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La paz fácil

Por estos días, amplios sectores sociales recibieron con satisfacción el anuncio oficial de abrir diálogos exploratorios con las farc. No es para menos. El anhelo de conocer algún día, un ambiente y una cotidianidad de paz real, potencia ilusiones. Con la mirada atenta en los múltiples generadores y responsables del conflicto, despiertan síntomas de pueblo con deseo de paz.

Extraña que mientras aumenta la expectativa, los medios oficiosos, y los creadores de opinión remarquen la idea de desmovilización y desarme de los insurgentes, como el producto más tangible del diálogo por iniciarse. Llamativo, de igual manera, que adoradores de la “solución militar” desde las posiciones más a la derecha insistan, incluso, que “no se puede negociar” nuestro “orden democrático” y, por tanto, el gobierno solo y únicamente debería “ofrecer” algunas condiciones generosas para la entrega. Queda claro que para ellos ni la historia ni la realidad objetiva existen, y que no tienen sentimiento con las víctimas. Manipulan la realidad, o la acomodan a sus intereses.

Tras esa visión, estar de acuerdo con el establecimiento es ser “bueno”, y hacer oposición es “malo”, y así marcan a quienes la hacen. Una concepción existente desde la fundación de la República, que ha recurrido al magnicidio reiterado como arma política, fallido en el caso de El Libertador, pero exitoso en los de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, y convertido en genocidio con la Unión Patriótica y crimen político contra otros sectores. En esa torcida concepción de la política el papel de la prensa no ha sido pequeño, y hoy, ya es notoria la insistencia de los mensajes de que el tratamiento de los diálogos no debe salir del marco del sometimiento. Una insistencia que no cesa. De manera reiterada, en uno y otro medio, no se habla o escribe más que de este resultado. Así, reducen la agenda acordada.

Entonces, despierta perplejidad que echen tierra al meollo de las discrepancias de concepto y propósito entre las partes. Una negativa, por tanto, a revisar la historia de los procesos de diálogo, que impide identificar los aspectos sustanciales, que en su momento, impidieron concretar sus particularidades y mantuvieron abierta la prolongación del conflicto. En las emisiones de los noticieros matutinos esta es una cantilena reiterada. En la prensa escrita este tipo de “análisis” no ha quedado al margen. Opinión y sesgo de quienes se dicen periodistas pero no actúan como tales.

Al así proceder, al difundir una noticia, y “analizar” un tema sin retomar la historia ni el contexto, entregan a su audiencia una sola parte de la realidad, manipulándola, y por tal vía, crean un ambiente falso. Una maniobra y unilateralidad –con amplia o pequeña parte de origen en los laboratorios del arma de Inteligencia Militar– que a la postre puede enlodar el proceso abierto entre Gobierno e insurgencia, o predeterminar conclusiones si este proceso no llega a final feliz. ¿A quién sirve tal proceder? Al país no.

Estos medios y estos creadores de opinión con acceso a las fuentes oficiales, deberían, como mínimo, y en un ejercicio de periodismo a profundidad, además, abordar el análisis de escenarios. Se puede deducir, que a la mesa abierta, las partes llegan con un juego de escenarios. Por ejemplo, uno es, si el diálogo termina en la firma de un acuerdo de paz: en este caso, ¿hasta dónde cederán las partes, en cada componente de la agenda, para que la firma llegue? Por lo tanto, ¿hay sectores lesionados con los acuerdos?, ¿cuáles?, ¿cómo reaccionarán estos ante el pliego acordado?

Pero también, ¿Por qué la comunidad internacional tiene interés y está dispuesta a un acuerdo de paz en Colombia? ¿Es toda la comunidad, o existen sectores a los cuales no les interesa igual resultado? ¿Cuáles son esos países y por qué no les sirve el posible acuerdo? Si así es, ¿podrían actuar para tensionar el proceso? ¿Cómo harían? Son interrogantes obligados.

Asimismo, y para facilitar este primer resultado: ¿cuál es la valoración que las partes tienen de su fuerza y de la que posee su contraparte? En el caso del Gobierno, y con respecto a las farc, ¿de verdad considera que las tiene derrotadas en el aspecto militar? ¿Y en el político? Si el Gobierno valora que las farc aún tienen capacidad para resistir y amenazar el poder, ¿podría tener en marcha un amplio operativo, para al tiempo que se dialoga tratar de quebrar la voluntad de combate de su enemigo?, ¿cómo vería el país un golpe oficial que ponga fuera de combate a varios mandos de la insurgencia?

Y en el caso contrario, ¿cómo vería el país a la insurgencia si elimina algún integrante del alto gobierno? ¿Tal acto rompería el proceso? ¿Al actuar así, podría la insurgencia quebrar la unanimidad al interior de las FF.AA. y, por ese conducto, estimular declaraciones, acciones o desobediencias en contra de la política de paz de Santos? ¿Cómo reaccionaría la comunidad internacional? Ante la duración y complejidad del conflicto, los escenarios y las preguntas pueden aumentar.

Todo proceso de diálogo crea fracturas dentro de la insurgencia. Así demostraron los casos del epl, de la “corriente” del eln y, en menor medida, del M-19. Lógicamente las farc no estará exenta de tal realidad. Por tanto, ¿busca el Gobierno el escenario del quiebre del mando unánime que caracteriza a las farc? ¿Cuáles serían las acciones a descubierta y encubiertas para lograrlo?

En esta valoración, podría sopesar el Gobierno un plan con tres objetivos simultáneos: 1. Cooptar, ofrecer participación política a la alta dirigencia de la insurgencia. 2. “Poner fuera de combate” a sus mandos medios, y propiciar así, una dispersión de los guerrilleros rasos en bandas de delincuencia sin norte político, constituyéndose en base social para el narcotráfico. 3. Profundizar la inteligencia sobre áreas más limitadas de una guerrilla venida a menos cantidad. Ese resultado mantendría el discurso de “golpe final” a las farc sin entregar paz y tranquilidad para amplios sectores del país, ¿qué diría y cómo reaccionaría la sociedad ante un resultado así?

Pero también, deben considerarse escenarios para el caso que el diálogo termine roto y la confrontación armada potencie hacia sus extremos. ¿Hay cálculo y análisis de este calibre en las dos partes? ¿Cómo reaccionaría el país ante el cierre del diálogo? ¿Cuáles son los espacios que mantendría la insurgencia? ¿Cuáles y por qué serían los sectores con interés en un final sin resultados?

En esa perspectiva, ¿Un periodo preelectoral como el que transita Colombia le sirve a un proceso de paz o lo dificulta? ¿Al Presidente le favorece o perjudica, el alargue de las conversaciones? ¿Por qué valora Santos que es posible alcanzar acuerdos en pocos meses? ¿Qué está dispuesto a ceder? ¿Cuáles son los cálculos hechos sobre la disposición de la insurgencia a ceder –hasta dónde– y a cambio de qué?

Interrogantes por valorar por los medios de comunicación y por el país que los consulta. Y mientras se arreglan las cargas, los dos sectores sentados a la mesa, tienen aspectos por valorar a la luz de las experiencias vecinas, entre ellas: al Estado le compete mirar ejemplos de reconciliación y de inclusión, y la insurgencia debe mirar Centroamérica, donde el fin de la guerra formal no impidió la continuidad de una elevada violencia social que, despolitizada, sigue castigando con igual intensidad a los más desfavorecidos.

Como ve, escucha o lee cualquier consumidor de medios de comunicación oficiosos, ninguno de estos se preocupa por valorar escenarios y servirle a su audiencia información y análisis para que, con cabeza propia, saquen conclusiones. Las informaciones son simples y prejuiciosas, por tal motivo solo se preocupan por referirse una y otra vez a la desmovilización y la entrega de armas por parte de la insurgencia.

La prensa, y en general el establecimiento, tendrán que entender que este tipo de manipulaciones no le conviene al país, ni al proceso en marcha. Ambos deben considerar que nuestra sociedad es como un cuerpo de agua estancado que reclama a gritos oxigenación, y que mostrarse reacios a aceptar un verdadero cambio, es perdernos en la continuidad de una espiral de violencia que amenaza con sumar otros cincuenta años a nuestra, hasta hoy, cruenta forma de practicar la política.

A los medios alternativos, interesados en una información veraz y compleja, nos corresponde actuar de manera abierta, dinámica, plural y veraz. En nuestra próxima edición analizaremos varios escenarios de los aquí enunciados. Además de retomar una variante no considerada por los actores en diálogo: el imaginario de paz que portan los movimientos sociales, en disputa contra un modelo económico, social y político que polariza al país, y que más allá de las armas, demanda solución profunda e inmediata del mismo. Demanda también presente en otros países, donde los alzamientos sociales han llevado a que sus Ejecutivos aprueben reformas por decreto. ¿Tendrá que suceder acá igual para que el poder acepte que la paz va más allá de la dejación o no de armas por parte de la insurgencia?

Información adicional

Autor/a: Equipo desdeabajo
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