Home » Debates sobre poder y cambio social

Debates sobre poder y cambio social

Quisiera abordar sólo dos aspectos de los que Silva pone a debate. El primero de ellos es mi supuesta “reivindicación del espontaneísmo como práctica política de cambio”. Es muy probable que me haya expresado mal, cosa común en los intercambios y exposiciones orales. Por eso, quiero precisar algunas ideas. Mi trabajo teórico y mi actividad militante en los últimos 15-20 años están enfocados a identificar las capacidades emancipatorias que veo en los espacios colectivos, con el objetivo de potenciarlas, expandirlas, intensificarlas. Parto de que la emancipación no puede ser sino autoemancipación, o sea, un proceso que se despliega por sí mismo y resulta, por tanto, impredecible. No sólo ignoramos cuándo y cómo sino también hacia dónde.


 


Lo anterior no quiere decir, en absoluto, que no haya que hacer algo, desde el punto de vista de la acción militante, sino que discute con las teorías revolucionarias clásicas (en particular con la leninista), el cómo hacer. En este punto, el mejor ejemplo es comparar la educación clásica con la educación popular. Paulo Freire sostenía que no se trata de llenar la cabeza de los alumnos con conocimientos, proceso en el cual el maestro juega el papel de machacador de información y el alumno el de receptor pasivo. Por el contrario, sostenía que la gente ya sabe y que el papel del docente es contribuir a que ese saber ya existente se haga evidente, en primer lugar para el alumno. No hay otra forma de hacerlo que creando un clima pedagógico que lo lleve a convertirse en sujeto activo de su autoeducación.


 


Este camino tiene más en común con el arte y el juego que con las características de verticalidad y orden que vemos en las aulas de la enseñanza (“instrucción”, se decía antes) formal, estatal o privada. La pregunta que formula Cristóbal respecto a la posibilidad de que existan partidos que no suplanten la “voluntad colectiva” podría tal vez formularse de otro modo: ¿Podremos construir partidos, o algún otro tipo de organización, que aprendan el camino caminando junto a los sectores populares? Mi respuesta, provisoria y dubitativa, por cierto, es que justo eso son los mejores movimientos sociales, aquellos que se guían por el zapatista “preguntando caminamos”. En este tipo de colectivos, la diferencia entre los que mandan y los que obedecen tiende a diluirse, ya que no existe una dirección que ya sabe y una base que es guiada por aquélla. Más aún, sobre todo en los colectivos pequeños y medianos, no hay ni dirección ni base sino un conjunto de personas que se relacionan de modo más o menos horizontal.


 


La cuestión del poder, el segundo asunto al que quiero referirme, siento que es también un tema en construcción y en aprendizaje colectivo. No veo cómo los Estados puedan contribuir a la lucha por la emancipación. Pero veo que en el seno de los Estados-Nación surgen formas de poder que no son calco y copia del Estado. O sea, formas de poder (no imagino un mundo sin poderes) que no se asientan en una burocracia –civil o militar– separada y que se colocan por encima de la sociedad. Veo este tipo de poderes (a los que he llamado poderes no estatales aunque seguramente se pueda encontrar una definición mejor) en múltiples espacios de nuestras sociedades, con diversos grados de desarrollo, y características y formas diferentes.


 


Quizá las formas más visibles, por estables y explícitas, sean las Juntas de Buen Gobierno que dirigen los municipios autónomos zapatistas. Pero los asentamientos del movimiento Sin Tierra pertenecen a esa misma camada, así como las diversas formas de autogobierno que se han dado los pueblos originarios a lo largo y ancho del continente. Entiendo estos movimientos como sociales y políticos, aunque son también culturales y económicos.


 


Sería maravilloso, y francamente deseable, que allí donde existan Estados gobernados por dirigentes que tienen una voluntad revolucionaria (Venezuela, Bolivia), estos contrapoderes no estatales de base y esos Estados con vocación revolucionaria pudieran colaborar y mantener relaciones de apoyo mutuo. Como bien sabemos, el socialismo del siglo XX consolidó los nuevos estados llevándose por delante los contrapoderes de abajo. Kronstadt fue tal vez la primera y amarga experiencia, pero por desgracia no la única. La novel experiencia del socialismo del siglo XXI está mostrando también dificultades para compatibilizar los poderes revolucionarios de arriba con los contrapoderes de abajo.

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.