer.


 


Ahora bien, si se mira el asunto desde la perspectiva de las entidades multilaterales de crédito, y por tanto desde los intereses de la globalización financiera, las cosas adquieren sentido. Que no se intervenga la tasa de cambio en los llamados países emergentes es una medida altamente conveniente en una economía mundial que rebosa de liquidez y que requiere, por tanto, espacios de colocación rentable para esos excedentes monetarios, los cuales surgen, como se sabe, del financiamiento del déficit comercial estadounidense con emisión pura, es decir, con la fabricación de billetes sin respaldo alguno (debe recordarse que el 23 de marzo de 2006 se suspendió la publicación del M3, que es el indicador de la cantidad de dólares en circulación en el mundo), y que ha terminado por traducirse en un descenso sistemático del valor de la moneda usamericana.


 


En efecto, desde diciembre de 2005, el índice del dólar (dollar index) ha mostrado una tendencia fuertemente descendente que lo lleva a las cercanías de su punto crítico 80/100 (lo que significa que el dólar vale un 20 por ciento menos que el conjunto de las seis monedas más importantes del mundo). Ello tiene su contraparte, como es lógico, en el crecimiento sin antecedentes de las reservas de buena parte de los países, entre los que cabe destacar el billón de dólares que guarda el Banco Central chino (las reservas en Colombia se situaron el primero de junio de este año en US$ 20.106,2 millones, es decir, US$ 4.670,7 millones más que a finales de diciembre de 2006).


 


No debe extrañar entonces, y mucho menos debe dar lugar a explicaciones rebuscadas, la apreciación de las monedas en aquellas economías que intervienen poco, por no decir nada, en el mercado de capitales, tal el caso en América Latina de países como Brasil, Chile y Perú, que muestran también, como nosotros, cifras significativas de revaluación. Este fenómeno y la desregulación financiera, es decir, el grado de apego al llamado Consenso de Washington, son una misma cosa en estos países.


 


Por eso, los observadores externos consideran de poco efecto, en lo que tiene que ver con la tasa de cambio, medidas de ‘ajuste’ fiscal como las que propone la mencionada Comisión Independiente del Gasto Público, de un recorte inmediato de 1,5 billón de pesos. O que para la vigencia siguiente “el incremento porcentual del presupuesto de gasto, excluidas las inversiones en equipos militares, debe ser menor que el crecimiento esperado de la economía”, lo que además de su fuerte sesgo ideológico, en el que el gasto militar se considera independiente per se de las demás variables e intocable, no pasa de ser un saludo a la bandera, pues resulta claro que el recorte de USA a la ayuda militar del Plan Colombia –si tenemos en cuenta tanto la disminución total del apoyo como las alteraciones en su composición que acentúan la parte ‘blanda’ (gasto social) y disminuyen la parte ‘dura’ (gasto militar)– terminará aumentando las presiones fiscales en los períodos subsiguientes. Lo que de otro lado significa en plata blanca que, al hacerse del gasto militar una variable independiente, se coloca a los demás gastos como variables dependientes del desarrollo de la guerra.


 


Llama la atención que tanto la reducción de aranceles como la venta de activos de la nación, otras de las recomendaciones de la Misión, se correspondan con las misma fórmulas que se vienen repitiendo desde los años 90, con los resultados que hoy todos apreciamos: una economía que no logra disminuir su deuda externa, que no alcanza el equilibrio fiscal ni de las cuentas del sector externo (déficit en cuenta corriente y ahora déficit comercial), y que se basa en una estructura económica peligrosa, como quiera que el 34 por ciento de sus ingresos externos por venta de bienes depende de la minería, en un país que carece de reservas importantes en el sector, menos de petróleo, que en la actualidad representa el 19 por ciento del total de las exportaciones.


 


El desmonte del ya de por sí pequeño sector productivo que aún subsiste se acelera con la inacción en el frente cambiario y una política comercial y fiscal equívoca, que contrasta con un mundo que va dando un viraje significativo hacia el fortalecimiento de las economías estatales (en el mundo del petróleo se habla de “las nuevas siete hermanas” para resaltar la importancia de las compañías estatales hoy dominantes en ese mercado: Saudi Aramco de Arabia Saudita, Gazprom de Rusia, CNPC de China, NIOC de Irán, Pdvsa de Venezuela, Petrobras de Brasil y Petronas de Malasia), la defensa de los mercados internos y la corrida del mundo del dólar que amenaza con hacer agua mientras nuestros ‘académicos’ repiten, sin la más pequeña imaginación, la cartilla diseñada hace 25 años, creyendo aún que se trata de la fórmula mágica para la ‘modernización’ de la economía (a la visión más ortodoxa de esa escuela se le ironizó como la “economía vudú”).


 


Cuando Jim Willie, en la frase que sirve de epígrafe a este artículo, habla de quienes ‘enseñan’, se refiere a los académicos, que en USA influyen el pensamiento desde las universidades y legitiman desde allí a quienes gobiernan, dándoles a las políticas el barniz que las pinta de objetivas. El problema es mayor aún en Colombia si tenemos en cuenta que los que ‘enseñan’ se confunden en un solo cuerpo con los “verdaderamente ineptos, incompetentes y corruptos que gobiernan”, sobre todo si de economía se trata. Lo que significa que quienes hoy gobiernan o ayer gobernaron se justifican a sí mismos desde las columnas de los periódicos oficiales y desde el púlpito de las universidades privadas, en una sociedad de autoelogios y elogios mutuos, sin que se escuchen voces de disenso que, dígase lo que se diga, es lo propio de una ciencia económica y una sociedad serias.

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