Porque después del impacto trágico, no sólo reaccionó la población con los 11 millones de movilizados por toda España contra el terrorismo, sino que un día después también el pueblo engrosó las concentraciones de protesta en las sedes del PP, Partido Popular, el partido de gobierno. Para incomodidad de Aznar esas concentraciones no autorizadas, denunciaban con gritos al fascismo gobernante y a su política con Bush como terrorista y culpable de la tragedia.
«Antes de votar queremos la verdad”. Mentirosos. «Vuestra guerra, nuestros muertos». ¿Quién fue, quién fue? «Vosotros fascistas, sois los terroristas». Nosotros dijimos no a la guerra. «Hipócritas, os importan más los votos que las víctimas». El resto del mundo ya lo sabe. “Las bombas de Iraq ya caen en Madrid”. Fueron algunas de las consignas coreadas con rabia a las puertas del Partido Popular.
Más aún. Al caer la noche del 13 de marzo, el sonar de cacerolas que sacó a relucir la conciencia del pueblo español constituyó el presagio de la derrota electoral que castigó al gobierno de Aznar, mentiroso y manipulador que quiso librarse de su responsabilidad con el dolor de los españoles. No podía ser menos esa reacción.
Antes, ese pueblo, casi como el que más, se movilizó masivamente contra la intervención de Aznar, Bush y Blair en Iraq. El 15 de abril de 2003 ese pueblo en las calles sacó a flote su mandato contra la guerra y la intervención ilegal de sus soldados en fronteras extrañas. Un veredicto irrespetado por el círculo económico de Aznar y el candidato presidencial Mariano Rajoy que desde el mismo 11, en el instante de la tragedia, y luego el 12 y el 13 de marzo optaron por la aparente moral de manipular los hechos y culpar a Eta del atentado.
Con manejadores a sueldo y creyéndose dueños de la opinión acomodaron esa culpa –acogida con beneplácito por la totalidad de los medios de comunicación en Colombia– como represalia ante el fraccionamiento de su política de “seguridad democrática” por la aparición de un “diálogo y acuerdo regional” en Cataluña concertado entre esa organización y un sector nacionalista. Sector que en las elecciones del 14 logró un multiplicado número de electores.
Aznar y todo su equipo político a la par con los medios de comunicación producían minuto tras minuto, imágenes e informaciones que no eran ciertas. Pretendían captar a favor del Partido Popular y de su consigna “contra el terrorismo de la Eta” –que desconoce una negociación y reivindicación del nacionalismo vasco–, el dolor y el voto de los ciudadanos en las elecciones presidenciales del domingo 14. A la corta, ese encuadre aparentemente justo de lucha contra Eta les resultó frustrado. Contrario.
Levantándose sobre la tragedia, la mayoría del pueblo español le dio un claro mandato al nuevo gobernante socialista José Luis Rodríguez Zapatero: retirar las tropas españolas de Iraq.
Una nueva situación en España que cuestiona el enfoque “de no negociar” manejado hasta ahora frente a Eta por el PP y el PSOE, política de Estado que no cuenta con el aval del mayoritario PNV, Partido Nacionalista Vasco.
Colombia en el espejo español
Con la derrota de la política de José María Aznar quedó reducido el espacio para la política guerrerista de los Estados Unidos, y para el eco que en varios aspectos copia Álvaro Uribe en nuestro país. De modo que el nuevo resultado electoral llevó a que el Presidente perdiera un amigo y su escalón más firme con Europa. De Aznar, del PP eran los pocos parlamentarios que lo aplaudieron en su visita a Europa.
Pero también rodó por tierra el manejo mediático, informativo, comparativo, que como norma de los medios de comunicación en nuestro país y que al igual que los españoles siembran dudas, ocultando la responsabilidad de los consuetudinarios detentadores del poder en los hechos que por décadas han enlutado al país. Disipando por demás, en las últimos años las responsabilidades reales que estos tienen en el estancamiento y ruptura de la negociación política del conflicto y en el escalonamiento que se viene preparando.
El ejemplo español nos indica que el movimiento por la paz en Colombia no puede quedarse, como sucede desde hace varios años, en el simple llamado a la población a grandes manifestaciones contra la violencia sino que debe dar el paso de pedir y exigir la verdad sobre la negociación. Es decir, establecer su contenido como desarme simple o como negociación de poder: como reinserción o como refundación-convivencia de la Nación.
Por otra parte, la derrota de Aznar y el descenso en las encuestas de Bush, demuestran que la aparente justeza de “luchar contra el terrorismo” no es un seguro de triunfo, continuidad y reelección. Que grandes núcleos poblacionales resultan víctimas o se sienten manipulados por el manejo que le han dado a este tema y que lo único real que les queda de la lucha “del bien contra el mal” es el miedo y el dolor. Igual sensación se ha vivido en Colombia, donde la negativa del Presidente Uribe a colocar en su punto la negociación con la insurgencia, su manejo de medios y la adulación que le hacen los mismos, impiden un acercamiento desprevenido y objetivo de la población al tema, presos de la manipulación y de los intereses del mandatario de turno.
Aznar reelegido –con ocho años de gobierno– no consiguió acabar con Eta. Su discurso y sus intereses económicos llevaron a España a inmiscuirse en un conflicto mundial. Para nuestro caso, Uribe con menos posibilidades de Aznar ante el conflicto interno puede llevarnos a la extensión territorial del conflicto interno y a su prolongación regional.
Este 11 de marzo, por las vueltas que da la historia, se develan el sentido de las políticas y de los intereses que se impusieron en el mundo desde el fatídico 11S. Ya no será tan fácil seguir manipulando. El fin de la invasión a Iraq, la transformación en los medios de comunicación y la reapertura de negociaciones en Colombia están al orden del día. Esperemos que la lección de España sea asimilada.
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