Así recibió papá la noticia. Era contratado por la Empresa Distrital de Servicios Públicos EDIS, creada en 1958. Corría el año 79 y faltarían doce meses para que yo naciera. Papá había logrado asegurar el bienestar de la familia con un contrato en una empresa estatal. No le importaba que su cargo fuera de obrero; era un trabajo respetable y honrado. Eso le bastaba para su espíritu siempre abnegado. En Bogotá, el sector industrial recibía grandes cantidades de mano de obra, al parecer había empleo para todos.
Esta empresa tenía como función además de recoger las basuras de toda la ciudad: la administración de los cementerios, plazas de mercado e instalaciones para el sacrificio del ganado. También disponía del Colegio Cooperativo Alfonso López Pumarejo, de la cooperativa de trabajadores de la EDIS “Coopserpúblicos”. Quedan ahora, vestigios de la arquitectura de los establecimientos apropiados por otras empresas. Lo que más recuerda mi niñez era el centro vacacional ubicado en el camino hacia Melgar; fui más de una ocasión y era el único sitio que conocía fuera de la ciudad.
Fueron 15 años durante los cuales papá laboró sin faltar ni un solo día sin causa justa. Pero en septiembre de 1993 lo citaron:”debe presentarse urgentemente en la oficina de relaciones industriales”. Ya en los cuartelillos -donde se cambiaban- se escuchaban rumores, todos habían oído sobre el problema que tenía la empresa. Recordaban ese decreto del Alcalde Mayor de Bogotá, y futuro presidente de la República, que pretendía acabar con la empresa.
En la oficina de personal, de la misma forma fría en que un decreto le había dicho que él era obrero, ahora otro le notificaba que ya no lo era. Papá pensó inmediatamente en su familia y sintió un estremecimiento en su cuerpo, la incertidumbre se apoderó de él ¿qué será de mí y mi familia? Él ya no era el joven con pocas responsabilidades; el tiempo había pasado dejándole una familia que mantener. Preocupación que desde ese día, y por mucho tiempo más, asaltó su tranquilidad y la de sus compañeros, para algunos, por todo el reso de sus vidas.
Su única esperanza estaba depositada en el sindicato, SINTRAEDIS “Expresión de fuerza y unidad obrera”,
así rezaba su consigna, afiliada a la CUT y FUTRABOC. Ellos ya sabían lo que se avecinaba, por lo cual desde un año atrás habían contratado un abogado para agotar la vía gubernativa y si era del caso instaurar una demanda laboral. Lo extraño es que la resolución se estipuló en 1994; es decir, dos años después. Algo extraño pasaba.
El proceso de liquidación fue premeditado, se vivió poco a poco. En 1988 la Junta Directiva reformó los estatutos de la empresa, cinco años después se firmó una convención colectiva que parecía negociar lo acostumbrado, sus prebendas cada vez mayores. Finalmente a papá lo mandaron a examen médico de salida el 22 de septiembre de 1994. Al mes recibió su liquidación y cancelación de cesantías. La estocada final fue rápida, sin tiempo suficiente para reflexionar y por lo tanto de protestar.
Preocupado y con asesoría, interpuso un recurso de reposición, pasarían dos años para saber que el fallo no estaba a su favor. Ese mismo año demandó a la empresa en el juzgado séptimo laboral, pero no le fue reconocida la pensión de jubilación, ni tampoco lo reintegraron a otra empresa, para cumplir con la edad.
Resignado, consiguió empleo en una empresa privada de aseo, llamado ahora escobita. Mientras, desempeñando su nuevo trabajo, lo invitan (año 2000) a una reunión de 150 trabajadores para elegir a siete representantes y conformar el comité ProEdis , parte de ASEPUPD, «Asociación de servicios públicos despedidos de los distritos y municipios de Colombia». Pasaron dos años para contratar a un abogado con el objetivo de recuperar el reintegro mediante tutela. Cosa que no lograron. Ante el representante hizo una solicitud de asistencia al Ministerio Público y la Defensoría del Pueblo. Con esto lo único seguro es que el abogado viajaría a Suiza, a la OIT. Meses después esta organización internacional manifestaría su preocupación e invitaría al gobierno a solucionar el problema.
El entonces Alcalde distrital Antanas Mockus se reunió con el comité y expresó «su enorme preocupación», no sin antes advertir que su administración no contaba con ni un solo peso y tenían que entenderse con el presidente. Por último a papá le dijeron que a los 60 años se podía pensionar.
Han pasado tres años más y papá sale como todas las mañanas, como lo ha hecho desde 1979, ha recoger las basuras de tu casa y las de la ciudad. Sólo espera recoger su pensión y sentarse con su mujer a ver el ocaso de sus vidas. Yo escuché que el papá de una amiga que trabajó con la Empresa de Obras Públicas está en la misma situación. Sólo hay una diferencia, él ya cumplió los sesenta, pero aun así no ha recibido el primer giro de su pensión.
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