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En tiempos de ceguera colectiva, ¡memoria!

Hay un tema muy bello que aparece en los profetas del exilio, el tema conocido como “el resto de Israel”1. Ese resto es un pueblo huérfano y desnudo, desplazado y en exilio, lejos de Jerusalén, sin el templo, sin el entorno que le es vital, sin rey y sin unidad popular. Creen que han ganado los poderosos, los que han traicionado el querer de Dios, los que se han vendido a reyes extranjeros, los que han idolatrado a las potencias extranjeras.

Sólo los fortalece la memoria en la forma de un “credo histórico”2 que repiten en sus liturgias y les es fuente de inspiración y vida: que fue la mano de Dios lo que los juntó para la primera liberación de la opresión de los egipcios y sus faraones. Al hacer memoria histórica, redescubren que ¡la alianza está viva! Esa alianza les dice que donde estén, y aunque sean pocos, serán el pueblo amado de Dios y Él será su único señor. Son esa fe y esa memoria las actitudes que los conducirán a reconstruirse en la humillación de su nuevo exilio.

En ese contexto, Sofonías3 es un profeta de consuelo y de fortaleza que retrata las características del nuevo pueblo de Dios que renacerá de las cenizas del exilio: 1. Sólo tienen una espiritualidad los humildes y sencillos; 2. El nuevo pueblo será un pueblo solidario con los pobres; 3. Será un pueblo sin maldad y sin mentira; 4. Será un pueblo sin complicidad con los que roban, engañan, explotan y empobrecen; 5. Será un pueblo en paz y en equitativo disfrute de la tierra.

Siglos más tarde, las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret4 y el sermón de Pablo sobre la asamblea del nuevo pueblo de Dios5 se pondrán en línea con esa tradición que representa Sofonías.

Rompiendo esa tradición que después de Jesús se llama “cristiana”, la iglesia hegemónica en Colombia –la católico-romana– le ha enseñado al pueblo sumisión en vez de memoria, conservación de un ordenamiento injusto en vez de rebelión, individualismo en vez de organización, repetición en vez de actitud crítica.

Oyendo a Sofonías, a Jesús de Nazaret y a Pablo, y actuando a menudo en contra de las prácticas y enseñanzas de las iglesias, el pueblo creyente debiera actuar sobre la realidad nacional con los sentidos atentos a unas señales delineadas por los profetas y contrarias al querer del dios bíblico. En coherencia con ellas, un pueblo con memoria, alumbrado con la luz que se deriva de la teología del “resto”, evalúa a quienes lo gobiernan o pretenden gobernarlo: ¿Hay soberbia en su corazón?, ¿arrogancia en sus palabras?, ¿acapara tierras, riquezas y bienes?, ¿ejerce su poder en contra de los humildes y empobrecidos?, ¿es favorable a la creación de leyes despiadadas, injustas, promotoras de inequidad?, ¿usa el nombre de Dios y de sus santos para ganar favor y votos?, ¿utiliza la religión para acallar las voces del pueblo?, ¿miente u oculta la verdad?, ¿obliga a los pobres a mendigar sus limosnas humillantes?, ¿es aristócrata o amigo de poderosos?, ¿vende la nación a potencias extranjeras?, ¿persigue a los que defienden los derechos de los empobrecidos?

Esas preguntas, preguntas de profeta, preguntas de pueblo en humillación, develan el corazón de quienes dicen liderar los destinos de la nación: perfilan a los auténticos servidores del pueblo y desenmascaran a los que gobiernan según sus apetitos injustos.

En tiempos de ceguera colectiva nacional hay que actuar con espiritualidad de “resto de Israel”: pobres que se juntan con pobres y luchan por construir una nueva nación según el Dios de Sofonías, de Pablo y de Jesús de Nazaret; pobres que se quitan las vendas de los ojos y las pasiones del corazón. Pobres, en suma, dispuestos a no dejarse arrebatar de nadie la memoria de lo que los poderes han hecho con su historia y con sus vidas.

1 El “resto”, que era sólo la porción del pueblo que se había quedado en Jerusalén después de la catástrofe del 587 a.C., el resto se comprenderá entre los deportados, serán los del destierro mismo (Ezequiel 6, 8-10).
2 Un buen ejemplo de “credo histórico” es éste de Deut. 26, 6-9: “Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahveh Dios de nuestros padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahveh nos sacó de Egipto […] y nos dio esta tierra”.
3 Sofonías profetizó en tiempos del rey Josías, entre 640 y 609 a.C. El reino de Judá, privado por Senaquerib de una parte de su territorio, vivía bajo la dominación asiria, y los reinados impíos de Manasés y Amón favorecían el desorden religioso. En el debilitamiento de Asiria se fortalece la esperanza de una restauración nacional.
4 Las bienaventuranzas de Jesús se encuentran en Lucas 6, 20-26.
5 El sermón de Pablo sobre la asamblea del nuevo pueblo de Dios está en la segunda carta a los Corintios (6, 16).

Información adicional

Evangelio desde abajo
Autor/a: Ancízar Cadavid Restrepo
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