De taquimecanógrafa en Londres a muchacha de servicio en Guyana Francesa, y de allí a viajar por toda América Latina, la vida de Angelita o Ángela Mary Hickie ha sido rebelde, impredecible y aventurera.
Esa mujer que está detrás de la ventana vendiendo masato, torta de naranja y tinto es idéntica a Angelita, la compañera de Gonzalo Arango: su aspecto europeo y su forma de hablar con extranjerismos es un poco familiar. Sin embargo, es difícil hacerse a la idea de que, en efecto, es ella, debido a que presenta cambios notables. Su pelo suelto, con un gorro de lana anaranjado y con una flor de lado, le confieren el semblante de una campesina. El hecho resulta absurdo: Angelita llevaba 30 años refugiada en los rincones de Guasca. No tendría lógica alguna que se hubiera atrevido a abandonar su escondite, donde es intocable, para exponerse a ser reconocida en este pueblo repleto de historia. En todo caso, parece mucho más ermitaña: en su pronunciación cantarina, en sus ademanes grandilocuentes y sus grandes habilidades, no sólo artísticas sino también de vendedora.
En libertada permanente
Las escenas transcurren desde hace meses en Guatavita, pueblo que vive del turismo y que fue reconstruido, luego que hace 43 años hubo necesidad de crear un embalse para beneficiar a Bogotá y pueblos aledaños. Con el tiempo, este embalse fue inundando la antigua Guatavita y desde allí se reconstruyó el pueblo que en todas partes tiene vista al Embalse de Tominé. Por un tiempo, Guatavita tuvo enfrentamientos con Sesquilé, ya que se dice que por geografía la laguna sagrada pertenece en realidad al segundo municipio. La ventana de Angelita está a pocos metros del embalse y la plaza central, con un nombre muy atrayente: Guatavista.
Muchos de sus clientes son académicos, incluso extranjeros, y algunas veces la reconocen. Ellos quedan desconcertados, acaso porque no entienden cómo una artista tan anónima y poco ‘perseguida’ aparece de pronto en una ventana. Pero, al fin de cuentas, ¿sí será Angelita? Está vestida de un modo obrero: con pañoleta roja al cuello, ropa de trabajo y botas de caucho, ya que con su amigo Orlando está arreglando un espacio de la casa para exponer sus cuadros, creando un lugar para cantar los fines de semana. Se ve rejuvenecida.
De repente, la supuesta Angelita toma un termo de café y dice que su tinto es delicioso porque está hecho de la pepa característica de Juan Valdez. Al brindarle su tinto al cliente, justifica su precio (por si le toca) por la vista tan hermosa que tiene su ventana sobre el embalse. Posiblemente, para atraer clientela, pone en su grabadora un CD de vallenatos. Mientras atiende, escucha su música preferida: country music, los Beatles, Elvis, etcétera, o quizás uno de los discos que ha grabado dentro de su casa con Orlando, el músico: por ejemplo, “Bienvenidos a Guatavita”, “Welcome to Guatavita”, o “No one in the world is eternal”, su versión en inglés de “Nadie es eterno en el mundo”, la canción de Tito Rojas.
Pero, ¿qué hace una de las mujeres más polemizadas por el movimiento literario-filosófico dadaísta, asomada en una ventana vendiendo obleas? ¿De dónde salió y cómo llegó a este lugar? ¿No se suponía que volvería a Londres o andaría viajando por el país o, a lo mejor, refugiada en algún rincón? Angelita aspira a ‘normalizar’ las relaciones de los nadaístas, que, con la supuesta muerte del movimiento, se deterioraron bastante. Fue señalada como la Yoko Ono de Colombia por haber ayudado a darles santa sepultura a las ideas nadaístas con la entrega simbólica de este ismo por Gonzalo Arango, en 1972, al director del periódico El Tiempo en esa época, Hernando Santos. Desde entonces, se conocían versiones contradictorias sobre su destino. Varios medios han mostrado fotografías de ella posiblemente en la clandestinidad. Sin embargo, en esas fotos queda claro que, dondequiera que se encuentre, no está consumiéndose de tristeza ni humillada por su condición de mujer fugitiva. Al contrario, se divierte con sus grandes compañeros de aventuras. La conclusión forzosa es que Angelita vive su vida de hippie en una libertad permanente, sin pesares y sin remordimientos.
Entre manos
Durante 20 años en Guasca y con la ayuda de Orlando, Angelita viene creando un curso en inglés musical, audiovisual, y un curso de lenguaje popular con método fonético. Igualmente, musicaliza los poemas de Gonzalo de sus últimos tres libros, publicados en uno solo: Todo es mío en el sentido en que nada me pertenece. Angelita está escribiendo su vida para hacer un libro, ya que los medios sólo cuentan su historia a partir de Gonzalo Arango. Sin embargo, ella ha sido reacia y alérgica a las entrevistas de los periódicos veteranos. No se puede negar que Gonzalo Arango fue quien la salvó de la locura y le dio nuevas esperanzas de vida.
Todo un mundo
Ángela Hickie cuenta que tuvo una infancia muy pesada porque la Segunda Guerra Mundial afectó grandemente la estabilidad emocional de sus padres. Afirma que los colegios en esa época eran como lo cuenta la canción de Pink Floyd en The Wall y recurre a una frase de Gonzalo: “Los colegios son mataderos de los sueños de los niños”. Esa tradición británica de ascendencia conservadora no hacía parte de ella. Su abuelo trabajó toda la vida en Lloyds Bank. A los 15 años, presionada por la familia, ingresó como taquimecanógrafa al banco, donde le dijeron que si se empleaba hasta lograr pensionarse en el mismo banco le premiarían con un reloj de oro. Después de 10 meses, viajó con una amiga por dos semanas de vacaciones y nunca regresó. Para ella no fue problema recorrer medio mundo en autostop para alejarse definitivamente de tantas reglas y autoritarismo. Su primera parada fue en España, de la que se enamoró instantáneamente por la manera de vivir de los españoles: guapos, alegres y morenos, no pálidos como los ingleses, ¡blancos como pollos recién desplumados!
Las aventuras apenas comenzaban. Angelita, a sus 16 años, iba a conocer no sólo el continente europeo, pues quería salir de una “vida cuadrada”. Primero, quería llegar a la India, conocer Israel y las pirámides de Egipto. Según Angelita, no pudo visitar a este país, ya que en ese momento estalló la Guerra de los Seis Días. Pensaba seguir por todo Oriente Medio hasta la India, pero desistió de la idea, pues le contaron que allí estaban robando mujeres. Atravesó de nuevo Europa, cruzó el Estrecho de Gibraltar, y desde Marruecos se embarcó con unos polacos para Cabo Verde, y de allí a Sudamérica. Estando, en Guyana Francesa, tuvieron que ‘despachar’ a Angelita por un polaco que encontraron en esta isla. Angelita se quedó, primero como muchacha de servicio y luego como profesora de inglés. Claro que por razones ‘diplomáticas’ tuvo que irse de ese país rumbo a Brasil, y de allí por el resto del continente.
Durante el auge del hipismo se presentaba en Estados Unidos Woodstock (1969), festival con los más grandes artistas. Angelita, después de sus aventuras continentales, fue la primera hippie en Colombia. Se dirigía hacia allá… cuando el amor le paró en el camino. Así que, por gusto, no fue a Woodstock sino a la isla San Andrés, que celebraba el primer Festival del Coco, cuando conoció al profeta. Gonzalo había sido invitado al Festival y. al encontrarse, fue amor a primera vista. Ahora cuenta que los siete años a su lado fueron maravillosos.
En 1976, yendo para Villa de Leyva, donde residían la mayor parte del tiempo, Gonzalo y Angelita tuvieron un accidente en carretera y no pudieron realizar el sueño de visitar a Inglaterra, viaje que sería financiado por el generoso regalo de un general gordito del maestro Fernando Botero. Orlando cuenta que Gonzalo, con la mayor ironía, murió frente a la finca de los Presidentes. Angelita no tuvo golpes tan fuertes, salvo uno más bien leve en la rodilla. Pero sufrió después con todo lo que se le vino encima: el autoritarismo que la hermana de Gonzalo descargó sobre ella al reclamarle los derechos de autor; la fobia aún existente entre los nadaístas y ella; y la debilidad en que descubrieron a Angelita no sólo los medios sino también los espectadores al negociar el cuadro de Botero. De todos modos, con el dinero de esa obra Angelita viajó por el país y vivió por un tiempo en Medellín.
Es así como se ve la vida de Angelita desde cierta perspectiva, no como se muestra ella y la muestran los medios, que siguen participando un poco del estereotipo que hay sobre ella. ¿Fue realmente la Yoko Ono de Colombia? Tal vez no. Quizá porque para ella el nadaísmo está mandado al carajo y ahora sólo quiere tener una buena relación con quienes fueron amigos de Gonzalito. Su eterna juventud en el alma aún se ve tan brillante como cuando empezó con el autostop. Sus pinturas y el amor que siente por sus seis perros no pueden desmentirlo. Angelita, con amor en su alma, es dinero en su abrigo. Puede decir que está satisfecha.
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