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“La calle” desnuda

“La calle” desnuda
En Pereira, como en las ciudades colombianas en general, muchos marginados viven un continuo drama que ahora se acentúa con la amenaza de una ‘limpieza social’ que ideológicamente se nutre de ciertas formas de neofascismo.
 
“Desde niña siempre quise ser enfermera. A veces me ponía una blusa blanca de mi mamá que me llegaba hasta las rodillas y les recetaba toda clase de bebidas a mis hermanitos, tan amargas que los hacía arrugar la cara en cada trago que se mandaban. Eso sí, nadie se podía quejar porque yo ahí mismo los mandaba a callar, y si seguían les aumentaba la dosis para que dejaran de molestar. ‘Mire culicagao: ¡acuéstese en la camilla más bien y deje de chillar que así no se va a aliviar nunca! ¡Y siga y verá que me salgo del juego!’, y como yo era la más grande, ellos me tenían que hacer caso. El problema era que a veces le ponían queja a la cucha y entonces yo pagaba escondederos para que no me fuera a pegar. Cuando eso yo estaba muy pollita y vivía en ‘la finca’, allá en Belén de Umbría (Risaralda), el pueblito donde me tuvieron.
 
El cucho nunca se preocupaba por nosotros. Se la pasaba cogiendo café toda la semana, y el sábado salía al pueblo y se gastaba la plata del jornal en chorro y en viejas. Luego llegaba el domingo por la mañana todo borracho a la casa a montársela a la cucha por cualquier cosa, a cascarle por todo. Yo lo que hacía era meterme con mis tres hermanitos entre el cafetal, nos agachábamos y siempre que la cucha gritaba cerrábamos los ojos y nos tapábamos los oídos sin parar de chillar, hasta que al rato todo se calmaba y podíamos volver a entrar a la casa. A mí todo eso me daba mucha rabia, porque yo a mi mamá, a pesar de todo, siempre la he querido y es lo más bonito que Dios me ha dado en la vida, y con razón dicen que ‘madre sólo hay una, pero padre es cualquier hijueputa’…
 
¿Que desde cuándo vivo en la calle? Pues, vea: cuando yo tenía 13 años todavía vivía en la casa con mis papás, allá en Belén, estudiaba en la escuela y hacía el oficio de la casa, cocinaba y cuidaba a mis hermanos menores, hasta que uno de los trabajadores de la finca empezó a molestarme y a pararme bolas. Yo no le copiaba, pero la cucha se dio cuenta y empezó tratarme de ‘sinvergüenza, y me decía que yo no iba a estudiar por irme a escondidas con ese man. Para mí fue muy duro ver que mi propia mamá me acusaba sin ser verdad, y que me tratara de ‘perra. Entonces alisté maleta y me vine para Pereira. Yo pensaba que aquí iba a vivir mejor, que me resultaría algún camello, así fuera en una casa de familia. El problema fue que, como no tenía amigos ni familia ni nada empecé a recorrer la calle para rebuscarme la comida.
 
Cuando me salí de la casa nunca imaginé el precio que pagaría por vivir en la ciudad, transitando por las calles para ganarme la vida, vendiendo algún dulce, implorando la caridad en los momentos de hambre inaplazable; pero de todo esto lo que más me afectó fue el ataque de unos tipos con los que me encontré cuando caminaba en medio de la noche. Sufrí una violencia que me destrozó la vida y sembró un odio que se quedó enterrado en mi pecho, tanto que no más el acordarme de sus caras, de sus carcajadas… me sabe la boca a sangre. Yo sentía orgullo de mis atractivos como mujer y después empecé a aborrecerme como se aborrece a los enemigos a muerte. Ninguna institución me escuchó, ningún funcionario tomó nota de mi denuncia, me ‘explicaron’ que eso me pasaba ‘por andar por ahí dando papaya’; me hicieron padecer una vergüenza que no conocía y que no tenía explicación. Me rapé la cabeza”.
 
Ahora los pasos de Marcela* desde temprano en la mañana persiguen presurosamente a un camión recolector de basuras que se va tragando sin vacilar cuanta bolsa encuentra en su camino. Ella se adelanta un poco con el costal a cuestas, y sus manos van buscando entre los desperdicios un poco de cartón o de cristal que pueda intercambiar por unas cuantas monedas. Entre tanto, desde la acera opuesta y con el mismo afán, Jorge recibe un puñado de comida que le acaban de regalar desde la ventana de una casa. De inmediato los demás recicladores se dan cuenta y no tardan en reclamarle un bocado.
 

Cómo se habita una ciudad ajena

 
Hace unos años, en un sector popular de Pereira conocido como la Comuna de Villa Santana, Jorge dormía en casa de su madre y en el día permanecía con los compañeros del parche consiguiendo algo de dinero: se subían a las busetas a ofrecer, con voz poco preparada para las cuñas, cientos de confites que distribuían entre los pasajeros a cambio de dinero. Hizo a un lado las clases en el colegio cuando contaba los 11 años de edad para poder atender las urgencias básicas, no propias sino familiares. Cuenta que no todo era trabajo, pues a veces descansaban en medio de la jornada para aspirar el pegante de una botella que les permitía ‘despegarse’ fugazmente las angustias tempranas de su cotidianidad y así, en medio de alucinaciones, mirar al cielo para reír por reír.
 
“Al poquito tiempo de empezar a trabajar me volé de la casa con otro parcero de mi edad. Sólo queríamos ganar plata y vivir en libertad. Como no teníamos dónde dormir, nos amanecíamos en los parques. Así empezamos a vivir en la calle. Es duro porque la ley no lo deja a uno tranquilo. A nosotros los indigentes nos tratan como basura, nos ven durmiendo en los andenes y a media noche nos levantan a golpes para meternos a un camión de la policía que nos descarga en las jaulas que ellos tienen en el centro. A las 6 de la mañana nos dan la salida y nos dicen que nos vayamos para otra parte porque esta ciudad no es para nosotros. Que si no queremos hacer caso y seguimos regados en la calle, dicen, seguirán levantándonos a punta de bolillo por las noches ‘a ver quién se aburre primero’. Yo creo que esto apenas es el comienzo de algo más jodido, porque se sabe que si no hacemos caso con todas esas amenazas, van a buscarle la comba al palo para poder borrarnos del mapa y así queda el ‘problema arreglado’”.
 

Los nadies

 
Según las voces oficiales, hoy existen en Pereira más de mil personas caracterizadas con el eufemismo de “habitantes de la calle”. Los empadronamientos y diagnósticos realizados con estas personas se han utilizado, no para conocer los problemas y las necesidades que les aquejan o para ofrecerles trato digno y respeto por sus derechos humanos, sino más bien para planear las estrategias de su borradura. Así, por ejemplo, cada administración de turno diseña programas de barrido encaminados hacia el literal ocultamiento, durante las noches y al interior de las instalaciones de la policía, de quienes pasan la vida en la intemperie, considerados como elementos que le restan belleza a la ciudad, a sus calles y los espacios públicos. Priman, pues, las preocupaciones estéticas y comerciales sobre las condiciones de vulnerabilidad que afectan a la población, sin tocar temas de hondo calado como la desocupación laboral, que afecta, iniciando el año 2009, al 16,3 por ciento de los habitantes, situando a Pereira entre las tres ciudades del país con mayor desempleo; además, el 13,01 por ciento de la población (alrededor de 59 mil personas) vive con la insatisfacción de sus necesidades básicas. Paradójicamente, el actual eslogan publicitario de la ciudad presenta una “Pereira; región de oportunidades”, que no ofrece alternativas reales para el 33,6 por ciento de los hogares en Pereira, que se ubica bajo la línea de pobreza, o para el 7,5% situados bajo la línea de indigencia**.
 
Cada vez que llega la noche, la vida de personas como Marcela y Jorge se multiplica en otros que acarician las fronteras invisibles de la incertidumbre. Ellos, cada día que pasa respiran, como todos los seres humanos que gozan de una vida “normal”, pero esa respiración está plagada por la presencia implacable y constante de la muerte que se manifiesta como “limpieza social”. Porque se saben miembros de un sector social al que sólo pertenecen los que, en palabras de Eduardo Galeano, “no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”. Hombres y mujeres de cartón y de cristal, hechos de sueños tejidos desde las orillas de una infancia todavía pendiente, que transitan las calles en busca de las sobras de la ciudad para poder continuar, así sea sin el permiso del modelo de ciudad planeada.
 
*     A petición de las fuentes directas, se ha optado por ocultar sus verdaderos nombres.
**  Datos estadísticos: Dane, Último boletín trimestral sobre desempleo en Colombia (diciembre, enero, febrero) y Censo de 2005.

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