Romper la rutina académica, dejar los espacios de encierro y los centros de poder, parecen haber sido los lemas de uno de los más destacados educadores populares argentinos. Hizo escuela a bordo de un microbús destartalado, recorriendo pueblos en busca de las mejores gentes.
“Vengan a ver un sociólogo en vivo”, aúlla el megáfono desde la plaza principal, buscando remover la rutina de los parroquianos para que se acerquen al lugar donde se desarrollará un evento insólito para este abúlico pueblo perdido en los mapas argentinos. Momentos antes había llegado una delegación de la Universidad Trashumante, perteneciente al área de Extensión de la Facultad de Ciencias Sociales de San Luis, a bordo de un microbús casi destartalado, un Dodge modelo 1970 del que descendió un grupo de jóvenes dispuestos a poner en marcha una nueva actuación del Circo Criollo, con plásticos, murga, títeres, payasos, malabares, acrobacia, folclor y danza.
El sociólogo en cuestión es Roberto Tato Iglesias, amigo personal de Paulo Freire, discípulo y admirador que dedicó los últimos 10 años a recorrer el interior de Argentina para profundizar sus prácticas de educación popular. “Vamos a los pueblos a aprender junto a sus comunidades, a intercambiar conocimientos con los condenados por este sistema” dice, casi mezclando conceptos de Freire y Frantz Fanon. La experiencia dio sus primeros pasos hacia fines de los 90, en un país flagelado por el menemismo, a partir de la organización social Sendas para la Educación Popular que bajó a la cancha con la compra por la Universidad del microbús al que bautizaron Quirquincho, que luego supieron que en quechua es algo así como “doblemente empecinado”.
“El Quirquincho”, dice Tato apelando a su mejor auto-ironía, “es bien setentista. Va muy despacio, no levanta más de 60 kilómetros y no puede recorrer grandes distancias sin parar un par de días; puede llevar sólo cuatro personas y hay que mirarle todo el tiempo el agua y el aceite, pero tiene un aguante increíble”. Desde 1998 recorrieron 50 mil kilómetros y 20 provincias, llegando a los lugares más inhóstipos y apartados, en cientos de pueblos donde realizaron unos 200 talleres. “En cierto momento decidimos recorrer la otra Argentina, a la que no va nadie, la que no aparece en los medios, buscando las mejores personas, del mismo modo que los trashumantes van detrás de los mejores humus”.
La principal herramienta para trabajar con la gente que forma parte de El Otro País, como se denomina la revista donde dan cuenta de sus recorridos y reflexiones, es la educación popular como forma de impulsar la reflexión político-pedagógica sobre la realidad del país. Para romper el hielo, acercar a la gente y despuntar las primeras preguntas que avientan sobre la audiencia, desarrollan un Circo Criollo que diseñaron durante un largo año de estudio, que supuso la recuperación de la funciones de la compañías circenses que recorrieron nuestras geografías hace ya muchas décadas. De ese modo van tejiendo una red descentralizada y horizontal, ya que en cada lugar visitado dejan semillas que tarde o temprano dan sus brotes, urdiendo el tejido colectivo.
Tato optó por abrir un camino inspirado en Freire pero a contrapelo de la orientación predominante en la educación popular, que se focalizó en las instituciones y, más recientemente, en la colaboración con los gobiernos progresistas de la región para la implementación de los planes sociales. Los trashumantes rehúyen los espacios cerrados y buscan practicar “una constante y doble caminata: hacia fuera, hacia el encuentro con los otros, y hacia adentro de cada uno, en busca de emociones, esperanzas, sueños y pasiones que definan y orienten nuestras prácticas”, puede leerse en el último editorial de la revista.
Una búsqueda que combina arte y política, reflexión y acción colectiva, “una mirada del mundo desde abajo”, dice Tato, que apunta hacia “un modelo de Universidad totalmente distinto”. O sea, descentrada del aula, donde la currícula surja de las prácticas y necesidades colectivas y donde la diferencia entre docentes y alumnos tienda a atenuarse. Los talleres son espacios abiertos a toda la comunidad y no se entregan diplomas. Para cumplir esos objetivos, la metodología de la estética circense es el punto de partida para la reflexión en los talleres, quizá porque el acto de conocer es un acto creativo o, como dijera Freire, “el educador es un artista porque re-hace el mundo, re-pinta el mundo”.
Luego de 30 años, Tato Iglesias se jubiló de la Universidad donde dedicó sus mejores esfuerzos a provocar a sus alumnos, compañeros y autoridades, como forma de despertar el adormecimiento académico y político. Estuvo en Montevideo a mediados de abril, invitado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, para compartir inquietudes y experiencias con presencia abrumadora de jóvenes, y tuvo tiempo para dialogar.
–¿Cuándo empiezan la experiencia de la Universidad Trashumante y qué idea tenían de la educación popular?
–Estábamos muy influidos por el pensamiento de Paulo Freire, que siempre nos pareció que había acertado en no definir qué es la educación popular. Nosotros tomamos tres o cuatro ideas que tienen que ver con lo ideológico, lo político, lo metodológico, que, traducidas al nivel popular, las formulamos “cómo, con quién y desde dónde trabajar”. Se trata de trabajar con la gente y no para la gente, y hacer que nosotros no seamos el centro de ninguna organización ni de una revolución; en no creer en la importancia de lo que hicimos ni mirar hacia atrás, ni buscar nuestro propio prestigio. Y aplicar conceptos como horizontalidad, que no se puede definir muy fácilmente.
–Supongo que llegar a un pueblo donde no conocen a nadie es arriesgarse al fracaso.
–Depende de qué se entienda por fracaso. Para nosotros consiste en hablar nosotros sin dejar hablar a la gente. Paulo Freire decía que hay una tensión entre palabra y silencio, o sea que, si uno no se calla, el otro no puede hablar. Si el intelectual no se calla, el de abajo no aparece, y así en todos los ámbitos. Para que haya horizontalidad, el referente tiene que correrse. El asunto es cómo provocar a la gente a tomar la palabra sin ser nosotros el centro.
–¿Usted dio ese paso al costado?
–Yo había ocupado un lugar central en los primeros años de la Universidad Trashumante y luego tomé la decisión de ponerme a un lado, algo que no fue fácil. En nuestras revistas se puede ver ese proceso. En los primeros números, en todas las páginas había fotos o artículos míos; ya en las siguientes no figuro, y si escribo algo lo hago con seudónimo.
–¿Qué lo llevó a correrse de su propia creación?
–Lo hice por una cuestión ideológica. En Argentina, la izquierda tiene una tendencia que consiste en que todos quieres ser el Che o el Subcomandante Marcos. Los líderes se sueñan como dirigentes del movimiento popular. No queremos aparecer en los medios porque queremos que aparezca la gente al margen nuestro. Nuestra tarea es toco y me voy; ni siquiera queremos que la gente con la que trabajamos se convierta en trashumante.
–¿Rechaza la idea de acumulación?
–En Argentina, esa idea vino de la mano de algunas organizaciones de izquierda como los montoneros, y yo temblaría si los montoneros estuvieran en el poder. Ellos focalizaban la acumulación en la toma del poder. En ese sentido, nos identificamos mucho con el zapatismo.
–En estos 10 años que ustedes llevan trabajando como Universidad Trashumante, la educación popular ha recorrido un camino opuesto al que usted defiende.
–Nosotros nos hemos borrado del sistema. Ahora el Ministerio de Desarrollo Social organiza cursos de educación popular, y por suerte nosotros no aparecemos ni como referencia. El Ministerio creó una subsecretaría de educación popular. Hubo un abandono de los educadores populares del trabajo directo con la gente y el gobierno ocupó ese lugar. Para mí es una contradicción que un gobierno haga educación popular, porque yo la entiendo como un trabajo a la intemperie, sin paraguas protectores.
–Pero Paulo Freire llegó a trabajar en un ministerio…
–Con Paulo teníamos dos diferencias. Una, que él creía que se podía ser educador popular y político partidario; de hecho, militaba en el Partido de los Trabajadores. Eso lo llevó a ser Ministro de Educación en 1992, pero duró menos de un año y medio, y aún así hizo cosas muy interesantes; la segunda diferencia es que no tuvo fuerzas físicas como para meterse con lo político pedagógico, porque hace una década la educación popular podía llegar a transformar aspectos de la educación formal, pero luego de los cambios producidos por el neoliberalismo ya no lo veo posible. En mi provincia, una carrera de ciencias de la educación de cinco años de duración les otorga tres puntos a los estudiantes, pero el gobernador Rodríguez Saa organiza un curso de educación de tres días con Mariano Grondona y Bernardo Neustadt, y les concede siete puntos.
–¿En su opinión ¿cuál es el papel que debería tener hoy la educación popular?
–Para mí, consiste en andar, moverse, no quedarse quieto, trashumar, ir al encuentro de la gente. Es provocar discusión, escuchar mucho, porque escuchar es lo más importante.
–¿Se puede hablar de una pedagogía de la escucha?
–Sí. Hemos tratado de hacer una pedagogía con base en conceptos muy simples, como la idea del “otro país”, que tomamos de una canción de Teresa Parodi. Es algo que hemos ido construyendo con la pregunta de si existe una sola Argentina o hay dos países. Yo no tengo la misma bandera que Videla. Nosotros caminamos por el otro país, el de abajo. Ya casi no doy conferencias en la Universidad sino que vamos a pueblos donde no hay nada. También el concepto de escuchar hemos ido aprendiéndolo. Pero escuchar desde el otro, no desde mí. Es muy difícil escuchar a una mujer siendo hombre, y al revés. La escucha desde el otro es la más difícil, y eso, aplicado a los sectores populares, supone una escucha de una lógica de vida totalmente distinta de la nuestra. Construimos talleres con base en la escucha. Por eso, el escuchar está en el centro de nuestra actividad y cada vez hablamos menos. Lo poco que podemos hacer es acertar con la pregunta y devolver algún concepto en forma de síntesis, para así abrir nuevas discusiones y no pretender que la gente piense como nosotros. Esa es la función del educador popular.
–Sin embargo, muchas veces la gente no quiere hablar y prefiere que otros hablen por ella.
–Es cierto. Aún hoy es muy difícil hacer que los indios hablen, tanto entre los mapuches como entre los aymaras del norte argentino. Pretender que hablen es un error de clase porque ellos no quieren hablar con los blancos. Nunca pude hacerles entender que siendo blanco soy amigo de ellos. En ese sentido, Paulo Freire acertó porque no sólo ponía a la gente en círculos sino que hacía que el que alfabetizaba fuera uno de ellos. Eso hoy no lo entienden los técnicos que trabajan con campesinos o piqueteros, porque se trata de desaparecer nosotros y que aparezcan ellos.
–¿Cómo se financian?
–La única plata que tenemos viene de festivales como los que hacemos con Raly Barrionue, y con esa plata vivimos y hacemos lo que hacemos. No hay dinero de las instituciones.
–¿Cómo ve la Argentina de hoy?
–Mal. Todas las instituciones están en riesgo, y en ese sentido soy muy pesimista porque es una sociedad donde nadie cree en nadie. Tengo temor de que Cristina Kirchner termine como Fernando de la Rúa. Peor aún, porque los de abajo están totalmente cooptados por los planes sociales, sobre todo en provinciales feudales como San Luis, donde vivo. Ahora controlan perfectamente cómo vota cada barrio y, si en una escuela pierden, les sacan los planes sociales a todos. La “otra Argentina” también está muy afectada y es muy difícil hacer educación popular porque, si no llevás algo material, te miran mal. Hicieron una cultura de la dependencia. Pero seguimos insistiendo, sobre todo en los lugares más alejados de los centros de poder.
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