Empezó un nuevo gobierno: agosto 7 de 2010-agosto 7 de 2014. Cuatro o tal vez más años de aplicación de unas políticas que, con respecto a quien las encabeza, deben ser de continuidad en lo económico y lo social, aunque con virajes en otros aspectos de la vida nacional, de secuencia con la administración de los ocho años que llegó a su fin. Esta es la idea primera y elemental que puede asaltar a cualquier ciudadano de a pie.
No es de otro modo cuando se escucha que a la cabeza del gobierno nacional se encuentra el apellido Santos, apellido como el de Juan Manuel, quien durante los últimos años, en relación con la administración del Estado, fue Designado Presidencial en 1993 y ocupó distintos ministerios: Comercio Exterior durante el gobierno de César Gaviria, Hacienda y Crédito Público en el cuatrienio de Andrés Pastrana, y Defensa con el de Álvaro Uribe.
Es decir, un sujeto y actor de la aplicación y el desarrollo del neoliberalismo en Colombia. Por tanto, del desmantelamiento del escaso Estado de Bienestar y de industria nacional existente entre nosotros, pero, además, de la puesta en marcha y la aceleración de un modelo de defensa que compromete la soberanía y riega de sangre a la Nación; que dejó una estela de dolor en centenares de familias. Entonces, ¿por qué creer que ahora hará las cosas de manera distinta y con sujeción a la Constitución y las normas universales del Derecho Internacional Humanitario? Un interrogante y una duda aún mayores al detallar su equipo de gobierno.
Un gabinete repleto de agentes neoliberales: Juan Carlos Echeverry, otrora jefe de Planeación durante el gobierno de Andrés Pastrana, ahora es el Ministro de Hacienda; Mauricio Santamaría, destacado vocero de Fedesarrollo, encabeza en Protección Social; Planeación Nacional es dirigida por Hernando José Gómez, jefe de negociadores del TLC con Estados Unidos; Ministerio de Agricultura para Juan Camilo Restrepo, recordado por haber suscrito el primer acuerdo con el FMI, y con ello la pérdida de importantes conquistas para los trabajadores; Ministra de Educación María Fernanda Campo Saavedra, hasta días atrás presidenta de la más importante entidad privada de Bogotá, su Cámara de Comercio. Esto, sin relacionar a más personajes e historias en deuda con el pueblo.
Si por años la cabeza del gobierno ha defendido el neoliberalismo en todos sus matices, y quienes actúan como sus agentes principales también obran igual, ¿por qué ahora todo será distinto? Pregunta insoslayable cuando, a la hora de la posesión, el nuevo inquilino de la Casa de Nariño arengó con un mar de promesas. De no ser por sus antecedentes, hubiéramos dicho que Colombia entró en una nueva era, de revolución. No es para menos.
En contrario de la dinámica de dos siglos de vida republicana, en la cual la riqueza ha sido para unos pocos (cada vez menos) y la tierra expropiada a sus verdaderos dueños (y continúa siéndolo), el trabajo no es derecho sino privilegio, los derechos son mercancía y no fundamento de la vida cotidiana, la violencia es política de Estado para servir a unos pocos y oprimir a muchos, las multinacionales cuentan con todas las leyes para acaparar más tierra y pagar menos salarios, con menos estabilidad laboral; de pronto, sin sonrojarse, el nuevo Presidente rompió esa realidad en el discurso. Reconoció los problemas evidentes, los que cada día polarizan más al país: desempleo, desigualdad, exclusión, privilegios, politiquería, corrupción, etcétera.
Unos minutos antes de leer su discurso, el nuevo presidente del Congreso retomó un dato de las Naciones Unidas para reforzar una posterior afirmación de Santos: “De los 15 países más desiguales del mundo, 10 son latinoamericanos. Y entre esos 10 Colombia ocupa el octavo lugar. Apenas superada por Bolivia y Haití. El 49 por ciento de nuestros compatriotas es pobre y el 17 por ciento está en niveles de indigencia”.
Pese a tan escandaloso diagnóstico, el nuevo Ejecutivo no ahorró palabras para prometer y prometer, y cacarear sin tomar en cuenta que, con liberales y conservadores en el Gobierno y el poder, como recordó Álvaro Salom Becerra, “al pueblo nunca le toca”. De acuerdo con sus propósitos, con él nada será igual.
Siempre es bueno recordar que en 1990 un antecesor suyo nos aseguró que llegábamos al futuro y, sin embago, tras 20 años estamos peor.
“El Tiempo” de leche y miel
Las promesas del sobrino-nieto de Eduardo Santos, siempre aliados los dos al poder y sus mieles –Gaitán enfrentó y acusó al “eje López-Santos” por dividir al partido liberal y causar su derrota electoral en 1946, una traición que cambió el rumbo de Colombia–, no son equiparables a las hechas por ninguno otro. Veamos:
Prometió, como parte integral de su gobierno, asumir la tierra, el agua, la naturaleza y el buen gobierno, redistribuyendo la riqueza para que nuestros bienes naturales “no sean el privilegio de unos pocos sino que estén al alcance de muchas manos”.
Y tal vez, de nostalgia con Belisario Betancur y su casa sin cuota inicial, aseguró que en su administración las mayorías (con signos de interrogación nuestros) ¿accederán a casa digna y propia? Esas mismas mayorías tendrán su ahora pérdida por doquier: “…empleo estable, salario y prestaciones justas, acceso a la educación y la salud”. Y fue más allá.
Avanzó hasta la igualdad: “…que ningún colombiano se levante en la mañana con la incertidumbre de su sustento diario; sólo así será posible la existencia de una sociedad con fuerza colectiva, capaz de soñar un futuro común”. Y aseguró, para que no queden dudas, que “a los pobres no los vamos a defraudar”. Hasta aquí todo parece normal: promesa de posesión.
Reiterativo. Santos no ahorró en deseos, como decían los abuelos, de los cuales “están empedrados los caminos al infierno”, y aseguró: “Nuestro empeño será proporcionarles a todos –sin excepción, y desde la primera infancia– una nutrición y una educación de calidad en todas sus etapas, que les permitan crecer como seres humanos integrales”. Con precaución, porque siempre los pobres ‘quieren más’: aseguró que no los defraudará.
“A las familias de Colombia; a las que lidian cada día con los problemas de salud, con los pagos de arriendos o hipotecas, con los desafíos de la vida cotidiana, […]. Trabajaremos para que tengan una salud de calidad, por su derecho a una vivienda digna, para que puedan caminar por sus calles sin temer por su seguridad”.
Multiplicar a “Juan Valdez”
A millones de connacionales, en su mayoría del campo: perseguidos, criminalizados, asesinados, expropiados, expulsados de su tierra, de acuerdo a Santos les llegó la hora. En su cuatrenio, “vamos a defender al campesino, a convertirlo en empresario, con tecnología y créditos, para hacer de cada campesino un próspero Juan Valdez”.
“También vamos a trabajar para que los campesinos sean dueños de las tierras más productivas de Colombia y para que las exploten”. ¿Cómo? ¿Devolverán a sus dueños, revisarán los títulos, limitarán y quitarán en justicia estas tierras a las grandes empresas nacionales e internacionales, además de los terratenientes, puntales esenciales del poder? De este modo, amanecerá por fin para los campesinos, con gozo y beneficio del Estado –que siempre los perjudicó. Ahora “promoveremos el retorno a sus parcelas […] con acompañamiento integral del Estado– de los desplazados y las víctimas de la violencia”. Para que no mienta, deberá enfrentar a todos aquellos que durante los últimos 30 años usufructuaron la “guerra sucia” y permearon a las Fuerzas Armadas y el Estado. ¿Cocteles, lobby, cotilleos del Ministro del Interior en el Congreso? Amanecerá y veremos.
Candados y una llavecita de la paz
Decía Otto Morales Benítez, y luego Álvaro Leyva, que conocían o tenían la llave de la paz. Ahora la reclama Santos. Seguro debe ser ‘maestra’, ya que cuenta con las posibilidades para tornearla y arreglarle dientes o refundirla. Un primer paso: no exigir sólo condiciones para abrir la puerta sino también crear condiciones para abrirla.
“La puerta del diálogo no está cerrada con llave. Yo aspiro, durante mi gobierno, a sembrar las bases de una verdadera reconciliación entre los colombianos”. Eso sí –insistió– sobre premisas inalterables –¿de statu quo y rendición?– “la renuncia a las armas, –¡y válidas!– “al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación”.
“No es la exigencia caprichosa de un gobernante de turno.
“¡Es el clamor de una Nación!
“Mientras no liberen a los secuestrados, mientras sigan cometiendo actos terroristas, mientras no devuelvan a los niños reclutados a la fuerza, mientras sigan minando y contaminando los campos colombianos, seguiremos enfrentando a todos los violentos, sin excepción, con todo lo que esté a nuestro alcance.
“Es posible tener una Colombia en paz, una Colombia sin guerrilla, ¡y vamos a demostrarlo!
“Por la razón o por la fuerza”.
Presidente, no olvide: la fuerza nacional lleva décadas. La internacional, con nuevos actores, con tratados, de comandos e ilegales, tiene lustros.
Sus promesas de ‘revolución en marcha’ se soportan sobre la buena voluntad de los gobernantes. Es decir, desde la clase culpable por el actual estado del país. ¿Tiene el Estado un camino de autorreforma? En ningún siglo ni lugar hay noticia positiva de esta vía. Son las revoluciones con sus actos de descomunal derroche de imaginación y energía de la población lo que libera y dispone las fuerzas del cambio. Bajo las órdenes de Santos, con seguridad, este no es el caso de Colombia.
El mayor bache del discurso
Juan Manuel Santos aludió en no menos de seis ocasiones a su predecesor. En su mayoría, fueron alusiones formales; referencias para recoger frutos de su opinión y mostrarse como su continuador. Pero en una que expresó el nombre del presidente de los ocho años cometió un despropósito. Veamos: “Las próximas generaciones de colombianos mirarán hacia atrás y descubrirán, con admiración, que fue el liderazgo del presidente Uribe, un colombiano genial e irrepetible, el que sentó las bases del país próspero y en paz que vivirán”. Un homenaje desproporcionado. Contrario con el pasar de los años, cuando la sociedad colombiana no querrá saber nada de este ex presidente. Olvidar a quien fue propiciador y facilitador de los mayores despropósitos que hasta ahora vivieron Colombia y nuestra subregión. Aquí, como en otras promesas, Santos mostró su talón.
¿Confesión de culpa…? Para emplazar en su cumplimiento
Discurso con expresa declaración de principios: Un Estado patrocinador de atrocidades y protector de sus realizadores dará ahora, supuestamente,vun giro con:
“El respeto a la vida es un mandato sagrado.
“El respeto a la libertad e integridad de las personas es una obligación ineludible de todo Estado que se llame democrático.
“La defensa de los derechos humanos […]”.
Y luego aclaró. “No lo hacemos por presiones o imposiciones externas. No. Lo hacemos porque nos nace de la más profunda convicción democrática, ética y humana”.
Decían nuestras abuelas: “Explicación no pedida, culpa manifiesta”.
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