Los factores que se confabulan desde hace siglos contra la independencia del Sahara español no cesan. Marruecos se vale de variadas formas de intervención que impiden la plena vida de la República Árabe Saharaui Democrática desde su instauración en 1976.
Cuando oímos mencionar el Sahara, la palabra árabe para “desierto” (“tierra árida que sólo sirve para cruzarla”, en su versión más poética), pensamos en Egipto y sus pirámides, o en otro de los países más conocidos del norte de África, como Libia o Argelia, que ahora arden en medio de grandes convulsiones políticas.
Pero al lado de esos grandes, en su esquina occidental, hay un rincón ubicado entre Marruecos, Mauritania, Argelia y el Océano Atlántico, ligado por vínculos históricos con España y por extensión con América Latina. Se trata del llamado Sahara Español u Occidental, ahora conocido como República Árabe Saharaui Democrática (RASD), pequeña nación que sufrió la maldición geográfica de estar lejos de Dios pero cerca de España y Marruecos.
La suya es una historia de invasiones y despojos desde la irrupción de los guerreros de Alá en el siglo VII con la espada en una mano, El Corán en la otra y en los labios la sagrada lengua árabe. A fines de la décimo-novena centuria, hicieron su aparición los españoles, colonizando el territorio hasta 1975. Por esas calendas se desvanecían las históricas dictaduras ibéricas de extrema derecha pero, a diferencia de las antiguas colonias lusitanas, los saharauis no alcanzaron a disfrutar su independencia sino que poco después del abandono del territorio por los hispanos cayeron en manos de Marruecos y Mauritania, que se distribuyeron arbitrariamente el país.
Previamente, aprovechando la agonía del Generalísimo Francisco Franco y su prolongado régimen surgido de la Guerra Civil Española, hacia finales de 1975 el rey Hassán II, soberano marroquí, había invadido la parte norte del país doblemente, con fuerza militar y cerca de 350.000 civiles que ingresaron en la llamada “Marcha Verde”.
Se inició entonces una tragedia que no por poco divulgada es menos horrorosa, pues, si bien poco después de la proclamación en 1976 de la República Árabe Saharaui Democrática por parte del Frente Polisario, representante legítimo de los habitantes ancestrales, Mauritania salió de la escena, la ocupación por parte de Marruecos se hizo más aguda y violenta, al grado de que dos terceras partes de la población autóctona huyeron al exilio, principalmente hacia la región argelina de Tinduf, donde todavía un gran porcentaje del total de cerca de un millón de personas componentes de este pueblo permanecen en campos de refugiados.
Tras años de duros combates en los exóticos escenarios de dunas y pedregales, apenas regados en algunas épocas del año por ríos intermitentes conocidos como uadis, en 1991 el Polisario y Marruecos, con la intervención de la ONU, firmaron en 1991 un cese al fuego con miras a resolver el contencioso sobre la base de las resoluciones de Naciones Unidas, que contemplan la realización de un referendo en que el pueblo decida su futuro.
El problema es el censo electoral, es decir, quiénes tienen derecho a votar en tal referendo, pues a estas alturas el gobierno de Marruecos pretende incluir en él a sus nacionales transferidos a raíz de la mencionada Marcha Verde, lo mismo que a sus descendientes, todos los cuales son ahora mayoría.
Así las cosas, el conflicto ha entrado en un estancamiento y es uno de los dramas olvidados en el mundo, preocupado por otras situaciones que tienen más prensa. Solamente de vez en cuando revive en los titulares noticiosos, cuando suceden hechos que llaman la atención. Fue así como a finales de 2009 adquirió gran notoriedad la huelga de hambre declarada en Lanzarote (Islas Canarias) de la activista de la independencia y luchadora por los derechos humanos Aminadou Haidar, a quien después de regresar de Estados Unidos, donde recibió un premio por su labor, se le impidió entrar a su país, por anotar en su hoja de ingreso como nacionalidad “Sahara Occidental” y no Marruecos, como pretendían los ocupantes.
Por esos días, noviembre de 2009, el monarca Mohamed VI, sucesor de su padre Hassán II, con motivo del 34 aniversario de la Marcha Verde instó a las fuerzas de seguridad y la justicia a que actúen con más dureza contra los que llamó adversarios de la integridad territorial de Marruecos, y además a desbaratar los complots contra la “marroquinidad” de la parte del Sahara que considera parte de su nación.
Esa retórica pasó rápidamente a los hechos con la violenta represión (octubre de 2010) en acciones genocidas, al destruir campamentos y barrios que alojaban población civil en muchos lugares en la capital de la zona ocupada, Aaiún, y sus alrededores. La censura y el aislamiento a que el ejército marroquí sometió las áreas afectadas no permiten identificar las víctimas ni determinar su número, pero es claro que los asesinados, desaparecidos y torturados se cuentan por miles.
En un intento por justificar sus acciones, el gobierno de Marruecos trató de vincular la lucha por la independencia del Sahara Occidental con el terrorismo y la desarticulación de dos células vinculadas con Al Qaeda. Esta inserción de su política criminal en la estrategia de la llamada lucha antiterrorista es el comodín de que se valen muchos estados dictatoriales y autoritarios para tratar de legitimarse, y de paso deslegitimar las causas populares o de liberación.
Pretender vincular la lucha del pueblo saharaui con el terrorismo constituye, simple y llanamente, una labor de intoxicación informativa en el peor estilo goebbelsiano de convertir en verdad la mentira repetida mil veces, y no puede, en ningún caso, hacer olvidar que Marruecos ocupa ilegalmente una parte de los territorios del Sahara Occidental, obstruye el proceso de descolonización, viola en forma sistemática los derechos humanos en las zonas ocupadas y saquea despiadadamente las riquezas de estos territorios.
Por fortuna, la protesta masiva de pueblos árabes que se han cansado de la explotación, la dictadura y la corrupción de sus gobiernos toca hoy a las puertas del propio Marruecos. Ya son miles los ciudadanos que en Rabat, Casablanca y otras ciudades reclaman democratización y justicia.
En este torbellino de revoluciones que sacude al mundo árabe, aún es temprano para saber si la dinastía alawita –por cierto una de las más rancias del mundo, pues rige su país desde hace unos 600 años– será barrida por esta ola democratizadora o le dará algún tipo de retoque a su régimen. Pero cualquiera que sea el desenlace de estos acontecimientos, debe implicar, además de la democracia para el pueblo marroquí, el cese de la opresión al pueblo autóctono y el respeto a su autodeterminación, que se logrará más temprano que tarde.
En la novela de Alberto Vázquez Figueroa, Arena y viento, que se desarrolla en las tierras ardientes de esta franja del Maghreb, se relata el episodio de un hombre sorprendido por una hiena en medio de la soledad del desierto. Cuando la fiera intentaba devorarlo, la tomó de la cola, impidiéndole consumar su ataque pero sin poder zafarse porque de hacerlo moriría a dentelladas. Así, en una lucha que parecía interminable y en una febril danza circular, el héroe no soltó al animal en toda la noche, y en ese mismo tiempo la bestia continuó intentando morderlo, sin que ninguno de los dos diera su brazo a torcer hasta que llegó la claridad del día y se retiraron vencidos por el cansancio. El personaje salvó su vida pero, para su asombro, encontró que su negro cabello, por la enorme tensión de la lucha, en el transcurso de esas horas dramáticas era ahora blanco como la nieve.
Hoy, 24 de febrero, conteniendo el aliento por el rumbo de los acontecimientos en el norte de África y con el corazón en la mano solidaria con nuestros hermanos saharauis, tenemos en Colombia la presencia de Mujtar Leboihi, representante de un pueblo noble y digno, para celebrar, en unión con el periódico desde abajo, los 35 años de la proclamación de la RASD y los 26 de establecimiento de relaciones con nuestro país.
Apoyemos su lucha para que muy pronto termine la negra noche en que lo ha sumido la hiena marroquí y para que, aunque encanecido como el protagonista del cuento, el pueblo saharaui se una al concierto de los pueblos libres y reciba el abrazo del mundo y de América Latina.
Por Jaime jurado, Bogotá, 24 de febrero de 2011, con motivo de la conferencia del embajador de la RASD en Colombia en el aniversario 35 de su proclamación.
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