La libertad, en el sentido estricto de la palabra, es un viento ausente que sopla de vez en cuando. Ausencia de libertad. Eso es lo que pulula y provoca el sistema capitalista, que subyuga a las masas a frenesíes de consumo, a veleidosas vanidades y avaricias patológicas.
El proyecto de vida, la posibilidad de determinar el derrotero de la vida, queda alienada a patrones banales, a estereotipos superfluos, a paradigmas insulsos. El sistema designa modelos de belleza, marcos de felicidad, pautas de popularidad y referentes de riqueza. Cualquier individuo que no los cumpla está sometido al escarnio. De esta manera se explica el afán de las niñas de vomitar la comida para mantener tallas famélicas, de los muchachos de prostituirse por un par de tenis y del afán arribista de los narcos por alcanzar dinero.
Bajo la dinámica en que se desenvuelve el mundo de hoy, la libertad sólo sopla con destellos capitalistas: libertad de comparar esta u otra marca, libertad de competir, libertad de acceder a bienes y servicios.
Paradójicamente, lo que nos llevó a ese desenfreno fue esa misma libertad: las decisiones tomadas por el libre albedrío derivaron en la sociedad contemporánea. De igual manera, el mismo libre albedrío da la posibilidad de emanciparnos. Lastimosamente, algunos, ya bastante enajenados, no desean romper con las cadenas y recuperar la libertad.
En ese orden de ideas, hay que partir de afirmar que la libertad implica de manera inexorable elección. Libertad es, en esencia, poder elegir. Dicha elección lleva escrita con tinta indeleble una relación ética, puesto que toda decisión debe ser asumida o, mejor, conlleva responsabilidad.
Cabe citar a Eric Fromm, quien en su libro El corazón del hombre escribió: “No debemos confiar en que nadie nos salve sin conocer bien el hecho de que las elecciones erróneas nos hacen incapaces de salvarnos”. Es decir, que, a la luz del espectro de la elección, cada quien carga con su responsabilidad. En ese sentido, la sociedad contemporánea es culpable de que se gasten millones de dólares en construir armas, cuando hay millones de seres humanos que mueren de hambre.
Por eso, es oportuno reiterar en este artículo que la libertad se ejerce al elegir, y tal elección implica un compromiso de responsabilidad. Fernando Savater plantea que los hombres y las mujeres sacrifican la libertad con tal de hacer más fácil la elección y más llevadera la responsabilidad. “La sociedad es nuestra prótesis básica para luchar desde la libertad contra el destino”.
Sacrificamos la libertad con el ánimo de hacer más fácil las decisiones. Por ello, se someten al régimen sin dilación: hombres y mujeres dóciles que cumplen con los estándares del sistema social, comprando y vendiendo con afán lucrativo, nada de correr riesgos y vivir por fuera del sistema o tratar de cambiarlo, nada de vituperar las injusticias que éste perpetúa.
Miguel de Cervantes, a través del Quijote, planteó: Non bene pro toto libertas venditur auro. Lo cual quiere decir que “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”*. La apología que Cervantes hace de la libertad sirve para recuperar el valor de la misma, que está deslegitimado en la sociedad contemporánea.
Como se plateó anteriormente, somos una sociedad esclavizada y secuestrada. Cada vez son más apabullantes y esclavizadores los estereotipos que impone el sistema capitalista. Se nos hace creer que somos libres y podemos hacer uso de nuestro albedrío, pero el modo de vida nos esclaviza y somete de manera feroz. El que trata de ejercer su libertad tomando la decisión de ser diferente o vivir de manera distinta es visto como peligroso o loco.
De lo que se trata es de asumir la libertad, de ejercerla a través de tomar decisiones, de elegir y optar por lo deseado. En palabras de Santo Tomás, de desear el fin y elegir el medio para alcanzarlo; pero, cuidado, como dice Savater, es menester partir de que somos seres que conviven con otros y que toda elección afecta a los demás.
* El Quijote, segunda parte, capítulo 58.
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