Les pido que lean
Hace unas semanas Sábato acudió a una ceremonia de graduación de escolares y expresó: “…he venido hoy, especialmente, para hacerles un pedido: les quiero pedir a los chicos y a los jóvenes, con la autoridad que me dan los años, que lean. Yo también he leído de chico, y fueron los libros quienes me ayudaron a comprender y a querer la grandeza de la vida. Quienes sembraron en mi alma lo que luego los años pudieron expandir. Leía cuanto llegaba a aquellas bibliotecas de barrio, donde primero a través de libros de aventuras, y luego, porque un libro lleva, inexorablemente, a otro libro, a través de los más grandes de todos los tiempos, esos que nos entregan los abismos del corazón humano, y la belleza y el sentido de la existencia.”
Estas imágenes y palabras sencillas, relampaguearon en nuestro interior cuando observamos en la televisión un anuncio -de no sabemos que artilugio- en el que un habilísimo, y seguramente muy conocido jugador de fútbol, evade toda suerte de obstáculos en un apartamento, derrumbando en su recorrido, con “admirable” tino, una biblioteca repleta de libros.
Sabemos que no hay imagen gratuita para un publicista exitoso.Y nos preguntamos entonces, si la frialdad o indiferencia que a veces encontramos, en lugar del ardiente entusiasmo que anhelaríamos, en la tarea de alentar el disfrute de la buena lectura -construyendo, para lograrlo, una alianza entre las obreras y los obreros de la sensibilidad y el pensamiento- no tendría que ver con un impacto concentrado de estos letales mensajes subliminales.
Al fin y al cabo, pensábamos, la tarea trazada no tendría que ser considerada como una utopía desorbitada: ofrecer ahora a las niñas y los niños, a los jóvenes y a las personas mayores, los tesoros incalculables de la cultura, en lugar de ahogarlos en la miseria y el odio. Brindarles el acceso a buenas bibliotecas -sin hambre, sin desesperación, sin hallarse golpeados y abusados- en vez de condenarlos a soñar la pesadilla de la guerra, la muerte y las mutilaciones ordenada por las corporaciones que se lucran con el conflicto.
Crear las condiciones básicas para que los chicos no se vean forzados a abandonar sus vocaciones artísticas y científicas y obligados a renunciar al perfeccionamiento de sus aptitudes para convertirse desde pequeños en tiburones sin vida en la mirada o en niños de la calle, carne de cañón o mentes incubadoras de cañones, sangre para las cárceles de “muros que no pueden contener una sonrisa” o mentes encarceladas en cuerpos que deambulan sin amor y sin sonrisa.
Enfrentar el destino
…Y aportar nuestra gota al descomunal caudal de creación y cooperación que se está abriendo paso en el mundo entre las gentes -artistas, músicas, pintoras, poetas, mecenas, intelectuales, ecologistas, directoras de teatro, directoras de cine, actrices, artesanas, editoras– que han renunciando a sacrificar en los altares del ego y la rivalidad mezquina, la tarea conjunta largo tiempo postergada.
Discurríamos en estas cavilaciones cuando un azar misterioso y providencial trajo a nuestra manos, desde una pequeña y amada biblioteca , un ensayo de asombrosa clarividencia escrito en 1975 por otro argentino al que la ternura no le cabe en su cuerpo de gigante: Julio Cortázar. Se trataba del ensayo “Fantomas contra los vampiros multinacionales”, en el que, entre otras revelaciones, se narra la conspiración de “una secta de psicoticos, dotados de medios electrónicos de destrucción -que– habían declarado la guerra a la cultura y lanzaban una ofensiva contra los libros allí donde estuvieran, soltándoles una lluvia de rayos láser o cualquiera de esas porquerías con nombres vistosos”.
Unhhm ….¡Quizás nuestras cavilaciones sobre el anuncio de la tele no eran un delirio! ¡Quizás si había un oscuro interés en mantenernos ignorantes y desunidos!…no habíamos acabado de reflexionar sobre el significado de lo que Cortázar nos confiaba, cuando Ignacio, el amigo que dirige Le Monde Diplomatique en París nos escribió diciéndonos: “..hay una novela de Ray Bradbury, Farenheit 451 (adaptada por François Truffaut al cine en los años 1960) que describe un mundo dominado por una organización totalitaria que quema los libros (los libros arden a la temperatura de 451 grados en el sistema Farenheit, que se usa en Estados Unidos). En ese universo, cada resistente se aprende un libro de memoria. Cuando el poder oculta y borra, la resistencia
consiste en revelar y en mostrar….”. Al mismo tiempo nos llegó la noticia: en Venezuela están compartiendo en los barrios populares, junto a la siembra, la comidita y la atención medica, millares de buenos libros: los que alientan, muestran, revelan, ayudan a crear….
Estos mensajes y noticias que se reunían en una sorprendente filigrana, tenían demasiadas coincidencias para no significar algo en estos tiempos todavía involutivos del imperio de la razón armada en lugar de, cómo dice otro amigo, la razón amada.
El libro de Fantomas no dejaba dudas: “Lo bueno de las utopías es que son realizables”, ese aliento fue determinante para emprender el susurro de este anhelo loco invitando a que co-inspiremos, a despertar, a jugar con invencible unidad e imaginación inatajable, nuestro gran partido: el de la cultura creadora de otro mundo; ese que quizás germina en las pequeñas bibliotecas olvidadas; ese que quizás se alcanza desertando de las divisiones estériles y la sumisa adaptación a las normalidades demenciales, que tan bien sirven a las dictaduras que mantienen el horror como horizonte cotidiano.
Federico García Lorca, al inaugurar una pequeña biblioteca en su pueblo natal Fuentevaqueros, lo dejó claro : “¡Libros! , ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: Amor, Amor y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.”
Y Ernesto Sábato, que no ha dejado de resistir la pretensión de victoria de la dimensión infernal de la condición humana , cerraba así su charla con las niñas y los niños: “Leer les agrandará, chicos, el deseo, y el horizonte de la vida.
Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del mundo. A través de ella puede filtrarse una novedad que aliente nuestro compromiso.”
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