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El bicentenario y sus lecciones para los movimientos sociales

Tiempo pasado, tiempo vivo. Dada la conmemoración del bicentenario o “Grito de Independencia” con respecto a España, es la ocasión para extraer de esos sucesos algunas lecciones útiles para el presente y las tareas de los movimientos sociales.

Mito fundacional. Ahora se sabe que terratenientes y comerciantes conspiraron para que el 20 de julio fuera un acto de presión sobre el Virrey pero sin incluir al pueblo, al cual temían. Dos siglos después, no cambian su actitud. De acuerdo con sus ceremonias y la historia oficial, los sucesos de aquella fecha fueron obra de varios ‘ilustres’ señores que, “sin intereses mezquinos”, buscaban independizar del dominio del imperio español a la otrora Nueva Granada. Sin embargo, tal mito de bondad, solidaridad y desprendimiento es falso.

Los ‘ilustres’ terratenientes y comerciantes, los poderosos de ayer –aún hoy– sólo pretendían su beneficio, sin exigir nunca la independencia con respecto a España, como consignaron en el Memorial de agravios. Y en sus desarrollos anteriores y posteriores.

En la verdad del 20 de julio, fueron los pobres de la ciudad los actores sociales que garantizaron que la trifulca iniciada luego del mediodía –en el marco de la plaza central de Santafé y que concluyó en las primeras horas del día siguiente– no terminara en derrota. Esos mismos pobres, con José María Carbonell a su cabeza dos días después, volvieron a la carga con la exigencia de Independencia y cárcel para el Virrey. Carbonell, como es fácil deducir, fue preso por orden de los oligarcas de entonces (los mismos que el establecimiento celebra como propiciadores del acta de independencia), que le temían (bajo cargos de terrorismo, dirían hoy), no liberado hasta diciembre (por falta de pruebas –falso positivo jurídico–, se dice ahora) y de nuevo en prisión, por algunos días, en enero de 1811.

Ese pueblo fue el que exigió –en palabras actuales– un gobierno popular y el que luchó hasta hacerlo realidad –bajo el empeño precursor de Antonio Nariño–, en septiembre de 1811. Y es el mismo que persiste en exigir independencia hasta firmar su acta como Estado de Cundinamarca, en 1813. Antes, en noviembre de 1811, ya el pueblo cartagenero, bajo el liderazgo de los hermanos Gutiérrez de Piñeres y en contra de los intereses dominantes en ese puerto, lograron firmar su independencia con una pauta que no aceptaba retorno.

Fundamentos de la nación. ¿Qué antecedentes tiene esta movilización popular, este afán de libertad y soberanía? Algunos muy precisos: la digna resistencia indígena contra la invasión-conquista, y las diversas formas de opresión y control que ejecutaron sus opresores. La lucha por la libertad de los negros esclavos, que se tradujo en la construcción de palenques. La acción honrada y la solidaridad de los campesinos-artesanos señoriales pobres para no quedar sometidos al terrateniente. Y también la posterior acción autónoma, colonizadora, de los campesinos del centro del país. Pilares, cada uno de estos grupos sociales, de los fundamentos de la nación que somos.

Con estas gestas debemos recordar acciones precisas como el levantamiento de los comuneros, que se puede entender como una insurrección de comerciantes y campesinos contra aspectos particulares del dominio imperial de España, con su eco sobre los trabajadores del río Magdalena –bogas–, y esclavos que, como los de Guarne (Antioquia), rompieron sus cadenas. El levantamiento de los comuneros halló la derrota por traición. El intento de los negociadores del Rey era uno sólo: dilatar, distraer, cooptar, dividir, y luego incumplir. Con este propósito, accedieron con algunos de los voceros del levantamiento a la entrega de beneficios individuales, un método y un recurso que no son muy distintos ahora. La lección es clara.

Dirección nítida frente al objetivo. Alguno de los propósitos del 20 de julio –soberanía– no se consiguió hasta 1819 con la batalla de Boyacá, transcurrieron 10 años de intensa guerra y conspiración social para su logro. Quedó en nuestra historia que no hay confrontación bélica sin hombres y mujeres en armas. Sin una tropa con ayudas de todo tipo, mediante las redes sociales ‘espontáneas’ y de presencia del pueblo. Es indiscutible. La lucha contra el imperio español triunfó porque, al final, participaron los campesinos y los esclavos, fruto de la dirección clara y con decisión indeclinable frente al objetivo que, tras varios avatares, pudo garantizar el mando centralizado en Bolívar y la oficialidad que acompañó su lucha. Y dio ejemplo.

Como nos enseñaron los patriotas, en esa pugna social de ayer, con su prolongación hasta hoy, debemos tener en cuenta que, para llevar a buen termino una iniciativa como estas, es necesario alcanzar una orientación precisa (procede de la deliberación colectiva), definir el sujeto básico o principal y su reivindicación –para los esclavos, era su libertad–, el tiempo y sus ritmos, los aliados –nacionales e internacionales–, la comunicación y sus signos y mensajes (aún a lomo de mula, el Correo del Orinoco articuló la esperanza), la dirección oportuna que resuelve batallas, avances y tareas; las formas seguras de recursos, los momentos y espacios para el ajuste de los planes, el conocimiento del contrario, etcétera.

Con el paso del tiempo, estos sectores sociales que fundaron la nación y aún la sostienen encabezaron infinidad de gestas por la justicia, la libertad, la soberanía, la tierra, el trabajo, etcétera: tras la Independencia, siguió en importancia el levantamiento de 1853 que llevó a José María Melo a la Presidencia del país, trofeo popular que desató la reacción de los terratenientes-generales contra el gesto rebelde de los artesanos conscientes que atrajo y tuvo el apoyo de los restos populares del ejército libertador.

Pero también cuenta la movilización de obreros y campesinos de los años 20 del siglo XX, que, parejo a la fundación del partido socialista, padeció represión en la Masacre de las Bananeras, uno de los antecedentes de la insurgencia social que acompañaron a Gaitán y se mantuvo tras su asesinato, incluidas las resistencias, y las guerrillas liberales y las revolucionarias a que dieron paso. Triste. La expresión electoral de 1970, usurpada por la clase dominante, sería la última de estas manifestaciones con capacidad nacional de acceder al gobierno y disputar el Estado.
 
Entre unas y otras, se presentó –se presentan– infinidad de intentos de organización social y expresión política de sus propósitos, pero sin trascendencia de país, social, total. Muchas, regadas en el camino, sin potenciarse más allá de lo local y de iniciales propósitos de gremio, o grupo, por desconocer y no poner en marcha las lecciones desprendidas desde el alzamiento comunero.

Otra lección de nuestros antecesores y Congreso de los Pueblos. Tras este rápido recuento, queda un principio de acción que nos enseñaron los sectores sociales, tanto actores del 20 de julio como los comuneros, y también los cimarrones y los pueblos indígenas, que en su mayor parte Bolívar comprendió:

    sentido colectivo, consignas o propósitos claros y unificados (estrategia y táctica), sujeto preciso, centralización, solidaridad, persistencia, distancia y desconfianza frente a los sectores oficiales, vocerías colectivas.

Justo, los principios y el espíritu que impulsan y debe acoger el Congreso de los Pueblos.

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