9 de abril de 1948. Para no olvidar pero sin dejarnos estancar en el pasado. Partir de él –para no repetir la historia ni como comedia y mucho menos como tragedia–; identificar con toda claridad por qué asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán y masacraron al movimiento gaitanista, cuáles fueron los intereses tras el gatillero del líder, así como los factores propiciadores de la prolongación de la guerra por tantas décadas en Colombia.
Pero, más allá, esta dolorosa memoria es oportunidad para preguntarnos por el proyecto político que debiera surgir en nuestro país, retomando banderas que mantienen total vigencia a pesar del paso del tiempo, más otras que es necesario precisar, consecuentes con la luz que traen los nuevos tiempos.
Un acercamiento de soslayo
Han transcurrido 64 años desde el magnicidio que partió la historia del país, y, a pesar de ello, los temas de la tierra, del sector bancario-financiero, de la desigualdad social, de la pobreza, del empleo y los ingresos, de la exclusión, de la dependencia, la corrupción, la violencia, tan fuertes o visibles para la década de los años 40 del siglo XX, se mantienen totalmente vigentes. Parece que el tiempo no pasara.
En política, no obstante que los cambios son tan notables en las últimas cuatro décadas, lo que se conoce como bipartidismo conserva todo su poder y control sobre el país político y sobre el país nacional. El resultado: democracia formal y autoritarismo real.
Estamos ante un dominio político insultante y que por demás es de los pocos que no se han quebrado en las últimas décadas en la región. En pocos países como en este la oligarquía puede decir y mostrar que, con todo y el paso del tiempo, mantiene bajo su control los hilos del poder. Es un dominio logrado bajo el ejercicio del terror y la garantía de la impunidad. Es una continuidad lograda, además, bajo el monopolio del poder por unas pocas familias: los apellidos de los políticos más ‘exitosos’ se repiten sin sonrojo alguno: López, Lleras, Santos, Samper, Gómez Hurtado, Pastrana… Pero también, bajo un modelo político que sabe tensionar las fibras y los intereses populares, valiéndose para ello del clientelismo, la burocracia, el control del presupuesto público, la demagogia, el dominio ideológico (medios de comunicación y educación); y cuando esto falla, el ejercicio eficaz del terror.
El modelo partidista que facilita esta prolongación es sencillo: control de los aparatos políticos, continuidad histórica –vitalicia– de quienes garantizan tal control, antidemocracia orgánica, caudillismo, compra de conciencias, cooptación. Así y sin duda alguna, la oligarquía colombiana se sostiene adecuada y constantemente sobre dos piernas: control y dominio; acción política y militar; discurso y armas.
De este modo ha funcionado, y así continúa haciéndolo el régimen político colombiano. Por ello, Gaitán, una vez que procesó la experiencia de la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR), decidió no romper con el partido liberal y, desde su interior –como la famosa operación de infiltración en Troya–, romperlo. Su proyecto fue nítido e inteligente, pero su asesinato impidió que se hiciera realidad.
Mientras Gaitán avanzó en la concreción de su proyecto, reprodujo la lógica del sistema político y de partidos vigente: ganó las mayorías dentro del partido liberal; creó estructuras de base por doquier, hasta convertirlo en “el partido del pueblo”; centró su proyecto en el voto, construyó un programa democrático –sin duda totalmente revolucionario para la época– y concentró en él los hilos del poder, encarnando con toda claridad lo que hoy llamamos oposición. Tan concentrado el poder, que, una vez fue asesinado el líder, no se logró mantener el proyecto diseñado y mucho menos hacerlo realidad. Ni las estructuras de base ni los círculos de asesores que lo rodeaban lograron encarnar ante el pueblo el proyecto gaitanista.
Cambian los factores
Era la década de 1940. En un país eminentemente rural, el factor central era la tierra, y el sujeto el campesino, secundado por las clases populares urbanas y dentro de ellas por la incipiente clase obrera. Pero los tiempos cambian. Desde 1968 hasta esta segunda década del siglo XXI, son muchos los factores que han variado en la política. El primero es que el contexto económico-social y geográfico se transformó en su totalidad.
El país se hizo urbano, y con él los campesinos pasaron a un segundo plano. Pero si en algún momento los obreros los habían reemplazado, ahora éstos son relegados por los trabajadores en general, categoría sociológica que envuelve a un sinnúmero de asalariados, desde los no calificados hasta aquellos que sí lo son, sin incluir a los obreros fabriles, sector de los trabajadores que por particularidades políticas, sindicales, laborales, salariales, ha terminado aislada en su pasividad o conformismo.
Pese a las transformaciones que afectan al conjunto social, la tierra se mantiene como una reivindicación sustancial en el país, y con ello la consigna de reforma agraria, aunque con matices actualizantes como territorio, medio ambiente, cultura y otros.
En la línea programática, el tema bancario-financiero se alza a un primerísimo lugar, y con él la obligatoriedad de conseguir su democratización, que necesariamente pasa por su nacionalización, enlazándose como un sistema bancario-popular de proyecciones continentales.
En el centro del programa también se sitúa la cuestión urbana, y con ella reivindicaciones como vivienda digna, empleo estable y bien remunerado; derecho a un sistema de salud y de educación públicos, gratuitos y universales, y seguridad social plena. Justicia pudiera ser la síntesis de estas reivindicaciones, con la cual se pretenda la felicidad y la armonía en nuestra sociedad.
Y surgen temas totalmente nuevos en relación a la época vivida por Gaitán, por ejemplo, en relación a los actores sociales, donde emergen unos por completo nuevos: la mujer, los indígenas, los negros, los jóvenes, los homosexuales y, como temáticas, la cultura, la naturaleza, la dignidad, la paz. Y otros no menos importantes para nuestra realidad nacional: reorganización territorial, desconcentración de las grandes urbes a partir de la construcción de nuevas ciudades o polos de vida, y en ellos el tema de ciencia y tecnología de punta, adecuados y desarrollados desde las cualidades y potencialidades del entorno natural. Más allá del territorio, la integración regional, en proyección mundial, en pos de la igualdad universal. Y en política, reconocimiento y fortalecimiento de los sujetos sociales populares y sus luchas, con los cuales y sobre las cuales se construyen los nuevos actores de la política, que no transita o se reduce –necesariamente– a la formalidad instituida (la cuestión electoral).
En todo caso, el tema programático es tarea de sectores aislados y no fruto de una labor intelectual investigativa, aunque ella contribuye a su precisión. Las líneas programáticas gruesas deberán emanar de una consideración/valoración del conjunto de agendas ya existentes, para lo cual (reconociendo sus trayectorias) hay que considerarlas en su plenitud, revisarlas, discutirlas, depurarlas, en un ejercicio de debate y acción que haga a un lado prevenciones y seguridades preestablecidas, y de este modo y con este método dar a luz unos nuevos textos y unas nuevas prácticas que hermanen y le muestren al conjunto social que sí hay opciones políticas para salir del desastre humano en que nos sume el capitalismo. Debe nacer, producto de estas prácticas comunes, un programa de país.
Acción incluyente e integradora. Como esta otra. Contrario a lo que sucedía en los 40 del siglo XX –y mucho más allá de ésta–, al frente de los partidos se debe situar el intelectual colectivo, garantía para su democracia interna. El líder individual –el candidato– surge y se potencia cuando se define la participación electoral, pero por ningún motivo puede ser un caudillo o una rueda suelta dentro de un propósito de cambio, pues, de llegar a serlo, no permitirá que la ruptura que se pretende se haga realidad o, en el peor de los casos, si es asesinado, significará el descabezamiento del movimiento político alternativo.
Como síntesis de este cambio, de esta intensa transformación sufrida –sobre todo después de mayo de 1968– nadie es subordinado de nadie. Cada coyuntura –dentro de una lectura de largo plazo– nos devela el actor principal, y hay que tener la capacidad de saber potenciarlo para que cumpla su papel, dejando el espacio, en la coyuntura, para quien deba asumir el liderazgo en el momento de girar las circunstancias políticas y sociales.
De esta manera, dos elementos sustanciales de la política en la época gaitanista han muerto: el partido único y el liderazgo unipersonal y vitalicio. Quien persista en ellos no hace más que reproducir y fortalecer la estructura político-económico y social que pretende y desea destruir.
El propósito hacia 2019
Entre nosotros, y ante la real dispersión que soportan los actores sociales, ¿cómo actuar y con qué consignas para recuperar la iniciativa política y propiciar la articulación en un haz de las luchas sociales? ¿Cómo actuar para recuperar la conexión lograda por Gaitán con su pueblo? ¿Cómo avanzar para construir una organización político-social (una vanguardia) que responda de manera oportuna y legítima a las aspiraciones de la sociedad colombiana?
Estamos ante retos muy complejos de realizar en el corto plazo pero no imposibles de concretar. En esa perspectiva, el primer paso por dar, obligatorio, es identificar el estado del movimiento social y de los actores políticos. Aunque no hay consenso en el diagnóstico, los hechos son tozudos y reiterativos desde principios de la década de los 90 del siglo XX: debilidad del actor político y atomización del actor social.
Si esta es la realidad, y en perspectiva de un cambio sustancial hacia el año 2019 (retomando esta fecha por su alto significado simbólico) para nuestra sociedad, es necesario diseñar una estrategia colectiva, proyectada a ocho años, que como resultado final produzca una transformación sustancial en la situación de los actores, en forma tal que puedan accionar en circunstancias totalmente distintas de las que los determinan en la actualidad.
Para que así sea, una de las tareas fundamentales por encarar debe ser la reconstrucción de un movimiento social que constituya la base de un liderazgo legítimo, que esté a la cabeza de la movilización cotidiana. En perspectiva gaitanista, reconociendo que esta era una de sus grandes cualidades: tomar la calle para tomar la palabra. Y hacerlo con vocación de gobierno y de poder, como se lo proponía Gaitán para 1950. Y en paralelo, como un territorio nuevo –no conocido en los años 40 del siglo XX–, desarrollar cabalmente un sistema de comunicaciones que permita un enlace, un debate y un diseño de país en tiempo real con el conjunto social, tomando en cuenta y abriendo así todas las posibles formas de participación y acción.
En esa lógica es fundamental crear espacios, mejorar métodos, proyectar propósitos, concretar prácticas, para crear confianza y comunicación entre los actores sociales y políticos. Actuar siempre mucho más allá de cada organización, buscando y concitando al conjunto nacional, intentando una sostenida y una profunda identidad y comunicación con el conjunto nacional.
Romper las fronteras de lo particular y lo organizativo de cada uno. Desarrollar un nuevo accionar para que el conjunto de organizaciones comprenda que, en la actual coyuntura, el mayor propósito por encarar son la disposición y la lucha por la articulación en objetivos comunes de los esfuerzos de todos aquellos que estén por el cambio en el país. Superar la dispersión, y de manera simultánea crear un referente de poder, construyendo un discurso y haciendo realidad unas prácticas sociales que hagan posible que los sectores alternativos fundamenten una necesaria legitimidad que quiebre o neutralice el discurso oficial.
En esta dinámica, hay por lo menos tres procesos que se deben debatir e identificar para la acción mancomunada: el Congreso de los pueblos, La Marcha Patriótica y la Comosoc. En paralelo, el debate se debe abordar con las organizaciones gremiales de carácter nacional, regional o local. Producto de su intercambio, debiera tomar cuerpo una vanguardia social sin la cual es imposible la existencia de una vanguardia política.
Para así proceder es necesario reconocer y hacer consciente un axioma irrefutable bajo la luz de nuestra historia nacional: ninguna organización por sí sola alcanzará a representar y conducir el conjunto de luchas por emprender en el país. Quien así proceda se agotará en el voluntarismo, y sobre éste llevará a su militancia hacia la muerte o la derrota.
Actuar de manera responsable ante esta realidad, ser consecuentes con el tema de la unidad o la coordinación de esfuerzos entre todos, implica abordar la construcción de una dirección estratégica meridiana, antioligárquica, hacia un acumulado que en el mediano plazo le posibilite al actor político darle forma a un ‘estado mayor del pueblo’, similar al organismo que, en su historia reciente y para su victoria de gobierno, con Evo conformaron y llaman los compañeros bolivianos.
Se requiere un ‘estado mayor’ que ejercite la dirección cercana, sentida, amada por la gente, legítima, y del cual y con el cual se pueda vivir un proceso de exigencia y acción políticas; de reorientación del rumbo para que el movimiento social asuma y arribe a un nuevo estadio: pasar de la situación defensiva a la de iniciativa y constante acción; un cambio que permita disponer de una dualidad de poderes al frente de la acción social y política de los sectores alternativos, como método y objetivo. Es decir, es necesario actuar con la convicción de que sí es posible transformar radicalmente la correlación de fuerzas en el país, y llevar a una situación defensiva a los defensores del Estado neoliberal. Y como desarrollo y concreción de esta capacidad estratégica, obtener consensos para el logro de una “dirección táctica oportuna”.
Son éstas, características y condiciones necesarias en la conducción de la lucha social, para evitar más desaprovecho y pérdida de oportunidades que la lucha de clases exacerba cada tanto, y con el recobro de una puntualidad para exigir, denunciar, proponer, promover y potenciar el liderazgo popular en cada momento y ante los arrebatos de un derecho o el desenfreno de la represión. De este modo, se facilitará fortalecer la iniciativa y ganar y llevar confianza a cada comunidad de nuestro país. Mostrar así el qué y el cómo (que implica consignas puntuales y precisas) para nuestra actual realidad, y con vocación de gobierno y poder: ¡Por la democracia popular y el desmonte del Estado neoliberal! Y también, ¡Por una nueva sociedad: dualidad de poderes!
De así actuar, se concretaría una tríada fundamental, indispensable en cualquier perspectiva estratégica con vocación de gobierno y de poder: unidad social, unidad política y, como producto de éstas, unidad de gobierno, para lo cual es sustancial identificar a los actores sociales (en la producción, el comercio, la ciencia, la academia, etcétera) dispuestos a un cambio sustancial en la forma de encarar la vida en el país, y ojalá mucho más allá.
El movimiento gaitanista había logrado la unidad social y la política, pero el asesinato de su conductor impidió la unidad de gobierno. En los tiempos actuales, hay que retomar el camino.
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