La otra ciudad
En el puente el Humilladero, “donde los indígenas se humillaban para traer su comercio”, se encuentran aún los vestigios de las más grandes haciendas de los Valencia, los Arboleda, los Mosquera y otros. Los esclavos construyeron las vigas del puente, y la desobediencia, aun conservan los aros donde se les maltrató.
Cerca al puente otro puente pequeño da a un árbol, donde solo podía cruzar el padre mayor de la familia Arboleda. Estas paredes no quieren borrar el nombre de los hacendados, pero no quieren escribir el nombre de los esclavos.
Popayán tiene 67 “cámaras de seguridad”. Una ciudad que cuenta con innumerables organizaciones sociales y ´colonias´ de todo el departamento. Las cámaras se pueden identificar (algunas con programa de acercamiento y de audio), en un poste alto con una especie de transformador blindado.
En la Arcada de la Herrería, donde se suelen hacer discursos políticos en eventos preelectorales, muy pocas veces están los cuenteros y su hermosura, en ella debería entrar lo lúdico como un raro homenaje de lo acontecido.
Un espacio alternativo descansa paradójicamente en las escaleras del Banco de la República donde se sientan hablar de lo alternativo muchos jóvenes de la ciudad, y tal vez hay que pensar si esto pudiera existir en una ciudad donde lo conservador se hace sentir a pasos agigantados.
Espacios alternos que paradójicamente se encuentran a las afueras del área cultural de una entidad institucional. Una canción sale de ellos, de estos jóvenes pensadores de la ciudad: “sale loco de contento con su cargamento para la ciudad….”, parece revivirnos en la memoria los primeros descontentos con este tipo de sociedades, canción que aun vive en ellos, mujeres y hombres que no pasan de los 20 años, y que miran hacia el puente del humilladero tal vez con una consigna en sus cabezas, de jamás volver a repetir este paso de la historia, donde indígenas y esclavos tenían que cruzar el puente arrodillados para poder entrar a la ciudad. Y así fuimos cruzando la ciudad, para ir al Morro, una pequeña colina cerca de la zona histórica, donde reposa una estatua de Sebastián de Belalcazar, sobre un cementerio indígena, dominando aun. La idea de ir al Morro era ver el plano social de la ciudad de Popayán de hoy.
Y al atravesar la ciudad nos contaron los estudiantes que ella recién había sido pintada, después de una protesta, la cual pretendió darle una voz de incontento al recién decreto que privatizaba las finanzas de la Universidad del Cauca. Después del 31 de marzo las paredes se pintaron de blanco para darle paso a la semana santa. Volvieron entonces a partir del 1 de abril las paredes blancas, para que los visitantes de la zona histórica no se enteraran de lo que había acontecido en la ciudad.
Al pasar al Morro nos detuvimos en el obelisco elevado a nombre de Tuto González que reza (a propósito de rezar) “Te partieron la risa camarada, te sorprendieron con balas en la espalda”. Tuto González, activista estudiantil de esta ciudad, asesinado en marzo de 1971, allí alrededor del obelisco se pueden leer las paredes pintadas del movimiento PUS, (cuya imagen es una media luna), y de boicot popular.
Alrededor de allí se reúnen los estudiantes, tolerancia, charla, antes de subir al Morro a contemplar el plano social de la ciudad, de paredes blancas y de conciencias negras. El tono negro predomina en la juventud a estas horas de la noche de un “martes santo”, quieren expresar su inconformidad y no precisamente el luto por la semana de pasión.
Este fue un recorrido con el pensamiento social de los que saben donde se gesta una opción diferente de convivencia. Pero la ley y el orden imperaban por todos los lugares. Se encontraban desde la cuesta del Morro una serie de grupos antimotines, vestidos de negro, pasamontañas y sin ningún distintivo policíaco, y cuando llegamos a la cima el único disturbio que había era el canto de los muchachos, un poco de vino oporto (porque no hay más dinero) y la charla improvisada, el comentario del día, el qué hacer mañana, hablar de Bolivia, y este era el único disturbio, seguramente con su inquietud y su juventud si estaban inquietando las conciencias conservadoras.
Wilson Ante, filósofo de la universidad del Cauca nos habló de ello: “Paredes blancas y conciencias negras, está basada en una consigna que se fundamenta en la división de dos formas de ver el mundo. Siempre se quiere ocultar una parte de la realidad…la que evidencia nuestras falencias, nuestras pasiones, evidencia natural de los seres humanos y también están los instintos, los deseos, entonces siempre que se habla de conciencias negras se hace alusión a la vergüenza que sienten los seres humanos por no ser concientes de que esas pasiones esos instintos hacen parte de la totalidad y la unidad del ser, porque este ser es tanto luz como oscuridad”.
La ciudad histórica, la Jerusalén de Colombia, donde alrededor de ella viven los excluidos de estas sociedades, no quiere mirar a su alrededor, solo sus habitantes quieren sentir el llamado al “arrepentimiento”, y por esto el “yo pecador” camina detrás de la procesión con cierta “fidelidad” y con una fe que se ve inspirada en los “pasos” (movimiento dado por años, con herencia además, de ciertas personas que cargan los altares movibles), precedidos por una banda estudiantil, con variables militares que hace retumbar por toda la ciudad la presencia del orden.
Popayán ciudad de paredes blancas
¿Se ama y se vive sin la iglesia, sin la ley y el orden?
Dejamos la ciudad con cierta intranquilidad del que ha visto el diario acontecer de la violación de los derechos humanos, y de regreso a nuestro habitat grandes luciérnagas vestidas de verde se encontraban en todo el camino.
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