Todo
poder, en particularel político, se nutre de discretas alianzas y aviesos acuerdos. Hace de
lasreserva y la confidencia su principal resguardo. Requiere moverse en espaciosdonde no sea fácil
penetrar con la mirada nítida de la verdad. Esa verdad sedisfraza en simulacros. Cuando esto es así,
el poder se entronca con locriminal: hacen del secreto su esencia y su refugio.
No hay traidores porfuera de las causas políticas y criminales.
Sólo en esos terrenos clandestinos,en esa díada inseparable, se fustiga, se persigue y se señala a
los delatores.Es decir, a aquellos que rompen el sello (del lat. sigillum) que cubríael pacto
subrepticio y dejan al descubierto lo que debía permanecer oculto: losfines reprochables, los
móviles siniestros, los rostros perversos. La historiay la justicia les deben mucho a los delatores
y chivatos. Son ellos quieneshacen que los poderosos y los criminales no tengan largas horas de
sueño.
Cae la
máscara
Gracias a la confesión dela ex parlamentaria
Yidis Medina, una vez más, es posible desvelar la máscaraimpoluta de este gobierno, para dejarnos
distinguir el rostro marchito del egofilibustero que lo preside. Gracias a ella, los colombianos
tienen por fin laocasión de ver el operar cotidiano y permanente de su prohombre (el mismo del84 por
ciento de popularidad). Se trata de una de esas tantas minuciascortesanas, blindadas por el
oscurantismo, entre las que se teje nuestroporvenir sobre un tapete de frivolidad no exenta de
obsequiosidades. Pero nohay que desdeñar el asunto, tomándolo a la ligera como un simple
retratopalaciego. Hay que tener siempre presente que sólo así ha podido consolidar supolítica; ésta
ha sido la fórmula privilegiada para alcanzar sus logros.
Poreso la ocasión es única. Pocas ocasiones
tienen los colombianos de ver el modusen que se desenvuelve su imagen lumbrera. Siempre tras
las cortinas edulcoradasante las que posa, obtendremos esas lóbregas
connivencias.
La escena que Yidis ledescribe al periodista Daniel Coronell es patética y
raya en lo melodramático.Por aquellos días, el proyecto de la reelección iba hacia el fracaso;
lascomponendas y repartijas no habían sido suficientes para alcanzar una mayoríaesperada. Se pendía
de un hilo, de una hoja suelta, para que el plato de labalanza se inclinara a favor de la maquinaria
del gobernante.
Entonces ella es citada aPalacio y rodeada, en principio, por algunos
subalternos: unos ministros, elSecretario General de la Presidencia y otros aláteres que siempre
hablaron ennombre y representación del principal interesado. La coima es aviesa. Seofrecen dádivas y
se manipulan los intereses. Se esgrime que no es apegodesbordado al poder; es, según el afán de
aquellos portavoces, el interés de laPatria (con P mayúscula) lo que está en juego. La mujer, entre
dudosa eingenua, se deja entrar al juego del frágil coqueteo. Aun así da a entender queno echará
atrás su convicción de que la reelección es perniciosa porque no hayinversión social. Viene la
contraofensiva. Le pintan el futuro y se le crea lailusión de compartir espacios y cuotas
burocráticas nada despreciables. Laintención es desquiciar la moral que sostiene su empecinamiento.
Con todo, ellase pregunta: ¿podrá ser esto cierto? Justo en ese instante se le advierte quesí, que
sólo por encima de algunos cadáveres no se cumplirán los ofrecimientos.(El lenguaje fue usado en el
palacete, según la testigo)
Inclusoasí, ella todavía duda. La presión no es
suficiente. Hacía falta ‘algo’ quereafirmara las prebendas y venciera, por fin, su ya expuesta
vulnerabilidad.Entonces, de la nada, aparece el hombre. La sorpresa es mayúscula. ¡Sí, elpropio
hombre!… Y Yidis, entre perpleja e intimidada, se pregunta: ¿Yéste, dónde estaba? ¿Cómo sabe
de todo este desarrollo?… ¿Acaso estaba trasla puerta aquella?
Pero no sólo Yidis seasombra; también los subordinados se
desconciertan. De inmediato quierensalirle al paso para advertirle lo delicado que puede resultar el
asunto. Él nodebía estar ahí, exponiéndose a que en el futuro… Pero el hombre –por demásdomador de
caballos, capador de toros y amante del sacrificio no sólo vacuno–no se arredrará ante una potrilla
resabiada e inculta. Con modulación firme lesadvierte a todos, que él –¡…sí, él…– va a
manejar directamente el asuntode la compra de esa simple conciencia. De inmediato, con tono que no
admitíaréplica alguna, manda desalojar el recinto. Y, ojo con el detalle: seasegura de que no
existan testigos. Es la asepsia preventiva que requieretoda fechoría.
Una vez solos, va algrano. El preámbulo es el mismo, se disfraza
el interés personal y se le haceconfundir con los fines primordiales de la Patria. No faltó,
tampoco, el gestoteatral de vergüenza extraviada, de dignidad perdida. Era en verdad
humillantereconocer que el futuro nacional dependiera de un ser que a la hora de laverdad era una
aparecida en las esferas políticas. Yidis, con todo, se daba sudispensa. Pocas personas tienen el
regusto y se dan el privilegio de ver alpoderoso implorando complacencias. Viene luego la última
propuesta. Se leconfirman y refuerzan las promesas; todas se dan por ciertas: con él, lapalabra se
cumple. Entonces, a la secuencia de otros detalles infinitos que lajusticia sabrá interpretar, el
pacto adviene. El botín se conquista; lareelección triunfa.
«Los intereses superiores…»
Ese es el hecho. Nocualquier otro. Y ya se vislumbra el discurso
de leguleyo que querrá pervertirlopara diluirlo en sutilezas exculpatorias. La propaganda mediática
empezó apropalar la vocería defensiva: El gobierno persuade, no compra conciencias…Puro
galimatías para mentecatos. Hay que ver cómo se persuadió al caudal devotantes que lo impulsó a la
reelección, y establecer una relación directa conel modo –igual de persuasivo– como más de cuatro
millones de colombianos estándesarraigados. Entre uno y otro, hay una misma directriz política.
Losintereses superiores del gobierno así lo demandan. Por eso, el cohecho –portodos sabido pero
pocas veces fotografiado– es la forma como la mayoríaparlamentaria ha sostenido todo su programa. Es
la cosa pública al servicio decicateras facciones. El lugar donde la Patria deja de ser esa cosa
etérea ygrandilocuente para convertirse en la tarta burocrática ofrecida para subyugarlas opiniones.
Es el pérfido mecanismo de la retribución mutua, germen de lacorrupción, matriz de todos nuestros
males.
Y como los jueces son quienes mejor saben descifrar
todas estas artimañas, yatambién se entrevé el ataque sistemático a su función: única del estamento
quese resiste a perder la legitimidad que el pueblo, en su Constitución y susleyes, les han
otorgado, cosa que la historia les reclama con venerable gestode gratitud.
Ya se dijo públicamente: Las Cortes están
detrás de todo esto; estamos ganandola guerra militar, pero estamos perdiendo la guerra política.
Y he aquí,como se dibuja en el horizonte, el perfil de otro nuevo enemigo. La necesidadde que
existan, siempre, no conversos que son potencialmente peligrosos,situación que le permite al
gobierno aflorar sus síntomas hostiles yneuróticos, y actuar sobre excepcionales marcos teóricos
donde cualquierexabrupto se pueda justificar. Pero, sobre todo, a partir de esa seguidilla
decombates furibundos, ganar en popularidad.
En los tiempos en que lascorrientes de la doctrina liberal se estaban
gestando, se imponía la crítica almonarca salido de su trono, al tirano –típico y déspota– que
exhibía vicios tanimpropios de un rey como la lujuria, la codicia, el fraude y la crueldad.
Poroposición al rey ecuánime, se entendía que aquel otro perseguía a los hombresjustos y consideraba
más sospecho el bien que el mal. Temía como a nadaprecisamente esas virtudes de las que él mismo
carecía, y propiciaba entre lossúbditos toda una serie de disputas fratricidas. Además, el rey ogro
eraespecialista en empalmar el fin de una guerra con el comienzo de otra, únicomedio para descargar
temores y entretener sus inquinas.
Vamos a tener que leer y releer toda la historia del
pensamiento que nutrió laformación democrática de la que hoy nos jactamos. Tal vez, en esas
raícesolvidadas, tengamos la ocasión de revisar el estado actual de nuestrasinstituciones. Pero,
sobre todo, es conveniente analizar las tareas decamuflaje en las que este poder se las ingenia para
polarizar la comunidad,eligiendo y provocando una gama de adversos, mirados siempre como hostiles
eincompatibles, y sobre los que siempre se hace necesario mantener una
paranoicasospecha.
Ese tipo de maniobras demando, recalcitrantes e inconfundibles, son lo que
permite quitar esa veda, esaprohibición propagandística, que nos impide señalar el gran desatino que
es vercómo un ciego moral, un turbado de espíritu, es capaz de sentirse el guía casimístico de
aquellos que no quieren ver.
Leave a Reply