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Bogotá. El Bicentenario se celebra acabando con el Parque de la Independencia

En el barrio Bosque Izquierdo de Bogotá, bajo los cerros orientales, se ubica el Parque de la Independencia, fundado en 1910 como parte de conmemoración de los primeros 100 años del nombre de este espacio, con obras declaradas patrimonio histórico y cultural, como es el Quiosco de la Luz, rodeado de vegetación.

El Parque, que comprende unas 14 hectáreas entre las Carreras 5ª y 7ª, y entre la Calle 26 y las Torres del Parque, al lado de la Plaza de Toros, fue inaugurado en 1907 bajo el nombre de Parque de los Hermanos Reyes –por el presidente Rafael Reyes– para la Primera Exposición Agrícola e Industrial. Fue diseñado imitando el estilo parisiense de finales del siglo XIX, y, en 1910 fue rebautizado como “de La Independencia”. Entonces contaba con pabellones y quioscos usados en la Exposición que quedaron sin uso y terminaron siendo arrendados a particulares para diversos fines, muchos de los cuales ya no existen o están notablemente deteriorados. Durante las alcaldías de Fernando Mazuera, entre 1947 y 1949, una apreciable área del parque se perdió debido a la construcción de la Carrera 10 y la Calle 26, y su vecino, el Parque Centenario, se perdió por completo (La Silla Vacía, 22 de marzo de 2011).

A raíz de la actual construcción de la vía de Transmilenio por la Calle 26, una parte de su costado sur fue retirada junto con sus árboles y para cederle el paso a la salida hacia la Carrera 7ª. Sin embargo, sin entenderse claramente la justificación, la Administración Distrital de Samuel Moreno decidió que la Calle 26 se conectaría con la Carrera 3ª a través de un túnel, y que el Parque se extendería por encima de ese túnel hasta la Biblioteca Nacional y el Museo de Arte Moderno –hoy al costado sur de la Calle 26–, devolviéndole parte de su diseño original al espacio.

No se esperaba que el diseño realizado por el arquitecto Mazzanti se prolongara introduciéndose en el Parque y endureciendo algunas áreas, convirtiéndolas en plazoletas, y propusiera espacios temáticos, todo ello bajo la disculpa de que se haría en el marco del Bicentenario.

Esto se realizó sin informarle a la comunidad, sin presentar el anteproyecto, y a través de la Oficina de Patrimonio Distrital se llevó a cabo el diseño, el cual, ya terminado, se presentó a un grupo de pocas personas en la sede de esta oficina, en un espacio abierto –el hall de entrada– y sin las mínimas condiciones que pudiera presentar un auditorio como el del conjunto residencial Torres del Parque, donde se canceló inexplicablemente la presentación del proyecto final.

La mayoría de los ciudadanos que viven a sus alrededores, y sus asiduos visitantes diarios o de fin de semana, desconocen los drásticos cambios negativos que se van a producir. Además de la tala de árboles y de reducir los espacios verdes del Parque, se cambiará de uso, que en la actualidad es entre pasivo y activo, sin conocer dónde se van a sustituir las zonas verdes y los árboles afectados.

En la actualidad se han determinado 21 árboles patrimoniales en este sitio, los cuales presumiblemente han sido afectados por las obras de la Calle 26, como es el caso de algunas palmas de cera que se han caído por las actividades de construcción.

Se le ha solicitado al IDU, responsable de la ejecución del proyecto, que se le informe ampliamente a la comunidad de los alrededores y asimismo del centro de la ciudad, y que la obra del túnel o puente se lleve a cabo pero sin adentrarse y menos endurecer el Parque. Tampoco se conoce con exactitud cuánto costará esta obra innecesaria e inútil que será ejecutada por los mismos contratistas de Transmilenio y con la cual  se lesiona la esencia de este parque tan cercano a los afectos de los bogotanos y allegados a la capital, y que forma parte de la historia de la ciudad.

¿Nos gustaría un parque como el Tercer Milenio o el del Renacimiento –sin identidad ni apropiación por sus características– en el Centro Internacional de Bogotá? Las fotos que se adjuntan nos dan una idea de su transformación.


Los páramos, el agua y la legislación en la mira de los inversionistas

Mauricio D’Achiardi

En La Calera, donde los constructores tienen su voraz ojo puesto, el POT fue modificado en varios aspectos para facilitar la proliferación de viviendas y conjuntos residenciales. Uno de ellos es la elevación de 2800 msnm (pre-páramo) a 3200 msnm (páramo) de la cota donde se permite construir. Esto produjo un enorme aumento de solicitudes de licencias de construcción, con el consiguiente detrimento del medio ambiente que afecta de plano a los acueductos veredales, las microcuencas, los nacimientos de aguas y por supuesto al campesino raso. Todo con la complicidad de un Concejo que firma a ciegas cuanto le impone el Alcalde, que cuando fue secretario en una administración anterior autorizó la ampliación del 50% de la cantidad de casas del conjunto Macadamia, lo que hacía prever el estallido de las nuevas construcciones que hoy contaminan el ambiente campestre que se vivía en el pasado, congestionan la muy anticuada carretera 50 y, por supuesto, atraen más inversionistas. Qué falla!

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