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Pequeñas grandes resistencias. Pereira:


Cuando denuncia y evocación son lo mismo


 


Su nombre era John Alirio y terminó gravemente herido en una de las refriegas callejeras producidas entre vendedores ambulantes y fuerza pública en 2003 en Pereira. A pesar de que el recuerdo de las víctimas de los conflictos por el espacio no es prioridad en Colombia, el fantasma del humilde vendedor callejero cuya muerte los tribunales hasta hoy no han fallado si murió accidentalmente o si por un golpe propiciado por la fuerza pública, se convierte en un símbolo de formas de resistencia urbana en el nivel local. ¿Pero, por qué? Porque la evocación puede adquirir la dimensión de la denuncia, la evocación del vencido devuelve a quienes le han sobrevivido una memoria que permite unirse y volver a denunciar.


 


Dos días después, el 27 de junio de 2007, la Carrera Séptima de Pereira escuchó otra vez la invocación al nombre de John Alirio. Era una invocación fuerte, desgarrada, decidida a todo, como suelen ser las de aquellos que tienen sólo el pan conseguido en la calle para perder. Se trataba de los vendedores ambulantes que abiertamente y de manera oral vetaban ahora la figura política en la que ellos representan todo un período de presión y control sobre las calles. Las consignas no iban contra el neoliberalismo ni contra la globalización, ni siquiera contra el presidente Uribe; evocaban a su mártir y evidenciaban que mediante el veto y la denuncia los más pobres ejercen hoy una particular resistencia.


En esa marcha aparecería de nuevo ese elemento de indignación y furia popular que parece estar más domesticado en otros sectores de la protesta nacional como los maestros o los empleados oficiales. La motivación única de aquel desfile era conmemorar, recordar los cuatro años de la muerte de John Alirio, con esa recordación decir a voz en cuello que lo consideraban una asesinato y que cuatro años después la persona que ejemplificó el poder en la ciudad en el momento de su muerte tenía aspiraciones de regresar al gobierno.


 


Los orígenes de la “resistencia ambulante”. El grupo de vendedores ambulantes es numeroso en Pereira. Su dinámica comercial, auspiciada por la emigración del campo a la ciudad y el desempleo, ha conseguido que aquéllos se multipliquen sobre el espacio público: se han adherido al ejército de informales vendedores de llamadas telefónicas, los vendedores de discos ‘piratas’, los de mascotas, los de frutas, los de café, toda una legión que habla no del ‘control’ de las mafias en los más pobres, argumento con el cual el gobierno municipal pretendió en una época legitimar sus acciones, sino el agobiante y vergonzoso desempleo al que se ven enfrentados los habitantes de la Perla del Otún.


 


Cuando en 2003 y 2004 la renovación urbana del centro de Pereira estuvo centrada en el proyecto de “Ciudad Victoria”**, recrudeció el conflicto por la ocupación del espacio, y la ciudad supo de la capacidad y tozudez que tenían los vendedores de enfrentar los gases lacrimógenos y la presión constante del gobierno para frenar la nueva llegada de ambulantes. De toda esta época quedan los recuerdos de vitrinas rotas, mercancías decomisadas, algún petardo y la muerte de John Alirio.


 


Es en el mercado informal donde más se evidencia una crisis como resultado de la deslaboralización, la minimización del sector público y las pocas oportunidades que tienen en nuestra sociedad los menos preparados. Pero a cambio, a los pereiranos y al resto del país se les vende la imagen de un espacio urbano lleno de oportunidades. Para reafirmar esto, en la cultura de los grandes proyectos (viaducto, plaza cívica-complejo comercial, transporte masivo) se pretende instaurar una imagen de caritas sonrientes y positivismo ejecutivo, y una cultura que riñe con un incontrolable sector informal que rebasa y denuncia la tragedia de una urbe que crece pero que no tiene cómo responder a la supervivencia de sus habitantes.


 


La nueva pirámide social


 


Observado desde un edificio de seis pisos, el corazón de esta ciudad puede que resuma una gradación social de lo que es su generalidad: un reducido sector público que provee a un sector más amplio de políticos y contratistas; luego, una desdibujada clase media de profesionales vinculados a un todavía más desdibujado sector oficial; después está el en apariencia formalizado sector de los servicios: desde los nuevos obreros de corbata de las entidades financieras, pasando por los representantes de toda clase de actividades comerciales. Junto a estos, un sector policial fortalecido, variopinto en cuanto a la causa que representan. Posteriormente están los que son más, la mayoría en el corazón de la ciudad media: todo el grupo informal. Son estos ambulantes –entre una economía más y más separada de un anclaje territorial, donde priman las multinacionales sobre lo local– quienes representan todavía la idea de territorio, la idea de ciudad, aunque sea la de una ciudad que se deshace. Ellos articulan en su venta callejera los residuos de una telefonía pública que destruyó el Estado mismo, el usufructo sin límite alguno a la producción artística o intelectual, y el aprovechamiento de mercancías que por un salario de miseria se producen en algún barco anclado en altamar o en la ‘formidable’ China.


 


Fueron estos ‘ambulantes’ quienes, portando un afiche con el rostro de John Alirio, ejercieron posiblemente sin saber lo importante de su acto, el derecho de recordar a sus muertos y de negar el voto a una figura político que les representaba un momento crucial de su lucha por el derecho al trabajo.


 


*          Profesor asociado Universidad Tecnológica de Pereira. Autor del libro Walter Benjamin, pensador de la ciudad. Becario de investigación de la Fundación Carolina. Candidato a doctor en Filosofía.


**        A este respecto, leer mi trabajo “Pereira: la metrópoli sitiada por la vigilancia y el consumo. La ciudad que se nos vende”, Le Monde diplomatique, marzo de 2006, edición colombiana, pp.12-13.


 

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