En los países ricos y en los “periféricos” el modelo económico capitalista tiene poco para sonreír. Redistribución de pérdidas. Hambruna. Agua en riesgo. Desastre ecológico. Crisis atómica. Sumida en un conjunto de crisis que no le dan respiro, la humanidad da pasos en el siglo XXI. La más conocida, la económica, quebró numerosos países y de su mano sumió en la miseria a millones de personas en los países periféricos. Una variante de esta situación se presentó en los países conocidos como centrales, luego del primer quinquenio del nuevo siglo: la crisis económico-financiera con la cual se derrumbaron los mitos de una sociedad que vive al debe, afecta de manera principal a los países centrales. Ahora mismo, esta crisis se manifiesta en quiebras incluso de países (Grecia, Portugal, Irlanda).
Redistribución de pérdidas La ‘superación’ de esta más que coyuntura adversa significó el financiamiento por parte de los Estados Unidos y los países europeos de numerosos bancos quebrados en medio de fraudulentas operaciones especulativas. El salvamento del sistema financiero significó, en verdad, la redistribución de las pérdidas entre millones de personas. ¡Vaya paradoja! ¿Cómo pudo suceder? Sostenidos en su inmenso poder político, los banqueros presionaron a los Estados centrales y lograron su propósito. Exonerados de robo, prosiguen como si nada hubiera pasado: continúan acumulando capital ficticio a costa del capital real.
Hambruna A la par, y ante los ojos de millones que no atinamos a saber qué hacer, se desató una crisis alimentaria por variedad de países. La hambruna –que, según las cifras de la FAO, afecta a más de mil millones de personas en todo el mundo (53 millones de ellas en Latinoamérica), en medio del derroche de las sociedades centrales– es más grave y aún no tiene solución. Contrario a lo esperado, la decisión de los grandes conglomerados, como ‘salida’ a la crisis energética que pone en cuestión el modelo productivo vigente, es sembrar inmensas extensiones de tierra con agrocombustibles. ¡Vaya otra paradoja!
Agua en riesgo Con el modelo productivo vigente, cuyo propósito es estimular el consumo desaforado e innecesario por doquier, y con el uso que deciden para la tierra, también entra en crisis la utilización que se hace del agua, recurso cada vez más escaso. Contaminada en sus inmensas fuentes, ahora, como meta estratégica, sólo falta que se le cotice en bolsa.
La manipulación de las grandes potencias por los recursos naturales se siente cada día con más fuerza. Ahora quieren que importantes zonas de países periféricos (la Amazonia, por ejemplo) sean ‘patrimonio de la humanidad’. Y mientras logran su cometido, compran inmensas extensiones de tierra por todo lugar. Sin duda, se alistan para enfrentar la crisis alimentaria y del agua que sufrirá la humanidad en las próximas décadas. Pero las crisis no paran ahí.
La energética y la climática marcan una de las características que comporta la situación en boga con las crisis que le antecedieron. El petróleo, combustible del hoy modelo productivo, además de otras fuentes energéticas fósiles, llega a su límite. El afán que desata este cuadro propicia guerras e invasiones, además de la transformación de la geopolítica en regiones como el África. Adviértase que América Latina y amplias regiones asiáticas no están exentas de esta presión.
Desastre ecológico Como evidencia del agotamiento de un sistema que tomó fuerza hace tres siglos, que ahondó al máximo la separación entre los seres humanos y la naturaleza, que estimula la explotación sin límite de la misma, tenemos la crisis ecológica, el calentamiento global y la destrucción de importantes ecosistemas (deshielo de páramos y glaciales, secamiento de ríos). Las noticias nos informan cada día de un desastre natural en algún lugar: tsunamis, cambios repentinos y extremos del tiempo, desaparición creciente de la capa de ozono, pero también desplazamiento de significativos grupos humanos por efectos del desastre climático.
Crisis atómica La más reciente de estas crisis ambientales –crisis atómica– está en curso en la central nuclear de Fukushima (Japón), y la sigue con atención y estupor la humanidad. La incontrolada fuente de energía atómica, de colapsar en su totalidad, puede desatar una gran tragedia para todas las especies y para quienes habitamos en la Tierra.
Por ahora, tras 40 días del terremoto que sacudió el norte del Japón, y que puso en cuestión la supuesta seguridad antisísmica del complejo nuclear y las emisiones no controladas que desprende, contaminan el agua y el aire del entorno nuclear, desatando un inmenso pánico entre los habitantes de aquel país, al punto de que millones de ellos, abalanzados sobre tiendas y supermercados, en pocos días acabaron con las reservas de agua embotellada.
Los devastadores efectos parecen de ficción, y seguramente en el cine ya los hemos visto proyectados. Con un sistema energético dependiente en buena medida de los generadores atómicos, se ha llegado por momentos a recomendarles a los habitantes no encender el aire acondicionado, pues la contaminación se introduciría en sus viviendas.
Pero más allá del territorio del Sol Naciente, los efectos tocan las conciencias. En regiones de Estados Unidos, China y Rusia, por ejemplo, ya hay evidencias de contaminación procedente de Fukushima, tanto en aguas saladas como en el aire. En Holanda, Alemania y otros países europeos se prohibió la importación de productos agrícolas provenientes del entorno de la central nuclear. Son medidas de precaución. Pero también, reflejo de la inseguridad ante el suceso trágico y las consecuencias que pueden desprenderse para el resto de regiones.
La crisis atómica, parte innegable de la crisis ambiental en curso, con el efecto invernadero y el cambio climático como sus principales manifestaciones, hace impostergable el debate en todos los rincones del planeta sobre el sistema productivo y el modelo de sociedad dominantes.
Los cambios y la crisis climática no sólo producen muerte y dolor sino que, además, desde hace tiempo generan marcadas modificaciones en la geopolítica mundial, y a futuro tendrán efectos desestabilizadores sobre la convivencia humana. Así permiten deducirlo las imágenes que llegan de ciudades como Tokio, donde sus millones de pobladores, asustados por los posibles efectos de la debacle de Fukushima, adoptan actitudes de acaparamiento inusuales en un medio con el equilibrio de la sociedad japonesa.
Al repasar una y otra vez todas estas crisis, comprobamos con certeza que son una sola: la crisis de un sistema de producción agotado que no repara en consecuencias ni desafueros.
Sin duda alguna, la humanidad no puede defender la lógica del desarrollo sin límites, como no puede seguir estimulando el consumo desenfrenado. Ni el uno ni el otro tienen sustento real.
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