Luego de la conquista española, las comunidades rurales, y en especial las indígenas, afrontan un escarnio terrible de marginalización y exclusión social. Los embates de la minería de carbón en La Guajira y la reticente postura política de las autoridades locales y nacionales hacen que cada día las comunidades más marginadas agudicen su condición.
En este corto recorrido, y de manera narratológica, mencionaré la situación de una comunidad de la Baja Guajira en relación con el territorio y la lengua.
La lingüística ha permitido identificar la forma, la estructura, la gramática, los fonemas, los pormenores de la variación en las lenguas, el contacto entre ellas y otros aspectos de las comunidades indígenas colombianas. También se estableció cuándo una lengua desaparece, si existe bilingüismo o alguna dimensión de diglosia. Igualmente, hemos podido identificar cada lugar, cada familia lingüística, cada rincón dónde habitan los indígenas; pero hoy, camino a la Alta Guajira, realizamos una pequeña estadía para saludar a una familia que nos aloja de camino.
[….] Saúl Pushaina nos saluda, –Antushi, dice él–, y ninguno de nosotros le entiende. Se alegra de que estemos en su tierra. Sus hijas y sus familiares salen a nuestro encuentro. Luego de los saludos referenciales nos brinda una copa de café caliente, se sienta en unos de los costados de su pequeña enramada donde está guindado su chinchorro. Un ¡ajá! sale de su boca como queriendo decirnos “y ustedes como están”. La conversación expuesta por Saúl –como buen líder– nos llevó por todo el recorrido de su comunidad. Atrevidamente le pregunté que si él sabía de la figura de restitución de tierras que el gobierno está implementando.
“Usted, que ha visitado nuestras tierras, sabe que yo soy wayúu”. Pues, bien, nosotros los pobladores de La Granjita somos un asentamiento indígena que hace 15 años le insiste al gobierno para que nos reconozca como tales. ¡Sabe! Todo este tiempo demostramos que aquí estamos; pero cada día que pasa la ciudad va comiéndonos, las urbanizaciones crecen y nuestro territorio va desapareciendo.
“La Granjita está ubicada en el municipio de Barrancas, Baja Guajira. Es un asentamiento de 80 familias provenientes todas de diferentes castas wayúu, que ocupan este territorio desde los años 80. Algunos líderes afirman que existen desde muchos antes de la existencia del municipio de Barracas”.
Saúl se anima en la charla, ya que le gusta hablar de su cultura. Se levanta del chinchorro, camina hacia la sombra de un pequeño arbusto, se acomoda en una de las sillas que están cerca del grupo visitante y pregunta: ¿Conocen nuestros cementerios? Para los wayúu, éstos expresan la vida, su relación con el territorio, la historia de su clan. Saúl nos señala la entrada a La Granjita, muy cerca de su casa. A unos 150 metros está la margen del pavimento que bordea la entrada a La Granjita. En adelante, las pequeñas casitas carecen del servicio de agua potable; todo está en obra negra, como decimos los alijunas; las calles son vías destapadas y las pequeñas viviendas dibujan cuadrados casi perfectos por donde se puede transitar. “Cuando llegamos aquí –afirma Saúl como si hubiera sido ayer–, Barrancas estaba muy lejos” –señalando con su mano hacia el horizonte. Apunta a la derecha de su cuerpo y continúa diciendo: “Todo esto tenía montones de árboles, frutas, y para llegar al centro de Barranca tenía uno que irse por uno de los caminos. Mucho más allá de la avenida principal estaba el centro; éramos nosotros los que ocupábamos estas tierras; ahora nos toca juntarnos cada día más y más, al punto que no tenemos lugar para nuestros chivos –incluso no tenemos”.
Carlos, uno de los visitantes, le pregunta: “¿Y por qué, si ustedes son wayúu, no tienen el resguardo? Ahora nosotros hemos abierto los ojos, sabemos que hay unos por encima de nosotros que siempre nos visitan para las épocas de elecciones, nos dan la mano y nos saludan mirándonos a los ojos, nos reúnen y nos dicen que van a ayudarnos –hablan muy bonito– pero luego se pierden y uno no vuelve a verlos. Pero ahora estamos un poquito más despiertos. Aquí estamos cansados de ir al Incoder. La cantidad de cartas en todos estos años nos hacen cansar de insistir. Tantos rechazos nos hicieron pensar que debíamos ir hasta Bogotá, directamente al Incoder. Hace unos días nos dijeron que ya estamos registrados. Lo primero que me preguntaron era que si yo era wayúu. Manifesté serlo y tengo el recibido de la carta.
Hemos visto el crecimiento de Barrancas y la manera como nos ha tocado sobrevivir. No existimos para nadie. El colegio, el puesto de salud, las oficinas, todo está allá, en Barrancas. Ahora que la ciudad únicamente nos divide por la línea de cemento entre las casas de los alijunas y las nuestras, queremos ser reconocidos como resguardo, como territorio indígena, y que nos sea titulado.
El viento se incorpora en nuestras melenas, refrescándonos; el sol alumbra intensamente y el sudor se escurre por nuestros cuellos. Una de las hijas de Saúl se acerca y recoge las pequeñas tacitas de café, las lleva para la cocina, que está ubicada en el suelo, justo al lado donde se apila la leña para cocinar. Los hijos mayores nos ofrecen un trago de chirrinchi y lo bebemos lentamente. Saúl nos dice que nos pongamos las gorras y los sombreros para cubrirnos del sol y que lo sigamos. Se pone de pie. Todos nos disponemos a caminar. “Sólo será media hora” –dice. El camino deja ver varios árboles frondosos y un pequeño barrio elaborado en bloque y cemento rústicamente instalado. Como un contador de historia, va describiendo el nombre de cada dueño de las casas… “Este era nuestro primer cementerio pero ahora es un barrio de alijunas”. A 10 metros de las viviendas está ubicado otro cementerio, dónde han enterrado a familiares de la casta ipuana, y a unos 300 metros está otro cementerio donde se ve la castas epiayú y pushaina. Melancólicamente expresa: “Esto fue lo único que pudimos logar”. Señalando de nuevo con el dedo, hace un pequeño círculo en el aire para señalar el cerco en alambre de púas que divide al barrio de su cementerio.
Luego de terminar el recorrido, hemos pasado por cuatro cementerios perteneciente a La Granjita, y, como todos los wayúu, reposan sus ancestros en ellos, esperando realizar su segundo entierro, y de esta manera los yoluja emprendan el viaje de los sueños.
“En los últimos años han venido muchos blancos a comprar tierras aquí, sin pedirnos permiso, a nuestras autoridades. Cuando nos damos cuenta, ya están viviendo o han construido. Cada día tenemos menos lugar para vivir… Si me preguntas por la lengua, pocos la hablamos. En las escuelas nos discriminan por ser indios y se ríen de nosotros. Por esas razones, muchos chicos prefieren no aprenderla, y por las mismas causas preferimos que sea de esa manera. Tanto atropello nos invisibiliza, nos pone en la pelea por nuestro lugar en el espacio. Hoy también nos toca poner cerco a nuestros linderos como única protección. Ahora, con esa nueva etapa de explotación de carbón, los cercos se incrementaron. Es como si en cada metro de tierra existiera una mina por donde se hará un hueco para extraer algún mineral”.
El recorrido termina nuevamente en su vivienda. Con los papeles en la mano de años de lucha para ser reconocidos como indígenas, vuelve a decirnos algo que no entendemos –Anayaguatsá– y una de sus hijas dice: “Significa gracias”.
La noche llega y la madrugada nos aguarda para iniciar nuevamente el recorrido hacia la Alta Guajira. En medio de tanta pobreza, de una educación de mala calidad, de acceso a una salud decadente, y carentes de condiciones de vida digna, la pregunta recurrente nos hace pensar en las regalías por la minería. La Guajira, lugar donde El Cerrejón exporta en promedio 32 millones de toneladas de carbón al año; donde en un día normal de trabajo llegan al mar –para ser puestos en un buque de carga– seis trenes con 130 vagones cada uno, y cada vagón con una carga de 110 toneladas. Allí nunca para la labor de extracción del material de las entrañas de la tierra. En tantos años de explotación, Colombia perdió todo derecho en los dividendos de la minería de carbón. Los dueños son extranjeros y el país solamente recibe un 15 por ciento de regalías que en la mayoría de los casos nunca benefician a las comunidades que fueron arrancadas de su territorio, como es el caso de la comunidad indígena de La Granjita.
Para las comunidades indígenas, el derecho a la lengua es el derecho a la identidad, al respeto por sus costumbres y sus prácticas tradicionales. En La Granjita, los wayúu trabajan en labores que no tienen valor con su territorio. Han perdido toda relación de poder político e interlocución con los entes gubernamentales. Su derecho al territorio se ha perdido, y la identidad ronda sobre los albores de una comunidad que se resiste a su extinción.
La profunda crisis ambiental que genera El Cerrejón es innegable. Los paliativos que brindan para menguar el impacto es un sofisma de distracción. Y como wayúu están condenados a la desaparición por estar ubicados al margen del progreso colombiano. Esta misma situación de Barrancas parece repetirse continuamente en las zonas rurales, como si fueran población para desechar.
El mundo tal cual está hoy es planificado para el disfrute de las riquezas del país y de quienes acceden a ellas, y justamente son las minorías que dirigen las economías locales y nacionales los que disfrutan de esas riquezas. Cuando hagamos conciencia de que no estamos en relaciones de igualdad con las políticas nacionales; de que éstas han sido diseñadas, pensadas y desarrolladas para que los marginados, pensemos que hacemos parte de ellas con el ideal de que nos representen, y de que de alguna manera resolverán nuestros conflictos.
El mundo natural ya no es nuestro: nos lo han arrebatado. En él, los marginados, los pobres, las poblaciones rurales y los habitantes de La Granjita no tienen condiciones para estudiar, para manipular las nuevas tecnologías del mercado. No estamos en los gobiernos, no controlamos las transnacionales, no dominamos las finanzas, no hacemos parte del Producto Interno Bruto (PIB) del país. Y por esa razón hay conflictos que no son importantes para nadie; que no le interesan a ningún gobierno y que nadie quiere solucionar, porque son tensiones y conflictos de poblaciones que no representan nada para nadie. Son tensiones y conflictos de población para desechar.
Glosario
- Wayúu= Pueblo indígena ubicado en la península de La Guajira colombo-venezolana.
- Antushi= Bienvenidos.
- Alijuna = El no wayúu, sirve para diferenciar al negro, al blanco, al forastero.
- Chirrinchi = Bebida típica de los wayúu, elaborada a base de panela para luego ser destilada.
- Yoluja = Espíritu de un muerto.
- Pushaina, Ipuana, Epiayú = Clanes indígenas wayúu.
- Anayaguatsá = Gracias
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