Nació en Andahuaylas un día como hoy, en 1911 y vivió allí sólo tres años. Al perder a su madre, Victoria Altamirano, él y su hermano Arístides fueron llevados por su padre –Víctor Manuel, un abogado cusqueño– a San Juan de Lucanas. Como hijastros de Grimanesa Arangoitia viuda de Pacheco, tuvieron una niñez difícil por la dureza de ella y por la constante ausencia del padre. En la cocina, Cayetana le dio la ternura que necesitaba, y en las tierras lucaninas de músicos, danzantes y comuneros que trabajaban felices en sus faenas aprendió a cantar, enamorar en quechua y también admirar la fuerza comunera, siempre compitiendo para arar más profundamente la tierra, limpiar una acequia, bailar en la fiesta del agua o en su apoyo a los danzantes de tijeras.
Estudió su secundaria en colegios de Ica, Yauyos, Abancay y Huancayo. En 1931 ingresó en San Marcos para estudiar educación, al mismo tiempo como empleado de correos. Decidió escribir y ‘contar’ el mundo andino luego de leer lo que jueces y literatos decían sin conocer la realidad ni sentirla. Imaginemos su furia cuando López Albújar contaba que los ‘indios’ no querían a sus mujeres y sus hijos, y preferían sus animales. En los cuentos de su primer libro, Agua (1935), presentó, desde la cultura quechua, el gravísimo conflicto entre señores e indios, con poesía y ternura extraordinarias.
San Marcos lo acercó al debate político. Como simpatizante del Partido Comunista, tuvo una breve participación política organizada pero pronto abandonó la célula cuando su jefe le reprochó emborracharse con los indios y acompañar a los danzantes de tijeras, antes que cumplir con sus tareas. Cuando le dijeron que los comunistas sólo tendrían derecho a la alegría luego de la victoria, empequeñecido (chintirukuspa) pidió salir de la reunión por un momento y no volvió.
En 1937, por ir a un mitin de solidaridad con los republicanos españoles, fue apresado en San Marcos y encerrado en El Sexto, dura cárcel limeña donce conoció el conflicto político entre apristas y comunistas, costeños y serranos, entre ciudad y campo. Le servían de consuelo las canciones quechuas aprendidas en Puquio y San Juan, traducidas en Canto quechua (1938). Más tarde, en su novela El sexto, vuelve sobre los conflictos políticos, en particular entre apristas y comunistas. Casado con Celia Bustamante, para recuperar su salud vuelve a los Andes, como profesor de lengua y literatura en el Colegio Pumacahua de Sicuani.
Vivió feliz el reencuentro con las piedras trabajadas como si fueran de barro, la luz y belleza del Cusco, el descubrimiento de las danzas, cantos y cuentos de sus estudiantes, de la voz maravillosa de Carmen Taripha, cocinera del padre Jorge C. Lira en Calca, y los primeros estudios de folklore en el departamento de Antropología de la Universidad San Antonio Abad, con Efraín Morote Best y Josafat Roel Pineda. En Cusco escribe para La Prensa de Buenos Aires, artículos reunidos en Señores e indios, publicado en Cuba por Ángel Rama. En ese fértil período escribió la novela Yawar fiesta (1941) para presentar el mundo de señores indios en la provincia de Lucanas, sobre todo en Puquio, a través de los toreros y capeadores o jugadores andinos. Enriquecido con la experiencia cusqueña, JMA toma la decisión de ser antropólogo.
Luego de publicar Diamantes y pedernales (1954), vuelve a Puquio (1955) con Josafat Roel Pineda y el sociólogo francés François Bourricaud, y hace un trabajo de campo que le sirve para su libro Puquio: una cultura en proceso de cambio. En ese viaje, él y Roel recogen una segunda versión del mito de Inka Ri.
En 1959, la Editorial Losada de Buenos Aires publicó Los ríos profundos, de éxito inmediato, que lo sitúa entre los mejores escritores peruanos y le abre puertas para ser invitado a varios países. No conozco en Perú una prosa con más ternura que la de esa novela.
En 1958, JMA le pidió a la Unesco una beca para viajar a España y tratar de responder a la pregunta “cuánto de España hay en las comunidades peruanas”. Nunca un antropólogo latinoamericano había formulado un plan de trabajo como ese. Su libro Las comunidades de España y Perú fue su tesis doctoral en San Marcos (1963), luego de publicar en 1962 su cuento “La agonía de Rasu Ñiti”, precioso relato sobre la vida y la muerte de un danzante de tijeras, y su poema “Túpac Amaru Kamaq Taytanchisman Haylli Taki” (A nuestro padre creador Túpac Amaru, himno-canción). En 1963, su amigo Paco Miró Quesada, ministro de Educación en el primer gobierno de Belaunde, crea para él “La Casa de la Cultura”. Deja ahí su huella en la revista Cultura y Pueblo, en la presentación múltiple y constante de música, canto y danzas indígenas, en especial andinas, en los mejores teatros de Lima y el registro de artistas andinos, como primer reconocimiento oficial de su historia. El 1964 publicó su novela Todas las sangres.
Después de su tesis, JMA debió ser nombrado profesor de antropología de tiempo completo en San Marcos, pero no fue así. Amigos de Humanidades de la Universidad Agraria le ofrecieron un puesto que sería el último. La tesis y Todas las sangres dejaron a JMA agotado, con pocos ánimos para seguir. Un viaje de algunas semanas a Estados Unidos, invitado por el Departamento de Estado, y varios viajes a Chile para recuperarse, marcan el momento de la crisis final. Su depresión, compañera constante desde su primera infancia, lo condujo en 1966 a un fallido intento de suicidio en el Museo de la Cultura Peruana, del que era director.
Con un nuevo amor y un segundo matrimonio, Sybila Arredondo, hace varios viajes a Santiago para ver a la psiquiatra Lola Hoffman. Su consejo de escribir para no morir lo embarcó en su último proyecto literario, la novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo. Si en Todas las sangres intentó una visión global del país, con la historia de los zorros asumió el desafío de ver el país dentro del capitalismo global en la medida en que Chimbote era el puerto mayor, convertido en primer exportador de harina de pescado del mundo.
A fines de noviembre de 1969, el tiro que se dio cerca de su oficina en la Universidad Agraria fue definitivo. Días después muere. En los 42 años transcurridos y ahora, en su primer centenario, JMA es héroe cultural, escritor de primera línea y cimiento firme para pensar el futuro del país. Miles de jóvenes lo toman como icono y mentor de lo bueno y mejor de nuestro pueblo, aunque, estoy seguro, muchos lo han leído poco o nada. Lo importante es que saben de él por sus frases que circulan como claves para entender el país. En particular una: Todas las sangres, esto es, todas las lenguas y culturas, todos los rasgos biológicos de la Costa, los Andes y la Amazonia; todas las naciones escondidas y sometidas a la occidental criolla que se siente y define como única. La visión unicultural del Perú criollo oficial, desde 1821 hasta ahora, expuesta en el ideal del Estado-nación de un Estado, una nación, un territorio, una lengua, una religión, importado de Europa y Estados Unidos, está en abierta contradicción con la realidad heterogénea y maravillosa del país, de una decena de culturas y por lo menos 50 lenguas, lo que se llama ahora diversidad cultural o multiculturalidad.
En Todas las sangres, la novela más importante del país, JMA inventa y deja las bases de solución de un gran conflicto entre el capitalismo y el mundo andino.
Martes 18 de enero de 2011
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