Tras la Conquista española que arrebató la tierras, la dignidad y condición humana, y las riquezas de nuestros antepasados indígenas. Contra ella, hace 200 años, nuestro continente ardía en deseos de libertad. Junto a la rebeldía de indios, negros, negros libertos, mestizos pobres, los criollos con acomodo por comercio o tierras y el ejército realista se batían en una ascendente pugna. Era una lucha resultante de los cambios en la economía, ahora en manos de los originarios de estas tierras, mientras los usurpadores sólo conseguían controlar el poder político.
Con antecedentes de lucha negra o comunera –sin olvidar el pregón y la independencia de los negros en Haití–, esa confrontación tomó distintos ribetes, y sólo en 1809, en algunos casos (Bolivia julio 16), y en 1810 en otros (Colombia, Venezuela, México), se manifestó en ruptura denominada “grito de independencia” en distintos países.
Desde el grito de la primera Independencia fue necesaria una gran confrontación, guerra a muerte que se extendió por toda Suramérica y cuyos últimas gestas llegan hasta 1825 –sin tocar a Puerto Rico y Cuba, y dejando campo para el colonialismo holandés, francés e inglés en las Antillas Menores o Islas del Caribe.
En ese proceso, que concitó el levantamiento de esclavos, siervos e incluso sectores indígenas (para erradicar la esclavitud y la mita, y redistribuir la tierra), fue factor decisivo el pensamiento y la acción del Libertador Simón Bolívar, título que le otorgó por primera vez la ciudad de Mérida. El joven era hijo de un ‘mantuano’ esclavista y quien, a pesar de quedar huérfano muy niño, gozó de una excelente educación con la luz de su maestro Simón Rodríguez, otro huérfano.
Simón Bolívar, que llega a la memoria en los textos escolares con abrigo, bufanda y mirada que penetra futuro, por Tito Salas, el primer pintor bolivariano, logró avizorar los factores fundamentales de su época, los juegos de poder, los cambios en el arte de la guerra, la nueva geopolítica del Norte surgida de la crisis de los imperios español, portugués y holandés, y la preeminencia del inglés.
Nacido el 24 de julio de 1783, en su intensa vida, a sus escasos 25 años, ya dirigía las fuerzas rebeldes de la Nueva Granada en guerra contra el Imperio español.
Su visita a Europa, a los 18 años de edad, y la presencia del ascenso de Napoleón y de los aires de Libertad, Igualdad y Fraternidad que trae la Revolución Francesa, le brindan los elementos básicos para interpretar lo que vendrá en la geopolítica de la época.
Unos y otros elementos lo llevan al Monte Sacro, el 15 de agosto de 1805, a comprometerse con la causa de la libertad definitiva de su Patria. Dirá en aquel entonces:
Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres,
juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria,
que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma,
hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen
por voluntad del poder español.
Bolívar hizo realidad su juramento, pero los sectores dueños de tierras, esclavos, así como encomenderos unidos a los imperios, tanto al preponderante de la época como al naciente de los Estados Unidos, dieron al traste con su sueño. Hoy, a 200 años de aquella gesta, la libertad, la soberanía, la justicia, la igualdad, la integración unitaria de nuestros países –sin olvido de Panamá–, está por concretarse.
El Bicentenario es ocasión oportuna para ahondar en la verdad de la Historia e identificar nuestro origen como nación con el repaso de la Gesta de la Independencia, descubrir e interpretar sus hechos, y sacar las lecciones necesarias para despertar las energías de numerosos pueblos, que, como hace dos siglos, ven negados sus derechos.
* Con la afrenta de la separación de Panamá, que es de modo insuficiente señalada.
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