Desde principio de los años 70 hasta finales de los 80, Pablo Escobar fue el amo y señor de la Capital de la Montaña. Algunos investigadores concluyen que ahora ocurre la ‘elección’ del “alcalde en la sombra”, un status que sólo han ostentado Escobar y Diego Fernando Murillo. A diferencia de los mandatarios públicos, que se disputan el cargo en las urnas, los ‘aspirantes’ de tres vertientes de la ‘mafia’ se lanzan a una guerra en la cual el vencedor, luego de miles de muertos, se arroga tal derecho.
En la primera semana de julio, se conocieron las cifras sobre violencia en Medellín durante el primer semestre del año en curso: 716 homicidios, frente a 389 del mismo período del año 2008, cifra casi idéntica a la acumulada durante todo el 2007 en la misma ciudad, 788 homicidios; el 60 por ciento de estos corresponde a personas entre los 18 y los 35 años. Sin duda, los datos confirman las voces en las calles: en la ciudad “se está librando una guerra”.
Medellín, desde el comienzo de los años 70, tiene un poder en la sombra conocido como “Cartel de Medellín”. Sus máximos exponentes controlan el mercado de narcóticos y las relaciones con los diversos poderes de empresarios, fuerza pública, políticos y religiosos de la ciudad.
Pablo Escobar Gaviria se constituyó en el gobierno en la sombra del Área Metropolitana de Medellín. Entre otras cosas, pagaba la fuerza pública, ponía sus gobernantes, financiaba sus campañas, “compraba jóvenes gatilleros”, se enfrentaba contra las expresiones de la insurgencia y tenía su propia policía privada (“Departamento de Orden Ciudadano”, DOC). Sólo con su muerte hubo un relevo de poder, y es en ese momento cuando empiezan a florecer capos como Diego Fernando Murillo, quien a la postre, como los ‘jefes’ que le antecedieron, se apropió o heredó rutas y el legado del negocio de narcóticos y además, obviamente, sus inherentes relaciones políticas, sociales, eclesiásticas y religiosas.
Al respecto, los hechos de hoy no son diferentes de los sucedidos en otros momentos. Así como la consolidación de Pablo Escobar como capo del cartel se dio a sangre y fuego, lo mismo ocurrió con su derrocador y sucesor, Diego Fernando Murillo, alias “Don Berna”.
Con éste último, preso, extraditado y sin dominio directo en la ciudad, hoy el círculo violento ocurre de nuevo.
¿Por qué Medellín es tan importante?
Medellín ha sido una ciudad estratégica en el mercado global del narcotráfico. Desde comienzos de la década de los 70, cuando el mercado de la cocaina se acrecentaba en los Estados Unidos y Europa, la ciudad llegó a ser el lugar de encuentro para realizar grandes negocios del alucinógeno, al igual que el lugar de residencia de muchos de sus ‘empresarios’. Pocos años después, se hizo evidente el control de muchos sectores de la vida política y económica nacional alcanzado por parte de narcotraficantes como Pablo Escobar, Carlos Lehder Rivas y los Hermanos Ochoa, entre otros.
La década finalizó con el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, un hecho político que obedeció o motivó al coronel Oliver North del Ejército de los Estados Unidos con auspicio de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) a buscar el enlace con el narcotráfico, en que se imponía el Cartel de Medellín, para convertirlo en fuente de financiación de los contras. Y también más tarde, en los 80’s, el narcotráfico presta infraestructura a los grupos paramilitares direccionados por el Estado colombiano como Muerte a Secuestradores (MAS), según relata el investigador Alejandro Reyes. Más adelante, la experiencia de alianza con el fin de matar a Pablo Escobar, conocida como Perseguidos Por Pablo Escobar (“Los Pepes”), en asocio con poderes políticos locales y regionales sería replicada como Autodefensas Campesinas de Colombia (AUC).
La década de los 80 ve el nacimiento de una clase política antioqueña en estrecha relación con el Cartel de Medellín, muchos de cuyos miembros –incluso él– aparecen como muy cercanos al régimen del presidente Álvaro Uribe Vélez, según informes de la CIA. Esta década permite la consolidación de tres vertientes del narcotráfico en Colombia, que se conocieran como Cartel de Medellín (hoy, “Oficina de Envigado”, y “Los Paisas”), Cartel de Cali (hoy, “Los Machos”) y Cartel del Norte del Valle (hoy, “Los Rastrojos”). Las tres tendencias del narcotráfico no sólo se disputaban el tráfico de narcóticos sino también los cargos de representación política, la relación con las Fuerzas militares y sus direcciones, con los propietarios y empresarios del campo, al igual que la inversión con industriales y banqueros para el lavado de activos.
Unos suben y otros bajan…
Tras su reinado que contribuyó al realce del poder de Álvaro Uribe Vélez, cuando Diego Fernando Murillo aceptó “someterse a la justicia” colombiana, como sucedió con Pablo Escobar –en comunicación con dirigentes y ministros liberales–, lo hizo sin desmedro de su poder.
Ambos, acordaron con los gobiernos de turno dar la apariencia de que se sometían al imperio de la ley. A cambio, se legalizaban sus fortunas y se respetaban sus poderes, pues los dos resultaban útiles al interés del Estado. A diferencia del primero, que murió en manos de una fuerza conjunta conformada por Estados Unidos, Colombia y el Cartel de Cali, con otros sectores del narcotráfico colombiano, entre los que se encontraba Murillo, éste fue extraditado por el actual gobierno. A los dos, Escobar y Murillo se les ‘traicionó’ por parte del alto poder, tanto político, del Ejecutivo y de los mandos policiales y militares, y de nuevo se generó una guerra por su relevo.
Ya en el tiempo de “Don Berna”, durante los períodos de los alcaldes Luís Pérez y Sergio Fajardo se presenció la toma y la consolidación en la ciudad de Medellín de los delincuentes comunes al servicio del narcotráfico y sus capos, con la fórmula de presentarse como paramilitares (Bloque Cacique Nutibara).
Si bien muchos académicos, políticos y otros estamentos quisieron vender la fantasiosa idea de posconflicto, ésta se ha desmoronado. La razón:
– la dictadura narcoparamilitar, hecha pública desde Luis Pérez y aceptada por la administración municipal de Sergio Fajardo, conocida como “donbernabilidad”, llegó a su fin luego de la extradición a los Estados Unidos, en mayo de 2008, de Diego Fernando Murillo, lo cual, sumado a la guerra que también libran varios carteles de la droga en América Latina, entre ellos los de países como México –con prolongación en Guatemala, Honduras El Salvador, Panamá–, Brasil, Perú y Argentina, hace que sus barriadas sean un campo de batalla.
Tres que no son uno
El actual período tiene en disputa a tres sectores.
– Una primera vertiente liderada por José Leonardo Montoya, alias “Douglas”, en alianza con Ángel de Jesús Pacheco Chancí, alias “Sebastián”, jefe de la banda “Los Paisas”, relacionados éstos con narcotraficantes brasileños.
– Una segunda vertiente liderada por Maximiliano Bonilla Orozco, alias “Valenciano” (†), aliado de Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”, jefe en detención de la banda narcoparamilitar “Águilas Negras”, relacionado con el Cartel del Golfo, y Félix Alberto Isaza, alias “Beto”, aliado con miembros de la banda narcoparamilitar “Los Rastrojos”, relacionados éstos con el Cartel de Tijuana.
– Por su parte, las figuras visibles de la ‘oficina’ de Envigado han sido asesinadas o detenidas, o negocian con la justicia de los Estados Unidos. En los últimos tres años han sido asesinados Gustavo Upegüi López, Daniel Alberto Mejía (“Danielito”), Elkin de Jesús Loaiza Aguirre (“El Negro Elkin”), y detenidos Diego Fernando Murillo, John William López, José Leonardo Montoya (“Douglas”) y Carlos Arturo Hernández (“Jerónimo” o “Duncan”); y han negociado con la justicia estadounidense Carlos Mario Aguilar (“Rogelio”) y Mauricio Cardona López (“Yiyo”), y al parecer está en ‘conversaciones’ Maximiliano Bonilla Orozco (“Valenciano”), asesinado el 14 de julio, al cierre de la edición.
Por los datos que circulan, el nuevo jefe de la ‘oficina’ de Envigado es Félix Alberto Isaza, alias “Beto”. Sin embargo, hay disputas con sectores de alias “El Vaticano”, alias “El Francés” y alias “El Topo”.
Según se conoce de sobra, miembros de la fuerza pública protegen a integrantes de estas bandas. Pero muchos de ellos han sido entregados a sus contrapartes. Las amenazas, el desplazamiento intraurbano, los raptos, los enfrentamientos, las torturas y los asesinatos con sevicia son símbolos de este nuevo escenario de confrontación.
Para los habitantes de Medellín, la historia se repite y, aunque la inmensa mayoría está a disgusto con la pérdida de cuatro generaciones de jóvenes, este parece ser un círculo de no acabar, porque las condiciones de injusticia persisten y, como escribió el actual Alcalde en su libro: los jóvenes no nacieron pa’semilla.
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