Sn Marcos 10,32-45*
Este reconocimiento a mi labor es un honor que me desborda y no lo manifiesto por modestia, humildad o sencillez. En aras de la verdad, sinceramente, considero que este tipo de homenajes corresponde especialmente a mujeres y hombres que, sin ser víctimas directas del conflicto armado que padecemos desde hace muchas décadas, trabajan con mucho compromiso por los derechos fundamentales de todas las personas, hasta ofrendar su propia vida por las causas que defienden. En cambio, para una mamá, como es mi caso, defender la vida, no solamente de sus hijos sino de toda la especie humana, es parte de su deber.
Por los motivos expuestos, en primer lugar quiero expresar mis más sinceros y profundos agradecimientos a todas aquellas personas que me postularon para una distinción de esta naturaleza en homenaje a la memoria del doctor Jesús María Valle Jaramillo, humanista vilmente asesinado, de gran sensibilidad social y capacidad de servir, defender, orientar y trabajar sin descanso por el bienestar de las clases menos favorecidas, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los niños, los detenidos, los perseguidos, los desaparecidos, los desalojados de sus viviendas de manera violenta, al amanecer, por las autoridades mismas, como en el caso de los habitantes de la quebrada La Iguaná (en años pasados. N.E.) hasta cuando logró su reubicación en un lugar digno. Lo acompañé en ese proceso.
Mis fortalezas en el desempeño en materia de Derechos Humanos son una especie de primeros auxilios, orientación y pequeños favores con base en la experiencia personal a través del testimonio. Ingresé como aprendiz por razones de fuerza mayor, a raíz de la detención-desaparición y ejecución extrajudicial de mi hijo mayor, Luis Fernando Lalinde Lalinde, por una patrulla del Batallón Ayacucho de Manizales, en la vereda Verdún, del municipio de Jardín (Antioquia), el 3 de octubre de 1984. Yo tenía la convicción de que delitos como este eran propios solamente de las dictaduras militares. Nunca había pasado por mi mente que en Colombia, con su trayectoria de país demócrata, ocurrieran crímenes de esa magnitud. Mi primer maestro en estas lides fue el doctor Héctor Abad Gómez, presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos en Antioquia, quien me acompañó en este drama de la búsqueda de los desaparecidos hasta el 25 de agosto de 1987, fecha en la cual fue cobardemente asesinado. Era un médico incomparable, solidario, promotor y defensor, como todos los humanistas comprometidos, con la población marginada y quien abrió el camino de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, denunciando los hechos sucedidos con mi hijo.
El doctor Jesús María Valle asumió posteriormente como presidente del Comité hasta su asesinato –también– en febrero de 1998. Me vinculé como miembro activo de su gran equipo de colaboradores en 1989, cuando me prejubilé. Tuve la gran oportunidad de conocer a fondo lo que es, representa y significa en Colombia ser Defensor de Derechos Humanos: más que una profesión, es un apostolado de alto riesgo que ha costado numerosas vidas de personas que dejan huellas imborrables y han abierto caminos, sembrado semillas de respeto, de dignidad, de honradez. En cada instante se juegan sus vidas por la verdad, por la justicia, por un país mejor y más amable para todos. Ellos fueron unos maestros incomparables que sentaron las bases de los derechos fundamentales que se plasmaron formalmente en la Constitución de 1991.
Los crímenes de lesa humanidad no cesan. En este nuestro país, hombres y mujeres son amenazados a diario por ser defensores de las clases más vulnerables y desamparadas, por denunciar los atropellos de toda índole que se cometen, todavía en el presente año, por exigir verdad, justicia y reparación integral para las víctimas e impedir que el manto de la impunidad cubra todos los actos atroces que se cometen en esta particular democracia.
Ser defensor de derechos humanos requiere formación académica y disciplina; capacidad de resistencia, de rigor en la investigación, en la denuncia y en su sustentación; de honestidad a toda prueba. Por tales y múltiples razones y otras más, con toda sinceridad considero que este honor me desborda y lo recibo a nombre de todos esas mujeres y esos hombres dignos de toda nuestra admiración y nuestro profundo respeto por exponer su seguridad y sus vidas en beneficio de una noble causa, en un país paraíso de corruptos, de falsos reinsertados, de ejecuciones extrajudiciales, de campesinos e indígenas obligados a dejar sus tierras para apoderarse de ellas con otros fines, sumados atropellos, montajes, chuzadas, interceptaciones de toda índole y amenazas hasta por internet.
También recibo esta distinción In Memoriam a nombre de quienes se hallan detenidos y/o desaparecidos, jóvenes de ambos sexos de las ONG; víctimas de montajes, de falsas acusaciones, de recompensas por ‘colaborar’ con la justicia y demás atropellos porque en mi familia lo hemos vivido en carne propia, mediante un montaje con dos kilos de cocaína de alta pureza, que significaban una pena de 25 años de prisión para mí, acusada de narcotráfico y de ser la jefe de la narcoguerrilla en Antioquia, con el fin de sacarme de circulación por incómoda para el Estado.
Ayer, Miércoles de Ceniza, estuve meditando durante la ceremonia sobre los cambios que nuestra sociedad ha experimentado en más de medio siglo: deshumanización y degradación nunca imaginadas; crímenes atroces, violencia y decadencia en todos los niveles, a los cuales hemos llegado los colombianos, con el agravante de que la barbarie se ha convertido en rutina, y quien expone diferencias es estigmatizado, pues quien no es uribista es terrorista. Los defensores de Derechos Humanos son de las farc; los campesinos e indígenas son considerados auxiliares de la guerrilla, de los paras o de los narcos, más que todo con el fin de desplazarlos para despojarlos de sus tierras. El cuerpo de las mujeres de todas las edades, incluidas las niñas, son convertidas en botín de guerra: violadas, asesinadas, desaparecidas, descuartizadas, sumado el gran número de madres que han muerto de cáncer a raíz de la desaparición de sus hijos y sus hijas, y ni hablar de la pésima atención en salud. Pero a nadie parece importarle. Hemos inventado una nueva religión: somos fariseo-cristianos. Los fariseos no solamente eran hipócritas sino, ante todo, legalistas.
Por mi mente, en la iglesia desfilaron ayer estos humanistas nuestros, colombianos, vilmente asesinados, comprometidos al estilo de Cristo con las clases marginadas, los perseguidos, las mujeres apedreadas, las viudas, los enfermos, los niños, y pensé: siempre que asesinan a un defensor de Derechos Humanos están crucificando nuevamente a Cristo, y precisamente en un país que se precia de católico. Casualmente ayer enterramos a doña Lucila Restrepo, integrante de Asfaddes Medellín, madre ejemplo de resistencia, que no dejó ni un solo día de exigir verdad y justicia por las atrocidades cometidas con su hijo, estudiante, ejecutado extrajudicialmente.
De este reconocimiento son merecedoras todas esas mujeres admirables desde La Guajira y la costa hasta el Putumayo, desde el Urabá y el Pacífico hasta los Llanos: indígenas, campesinas, afrodescendientes, madres e hijos de todas las víctimas: de desaparecidos, de ejecutados extrajudicialmente, de secuestrados, masacrados, arrojados a los ríos, en fosas como NN (No identificados), discapacitados por las minas, desplazados. También las madres de los soldados secuestrados y aún desaparecidos dentro de la propia institución, o torturados y víctimas de otros tratos crueles, inhumanos y degradantes aprendidos en la famosa Escuela de las Américas de la cual Colombia es su mejor cliente, aunque muchos países latinoamericanos se hayan retirado de ella por sus prácticas tenebrosas. Es llamada la Escuela del Dolor. Pero, según la versión oficial, en Colombia nada pasa.
Hago extensiva esta distinción especialmente a mis hijos y mi hija, a mis nietos en la distancia, a mis nueras, quienes siempre me han acompañado en este transitar por los caminos de la noche y de la niebla, al costo que cada uno ha pagado: el exilio, la cárcel, el desprestigio y demás atropellos que perduran en el tiempo. Ellos son el motor que ha movido mi existencia. A mis hermanas y mis sobrinas. A mi familia alternativa, grupo admirable de jóvenes, hombres y mujeres de diversas Organizaciones Nacionales e Internacionales, siempre presentes en estos difíciles años con su solidaridad incomparable para mantener viva la memoria de Luis Fernando. A mis solidarias compañeras desde el colegio hasta el aula de mayores de hoy. Igualmente, a la familia Valle Jaramillo nuestra admiración y nuestra gratitud permanentes por todo lo que fue y representó el doctor Jesús María Valle en nuestras vidas, y por lo que ellos siguen significando por su apoyo a la causa de los Derechos Humanos.
También quiero destacar la acertada idea de crear la distinción Gran Defensor de los Derechos Humanos Jesús María Valle Jaramillo por el honorable Concejo de Medellín, porque ello permitirá mantener la llama de la memoria de tan preclaro a fin de que su ejemplo de valor, dignidad y solidaridad sirva de modelo por seguir para las nuevas generaciones, y porque es encomiable reconocer el aporte significativo que en materia de Derechos Humanos hacen las personas y las organizaciones distinguidas en este homenaje. Esta decisión del Concejo de Medellín debe ser paradigma para otros gobernantes y la clase dirigente del país, ya que se compromete y se reconoce la importancia de la labor de defensa y promoción de los Derechos Humanos, como fundamento y sustento de una democracia real.
De mi parte, seguiré cumpliendo con mi compromiso de mantener incólume la memoria del doctor Jesús María Valle Jaramillo a través del Partido de las Mamás, del cual me declaré militante cuando conocí el drama de muchas familias, independientemente de quien fuera el victimario; porque el dolor de una familia, de una madre, no admite diferenciaciones.
Finalmente, recibir el premio con la Fundación Sumapaz me llena de satisfacción por lo que ha sido su trayectoria en el trabajo de defensa de los derechos de los pobres, los oprimidos, las mujeres a quienes promueven para que asuman liderazgos constructivos en medio de una sociedad enferma. Yo también he sido beneficiaria de Sumapaz y las organizaciones que apoyan el movimiento de víctimas de crímenes de Estado, que crearon la galería de la memoria de nuestra historia de vida para conmemorar los 25 años de la desaparición de Luis Fernando, dignificando su existencia y reconociendo su valor como admirable ser humano. Por ello, me siento sumamente orgullosa.
El tiempo es corto para manifestar todo lo que ha habido alrededor de nuestra historia, de 26 años de lucha y trasegar acompañados siempre por la solidaridad y el compromiso de muchos y muchas que nacional e internacionalmente nos han apoyado de modo inconmensurable. Me da pena no nombrarlos, quisiera reconocerlos a todos, pero los llevo en mi corazón y les ofrezco esta distinción.
Muchas gracias
Fabiola Lalinde
* Palabras para recibir la distinción “Gran Defensor de los Derechos Humanos Jesús María Valle Jaramillo In memoriam Medellín, 10 de marzo de 2011
Señores Mesa Directiva del Concejo de Medellín:
Dr. José Nicolás Duque Ossa, presidente
Dra. Aura Marleny Arcila Giraldo, primera vicepresidenta
Dr. Rubén Darío Callejas Gómez, segundo vicepresidente
Dr. Mauricio Alberto Herrera Valle, representante de la familia Valle Jaramillo
Señor César Mendoza González, director de la Fundación Sumapaz
Señora Astrid Torres, de la Fundación Sumapaz
Integrantes de organizaciones sociales, de derechos humanos, de víctimas, y señoras y señores que nos acompañan
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