La elección presidencial pone en juego la continuidad o el cambio en la consolidación de una burguesía con capacidad global, dentro de una política económica con perfil capitalista, y una mirada estratégica autónoma con respecto a los Estados Unidos. Tras ocho años de gobierno, bajo la dirección del PT de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, triunfador en las presidenciales de 2002, en su cuarto* intento Brasil se asoma a la segunda década del siglo XXI. Llega, con la decisión de afirmar una condición de actor de primer orden en la arena internacional.
El actual gobierno es heredero de un inmenso país de ocho millones de kilómetros cuadrados, unas fronteras de 17 mil kilómetros y algo más de 193 millones de habitantes. Es una nación poseedora de inmensos recursos naturales de todo tipo, como petróleo, y uranio –en los cuales es autosuficiente–, acero, etcétera, además de toda la biodiversidad que reposa en la Amazonia.
De la movilización obrera y “Los Sin Tierra” nació el PT
En fecha no muy distante (1964-1985), Brasil padeció una dictadura de 21 años –sus crímenes siguen impunes– que, bajo la característica de un sector militar, enfocó al país por la senda del desarrollo ‘nacionalista’, sin descuido de potenciar sectores estratégicos como el aeroespacial. En medio de la resistencia a la dictadura –con variantes de guerrilla urbana–, y de la fuerte identidad religiosa que en 1980 censó un 89 por ciento de católicos, tomó cuerpo el Partido de los Trabajadores (PT), en el cual, desde su constitución, se destaca en su papel como dirigente sindical el actual presidente: Lula, tornero mecánico en su primer salario, elegido en Sao Paulo, 1975, como presidente del Sindicato de los Trabajadores de las Industrias Metalúrgicas y de Material Eléctrico, y en esta condición, fundador de la Central Única de trabajadores, CUT. Se cuenta con cariño el papel que jugó en la huelga unida de los 230.000 metalúrgicos en 1979.
Para votar el cese laboral, los obreros fueron citados al estadio de Sao Bernardo do Campo y Diadema. Allí, Lula hizo el discurso que propició la aprobación de los obreros al paro y y los aplausos cuando arengó “en cada puesto de trabajo, atrás de cada máquina estará un trabajador en guerra”. Aquella arenga, ante la ausencia de sonido para cubrir a los más de 100.000 obreros reunidos, recurrió a la participación de todos los concurrentes: al mismo tiempo que Lula desencadenaba sus ideas, los obreros las repetían de boca en boca. Más que un discurso, fue una declaración de acción de todos y cada uno de los ahí presentes.
De este núcleo obrero, así como de los campesinos sin tierra y de las comunidades eclesiales de base, nació un año después el PT, que encararía como retos la exigencia de ponerle fin a la dictadura y realizar elecciones directas. Asumen las de 1989 a la cabeza del Frente Brasil Popular, una coalición entre el PT, el Partido Socialista Brasileño y el Partido Comunista do Brasil–, en las que su más carismático dirigente se presentó como candidato a la Presidencia con paso a la segunda vuelta sin lograr el voto mayoritario. Con inspiración en el shadow cabinet del Partido Laborista inglés, el 15 de julio de 1990 lanza y emprende la coordinación del Gobierno Paralelo, con el propósito de formular políticas alternativas, que dará origen al Instituto de la Ciudadanía, institución suprapartidaria con participación de intelectuales, miembros de entidades de la sociedad civil, dirigentes sindicales y líderes y destacados políticos. Luego, las de 1994 y 1998, en las cuales también fue derrotado. Tuvo que esperar cuatro años más, y darle un profundo giro a sus ideas para ser ungido por fin Primer Mandatario en 2002, y reelecto en 2006.
Esta gestión de doble mandato del PT superó aspectos del recetario neoliberal que padeció Brasil bajo la dirección de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), aunque sin romper en forma estructural con el mismo. Ahora, el país se concentra en potenciar y cualificar un modelo de desarrollo por vía propia, con soporte en el ‘músculo’ financiero del Estado.
Poder militar y política de fomento
Con retoma de innegables enseñanzas en el desarrollo de las mayores potencias del mundo, llevadas a ese lugar por la intervención de sus Estados, Lula puso a la cabeza de toda la gestión económica en marcha al Banco do Brasil, entidad estatal que es el mayor banco de fomento del mundo.
Los resultados de una gestión que invierte en una política social asistencialista y un apoyo abierto a los capitalistas no dejaron espera: 40 millones de sus habitantes han salido de la pobreza y la clase media se multiplica; pero al mismo tiempo los ricos se hacen más ricos, con ahondamiento del triste récord como país más desigual del mundo. Récord con reflejo en su sistema carcelario: el cuarto en todo el mundo en cuanto a personas que encierra, pues tiene 500 mil, aventajado sólo por los Estados Unidos, China y Rusia.
Apoyadas por los miles de millones del erario, varias de sus más grandes empresas crecen aún más, hasta transformarse en las primeras –o entre las más importantes– del mundo: Vale do Rio Doce es la segunda minera y la primera en mineral de hierro, Petrobras es la cuarta petrolera global y la quinta empresa por su valor de mercado, Embrear la tercera aeronáutica detrás de Boeing y Airbus; Helibras principal fabricante de helicópteros de combate de Sudamérica, con capacidad para fabricar tanques de guerra y otras piezas de gran capacidad de combate; JBS Friboi, primer frigorífico de carne vacuna del mundo; Braskem es la octava petroquímica del planeta; Brasil Foods, la mayor exportadora de carne. Con el más importante, si no el único, complejo militar-industrial de la región, la mayor flota naval y aérea de América Latina será brasileña. Estas particularidades hacen de Brasil la novena potencia industrial del planeta.
Su autosuficiencia, tanto en petróleo como en uranio, garantizan su autonomía energética, que en el futuro reporta un mayor rol de liderazgo mundial. Los Estados Unidos saben de este potencial pero también reconocen que la naciente potencia, –el único país de la región que puede generar disputa en algún momento– Brasil, cuenta con estrategia propia. Además, de la conciencia de que su proyecto de América del Sur excluye la participación o la tutela de los Estados Unidos.
Consciente el imperio norteamericano de que ahora Brasil no está totalmente cooptado, tendrá que enfrentarlo; crearle problemas; recordarle dónde reposa el mayor poderío militar del planeta. Por eso, y para evitar que tal maniobra prospere, la necesidad de América del Sur para Brasil será cada día más crucial: “El futuro de Brasil depende de América del Sur y el futuro de América del Sur depende de Brasil”.
Diplomacia y política militar cibernética, espacial y nuclear
Para garantizar este protagonismo, Brasil se preocupa por jugar un papel cada vez más dinámico en el mundo. Su intervención a favor de Irán y su industria nuclear fue uno de sus últimos hitos. Uno de los primeros radicó en el papel que jugó en Haití, como policía de las Naciones Unidas (Misión de Estabilización de la ONU-MINUSTAH). Pero la pluralidad de sus relaciones internacionales, reflejo de su afán por romper el peso en su historia reciente por parte de los Estados Unidos, no deja dudas sobre la decisión tomada en el Palacio de Planalto: Rusia, China, los países árabes y africanos, Europa, y la propia América Latina están dentro de su agenda.
Le compra tecnología y armamento a Francia y al mismo tiempo intensifica sus negocios con China, su primer socio comercial –por sobre los Estados Unidos, que ostentaba tal lugar desde 1930. Se trata de un proceso de multilateralismo que poco a poco toma cuerpo. Brasil, como parte del territorio de dominio privilegiado por los Estados Unidos –su entorno inmediato–, no puede distanciarse de buenas a primeras. Contrario a la política venezolana, aquí hay poca prosa y bastante acción. Para proteger su economía y su potencial en recursos de variado tipo, el nuevo gigante del Sur alista su brazo armado. En asuntos militares, Brasil depende de sí mismo.
Diferente de los otros países de la región, desarrolla su propia industria militar, dotándose de una doctrina que guía su autonomía en este campo. Compra armas pero también la tecnología necesaria para elaborarlas y repararlas. De esta manera, rompe lazos de dependencia que pudieran conducir a un aniquilamiento en caso de conflicto externo.
Francia y China están entre sus principales socios para el acceso a la tecnología de fabricación de aviones de guerra de última generación y para profundizar en comunicaciones avanzadas, así como en el conocimiento para proceder con submarinos nucleares y balística de punta. Brasil concreta así su visión militar estratégica que precisa que en la guerra moderna hay tres factores decisivos: la cibernética, lo espacial y lo nuclear, que no se pueden separar de la voluntad de combate, la única que hace realidad la disposición de los combatientes para batirse en duelo mortal y vencer.
Según los acuerdos logrados con estos países, en sus talleres aeronáuticos y en sus astilleros se arman las naves de última generación que adquirió en Francia, así como los vehículos acuáticos del exclusivo club de países que cuentan con submarinos nucleares: “Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China y Francia, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU”.
Esta mentalidad autónoma permite comprender que, para ser respetado en el mundo multipolar que caracteriza los comienzos del siglo XXI, hace falta el potencial militar. Esta convicción llevó a Brasil, sin mucho aspaviento, a tomar posición en el tema de las bases militares de Estados Unidos en Colombia, o al despliegue de otras bases del imperio en el Caribe y el Atlántico. Contestó con el anuncio de las compras de armas y tecnología hechas a Francia –sin poder ser criticado por militarista.
En las urnas
Hasta ahora, según muy recientes sondeos, la candidata del PT, Dilma Rousseff, figura como la primera mujer con claras posibilidades de ser ungida presidenta en Brasil, la misma que con toda seguridad continuará la obra de su partido.
Cargada de un pasado de subversión y cárcel, pero también con los laureles de su gestión al frente del Ministerio de Energía y de la Casa de Gobierno –algo así como jefa de gabinete– Dilma crea esperanzas en algunos sectores y recelos en otros. Decididamente, su obra no será diferente de la que empezó Lula. En ningún caso dará cuenta de aquellos sueños de los años 70 del siglo XX, aún pendientes de realización.
Como primer reto, y como proyección de la grandeza de su país ante el mundo, tendrá la realización del Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016, dos inmensos eventos deportivos que, como las pasadas Olimpíadas en China, reafirman el ascenso de un nuevo actor en el escenario internacional.
* Cuando moderó su discurso –en una situación del continente, con derrota de las campañas de Antonio Navarro con la AD M-19 en Colombia y de Cuauhtémoc Cárdenas con el PRD en México– para acercarse a sectores de la clase media alta, de la Jerarquía Católica inadvertidos de la Teología de la Liberación, de los altos militares uniformados y retirados y de un sector de los empresarios. Al menos, 650 de estos últimos firmaron un manifiesto a favor de la candidatura de Lula, una semana antes de la segunda vuelta. Un contraste con el año 1989, cuando fue candiato por primera vez y el presidente de la Federación de Industrias de Sao Paulo declaró que 800 empresarios abandonarían el país si el candidato de izquierda obtenía el triunfo.
Leave a Reply